«Poner al hombre de pie»

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Las Carmelitas Misioneras dirigen la Leprosería de la Dibamba y el Centro de Prótesis Francisco Palau en Duala (Camerún)


En 1996, un grupo de Carmelitas Misioneras españolas llegaron a Camerún para hacerse cargo de la Leprosería de la Dibamba, en Duala. Fieles a su carisma, la congregación sigue gestionando este histórico centro social y ha fundado el Centro de Prótesis Francisco Palau. Para ello ha contado con la ayuda, entre otras organizaciones, de Manos Unidas.



Paseo por las rectas y pavimentadas calles que se abren entre los viejos barracones de la Leprosería de la Dibamba en compañía de la Hna. Judith ­Mugalu, su actual ­directora. Nos cruzamos con decenas de personas ataviadas con aparatosos vendajes y otras que protegen sus rostros con mascarillas. De forma instintiva pienso que se trata de leprosos, pero la religiosa congoleña me corrige: «Quedan cuatro personas afectadas de lepra, ya muy mayores y que han hecho de la leprosería su hogar. El resto vienen para el tratamiento de llagas persistentes y de la tuberculosis multirresistente».

La Hna. Judith me presenta a los cuatro últimos habitantes estables de este lugar histórico, fundado en 1954 en un antiguo campo militar alemán para acoger a enfermos de lepra venidos de todo Camerún. Alice llegó en 1984 y se recupera de la reciente amputación de uno de sus pies; Suzanne, aunque no recuerda la fecha exacta, vino cuando su marido la abandonó al saber que tenía lepra; después están Antoine, que todas las mañanas presta servicio como vigilante en la entrada del centro, y Félix, el más anciano, que llegó a la Dibamba hace 48 años. Sigue aquí. Está muy agradecido «por lo bien que me cuidan las hermanas».

Existe un acuerdo no escrito por el que las religiosas se hacen cargo de estas cuatro personas y de una docena más de antiguos pacientes de la leprosería que viven en los alrededores y que vienen al centro con regularidad para recibir ayuda. Cuando fallezcan se cerrará una página en la historia de este lugar de sufrimiento, pero también de esperanza y de dignificación de la persona humana. Miles de personas afectadas por la lepra y un puñado de misioneros y misioneras entregados formaron aquí una gran familia.

Dos familiares de pacientes con llagas persistentes cortan los paños que utilizarán para los vendajes. Fotografía: Enrique Bayo


Historia

En los años 50 la lepra era incurable y pervivía la creencia de que era muy contagiosa. Eso, al igual que en los tiempos bíblicos, obligaba a las personas afectadas a vivir alejadas. Por eso, apenas se fundó la leprosería, más de 300 enfermos se instalaron en la Dibamba desbordando a los Hermanitos y Hermanitas de Foucauld, que carecían de preparación y de medios para atender una obra tan grande. Fueron sustituidos por religiosas francesas de las Hermanas de Nuestra Señora del Monte Carmelo d’Avranches, que asumieron la gestión del centro. En este empeño estaban apoyadas por varios hermanitos de Foucauld que eligieron quedarse y por Raymond-Marie Jaccard, un sacerdote fidei donum que dio un gran impulso a la leprosería. En 1996, las dificultades de las Carmelitas d’Avranches para encontrar religiosas disponibles hicieron que el cardenal Tumi, arzobispo de Duala, pidiera a las Carmelitas Misioneras que se hicieran cargo de este centro, que pertenece jurídicamente a la archidiócesis. En la actualidad, la comunidad está compuesta por cinco hermanas: Judith; Pascale, de Bélgica; Dolores, de Guinea Ecuatorial, y dos jóvenes estudiantes de Malaui y Kenia. [El pasado 12 de enero las Carmelitas abrieron una segunda comunidad en Duala como sede del noviciado continental].

La Hna. Judith con Alice, una de los cuatro últimos pacientes de la leprosería. Fotografía: Enrique Bayo


En sus orígenes, lo primero que hicieron los misioneros fue construir la iglesia, centro de toda la vida de la leprosería, y después la escuela y la maternidad. El centro se convirtió en una pequeña ciudad donde, a pesar de la muerte inevitable de tantos enfermos, la vida seguía su curso. En los años 80, gracias al empuje de los sucesores de Raoul Follereau, el Apóstol de los Leprosos, llegaron a Camerún los primeros medicamentos eficaces contra la lepra y todo cambió en la Dibamba. «Muchos leprosos se curaron y se instalaron con sus familias en los barrios vecinos, de manera que la leprosería, aún guardando el mismo nombre, se fue reconvirtiendo en lo que es hoy, un centro social de salud», señala la Hna. Judith. Ya no es necesaria la hospitalización cuando se diagnostican los nuevos casos de lepra, los enfermos vienen cada mes a recoger la medicación y luego regresan a sus casas.

