«Tu cuerpo tiene derecho a existir tal y como es»

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Adaora, ilustradora y música


«Nací en Murcia y crecí en una familia casi al cien por cien blanca. Desde pequeña me formé en danza y música. Estudié Bellas Artes y después Ilustración en Madrid, donde vivo. Me interesa la representación de cuerpos humanos racializados y poco representados».





¿Cuándo empiezas a interesarte por las artes?

Creo que el interés por lo artístico lo tiene todo ser humano desde pequeño. En mi familia, mi madre, que no pudo estudiar nada artístico por la situación en su casa, quiso apuntarnos a mis hermanos y a mí a todo tipo de actividades, principalmente danza y música. En cuanto a la ilustración, siempre he dibujado muchísimo. Tengo colecciones de dibujos a todas las edades. Creo que fue algo innato aunque mi madre permitió que tuviera espacio en mi vida. A mi padre no le hizo ninguna gracia –quería que estudiara una carrera de ciencias–, pero yo sentía que tenía que ponerme en serio con las artes.

¿Qué solías dibujar?

Dibujaba muchísimos animales. Algo muy genuino en mí es la conexión con la naturaleza, con los animales y las plantas. Me viene de familia, que es de campo y de pueblo. Mi abuelo era un señor de Cartagena que recogía gatitos y los alimentaba cuando la madre no podía. Esa sensibilidad por la naturaleza y los animales viene por parte de mi rama materna, porque la paterna –la ­africana– está borrada. Dibujaba animales, plantas y personas, siempre personas blancas. 

¿Solo personas blancas? ¿En qué momento te empezó a interpelar eso?

El momento exacto no lo sé, pero hace poco me di cuenta de que hubo un libro de cuentos que me regalaron con nueve años que me marcó. Fue Princesas, de Rébecca Dautremer, en el que aparecían princesas racializadas: negras, asiáticas… Era algo que yo nunca había tenido tan cerca. Pero seguí sin dibujar a gente negra, porque aún no lo había reflexionado. Y además quería ser blanca. Quería tener el pelo liso y que mi vida fuera más fácil, más sencilla, poder camuflarme mejor entre mis iguales. Fue una evolución, y creo que fui realmente consciente al leer un artículo en Afroféminas sobre la importancia de la representación (racial). Acabé haciendo mi trabajo de fin de grado (TFG) sobre representación en la ilustración y me empecé a empapar de referentes, mujeres sobre todo, que generaban un imaginario de personajes racializados. 

¿Qué ocurre cuando uno no tiene referentes?

Es muy importante hablar de eso. Cuando los tienes –como pasa con cualquier privilegio– no te das cuenta de lo importantes que son. Cuando no los tienes, como en mi caso, sientes que tu identidad y tu perfil personal no existen, por lo que tienes que parecerte más a otros de los que sí hay referencias. Tu cuerpo sufre muchísimo porque intenta encajar en un sitio que no le corresponde y donde no cabe que, en el caso de la mujer negra –generalizando, porque hay muchos tipos–, es el del pelo liso, la piel y los ojos claros, el cuerpo más pequeño, más bajito, más delgadito… Como somos animales tan visuales, tener referencias visuales que se parezcan a ti hace que tengas un lugar en el mundo y que tu cuerpo sienta que tiene derecho a existir tal y como es. Es básico para cualquier persona.


Adaora el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


¿Qué hiciste cuando te diste cuenta?

El TFG fue mi primer paso hacia ese intento de representación de cuerpos que no solía ver. Y me costaba. Me tenía que esforzar porque lo que me salía era pintar a gente blanca. No me salía de forma natural dibujar a gente como yo. Tenía miedo de dibujar a gente negra porque sentía que el público al que me iba a dirigir no iba a conectar con mis personajes si no eran blancos. ¡Incluso a mí misma me costaba hace unos años conectar con personajes que no fueran blancos! Estás tan acostumbrado a que la persona estándar, arquetípica, sea una persona blanca, que romper eso te hace sentir que te estás arriesgando. Da vértigo si lo que quieres es que tu obra llegue a la gente. Haciendo este trabajo para la universidad descubrí a referentes como Lidia Mba, que ilustró el libro El viaje de Ilombe del proyecto ­POTOPOTO [ver MN 623, p. 54], y que fue un gran apoyo. Y a otros como Harmonía Rosales. Ha sido un proceso en el que he pasado de tener ese rechazo interiorizado a poder, poco a poco, ir generando personajes negros, personajes que a mí me nutriría ver. Conocer el trabajo de otras personas que lo han hecho antes que yo es una gran ayuda. 

¿Qué tipo de trabajos has realizado en este sentido?

