Publicado por Gonzalo Gómez en |
Compartir la entrada "Sese Seko dio el golpe"
La embajada estadounidense en Kinshasa ha anunciado que el 30 de octubre dará una fiesta organizada junto al Gobierno congoleño. La invitación anuncia que contará con la presencia de artistas, músicos y cineastas de ambos países para celebrar los lazos que, a través de la diáspora, unen a unos y a otros. Con esos datos, el evento no tiene nada de particular entre los celebrados en una legación, pero gana interés cuando sabemos que la fecha coincide con la de otro evento, de mucha mayor magnitud, que aconteció en el Estadio del 20 de Mayo (Tata Raphaël, en la actualidad), en Kinshasa, 50 años atrás: «The Rumble in the Jungle» («El estrépito en la selva», en español), o lo que es lo mismo, el más famoso de los combates de boxeo, que enfrentó a los estadounidenses George Foreman, que defendía el título de campeón, y Muhammad Ali, aspirante y excampeón de los pesos pesados.
El título que popularizó el enfrentamiento se debe al periodista George Plimpton, pero su promotor, el empresario Don King, lo adoptó y amplificó, ya que gracias a su contundencia y sonoridad, cumplía las condiciones necesarias para funcionar como lema promocional del evento, a pesar de sus connotaciones negativas –al menos vistas en retrospectiva–, al ofrecer una visión reduccionista de la República Democrática del Congo, entonces Zaire, y de África en general (jungle); y eso que la primera idea del promotor fue llamarlo «Del barco de esclavos al campeonato», una opción que el propio dictador congoleño, Mobutu Sese Seko, rechazó.
Sin embargo, la frase tenía todo el sentido para el carismático, inteligente y polémico King, porque en la venta del combate transmitió en todo momento la idea de que la pelea en Kinshasa suponía que, después de haber salido de África como esclavos, los afroamericanos volvían con gloria a través de sus mejores deportistas y músicos para reencontrarse con sus hermanos en el continente. Todo en un momento en el que un panafricanismo en ebullición buscaba la unidad entre los pueblos africanos y la diáspora, junto a la conciencia racial y el orgullo negro crecientes tras las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos y los movimientos descolonizadores en África. El relato y el negocio de la pelea se completaban con Zaire 74, un histórico festival de música en la capital zaireña con algunos de los mejores artistas afroamericanos del momento, representantes de la mejor música con raíces negras como James Brown, B. B. King, The Spinners o Celia Cruz, junto a otros artistas africanos incuestionables: la sudafricana Miriam Makeba, el camerunés Manu Dibango, o los congoleños TPOK Jazz.
¿Cómo un combate con más dinero en juego del que los estadounidenses o británicos pudieron invertir acabó celebrándose en la capital de uno de los países más pobres del mundo? La respuesta se encuentra en un totalitarismo, y en uno especialmente feroz, el del dictador del gorro de leopardo, Mobutu Sese Seko. Tres años después de que el dirigente cambiara el nombre de Congo por el de Zaire, el país atravesaba dificultades económicas, sufría una enorme corrupción y su población padecía una represión salvaje. Para Sese Seko, celebrar el combate en su territorio serviría para despistar a la población a nivel interno, espoleando, además, su sentimiento patriótico. A la vez, fuera de sus fronteras, suponía una campaña propagandística con la que proyectaba una visión positiva de un país orgulloso de demostrar que un evento de esa magnitud se celebraba en su territorio.
En su asociación con Don King, tras poner sobre la mesa diez millones de dólares para que cada uno de los púgiles aceptara pelear, Sese Seko intentó presentarse como un líder capaz de atraer a figuras internacionales para el disfrute y la promoción del Zaire, descontando el detalle de que el combate se celebró a las cuatro de la madrugada, hora local, para coincidir con el horario de máxima audiencia de la televisión en Estados Unidos.
«The Rumble in the Jungle» debería haberse celebrado un mes antes, el 25 de septiembre, pero tuvo que retrasarse porque Foreman se hizo un corte que imposibilitaba su participación a tiempo.
Además del dinero para el combate, Mobutu Sese Seko gastó ingentes cantidades en los preparativos y en el festival musical, programado para los días inmediatamente previos a la pelea. Combate y festival, protagonizados ambos por afroamericanos, servían como excusa a Mobutu para publicitar su política de authenticité, que pretendía despojar a la cultura africana de influencias coloniales. No en vano, además del nombre del país, había cambiado el suyo propio, Joseph-Désiré Mobutu, por el de Mobutu Sese Seko.
El dictador hizo de la seguridad del evento una prioridad, y las calles de la capital fueron unas de las más seguras del mundo mientras los corresponsales extranjeros estuvieron sobre el terreno. Aun así, Sese Seko no las debía tener todas consigo porque, aunque un gigantesco retrato suyo presidía el estadio, no estuvo presente en el graderío la noche del evento, sino que lo vio por circuito cerrado de televisión.
