Sonia Mankongo: «Soy una persona que ha roto sus cadenas»

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Filóloga y pedagoga camerunesa. Durante un voluntariado en el sur de su país descubrió la estigmatización y discriminación que sufre el pueblo pigmeo y decidió implicarse. «La indiferencia es cómplice», dice. Coordina el programa educativo de la ONG ­Zerca y Lejos en Camerún.

 

 

 

Sonia, ¿podrías presentarte?

Me llamo Sonia Emilie Habib Mgbatou Mankongo. Tengo cinco nombres porque nosotras, desde que nacemos, estamos determinadas por una serie de cosas entre las cuales están los nombres. Tu padre te puede dar un nombre, tu abuelo te puede dar otro… Eso si, nunca llevamos nombres elegidos por nuestras madres. Nací el 18 de abril de 1992 en un pueblo de la región del Centro de Camerún que se llama Ngambe-tikar. Tikar es una etnia muy minoritaria en Camerún. Realicé todos mis estudios, primarios y secundarios, en la región del Extremo Norte del país. Después me matriculé en la Universidad de Yaundé, donde he estudiado durante cuatro años Filología Hispánica, porque desde muy joven siempre he tenido mucha mucho interés por la cultura hispánica. Luego hice un máster en Memorias de la dictadura en África y América Latina por la Universidad de Maroua, en la región del Extremo Norte, a donde volví después de haber pasado cuatro años en la capital. Y ahora mismo estoy haciendo un doctorado sobre Memoria de la esclavitud en África y América Latina también en la Universidad de Maroua. Paralelamente he estudiado Pedagogía y soy profesora de castellano. Desde hace dos años estoy colaborando con Zerca y Lejos, al principio como voluntaria y desde hace un año como coordinadora del Programa de Educación que la organización tiene en Camerún. Ahora vivo en Yaundé, con muchos viajes entre el sur de Camerún, donde tenemos los proyectos de Zerca y Lejos, y el Extremo Norte, donde imparto cursos de castellano.

¿Por qué tu interés por la cultura hispánica?

No lo sé, la verdad. Siempre he tenido mucha curiosidad y mucho interés por lo diferente. Cuando terminé el Bachillerato tenía muchas opciones porque me encantaban los libros y la literatura, y estudiar francés, inglés, alemán o castellano. Pero quizá me abrí más al castellano y aprendí la lengua a través de sus escritores porque era lo diferente, ya que en mi país el francés y el inglés son las lenguas nacionales.

¿Qué otros intereses tienes?

Me interesa acercar a la gente la realidad del mundo en toda su diversidad, en toda su complejidad, en todas sus divergencias. Que gente de distintas partes del mundo se pueda acercar más a partir, precisamente, de los que es diferente. Que las cosas lleguen a la gente a través de los escritos, a de los relatos, a través de los viajes… Simplemente esto. Que la gente se interese por lo que está sucediendo en las distintas partes del mundo es una de las cosas que a mí más me mueve. Me gusta contar a la gente cosas sobre las que quieren saber. Y al mismo tiempo, aprender. Quiero que la gente conozca lo que ocurre en otros lugares y yo misma tengo mucha curiosidad por saber lo que sucede en otras partes del mundo.

Sonia Mankongo, el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

¿Cómo te describirías?

Me definiría como una mujer que ha roto sus cadenas. Porque en mi sociedad nacemos predeterminadas, ya orientadas hacia unos cánones de vida. Mis retos personales y profesionales han sido un acto de auto demostración, de autoafirmación, el resultado de renunciar a ciertas imposiciones, de rebelarme y buscar otras cosas.  Yo  no quiero que me determinen la vida las circunstancias ni la sociedad. A través de los estudios y educación he obtenido cierta libertad de pensamiento y  he podido decidir lo que quiero. Me veo como una persona que se ha desviado del camino al que todo le dirigía.

¿A qué estabas predeterminada?