He hecho carteles para el Ayuntamiento de Murcia en los que he incluido a gente racializada. Cuando ilustro multitudes, intento que haya mucha representación de personas racializadas. También he ilustrado el segundo libro de POTOPOTO, Las hermanas Mangué y otros cuentos africanos, de la autora Alejandra (Evuy) Salmerón Ntutumu, con el que he estado en mi salsa total, porque allí todos los personajes son negros y africanos. He aprendido un montón de cosas documentándome sobre los distintos países de donde son originarios los cuentos. Ha sido una gozada porque he podido experimentar con los peinados y con la ropa. 

¿Cómo se ha representado tradicionalmente a las personas negras en España?

He visto barbaridades en anuncios terribles. Se ven muchas imágenes de gente negra en situaciones muy duras, con la intención clara de insensibilizar y con una mirada indiferente hacia esas personas. Y eso nos repercute a todas las personas negras, obviamente. A mí de pequeña me preguntaban si todos los negros éramos pobres, y yo iba después a preguntárselo a mi madre, que es blanca. A través de otro tipo de relatos y cuentos donde los personajes tienen sus vidas, sus historias, sus aventuras, se va generando otro imaginario que es muy importante para mí misma que lo hago –hacerlo es como una terapia– y para los demás, no solo para niños y adolescentes, sino también para adultos, porque creo que todos tenemos todavía esa herida. Cuento a cuento, película a película, charla a charla, poco a poco vamos construyendo la representación que necesitamos.


Adaora el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


¿Qué importancia ha tenido para ti participar en el proyecto POTOPOTO?

Ha sido todo un descubrimiento encontrar un proyecto murciano que se dedica a visibilizar referentes, a contar historias e impartir talleres en torno a lo afro y lo negro. Mi familia murciana y mi familia nigeriana están totalmente disociadas y ha sido muy importante encontrar un proyecto que me ayude a reconciliarme con eso. Mi padre –mi parte africana, nigeriana, ibo– cortó de raíz con sus orígenes, imagino que porque es muy duro estar fuera para siempre y acordarte de tu familia y tu cultura constantemente; y también por amoldarte a tu entorno pensando que de esa manera vas a ser más blanco, más europeo y más aceptado. No nos transmitió nada sobre comidas, ni bailes, ni música ni cuentos. Para mis hermanos y para mí no es fácil gestionar esto. El sitio donde hemos nacido, la cultura que hemos mamado, el lugar que despierta nuestras emociones más primarias es Murcia, pero la gente de Murcia no nos reconoce como murcianos, y tampoco tenemos nada a lo que asirnos en la cultura igbo. Mi padre murió hace siete años y ya no tengo a quién preguntarle directamente, por lo que me encuentro un poco en el limbo. Me siento muy murciana en lo cultural. Me gustan su naturaleza, su gastronomía, sus limones, su huerta… Pero tengo la voluntad de indagar en mi parte africana y ver cómo me siento. Trabajar en este libro ha sido un paso más en este sentido, porque incluye un par de cuentos nigerianos que han sido como una pequeña ancla en la cultura igbo. Son los cuentos que me faltaron de pequeña y me hacen mucho bien, me dan un pelín de paz interior. Es un proceso que está siendo bonito y emocionante.

Tienes también un proyecto musical y pronto publicarás un EP. ¿Tiene que ver con lo que estamos hablando?

Tiene mucho que ver. Surgió a partir de una experiencia traumática relacionada con experiencias racistas que he sufrido. El EP se titula Muda, porque me he sentido así durante mucho tiempo, sin voz para expresarme y poder concretar mis ideas en un discurso. Es algo que nos pasa con frecuencia a la gente que pertenecemos a minorías o a quienes sufrimos una violencia estructural de cualquier tipo. Te sientes incómoda y ves que algo no va bien, pero no tienes las palabras ni el discurso para argumentarlo. Estás muda. A veces sí encuentras las palabras, pero no hay nadie al otro lado que las entienda, y con esa incomprensión recibes más violencia. En mi proyecto tengo una canción dedicada a mi padre. Me encantaría que él hubiera escuchado alguna de mis canciones. En otra hablo del pelo. Es verdad que me sigue dando miedo y vértigo hablar de esto y que se me encasille, tanto en ilustración como en música, como alguien que solo hace cosas antirracistas. Pero seguiré intentando ser fiel a lo que quiero expresar. El arte es una forma perfecta para soltar esto y llegar a todo el mundo.  



CON ELLA

«Mi madre me regaló Princesas, de Rébecca Dautremer, cuando cumplí nueve años. Allí encontré princesas racializadas y creo que hoy soy ilustradora gracias a este libro. Me enseñó que se podía pintar a gente negra y de todo tipo. Se convirtió en un referente. Tengo un vínculo emocional muy fuerte con él».

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