Siham Jessica Korriche: «Mezclarse es la esencia del ser humano»

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Siham Jessica Korriche, defensora de derechos humanos


«Nací en Madrid hace 31 años de una madre chilena y un padre marroquí. Soy activista feminista y antirracista. Trabajo en el área de política migratoria en un centro de defensa de derechos humanos. Participo en el proyecto «Somos», un espacio para reflexionar sobre la identidad».





Eres hija de dos migrantes indocumentados. ¿Cuál es su historia?

Vengo de una madre chilena que llegó a España a finales de los 80 huyendo de la dictadura en Chile. Había formado parte del movimiento estudiantil en Santiago, donde estudiaba Arte Dramático, y llegó un punto en que mi familia tenía miedo de que pudiera pasarle algo. De hecho, experimentó violencia por parte de los militares. Llegó a España y estuvo estudiando Arte Dramático en Córdoba y en Madrid. Mi familia chilena siempre se ha dedicado a la construcción y siempre ha estado muy politizada. Soy hija también de un hombre marroquí, hijo de un bereber de Nador que se casó con una chica 30 años menor que él. Desde los 14 años, mi padre hizo varios intentos de cruzar de Marruecos a España, hasta que su hermano mayor llegó a Madrid y lo arregló todo para que mi padre se quedara. Él no quería emigrar, quería quedarse en su casa, con su madre. Vino porque su hermano le prometió que le compraría una mochila para volverse a Marruecos y seguir estudiando, que es lo que él quería. 

¿Cómo se conocieron tus padres?

Esta chilena que salió huyendo de un contexto violento y este marroquí que, en realidad, no quería estar aquí se conocieron en la Plaza de Santa Ana de Madrid en el 90, se enamoraron y de ahí nazco yo. En ese momento mis padres estaban ilegales. Venían de contextos con muchísima pobreza, de dos culturas completamente distintas, tenían pocas herramientas para entenderse y tuvieron una relación muy pasional pero muy tóxica y violenta. Aquí seguían en una situación de muchísima pobreza, porque sin residencia no podían trabajar y se buscaban la vida como podían. Y de repente nací yo y 14 meses después mi hermano. Era una situación muy dura, pero dentro de esa realidad dolorosa que vivimos disfrutábamos de un contexto muy latinoamericano, con la comida, la música y las expresiones chilenas, y del contexto de mi padre, con la celebración de la fiesta del cordero y el Ramadán. 

Creciste en medio de tres culturas.

Como nací ahí, no sentía que estaba entre cosas distintas. Esa tensión cultural no la entiendes hasta que eres más mayor. Poco a poco fui también absorbiendo los códigos de Madrid y en algún momento me encontré situada en el medio de un triángulo de culturas que a veces fluían y a veces chocaban. Pero, sobre todo, lo que sentía es que aquí se rechazaban las dos culturas de las yo venía. Los profesores no querían llamarme por mi nombre, corregían las expresiones que usaba… Ahora, aunque todavía sigo construyendo mi identidad, he tomado la decisión de elegir lo mejor de los tres ­mundos.


Siham Jessica Korriche el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

¿Lo vives con paz?

Ahora todas la partes conviven bien dentro de mí, pero no fue así siempre. Se ejemplifica con mi nombre. Yo soy Siham Jessica. Siham porque mi padre insistió en que tuviera un nombre árabe y mi madre eligió el de mi prima mayor de Marruecos, porque se tenían mucho cariño. Mi abuela chilena se negó rotundamente a que solamente me llamara Siham e insistió para que me pusieran un segundo nombre, que fue Jessica, el de mi madre. Mi familia me llamaba Siham, pero cuando llegué al colegio entendí que provocaba rechazo y me veía obligada a dar muchas explicaciones, algo que no ocurría con ­Jessica, con el que nadie me cuestionaba ni me decía «qué bien hablas castellano» o «no pareces marroquí»… Utilizar Jessica me normalizaba. Así que toda la parte de Siham la dejé de lado hasta que llegué a la universidad y empecé a repensar toda mi historia. Ahora trato de vivir en armonía, abrazando a Siham y a Jessica. Para mí el movimiento es lo más natural del mundo, te hace conocer a otra gente en otras partes. Mezclarse es la esencia del ser humano. Llevamos demasiado tiempo pensando que lo que somos está correlacionado con un territorio, que la tierra en la que hemos nacido es la que nos da nuestra identidad y nuestra razón de ser, pero eso no tiene nada que ver con la realidad del ser humano. Llevamos moviéndonos desde siempre y todos somos mezcla de muchísimas cosas. Me siento chilena, me siento marroquí y española. Viví un tiempo en Portugal y tengo familia en Reino Unido, y estoy también conectada a esas partes del mundo. 