Nací en una familia poligámica. La poligamia en nuestra sociedad es algo normal, es uno de los valores más compartidos. Nací en este contexto y conozco de cerca la experiencia de mi madre, una mujer que ha compartido su casa, que ha compartido a su marido, que ha sentido la frustración y la falta de respeto. Porque mi madre no tuvo un hijo varón. Y en mi sociedad no tener un hijo varón no está bien visto. En mi entorno familiar mi madre daba pena por la mala suerte que había tenido de que todos sus hijos fueran mujeres. Pero mis hermanas y yo empezamos muy pronto, antes de cumplir los 10 años, a afirmar y tratar de demostrar que éramos igual de valientes que si fuéramos hijos varones. Igual de inteligentes en la escuela. Igual de capaces de conseguir un trabajo, de desarrollar una carrera profesional. Igual de capaces de ser el orgullo de nuestras familias. Igual que si fuéramos hijos varones. Esa idea ha sido el motor de mi motivación, de mi profesión y de mi vida social. Nos rebelemos, porque era algo muy violento. Quizá no aparentemente, pero frustra mucho y te rompe por dentro ver a tu madre llorar. Y resulta paradójico que fue mi padre el que nos acompañó en todo este proceso. Podría habernos dicho que éramos hijas y que teníamos que casarnos pronto, pero fue todo lo contrario. Fue quien nos mandó ir al colegio. Quien nos incitaba a trabajar por nosotras mismas, el que nos animaba y pagaba los estudios. Incluso está pagando mi doctorado actualmente. Es una contradicción, pero nos enseña que aunque hay unos códigos familiares y sociales establecidos, hay un amor de los padres que a veces es más fuerte que cualquier barrera.

De alguna manera tu padre también se rebeló.

Eso es. Él también viene de una familia poligámica. Mi abuelo era musulmán, tenía tres o cuatro mujeres. Mi padre estaba con su madre siempre y yo creo que en algún momento de su vida pensó en su situación. Lo que le pasó a mi madre le había pasado también a su madre , y seguramente le afectó vivir en ese entorno machista. Los hijos no quieren ver sufrir a sus madres.

 

¿Qué es para ti la educación?

Para mí la educación lo es todo. Por la libertad que te proporciona. El mero hecho de saber leer y escribir es la puerta abierta a un montón de posibilidades. Yo he encontrado a gente adulta que no sabía ni leer ni escribir en las prisiones en las que trabajamos con Zerca y Lejos y he visto lo que les supuesto y todo lo que podrían haber ganado si lo hubieran aprendido en algún momento de sus vidas. Para mí la educación lo es todo.

¿Cómo es la situación educativa en Camerún en las zonas donde trabajáis?

Se supone que en el país hay acceso a la educación para todos de forma gratuita. Pero en la realidad no es así. Y uno de los factores por los que sigue habiendo niños y niñas sin educar en Camerún es la pobreza. Por mucho que sea gratuita la escolarización, hay que comprar libros y uniformes. Y en el momento de seleccionar, porque hay familias que no pueden mandar a todos los niños al colegio, se discrimina a las niñas, que son las que están orientadas a casarse e irse con otras familias. Al final el acceso a la educación es un lujo para muchas personas.

¿Qué recuerdas de tu infancia en la escuela?

Es anecdótico, pero una de las experiencias que me marcaron y que siempre es el día en el que no quise ir al cole. Tenía seis o siete años. Me encontraba de camino al colegio pero iba con 15 minutos de retraso. Y antes de llegar vi a un grupo de niños que también habían llegado tarde y el maestro les estaba castigando. Era la época del castigo corporal. Me fui a casa. Pero mi padre se enteró y me llevó de la mano. Otra imagen también muy fuerte  es que en mi colegio de Primaria no tenía mesas ni sillas. Nos sentábamos en el suelo. Es una imagen que puede parecer muy fuerte hoy en día. Estamos todos juntos,  sentados como una familia, compartiendo cosas como un mantel para poner en el suelo en el que nos sentábamos tres o cuatro personas. Esto hacía que nos acercáramos mucho. Son imágenes sueltas de mi niñez que guardo.

