Kenia: un ejercicio de censura sutil

People take part in a march called by Kenyan journalists on December 3, 2013 in Nairobi, to protest a bill voted by the parliament last month to set up a special quasi-government body to police the media, with the power to slap huge fines on journalists and outlets if they violate a code of conduct. Kenya's president on November 27 rejected the controversial media bill that critics have slammed as an attempt to muzzle the press. AFP PHOTO / SIMON MAINA (Photo credit should read SIMON MAINA/AFP/Getty Images)

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Las recientes muertes de periodistas kenianos en extrañas circunstancias han elevado la crítica de los profesionales del sector en las principales ciudades del país, que se han agrupado con el lema “Periodistas bajo asedio”. Una situación de alarma a un año de las elecciones generales.

Por Sebastián Ruiz-Cabrera

La imagen de Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, comiendo pescado con las manos en el restaurante Mama Oliech, en el barrio de Hurlingham, en Nairobi, se hizo viral en las redes sociales el pasado septiembre. El multimillonario pasó por Kenia en su gira africana, en la que además de conocer de primera mano la tecnología de la banca móvil desarrollada a través de la aplicación M-PESA, se vanagloriaba de su iniciativa con la que pretende revolucionar el mundo: Internet.org. Este proyecto quiere conectar a los dos tercios de la población mundial que no tiene acceso a la Red.

Aunque esta obra de filantropía facilite, de forma aparente, el acceso a la información, el conocimiento continúa siendo un arma sensible para el poder político y económico. Y en Kenia los comunicadores lo saben bien. Bajo el lema “Periodistas bajo asedio”, alrededor de 100 profesionales del sector se manifestaron en el centro de la capital keniana y en ciudades como Kitale, Eldoret y Nakuru a primeros del mes pasado. Las protestas se produjeron un día después de que asesinaran al reportero gráfico independiente Dennis Otieno, un suceso que sus colegas atribuyen a las investigaciones sobre corrupción que estaba realizando. Semanas antes, John Masha, un periodista del diario Standard, moría envenenado.

Las sospechosas muertes se enmarcan en un clima cada vez más hostil para los profesionales de los medios en Kenia. El país –que tiene una larga historia de asesinatos políticos– se encuentra en el puesto 95 –de 180 naciones– en cuanto a libertad de prensa, según la ONG Reporteros Sin Fronteras. En comparación con la vecina Somalia, donde más de 40 periodistas han sido asesinados desde el año 2009, o Etiopía, donde los periodistas y blogueros son encarcelados regularmente por cargos de terrorismo, el asedio de la prensa en Kenia es más sutil.

La Constitución de 2010 contenía varios artículos referentes a la libertad de expresión y al derecho a la información. Sin embargo, el Gobierno introdujo una serie de leyes que atentaban contra la autorregulación y permitían fuertes multas y penas de cárcel a los periodistas. Unas leyes redactadas inmediatamente después de que el presidente, -Uhuru -Kenyatta, fuera elegido en 2013 y de que fuera acusado, junto a William Ruto, por el Tribunal Penal Internacional (TPI) por crímenes contra la humanidad: un caso cerrado, por cierto, por falta de pruebas.

La UNESCO señala que en África solo cinco de los 131 crímenes contra periodistas ocurridos entre 2006 y 2015 han sido llevados a los tribunales.

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