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Hace un año MUNDO NEGRO se preguntaba cómo afectaría la pandemia al continente africano. Eran más las dudas que las certezas y, cada mes, en las páginas de Actualidad hemos ido presentando la evolución de la COVID-19 en África. Un año después, nuestro colaborador José Naranjo nos presenta un balance general de la situación. Siguen las dudas y nadie puede predecir el futuro, pero sí podemos afirmar, con cierto alivio, que la incidencia en África ha sido mucho menos grave que en otros continentes y que no se han cumplido las terroríficas predicciones vaticinadas por algunos.
Decíamos también hace un año que, además de dolor y muerte, la pandemia traía una oportunidad extraordinaria de humanización y, ciertamente, nos ha ayudado a experimentar la universalidad y a tomar conciencia de nuestro destino común como humanidad, algo muy en consonancia con la Buena Noticia del Reino. Sin embargo, no ignoramos que el paso de la lógica preocupación por la salud a una obsesión enfermiza por ella ha revitalizado los narcisismos localistas y agudizado el egoísmo frente al bien común. Prueba de ello es la caótica distribución de la vacuna a la que asistimos actualmente y en la que África solo recibirá las migajas.
La ambigüedad de la pandemia también ha afectado a la Iglesia, no solo en África sino en todo el mundo. Las Iglesias, perplejas ante una situación completamente nueva, han seguido las indicaciones de las autoridades sanitarias cancelando actividades y cerrando los templos, aceptando así, implícitamente, la declaración de «no esencial» de las actividades litúrgicas y eclesiales. ¿Qué otra cosa se podía hacer? Para el profesor de Eclesiología Eloy Bueno, esta rápida cesión de la Iglesia a la nueva «cultura terapéutica», que predica la importancia de la salud por encima de todo, incluso por encima de las libertades individuales, podría tener consecuencias para la Iglesia en el futuro.
En cualquier caso, es tiempo para reinventar la Misión aprovechando las enseñanzas, los errores y las oportunidades que ha iluminado la pandemia. Nada volverá a ser igual, por eso es urgente una mirada nueva, una manera diferente e interconectada de relacionarnos. La encíclica Fratelli Tutti del papa Francisco, nacida en este tiempo, nos ofrece una orientación clara para esa reinvención de la Misión en clave de fraternidad, «para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras».
Esta disposición a un diálogo universal para crear un mundo más abierto y fraterno debe ser afrontada desde nuestro ser misionero, desde nuestra experiencia de vida con otros pueblos y culturas porque sabemos –como señala una vez más el profesor Bueno– «de la originalidad cristiana; porque la igualdad o la libertad pueden justificarse desde la razón humana, pero el fundamento y las exigencias últimas de la fraternidad, donde encuentran realmente su raíz es en la experiencia de un Dios que es Padre».
Que la gozosa celebración de la Pascua este mes de abril reavive nuestra Misión. ¡Felices Pascuas!
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