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En aquel tiempo residía en Sudáfrica, así que lo viví pegada a las noticias porque se trata de mi región. Yo soy de África occidental y fue terrible. Era un retrato trágico y repleto de devastación. Creo que nunca se ha vuelto a cubrir nada así, como si estuviera en completo colapso, un lugar apocalíptico. Y esto era terrible, porque siendo de allí, sabía que estaban pasando muchas más cosas de lo que se contaba en las noticias.
Fue uno de los impactos más grandes, porque los rituales son muy importantes cuando tienes que decir adiós a alguien. Es la forma de guardar luto, y el luto es necesario para poder reponerse. Cuando estos rituales se rompieron, la sociedad se encontró desorientada. Eso es precisamente lo que la profesión médica no entendió al principio. No entendió que si impides a la población llevar a cabo sus rituales, no vas a conseguir su colaboración. Así que la epidemia fue empeorando y empeorando, hasta que finalmente se entendió esta dimensión cultural y se llegó a un cierto compromiso con la población: se podrían hacer las ceremonias de despedida, pero de una forma segura. Esto fue clave para avanzar hacia el final de la pandemia.
Lo primero que te encuentras si investigas el contexto de la epidemia de ébola y cómo se desarrolló es el tema de la deforestación. Cuando se destruye el bosque, los animales que viven en él tienen que desplazarse y comienzan a convivir más cerca de los humanos. Cuando rompemos el equilibrio de la naturaleza comenzamos a ponernos en peligro, porque algunos de estos animales pueden traer consigo ciertas enfermedades, tal y como sucede con los murciélagos. Ellos transportan el virus del Ébola sin verse afectados, pero cuando el ser humano u otros animales tienen contacto con ellos, el virus se puede transmitir. Y se estima que esto es precisamente lo que pasó.
Para mí este aspecto era especialmente importante porque, como decíamos al principio, los medios cubrieron la epidemia del Ébola olvidando la humanidad de las personas, como si se tratara solo de cuerpos, como si no hubiera nada detrás de ellos. No había cultura ni historias ni amor ni vidas. Eran solo gente muriendo de una terrible enfermedad. Así que yo quería reivindicar la riqueza de las personas en cuanto a su cultura, sus creencias… Y para contar esa historia debía recoger la oralidad africana. Aunque en realidad es universal, porque todos estamos acostumbrados a esa oralidad a la hora de contar historias. Pensé que utilizando esta fórmula sería más fácil contar la historia y que la gente la leyera y sacara algo de ella.
Creo que es importante porque tendemos a vivir nuestras vidas de forma separada, pensamos en nuestros problemas y nos olvidamos del resto del mundo. A veces nos vemos obligados a ver lo que está pasando –con las noticias, la radio…–, pero se hace de una forma tan rápida y tan intensa que solo nos hace estar más enfadados. En realidad no entendemos lo que está sucediendo y nos sentimos desesperanzados. Sin embargo, cuando usas la literatura, puedes ser más profundo y desde ahí, creo, puedes ayudar a la gente a entender mejor la complejidad de lo que sucede, a ver las conexiones, incluso cuando quizás no querían verlas. Después del coronavirus, la población se dio cuenta de que hay una conexión, porque cuando se vive una catástrofe como esa, cuando nos enfrentamos a la muerte, al peligro, al sufrimiento y a la tristeza de perder a los seres queridos, las personas nos comportamos de la misma manera.
Creo que uno de los problemas en África es el nacionalismo. Pienso que con más comercio o más contactos culturales veríamos un mejor desarrollo del continente, veríamos al continente como un todo. El panafricanismo se intentó al principio pero, desafortunadamente, no alcanzó su potencial. Así que tenemos que repensar las formas de conectar nuestros países de nuevo, de tal manera que logremos convertirnos en una fuerza global.
La literatura juvenil es todavía algo bastante nuevo en el continente. Estamos en los comienzos, pero ha despegado. Lo que es importante, pienso, es crear una cultura lectora en la gente, y eso lo tienes que hacer desde la infancia, tan jóvenes como sea posible, de tal manera que disfruten leyendo libros y no estén completamente absorbidos por Internet y el mundo digital.
En el libro, la protagonista, Nina, vuelve a Costa de Marfil a enterrar a su padre y se ve confrontada con un montón de tradiciones culturales que primero tiene que entender, luego transitar y, finalmente, negociar con las personas de su entorno y consigo misma. Es una forma de mostrar el choque entre la modernidad y la tradición. Creo que eso sigue pasando mucho en África en general. Algunas tradiciones son buenas y otras deberían desaparecer, pero es una cuestión de negociación y de encontrar el camino para que se mantenga en el tiempo. Hay que entender que determinado comportamiento ha sido así durante mucho tiempo y que la única manera de cambiarlo es que las personas se convenzan de que hacer las cosas de otra manera es mejor.
Adoro mi país, pero no tanto a los políticos. Sufrimos mucho con la violencia poselectoral en los años 2010 y 2011. Hubo muchas muertes, enfrentamientos y conflictos y, en mi opinión, fue totalmente innecesario, podíamos haberlo evitado. Tengo cierta amargura, además, porque lo que pasó se hizo en nombre de «la democracia». Ahora tenemos a un presidente que probablemente se presente a su cuarto mandato, cuando solo debería haber permanecido dos, como dice la Constitución. […] No es que no sea optimista, pero estoy extremadamente decepcionada por el hecho de que se puedan hacer tantas cosas en nombre de la democracia cuando, de hecho, no se trata de democracia, sino de poder.
Sí, es un lugar muy rico culturalmente, y cuando miramos a la economía, también lo está haciendo bien. Entonces, ¿cuál es el problema? Creo que el problema es la desigualdad. Existe mucha pobreza y creo que en ese sentido podríamos hacerlo mucho mejor.
Tenemos una importante tradición. Contamos con grandes predecesores en literatura, como Ahmadou Kourouma o Bernard Dadié. Y luego tenemos a escritores emergentes o ya consolidados, como Armand Gauss o Tanella Boni, y a un montón de jóvenes autores. La poesía está siendo particularmente buena en el país. Nos encanta la poesía, tenemos una escena bastante vibrante. Diría que soy optimista sobre la literatura en Costa de Marfil y en África en general.
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