Tres pacientes juegan al parchís en el centro. Fotografía: Enrique Bayo


Nueva orientación

En la actualidad, la escuela del centro está gestionada por la archidiócesis de Duala y acoge a niños y niñas de los barrios cercanos, mientras que la maternidad se cerró cuando los Hermanos de San Juan de Dios abrieron otra no lejos de la leprosería. Aunque muchos leprosos siguieron residiendo allí después de los años 80, la nueva situación hizo que el centro se fuera diversificando y comenzara a acoger a personas afectadas de llagas crónicas que no recibían ayuda en otros lugares. La Hna. Judith explica que «se trata de llagas enormes que duran tres, cinco y hasta siete años y que necesitan ser curadas y tratadas todos los días hasta conseguir que cicatricen». El centro dispone de un pequeño quirófano donde se realizan injertos de piel para facilitar este proceso.

El pabellón D de la leprosería acoge a una veintena de personas con tuberculosis multirresistente. Allí permanecen durante los seis meses que dura el tratamiento. Debido a los efectos secundarios de la medicación, los pacientes no pueden realizar esfuerzos y deben mantener reposo. Además, al estar ingresados, el personal sanitario se asegura de que toman las medicinas para evitar que se generen resistencias. Estos enfermos «tienen su propia sala de televisión, sus servicios y sus duchas. No se mezclan con los otros ni siquiera durante las eucaristías, aunque una vez al mes se organiza una misa con ellos», concluye la Hna. Judith.

El Estado solo entrega con cierta regularidad a las Carmelitas Misioneras los medicamentos que necesitan para el tratamiento, lo que provoca que las religiosas estén descontentas con el Programa Nacional de Lucha contra la Tuberculosis. La congregación es la que asume los gastos de alimentación, paga al personal y financia los trabajos de mantenimiento de las viejas estructuras de la Dibamba. Este oneroso compromiso ha abierto una reflexión en la comunidad sobre la necesidad de restringir su contrato con el Estado o seguir ayudando a estas personas.

Fredy Steve Yetzoue. Fotografía: Enrique Bayo


Manos Unidas 

Además de las religiosas, un médico, tres enfermeras y ocho personas contratadas para diferentes servicios hacen posible el buen funcionamiento de la Leprosería de la Dibamba. Con los 1 000 francos CFA –menos de dos euros– que los pacientes pagan por cada consulta es imposible cubrir todos los gastos. Sin embargo, para seguir adelante con su magnífica labor social, las Carmelitas Misioneras de Duala reciben apoyos externos de voluntarios, instituciones y oenegés como Manos Unidas. La ONG española de desarrollo ha apoyado varios proyectos en la leprosería, pero su gran aportación ha sido la financiación del edificio que alberga el Centro de Prótesis Francisco Palau, que dirige la Hna. Pascale Nicolas, situado en el barrio de Yassa, a pocos kilómetros de la Dibamba.

Junto al edificio de una planta nos espera la Hna. Pascale con su equipo de trabajo, formado por el joven protésico Fredy Steve Yetzoue ­Tchouya, la fisioterapeuta ­Marie E­mmanuelle ­Mefo Tchoffo, y otro joven, Frank Kengne, que se unió al grupo unos días antes de nuestra visita. El proyecto se inició en 2019, pero solo en 2023 recibieron del Ministerio de Asuntos Sociales de Camerún el reconocimiento de obra social privada y pudieron comenzar a trabajar con regularidad. Optaron por fabricar solo prótesis de los miembros inferiores porque, como explica la religiosa, «las prótesis de los brazos exigen mucha precisión y si además quieres dar movilidad a los dedos, el trabajo es muy complicado». Por el momento, más de 80 personas han podido beneficiarse de las prótesis femorales y tibiales que fabrican, pero la Hna. Pascale se muestra convencida de que van a seguir creciendo. A pesar de ofrecer sus prótesis a precios mucho más económicos que los que ofrecen otros centros protésicos cameruneses, están convencidos de que pueden lograr la autofinanciación. «Nuestro objetivo es poner al hombre de pie y que el máximo número de personas se beneficie de una prótesis de calidad. Los que pueden pagar pagan, mientras que ayudamos a los que no pueden hacerlo. Algunos, incluso, no pagan nada», asegura la hermana.

