«Tenemos que ser más audaces»

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Domingo das Neves, intelectual católico


Crítico con la situación social, política y eclesial de Angola, este abogado de formación compagina la docencia en la Universidad Católica de Angola con su presencia en medios de comunicación. Atiende a MUNDO NEGRO en un centro cultural de la capital. 


Dicen de usted que es un reconocido intelectual católico. ¿Se identifica como tal?

Me identifico como cristiano católico y me siento parte de la Iglesia. Crecí en una parroquia de salesianos que me orientaron en la fe y me formaron cultural e intelectualmente. Después trabajé en el ámbito de la juventud y los derechos humanos. Todo lo positivo que tengo, además de mi familia, lo he recibido de la Iglesia, que es para mí una referencia. Formo parte de la Comisión Episcopal de las Comunicaciones Sociales, y entre 2012 y 2016 trabajé como analista en Radio Ecclesia. Ahora sigo haciéndolo puntualmente con motivo del Sínodo de la Sinodalidad. En febrero del año pasado, los obispos me pidieron dar apoyo jurídico en el proceso de reestructuración de Cáritas Angola para homologarla con los estándares internacionales de todas las Cáritas nacionales. Desde octubre soy miembro del Consejo de Dirección.



Leyéndole en redes, se le ve muy crítico con su país.

Sí, he adquirido con los años esta mirada. La beca que recibí de la Iglesia tenía como objetivo adquirir conocimientos y experiencias para que, al regresar a mi país, pudiera serle útil. Estando en Roma aprendí mucho sobre Doctrina Social de la Iglesia y colaboré con la comunidad de Sant’Egidio, lo que me ha dado lucidez para mirar la realidad de otro modo. En Angola hemos vivido 25 años dentro de un sistema político cerrado, con un marxismo declarado, una línea ideológica inamovible y un partido único donde no era posible tener un pensamiento crítico. El miedo está vivo todavía en la mentalidad de muchas personas, sobre todo en las de mi edad y más mayores.



¿Cómo es posible cambiar de mentalidad?

Creando una conciencia crítica en la ciudadanía. Nos declaramos una sociedad democrática y un Estado de derecho, pero las personas no saben bien lo que significa. Nuestra Constitución copió una cosa de aquí y otra de allá para hacer creer que hemos cambiado de sistema político, pero eso no es suficiente. En Occidente desarrollaron su democracia con los valores del humanismo cristiano, pero nosotros pretendemos construir una sociedad sin valores, por eso no puedo quedarme callado. Por ejemplo, si Angola es mayoritariamente cristiana, ¿cómo es posible que sea un país tan corrupto y tan pobre?, ¿cómo es posible que se deje a las personas comer en la basura? Algo no está funcionando, creo que no hemos entendido el Evangelio. Tenemos necesidad de ser evangelizados.



Con la Iglesia también es crítico. ¿Es una Iglesia profética?

Infelizmente no. Desde mi punto de vista, tenemos dos grandes problemas. Uno es el predominio del clericalismo: están los obispos, luego los sacerdotes y finalmente el pueblo de Dios. Si la lógica de ser Iglesia es esta, partimos de una base errónea de la que se deriva todo. Hasta en la formación del clero hay una tendencia a «hacer carrera» que a veces es más importante que el servicio que se debe dar. El segundo problema está en la coherencia de vida de todos los cristianos, desde los obispos hasta los laicos. Hay una gran diferencia entre lo que predicamos y lo que vivimos. Nos falta el testimonio de vida y nos faltan mártires. No es normal que después de 500 años de colonización y los tiempos difíciles de la guerra, donde tantas personas murieron, Angola no tenga ni un solo santo, beato o venerable.



Pero no todo es negativo.

No claro, se hacen muchas cosas buenas, pero como Iglesia tenemos que ser más audaces, tener más coraje y ser más misioneros y proféticos. El problema es que el mundo actual tiene sus exigencias y para hacer ciertos pronunciamientos, los obispos necesitarían un apoyo que creo que no tienen. Los obispos no pueden saber de todo y la Conferencia Episcopal carece de un apoyo que dé consistencia a lo que dice. Por ejemplo, si quieren hacer un análisis de los presupuestos generales del Estado, ­necesitan una base económica. Lo mismo se puede decir de cuestiones ligadas a la vida humana como la eutanasia, el tráfico de órganos o la reciente despenalización del aborto en el Código Penal angoleño. Los obispos hicieron un análisis partiendo de referencias bíblicas como el quinto mandamiento, «No matarás», pero ese imperativo moral no es suficiente para sostener una discusión jurídica que necesita una mirada ética sustentada y documentada para no tratar estas materias con superficialidad.



Usted critica la falta de protección de la infancia en su país.

Es un problema muy serio. Continuamente se escuchan noticias de abusos a niños y niñas por parte de tíos, padrastros o por los propios padres. En los conflictos en los hogares los niños son los que más sufren. En Europa nunca vi a un niño solo en la calle. Aquí, sin embargo, muchos van solos a la escuela y a veces deben recorrer grandes distancias. Tenemos las instituciones oportunas, el Instituto Nacional de la Infancia,  el Tribunal de Menores y todas las leyes necesarias, pero faltan políticas concretas. Hacer leyes es muy fácil, las copiamos de otros países y ya está, pero luego no se hace el esfuerzo para implementarlas.



¿Y la situación de los albinos?

Es complicado ser albino en Angola. Tienes que tener la suerte de nacer en una buena familia para poder sobrevivir en condiciones dignas. Existen muchos estigmas y prejuicios. Por ejemplo, hace tres años ordenaron al primer sacerdote albino de Angola y fue problemático porque incluso la Iglesia no está  preparada para acogerlo. Hemos creado un movimiento proalbino en diálogo con el Gobierno y se ha aprobado un decreto para su protección. Ahora queda ver que se materialice porque, como digo, el problema está en la implementación. Mientras tanto, intento dar testimonio. Cuando las personas albinas me ven en televisión y saben de mi posición  soy un estímulo para ellas. Esta es mi contribución y por eso sigo viviendo en Angola. Si no, tal vez me habría ido a vivir a otro país. 

 

Fotografía: José Luis Silván Sen

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