 

Sonia Mankongo, el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

¿Cómo llegaste a Zerca y Lejos?

Hace dos años un profesor de la Universidad de Maroua nos contó que estaba colaborando con Zerca y Lejos en el sur de Camerún y que para las vacaciones de verano necesitaba a dos personas que impartieran un seminario de formación para los profesores de los colegios que gestionaba la organización. Yo me propuse como voluntaria. Era la primera vez que viajaba al sur de mi país. Llegué ahí, vi la extraordinaria labor de Zerca y Lejos y empecé a conocer más al pueblo pigmeo. Cómo viven, cuál es su día a día y cómo son sus problemas. Para mí, como camerunesa, es chocante que haya sido una organización española la que me haya acercado a esta realidad. Me impactó mucho ver lo que estaba pasando en mi propio país. Los pigmeos están siendo casi esclavos de otras etnias que son mayoritarias. Mientras nosotros en la Universidad nos flipábamos aprendiendo sobre las luchas antirracistas a nivel global, hay una situación en nuestro propio país que no es tan diferente. Estamos ante una etnia que está esclavizando a otra etnia. ¿Cómo reaccionamos ante esto? ¿Cómo podemos hablar de las violencias a nivel global cuando en lo micro se te están escapando situaciones como esta? Fue una experiencia muy estimulante, muy fuerte. En aquel momento yo no podía seguir implicándome porque tenía que regresar y terminar los dos años de Pedagogía, pero en cuanto acabé quise implicarme, porque el silencio es cómplice. La indiferencia es cómplice. Para tener argumentos y poder hablar de otras cosas que están lejos hay que empezar por lo micro, hay que ponerse del lado del oprimido, siempre. No importa donde se encuentre.

¿Podrías explicarme más la situación del pueblo pigmeo?

Los pigmeos son un pueblo muy estigmatizado dentro de la sociedad camerunesa. Ser un pigmeo es casi como un insulto para gran parte de la sociedad. En su mayoría son personas que no han tenido acceso a la educación, que han vivido casi siempre en unas comunidades aisladas, retiradas de las demás comunidades bantúes. La modernización de la sociedad camerunesa ha hecho que se acerquen más, que se mezclen con las demás etnias. Pero su rol ha sido siempre el de trabajar en los campos de los demás a cambio de alcohol o un plato de comida. Se aprovechan de su fuerza, de su capacidad de trabajo y de sus cualidades lo máximo posible y no tienen casi ningún derecho. Trabajan una semana y a cambio reciben una botella de vino de 100 francos CFA. No tienen  acceso a la tierra ni acceso a la educación, porque el sistema educativo no toma en consideración las especificidades de los niños pigmeos que crecen en un ambiente diferente al de los demás niños. Son un montón de cosas muy sutiles las que este pueblo sufre en su cotidianidad. Cuando están enfermos no pueden ir a los hospitales públicos porque no tienen recursos ni el conocimiento para hacerlo. Esta es la realidad que estamos viviendo allí. Y es una pena.

¿Cuál es vuestra labor?

Yo personalmente coordino el Programa de Educación, en el que gestionamos cuatro colegios de Primaria y 21 centros  preescolares que se encuentran en los pueblos pigmeos, con métodos pedagógicos adaptados a sus realidades y a su entorno vital. Tenemos un programa de becas para los que quieren seguir estudiando Secundaria o en las Universidades en el Extremo Norte de Camerún. Hacemos sensibilización entre los padres para que lleven a los niños a los colegios y con los profesores para que vayan familiarizándose y adaptando los métodos de enseñanza a la realidad de los niños. Orientamos los sueños y las ambiciones de los que acaban Primaria y van a Secundaria, y sueñan con tener una carrera como cualquier niño del mundo. Es un trabajo de acompañamiento, de acercar la educación al que está en el rincón más lejano de Camerún, en el pueblo más retirado de la selva. Tenemos coordinadores para los centros preescolares y directores para los coles de primaria, a los que sensibilizamos sobre nuestros retos y objetos. Trabajamos juntos y les ensañemos a ser ellos mismos los propios actores de estos proyectos, que se puedan expresar libremente de alguna forma y tomen conciencia de sus derechos y  de su situación, para que tengan la posibilidad de cambiarla.