La Hna. Pascale. Fotografía: Enrique Bayo

Historia

La historia del Centro de Prótesis Francisco Palau es más reciente que la de la Leprosería de la Dibamba, pero escucharla de labios de la Hna. Pascale resulta fascinante. En 2016 la religiosa era directora de la leprosería y pasaba sus jornadas curando llagas y recibiendo pacientes, algunos de los cuales tenían que ser derivados al hospital para la amputación de un miembro. La situación preocupaba a las Carmelitas, que decidieron ayudar a tres jóvenes y a un padre de familia con siete hijos. Pagaron por cuatro prótesis 3,2 millones de francos CFA –más de 4 500 euros–, pero «el resultado fue fatal», recuerda la Hna. Pascale. «Estaban mal ajustadas, eran gordas, pesadas y dolorosas para los pacientes. Se rompieron enseguida y, para colmo, uno de los jóvenes andaba desequilibrado porque habían puesto un pie izquierdo para la pierna derecha», añade.

La religiosa llevaba el sufrimiento de los amputados a su oración y sentía la llamada para que ellas mismas abrieran un centro de prótesis. «Santa Teresa decía que cuando tenemos una inspiración buena que vuelve y vuelve hay que tenerla en cuenta, así que fui a hablar con mi superiora y para mi sorpresa me dijo: “Sí, hazlo”».

La impresión en 3D parecía la tecnología apropiada. Gracias a la Universidad Politécnica de Valencia, la Fundación de Religiosos para la Salud y la Fundación Barceló lanzaron un proyecto de prótesis en 3D. Dos técnicos españoles fueron a Duala para ayudar a la religiosa, pero «nos dimos cuenta de que esa tecnología no convenía. Las prótesis no tenían resistencia suficiente y las averías y los problemas informáticos eran continuos, así que aquel proyecto fracasó», recuerda con pena la Hna. Pascale.


Nueva orientación

La Hna. Pascale no cedió al desánimo porque estaba convencida de que aquello «era obra de Dios». Por eso decidió aprender a fabricar prótesis convencionales. En 2021 Manos Unidas aprobó el proyecto para la construcción del centro, mientras que la religiosa, apoyada en todo momento por las Carmelitas Misioneras, viajó a París para aprender el oficio. Más tarde, los Hermanos de La Salle la acogieron en Alès, también en Francia, para que realizara un curso intensivo de cinco semanas para mejorar su técnica de fabricación de prótesis femorales y tibiales. No solo eso, profesores de Alès han pasado semanas en Duala –y lo harán de nuevo el próximo mes de mayo– para supervisar el trabajo y enseñar la técnica a ­Fredy Steve, que según la religiosa «está aprendiendo muy bien».

Marie Emmanuelle Mefo en el Centro de Prótesis Francisco Palau. Fotografía: Enrique Bayo



Organización

Se respira alegría en el Centro de Prótesis Francisco Palau. Fredy, Emma y la Hna. Pascale nos explican con entusiasmo el proceso que siguen para que las personas vuelvan a caminar. Se aseguran primero de que el paciente tiene la fuerza muscular, articular y sensitiva suficiente para llevar una prótesis. Entonces toman medidas y hacen el molde de escayola que servirá para fabricar el encaje. «Cuando una prótesis está bien hecha no tiene que doler», asegura la Hna. Pascale. Para ello es fundamental el liner protésico que separa la piel del encaje. Después viene la elección del tipo de pie, en fibra de carbono para las personas con más actividad o rígido para el resto. En el caso de las prótesis femorales es importante determinar el tipo de rodilla que deben utilizar. Otro aspecto que cuidan con esmero es la apariencia estética de la prótesis para que el paciente esté a gusto con su nueva pierna.

El último paso son las sesiones de reeducación, de las que se encarga Emma. Cinco sesiones de hora y media para las prótesis tibiales y siete para las femorales suelen ser suficientes para que el paciente deje las muletas. «El placer de ayudar a alguien a caminar me da fuerzas para encontrar sentido a lo que hago», dice Emma. Algo parecido comparte Fredy: «Hubiera podido dedicarme al comercio y ganar más dinero, pero aquí me siento como un cocreador, no restituyo el miembro perdido, pero sí hago algo que lo reemplace. Me veo como Jesús diciendo al paralítico: “Coge tu prótesis y anda”». Por su parte, la Hna. Pascale recuerda a muchas personas que recuperaron la sonrisa mostrando «una alegría increíble. La vida vuelve, recuperan el trabajo y se insertan de nuevo en la familia y en la sociedad», y continúa: «Me he dado cuenta de que estas personas que han sufrido tanto tienen una madurez espiritual y una fuerza interior enormes, por eso hemos comenzado con algunos amputados un pequeño grupo de oración. Ahora el Señor nos irá mostrando lo que quiere».  

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