Durante las semanas previas, la criminalidad había aumentado y Mobutu, para evitar problemas, hizo encarcelar a 1.000 personas. Según el escritor Norman Mailer, que cubrió el combate y publicó un libro sobre el mismo, The Fight («La pelea»), circulaba una leyenda que decía que el mandatario había escogido a 100 de ellos al azar y los había ejecutado. El trabajo de Mailer y el documental When we were kings («Cuando éramos reyes»), dirigido por Leon Gast, que ganó el Oscar en 1997 al mejor largometraje documental, son dos de los trabajos que mejor se han acercado a aquel acontecimiento.
Ali, que murió en 2016 aquejado de párkinson, desencadenado probablemente a causa de los golpes que había recibido durante su carrera, fue uno de los más grandes deportistas de todos los tiempos. Como boxeador, además de por su fuerza, Ali, que de nacimiento se llamaba Cassius Clay, destacó por una técnica excepcional, por su velocidad y por su agilidad. Una década antes de la pelea de Kinshasa se enfrentó a Sonny Liston. Entonces, citando a su entrenador, dijo: «Floto como una mariposa y pico como una avispa», una frase que sintetizaba el estilo que le hizo popular en el ring y que le llevó a ser campeón mundial de los pesos pesados en varias ocasiones. Pero, además, Ali fue un activista por los derechos civiles y la igualdad racial. Su conversión al islam, la defensa de sus ideas y su renuncia a la guerra de Vietnam, que le llevó a la cárcel y le desposeyó de su título, le convirtieron en un icono que trascendió el mundo del deporte. «No tengo problemas con los vietcong. Ninguno de ellos me ha llamado nigger (‘negrata’)».
De esa temporada en el desierto venía Ali cuando se presentó en Kinshasa. Todos los comentaristas opinaban que sus mejores años de boxeo habían pasado. Frente a él estaba George Foreman, que asustaba con sus 40 victorias (37 por nocaut) y después de haber conseguido el título ganando a Joe Frazier, al que tiró seis veces en solo dos asaltos. Sin embargo, Ali arrasaba al de Texas en carisma. Simpático, fanfarrón, rápido verbalmente y muy inteligente, la verborrea de Ali cautivaba y provocaba la risa a quien le escuchaba, como se puede ver en la cinta de Gast. Ali se presentaba a los periodistas diciendo sin pestañear que se había preparado mejor que nunca: «La semana pasada maté a una roca, lesioné a una piedra y mandé al hospital a un ladrillo». También sabía ser encantador, y desde el primer momento hizo ver a los congoleños que era uno de ellos. «Nunca me he sentido tan feliz como cuando llegué», dijo. Del país destacó que sus ciudadanos hablaban varias lenguas, mientras que los estadounidenses «ni siquiera hablamos bien el inglés», o les decía: «Los afroamericanos no son tan buenos como vosotros. Algunos somos más ricos, pero tenéis una dignidad que no tenemos. Nosotros estamos malcriados». Los congoleños le correspondieron con un apoyo inquebrantable ante un Foreman que no entendía cómo, siendo incluso más negro que Ali, era visto como un estadounidense, mientras que Ali jugaba con los niños en la calle y siempre llevaba un séquito de locales que le decían «Ali, boma ye» (‘mátalo’, en lingala). Él no dudaba en jalearlos.
Llegó el momento de subirse al ring. Todo el mundo esperaba una pelea en la que Foreman iba a llevar la iniciativa y en la que Ali intentaría sobrevivir esperando su momento. Sin embargo, quizá Ali pensó que debía intentar acabar cuanto antes, así que salió a por todas, empleando una serie de golpes directos pero arriesgados que no hicieron daño a su rival. A partir del segundo asalto, el combate cambió por completo. Foreman atacaba con todas sus fuerzas y Ali lo único que hacía era defenderse, al principio tratando de «bailar» en torno a él y luego dejándose arrinconar contra las cuerdas, en las que se balanceaba para esquivar los golpes, encajando como podía los que iba recibiendo. La fuerza de Foreman era brutal, pero Ali encajaba los golpes y cada tanto provocaba a Foreman con frases como «¿Es esto lo que tienes para mí, George?», o «Me decepcionas. No pegas tan fuerte…». Puede que esta táctica enfureciera a Foreman, que cada vez soltaba el brazo con más asiduidad pero menos precisión a causa del cansancio. Los asaltos fueron sucediéndose hasta que se pudo observar con claridad que Foreman estaba agotado. En el octavo, Muhammad Ali vio su oportunidad y encadenó una serie de golpes que acabaron con su rival en la lona, con aspecto de no saber muy bien dónde ni para qué estaba allí.
El combate se convirtió en una de las más populares emisiones de la historia, con una audiencia estimada de 1.000 millones de personas, una cuarta parte de la población mundial en ese momento.
Ali incluyó en su palmarés «The Rumble in the Jungle». Don King se hizo con un buen pellizco económico. Los congoleños celebraron ser el centro del mundo por un día. Y Mobutu vio cómo se completaba una gran operación de marketing personal. 50 años más tarde, la fiesta en la embajada estadounidense de Kinshasa no será tan multitudinaria, pero también es esperable que sea mucho más pacífica.
Compartir la entrada "Sese Seko dio el golpe"