¿Cómo es un día normal en tu vida?

Me levanto a las seis de la mañana, si no ha habido ninguna incidencia durante la noche, porque tenemos los colegios y el dispensario cerca y puede venir de noche una mujer pigmea a dar a luz, que lo pase mal y haya que evacuarla. O que un profesor se ponga enfermo y haya que hacer un viaje para llevarle a un hospital de Yaundé. Puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Pero un día normal me despierto, desayuno, voy a la  oficina que está al lado de la misión, y empieza a venir gente. Padres que preguntan por lo que estamos haciendo. Padres que quieren que su  niño venga a estudiar. Un profesor que necesita algo. El director que vienen a preguntarte por alguna cuestión. Llama el inspector de Educación para pedirte un informe. Mando la información de todo lo que está pasando a los coordinadores que están en la sede de Madrid. Si necesitan un vídeo o algún tipo de información específica hablo con los coordinadores que están en los pueblos para que lo hagan. Un montón de cosas.  Termino a las cinco de la tarde. Si no ha pasado nada grave, me alegro y me voy a dormir con la satisfacción de un día más en la lucha.

¿Tienes contacto directo con los niños?

Desde que he llegado a la coordinación cada vez tengo menos, pero el  acercamiento a los niños es una de las primeras cosas que me han encantado. Son niños que están ahí en sus pueblos, sin pedir nada a nadie. Son niños que hace cinco o seis años cuando llegaba una persona extranjera se escondían. Y ahora un niño de cuatro años, cuando entras en su clase, se levanta y te dice «buenos días, señora», te saluda, le chocas la mano, te habla en francés… Es muy emocionante. Si piensas en cómo han evolucionado eres consciente del sentido que tiene este trabajo. Organizamos foros con los niños o alguna proyección de un documental y es muy emocionante escucharles debatiendo y dando su punto de vista. Preguntarles qué quieren hacer cuando sean mayores y que te digan que quieren ser profesora o médica o policía, antes era impensable, especialmente para los pigmeos. Lo habitual era que este niño pigmeo soñara con ser cazador como su padre, o pescador, o recolectar frutas durante el verano con su familia. Pero la selva está siendo explotada a un ritmo muy rápido y están perdiendo los recursos. Hay que presentarles alternativas, que puedan soñar y puedan expresar esos sueños.

Sonia Mankongo, el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

¿Qué piensan los padres de estos niños que han vivido en otra época y está viendo los cambios?

Lo acogen con alegría. Muchas veces han venido madres diciendo que su hija tiene 12 años y que su padre, o su tío, les quiere casar. Pero ellas no quieren y nos preguntan si nos podemos encargar. Se ha producido un clic y quieren algo distinto para sus hijos. Pero a otros les cuesta. Cuando le dices a un padre que no es normal que una hija de 14 años se case te dice, «es que yo me casé a los 12 años, a los 14 ya es tarde». En el trabajo de sensibilización tenemos que ser muy sutiles porque estamos atacando a un constructo muy fuerte, a costumbres que la gente ha ido construyendo durante mucho tiempo. Hay que ser muy sutil y presentar la alternativa de tal forma que anime al niño y también al padre. Tienen que sentirse implicados en estos procesos y que sean responsables de ellos. Nuestro trabajo es de acompañamiento, de presentarles las alternativas que puedan existir.

¿Eres  optimista?

