Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Era una niña a la que le gustaba estar siempre en movimiento, «siempre metida en historias», decía mi padre. Vivía en Baní, una ciudad del sur, en una época en la que las niñas tenían asignado un papel muy concreto. «Las niñas no montan en bici». Yo me rebelaba y, bici que veía, bici que cogía. «No te subas a los árboles. No juegues al beisbol». Y yo me subía y jugaba, porque me encantaba. Lo hacía aunque fuera a escondidas. Después tuve la suerte de estudiar y allí di mis primeros pasos en el activismo.
Reivindicaciones básicas como conseguir alumbrado, agua o escuelas. En mi país la mayoría de los barrios no tenían y fue por lo que empezabas a pelearte. También ayudábamos a las víctimas de los huracanes y daba clases de alfabetización en el patio de mi casa a niñas, niños y personas adultas. Participaba en grupos y reflexionábamos sobre la situación de la mujer. Una vez fui a una asamblea con mi hijo. Empezó a llorar y alguien me llamó la atención. ¿Por qué a mí si su padre también estaba allí? Ahí empecé a ver que algo no iba bien.
Descubrí historias de mujeres que se habían rebelado. Como la de Anacaona, india fuerte de mi país, una mujer que era diferente a las demás en su época. Me impactó también la de Mamá Tingó, una campesina que luchó por el derecho a la tierra en un momento en el que todo el poder estaba en manos de terratenientes. La asesinaron con 79 años.
Mi hijo estaba aquí. Me endeudé, como hace la mayoría de la gente, y vine. Busqué un trabajo para pagar la deuda porque si no, podría haber consecuencias para mi familia. Lo que encontré, como muchas migrantes que venimos, fue el empleo de hogar.
El 95 por ciento lo hacemos mujeres. Está en un régimen especial. Hasta 2012 no tenías un contrato, no cotizabas a la seguridad social ni tenías baja laboral. Puedes trabajar como interna, externa o por horas. A menudo los horarios no están determinados y las tareas tampoco. Te dicen que vas a hacer una cosa pero terminas haciendo muchísimas más. Es un trabajo que no está valorado ni visibilizado. Hasta hace poco no se hablaba de él, se quedaba dentro de las casas, y en él son frecuentes los malos tratos y los abusos. Pero el empleo de hogar y el cuidado de personas mayores y niños es algo muy importante para la vida de muchas personas, porque les permite dedicarse a otras cosas.
Pasan cosas difíciles de creer. Como que a una interna que ya está acostada la llamen a las doce de la noche para que se ponga a cocinar. O que a una compañera que llevaba 12 años cuidando a tres niños, la telefoneen y le digan que ya no vuelva más. Eso sucede mucho. Llegas a la casa para trabajar y de buenas a primeras te dicen «ya no te quiero ver más aquí, mañana ya no vuelvas». Hay compañeras que no tienen una alimentación adecuada y acaban con anemia. Y está la cuestión del acoso. Algunas han estado durante más de un año con sillas en la puerta de su habitación para que no entrara el señor por la noche. Y es muy difícil denunciar. Se lo cuentan a una amiga, pero no va más allá porque puede peligrar su trabajo. Muchas envían el dinero a sus familiares y se la juegan al hablar de lo que les está pasando. Es la nueva esclavitud del siglo XXI.
Es un espacio de lucha, de encuentro, de afectos y reivindicaciones. Lo creamos en 2006 un grupo de mujeres, la mayoría migrantes, como la casa que no teníamos, una casa sin ventanas donde todas podíamos entrar y hablar de lo que nos estaba pasando. Nos veíamos dos domingos al mes y hablábamos. Eso era lo fundamental, porque muchas mujeres pasaban toda la semana sin poder hablar, trabajando en las casas. Así que construimos entre todas este espacio para saludarnos, abrazarnos, hablar de nuestros hijos, de nuestros padres, de todo lo que nos estaba pasando. Con los años fuimos construyendo discursos, reivindicando los derechos que no teníamos. Usamos esta frase: «Querían brazos y llegamos personas». Estamos juntas porque nosotras necesitamos también cuidados, y nos los damos con talleres, con canciones, con bailes y con escucha.
Lo primero, que la sociedad reconozca las aportaciones que estamos haciendo con este trabajo. Tener a una trabajadora de hogar o a una cuidadora en tu casa te permite que puedas salir hacia el ámbito público o trabajar en tu casa. Y al igual que tú exiges un respeto como trabajador, tienes que hacer que esa persona que está en tu casa también lo tenga. Por otro lado, exigir que el Estado haga su parte. España sigue sin ratificar el Convenio 189 de la OIT para trabajadores domésticos, que permitiría una mejora en las condiciones. El Estado tiene que comprometerse con los cuidados, incluyendo el cuidado de las personas cuidadoras.
Desde 2012, a través de un Real Decreto, las trabajadoras de hogar conseguimos un reconocimiento, tener derecho a un contrato escrito, a una nómina y a baja laboral. Que en la Universidad se esté investigando el empleo doméstico, que se aborde en el Congreso de los Diputados, que se haya celebrado el primer Congreso de Trabajadoras de Hogar junto con el Ayuntamiento de Madrid o que los medios de comunicación nos llamen para visibilizar este trabajo, todo esto ha sido muy importante para nosotras. Y también que cada vez más trabajadoras de hogar nos estemos organizando. Reconocer los derechos de las empleadas de hogar va a beneficiarnos a todos y a todas. Vamos a tener una sociedad bien cuidada.
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