Publicado por Julián Del Olmo en |
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Ellen Johnson-Sirleaf, presidenta de Liberia y premio Nobel de la Paz, ha pedido que las mujeres trabajadoras africanas sean reconocidas como las auténticas lideresas del continente. Y no le falta razón a la presidenta, porque las mujeres africanas son las que sostienen a las familias y la economía de todos y cada uno de sus países.
En mis viajes por África subsahariana siempre me llamó la atención la incansable actividad de las mujeres desde muy niñas: traer agua de los pozos –a veces a una hora de distancia de sus casas–, acarrear leña para cocinar, ocuparse de los hijos, preparar la comida y trabajar en el comercio informal para sacar adelante a su familia. También me sorprendió ver a los hombres filosofando a la sombra de los árboles mientras sus esposas se afanaban sin descanso.
En África nacer varón es un privilegio. Si no pueden ir a la escuela todos los hijos de una familia, los niños siempre tienen preferencia. Las niñas se quedarán en casa para ayudar a sus madres y cuidar a sus hermanos más pequeños. Son “niñas–mamá” que en vez de peinar, lavar y vestir a las muñecas –como ocurre con las niñas de los países desarrollados– hacen eso mismo pero con sus hermanos pequeños. Y cuando van de un sitio a otro se los cargan a la espalda y los cuidan como si fueran sus hijos.
Recuerdo a una pequeña beninesa que iba a todas partes cargada con su hermano discapacitado que pesaba más que ella. Pero también a la mujer malgache que trabajaba en una cantera y transportaba las piedras en la cabeza, mientras que llevaba en la espalda a su hijo. Al ver mi asombro ante semejante esfuerzo fue ella la que me tranquilizó diciendo: “Mi hijo no me pesa, solo me pesan las piedras que llevo sobre la cabeza”.
Los misioneros en general, y las misioneras en particular, están haciendo un gran trabajo en el campo de la escolarización de las niñas, en algunos casos con una discriminación positiva hacia ellas, con el objetivo de restablecer la igualdad entre ambos sexos. En muchos lugares he visto cómo las misioneras han abierto internados cerca de los colegios para que las niñas de los poblados lejanos sin escuela puedan estudiar. El trabajo de la Iglesia en cuanto a la educación y formación de la infancia africana apenas es conocido y mucho menos reconocido y valorado.
Las “niñas-mamá” se convierten pronto en “niñas-esposa” a través de matrimonios forzados con hombres mayores porque sus anteriores esposas envejecieron. Y de “niñas-esposa” pasan prematuramente a “niñas-madre”. Así, 30 de los 41 países de todo el mundo en los que se permite el matrimonio infantil son africanos. Malaui, una de las naciones con la tasa más alta de matrimonios de niñas, acaba de publicar una ley prohibiendo las uniones forzosas con menores de 18 años.
Entre otros males que también acechan a las niñas africanas está la mutilación genital. Aunque un tercio de los países del continente la han prohibido, se estima que tres millones de niñas son víctimas cada año de esta práctica, sobre todo en países como Etiopía, Somalia, Egipto y Malí. Un informe del African Child Policy denuncia numerosos casos de violencia sexual y de violaciones de niñas y jóvenes en lugares como Kenia, Sierra Leona, Suazilandia, Zimbabue y Tanzania. Según el número de junio del año pasado de la revista Africana (editada por los Misioneros y Misioneras de África), el turismo sexual infantil está haciendo estragos en Kenia, Senegal, Marruecos, Sudáfrica y Etiopía. La permisividad de las leyes y de los gobernantes da pie a pederastas y traficantes, que actúan con total impunidad.
Como telón de fondo están la pobreza extrema, el subdesarrollo, la exclusión social y la falta de educación. Empieza a verse una luz al final del túnel porque una treintena de países africanos han promulgado leyes contra el tráfico de menores para explotación sexual, laboral y trasplante de órganos, y han firmado la Convención sobre los Derechos del Niño.
El Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2015 denunció las nuevas formas de esclavitud y resaltó “el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años a favor de las víctimas de todo tipo de esclavitud, muchas de ellas menores. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura en torno a tres acciones: asistencia a las víctimas, rehabilitación y reinserción en la sociedad. Este inmenso trabajo, que requiere coraje, paciencia y perseverancia, merece el aprecio de toda la Iglesia y de la sociedad”.
Fotografía: Javier Sánchez Salcedo.
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