Sí, claro. Si no lo fuera, no seguiría. Siempre me acuerdo del título de un libro que tengo en mi casa. Me lo regaló un amigo por las noches cuando me acuesto veo el título y me da fuerza: La luz que no puedes ver. Porque es verdad que también están esos momentos en los que te cuesta ver, pero piensas que siempre hay una salida positiva. A veces hay una luz que no puedes ver y otras veces sientes una fuerte emoción cuando alguien te llama para decirte que ha pasado por el colegio, que llegó al programa sin saber leer ni escribir y que hoy dice que quiere ser abogado, o que quiere que sus hijos estudien en los mejores colegios. Es muy emocionante. Tomas distancia y ves todo lo que ha pasado antes para llegar a esto. La única alternativa que tenemos es ser optimistas, mirar hacia el futuro y avanzar.

Al hilo de La luz que no puedes ver… ¿alguna historia de un niño o una niña que para ti sea símbolo, inspiración para seguir?

Seguramente uno de los ejemplos que nos animan mucho es la experiencia de Julianne. La tenemos mucho cariño y mucho respeto. Es una chica pigmea que llegó a la organización, se formó con los dentistas y hoy está casada con un hombre que es bantú, que no es pigmeo. Tiene hijos, trabaja, y tiene claro en su mente lo que quiere para ella y para sus hijos. Está determinada a conseguirlo todo. Ha conseguido romper el estereotipo de que por ser pigmea tiene el rol de quedarse en su comunidad y hacer lo que hacían su madre y su abuela. Se ha casado con un bantú, ha estudiado con una fuerte motivación y con el apoyo de mucha gente. Ahora mismo es una mujer que se sienta a la mesa para tener reuniones con sus coordinadores y los españoles que vienen, que puede expresarse libremente, hacer su trabajo libremente y ser el orgullo de su familia. Trabaja por su comunidad, que está discriminada en el país, y es portavoz de ella. Para mí, llegar al nivel al que ha llegado esta chica nos anima a querer tener más ejemplos como el suyo.

¿Te sientes un referente para las niñas con las que trabajáis desde Zerca y Lejos?

A veces sí. Las alumnas jóvenes me ven en este rol, las de Secundaria hablan conmigo de cómo les va en el colegio y me preguntan cómo lo hacía yo. Cuándo las de Primaria a veces me dicen que quieren estudiar para tener algún día un despacho como el mío o cuando alguna profesora me llama para que hable con su hija adolescente que está en una crisis de adolescencia como si fuera una hermana mayor, me siento un referente.

De tus viajes a España, ¿qué piensas de la imagen que tenemos aquí sobre Camerún? ¿Qué crees que deberíamos saber y no sabemos?

Me llama mucho la atención lo sorprendida que se queda la gente cuando me escuchan hablando castellano o cuando se enteran de todos los estudios que he hecho en Camerún. Veo cómo mis intervenciones van rompiendo muchas barreras sobre la imagen que se tiene de Camerún o de África en general. Mi presencia da una imagen diferente de África. Los países africanos están muy bipolarizados. Por un lado hay gente que sigue viviendo en la extrema pobreza, con muchas dificultades de acceso a cuestiones muy básicas. Y por otro, son sociedades normales, donde la gente de clase media como yo podemos estudiar, soñar, tener una carrera y abrirnos al mundo.

¿Cuáles son para ti los objetivos de la campaña de Zerca y Lejos ‘Ellas cuentan’?

El primer objetivo es dar a conocer que a muchas niñas en Camerún, por una razón de género, se les niega un derecho fundamental. Después contribuir a reducir la brecha de género a través de programas concretos como becas a mujeres que quieran seguir estudiando, reincorporar a chicas madres que han tenido que parar sus estudios porque se quedaron embarazadas, educar a todos los niños en el feminismo, sensibilizar a los padres sobre los efectos negativos de los casamientos precoces y de otras trabas culturales, y generar espacios para el empoderamiento de las mujeres.

¿Dónde te ves dentro de cinco o diez años?

Jajaja… Pues me veo en alguna universidad de Camerún o de África, removiendo las conciencias de los chavales africanos hispanistas sobre nuestro compromiso con la historia e igual de comprometida en mi lucha por los derechos humanos, el derecho a la educación para todos en concreto.

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