Supongo que tu dedicación a la defensa de los derechos humanos está vinculada con tu historia.

Mamé una cultura política muy rica en mi casa y la conversación sobre cómo debería ser una sociedad más justa era diaria. En la universidad empecé a militar en movimientos estudiantiles y a moverme en el asociacionismo, con la gente del colectivo Abya Yala y la asociación K­wanzaa. Me fui a Portugal y me impliqué en el movimiento feminista portugués, y cuando volví me metí en la Asamblea Feminista de Madrid, en la comisión de migración y antirracismo. Después tuve la oportunidad de encontrar un trabajo en el Centro para la Defensa de los Derechos Humanos Irídia y poner a su disposición todo lo que venía haciendo desde hacía varios años. Hago mucho trabajo en el contexto de la política migratoria, denunciando las vulneraciones que se dan en la frontera sur y peleando para que se acabe este continuo de violencia que se produce. 

Me gustaría que me hablaras del proyecto «Somos». ¿Cómo nace?

En mi tercer año de universidad dejé la carrera de Políticas. Me quitaron la beca del ministerio y no tuve manera de poder pagarme el siguiente curso. En casa estaba pasando por un momento de muchísima violencia emocional, en una situación extremadamente precaria y estuve trabajando como profesora y haciendo un montón de cosas más. Logré volver a la universidad al año siguiente, un poco más tranquila, y sentí que algo había cambiado en mí. Empecé a juntarme con dos amigas peruanas con las que conversaba sobre todo lo que estábamos viviendo y pensamos en formar una asociación. 


Siham Jessica Korriche el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


¿De qué hablabais?

De por qué en la universidad toda la bibliografía era solamente de señores blancos; de cómo para nosotras mantenernos en la carrera era muchísimo más costoso que para otros compañeros, teniendo que trabajar  para sostener a nuestras familias. Hablábamos de que estábamos cansadas, de que teníamos apenas 20 años y sentíamos que nos estaban absorbiendo la energía y las ganas. No podíamos participar en muchas de las actividades que se hacían en la universidad por las tardes porque teníamos otro tipo de responsabilidades. Teníamos la carga de ser hijas de personas migrantes o de haber migrado, de sostenernos a nosotras y a nuestras familias y luchar para poder tener una vida digna. Eso unido a la realidad racista que vivíamos en la universidad, a la relación con los profesores y con otros compañeros. Todo esto nos empujó a organizarnos y formar la asociación Abya Yala para hablar de nuestras experiencias vitales. Queríamos que toda esta realidad quedara plasmada de alguna manera. Pensé que tenía que ser a través de un libro y se ha acabado materializando en Somos. ­Relatos transfronterizos, donde se recogen las reflexiones en torno a nuestros procesos de construcción y nuestras memorias. Nos gustaría que poco a poco se fueran sumando al proyecto más historias de otra gente que encuentre aquí una vía para expresarse. 

¿Qué opinas del calificativo «inmigrantes de segunda generación»? 

Es la extranjerización constante. ¿En qué momento ya no eres extranjera? He nacido aquí, he estudiado aquí, he aprendido todos los códigos, tengo acento madrileño…, pero en el momento en que saben que soy Siham Jessica Korriche me dicen «ah, eres segunda generación». Fueron mis padres los migrantes, no yo. Pero hay una necesidad de extranjerizarnos. Y se nos ve como si no tuviéramos derecho a ser agentes de cambio aquí, a estar en órganos de poder tomando decisiones o en espacios de visibilidad creando opinión. «No tienes derecho a decirnos cómo tenemos que hacer las cosas», me dicen. 

¿Cómo se puede cambiar esta situación?

Hay días en los que pienso que no hay arreglo. Y otros en los que te diré que hay que empezar a ocupar espacios de representatividad y seguir haciendo trabajo de pedagogía: hablar, debatir y mostrar cuál es la realidad del mundo en el que vivimos. Ir cambiando esa construcción que hay del otro y de lo que significa venir de otro sitio. No somos otra cosa que la historia de la humanidad: gente moviéndose, mezclándose, enamorándose… Es nuestra naturaleza. Al final soy muy positiva y apelo a la humanidad, a la comunicación y al amor. Cuando la gente te habla y te conoce, todas estas construcciones se caen por su propio peso.   




Con ella

«Esta foto es de mi madre y mi padre a finales de los 80 en Lavapiés. Me encanta. Me quiero sentir hija de ese abrazo que le da mi padre a mi madre y de cómo mi madre está tocando a mi padre. Quiero sentir que soy producto de ese cariño. La nuestra es una historia de amor y de excepcionalidad».

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