¿Petróleo o muerte? Angola en la encrucijada electoral

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A finales de abril de este año, el puño izquierdo alzado del presidente angolano, José Eduardo dos Santos, se abría para apoyarse en el atril. Se había acabado. Ahora sí. Los casi 38 años de su reinado al frente de Angola llegaban al final de forma oficial, tras anunciar que no se presentaría a las próximas elecciones. La forma de aferrarse al trono hacía presagiar que el legendario líder, de 74 años, del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) moriría en el cargo. Algunos de sus familiares más cercanos y estrechos aliados han acumulado grandes fortunas y el control de una nación que es una de las mayores productoras de petróleo de África, por lo que la renuncia a la presidencia podría poner todo eso en riesgo. O no.

Para muchos angolanos, un país sin dos Santos como presidente es difícil de imaginar. Asumió el cargo en 1979, convirtiéndose en el segundo presidente después de la independencia de Portugal, en 1975. Tras 27 años de guerra civil llegó el bum del petróleo. El año 2002 fue el punto de inflexión a partir del cual el país se convertiría en uno de los de más rápido crecimiento económico de África. En los últimos años, las habladurías extendidas entre la clase política de Angola sobre la salud del presidente (durante el mes de mayo y junio volvía a visitar España para hacerse pruebas médicas) hicieron activar los radares para cimentar, y bien, el statu quo creado en el país. Tenía que consolidar el presente y el futuro de la base de su poder.

 

Seguidores del MPLA con imágenes de José Eduardo dos Santos y del candidato a las elecciones de agosto, Joao Lourenço / Fotografía: Getty Images

 

Dos Santos, conocido tanto por su hermetismo como por su longevidad política, no ha dado una razón pública para la renuncia. Pero se retira de un círculo en el que se ­encuentra el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, de 93 años, en el poder desde hace 37 años, y el presidente Teodoro Obiang, de Guinea Ecuatorial, de 74 años, y que lleva gobernando desde hace casi 38 años la antigua colonia española, superando en términos políticos por solo unas pocas semanas al angolano. El fin de la era dos Santos plantea una cuestión meridiana acerca de la transición política en el país, pero con un añadido: ha renunciado a la presidencia, pero no a continuar liderando el partido.

El candidato oficial a presidir el país es João Lourenço (63 años), el actual ministro de Defensa, popu­larmente conocido como JLo. Más allá de que las vallas publicitarias muestran la unión y amistad entre el hasta ahora presidente y Lourenço, las fallas pueden no tardar en venir. Primero: el hijo mayor de dos Santos, José Filomeno de Sousa dos Santos, de 39 años, fue nombrado en 2013 jefe del Fondo Soberano de Angola. Segundo: el año pasado, un decreto presidencial posicionó a la hija del presidente, Isabel dos Santos, de 44 años y la mujer más rica de África, como directora ejecutiva de Sonangol, la petrolera estatal. Es decir, que los dos pilares de la nación, economía y recursos petrolíferos, quedarán en manos de una saga que se perpetúa fuera del Parlamento, pero con manga ancha de decisión. Y Lourenço tendrá que lidiar con la familia dos Santos.

La idea inicial del actual presidente era que su sucesor fuera su hijo José Filomeno, pero la oposición interna del propio MPLA le obligó a dar marcha atrás. De manera que Lourenço heredará con toda probabilidad un país que se encuentra en un contexto complicado: la lucha con los bajos precios del petróleo, el aumento de la inflación y el crecimiento de la pobreza. En este sentido, es probable que los que esperan un cambio radical queden decepcionados. Además, el poder del país seguirá en manos de los militares, ya que Lourenço es general.

El activismo como respuesta

Las ventajas con las que parte el MPLA para las elecciones son incuestionables. Su acceso a los recursos del país, incluyendo la difusión de los medios estatales, las fuerzas de seguridad y las finanzas, proporcionarán una ventaja injusta a sus candidatos, garantizando así –a priori– su victoria. Y aunque dos Santos no se ha enfrentado a ninguna amenaza que pudiera desestabilizar su Gobierno desde el final de la guerra, este no ha mostrado ninguna tolerancia para las manifestaciones públicas.
En junio de 2015, el rapero Beirão y otras 16 personas fueron detenidas por participar en un club de lectura sobre la obra del estadounidense Gene Sharp, conocido por sus escritos sobre la lucha no violenta y que ha servido de inspiración para el levantamiento de la población en Ucrania, Serbia o ­Kirguistán. Los miembros del grupo, acusados de rebelión y conspiración criminal, fueron condenados a penas de prisión de entre dos y ocho años y medio, aunque fueron liberados antes de tiempo.
El actual marco político de Angola pone en duda la voluntad del sistema gobernante de establecer unas condiciones de igualdad, sin las cuales no puede haber elecciones libres y justas. Otro ejemplo reciente tuvo lugar en abril de este año. Siete activistas de la oposición fueron condenados a 45 días de cárcel y una multa de 65.000 kwanzas (348 euros) por delitos de rebelión y asociación criminal por una protesta en la que pedían transparencia de cara a las elecciones de agosto. Entre los condenados se encuentra el rapero Adao Bunga, crítico con dos Santos.

Nada nuevo bajo el oro negro

Las elecciones de mañana 23 de agosto suponen un enorme desafío, no solo para los angolanos, sino para las compañías petrolíferas multinacionales y para la vecina del norte, RDC, de donde llegan a diario refugiados que continúan huyendo de la violencia en la región de Kasai. El enclave de Cabinda, que produce la mayor parte del petróleo del país, sigue siendo propenso a la inestabilidad, aunque el MPLA ha podido hasta el momento proporcionar seguridad a las compañías extractivas.
La reunión en el Pentágono del 17 de mayo entre el candidato presidencial, João Lourenço, en calidad de ministro de Defensa, con su homólogo estadounidense, Jim Mattis, y otras partes interesadas en la situación de RDC, indica que se espera que Angola desempeñe un papel importante para los Gobiernos regionales.

Tanto Estados Unidos como otros actores internacionales preferirán apoyar la continuidad del MPLA al frente de Angola, aunque este dominio en la escena política no sería el reflejo de la aprobación de la mayoría de los angolanos. Los sentimientos de descontento seguirán creciendo entre los jóvenes, muchos de los cuales se inclinan, aunque no convencidos, a la alternativa del tradicional partido de la oposición, la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), cuya antigua rama armada luchó contra dos Santos durante la guerra civil. Puede que UNITA no tenga los recursos para regresar a las armas, pero podría marcar un camino de desobediencia civil creando así, un clima de agitación social.

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