Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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A tan solo tres kilómetros del distrito metropolitano de Accra, donde se encuentra la Plaza de la Independencia, el Accra Sports Stadium o el parque conmemorativo del padre de la patria, Kwame -Nkrumah, está el barrio de Labone, prolongación del turístico Osu, donde se concentran locales de ocio, bares, restaurantes, comercios y la calle más popular de la ciudad, Oxford Street, conocida como el West End de la capital ghanesa por su ajetreada actividad nocturna. Labone es un barrio residencial, con urbanizaciones de gente acomodada, embajadas y sedes de multinacionales. Allí se localiza el Bambo´s Adventure Park, un recinto al aire libre en el que familias y grupos de amigos se divierten disparándose bolas de pintura, jugando partidos de fútbol-burbuja o chutando a una diana gigante. Justo allí, al otro lado del muro del Bambo´s, el coreógrafo Michael Kweku Sarpong ha levantado junto a un equipo de educadores un proyecto que está salvándole la vida a decenas de niños: el Ghetto Studio. MUNDO NEGRO estuvo allí para conocer la iniciativa y la historia de su fundador.
Michael Kweku Sarpong, al que todos conocen como Eflex, nació y creció en Kumasi, la Ciudad Jardín, la capital de la región Ashanti. «En la escuela jugaba al fútbol como portero. Mi padrastro era futbolista. Pero lo que me hizo realmente famoso fue la danza. Con ocho años ya bailaba. Me encantaba. Mi madre también bailaba», cuenta con cariño. «Mi familia era pobre, muy pobre».
Cuando tenía 15 años, su padrastro murió. Fue un duro golpe para la economía familiar que le impidió seguir estudiando, así que tomó dos decisiones: marcharse de casa y apostarlo todo al baile. «Le dije a mi madre que me dejara intentar desarrollar mi talento, me marché a Accra y empecé a vivir en la calle». Se convirtió de la noche a la mañana en un adolescente sin hogar que pasaba las noches en el cementerio, en azoteas, en patios o en coches, y que de día perfeccionaba sus habilidades con el baile. Se situaba en calles concurridas y daba pequeños espectáculos para entretener a los transeúntes. El poco dinero que recibía le permitía mantenerse y comenzó a enseñar a bailar a otros chavales. Fueron años sobreviviendo en la gran ciudad. «Era muy duro y lloraba por el hambre que pasaba. Pero nunca me rendí. Siempre tenía esta idea en mi mente: no hay comida para el hombre perezoso».
Cada día que pasaba, Michael era mejor bailarín, su fama fue creciendo en el ambiente artístico suburbano y comenzó a participar en competiciones de danza y en realities de televisión que le hicieron mucho más conocido. Con el dinero ganado, alquiló su primer apartamento en un slum de Accra. Tenía 17 años.
Hoy Eflex dobla esa edad y es un reconocido coreógrafo que ha recibido galardones, ha actuado junto a grandes artistas, ha participado en películas y protagonizado anuncios publicitarios premiados, ha viajado a otros continentes y recibe a alumnos de diversas partes del mundo. Sobre su pecho brilla un colgante que dice «I´m azonto» («Yo soy azonto»). «Este colgante es muy especial para mí. Soy una de las personas que más está impulsando el azonto en Ghana. Aunque mucha gente lo desprecia y lo ve como algo del pasado, yo lo reivindico. Es nuestra danza».
El azonto es un baile con un origen poco claro. Una de las teorías sostiene que se gestó en las calles de las localidades costeras de Ghana y se expandió por todo el país. También se habla de que nació en los coros de las iglesias cristianas. Lo que es seguro es que ha cruzado fronteras y es un género en auge. Como describe el colaborador de MN Chema Caballero, asiduo visitante del país, «es una forma de comunicación, un lenguaje no verbal que describe trabajos, estados de ánimo o sentimientos, sin perder el sentido del humor que caracteriza a las gentes de África -occidental». Consiste en una serie de movimientos con los que se quiere transmitir un mensaje. A través de la flexión de las rodillas, el giro de caderas y el veloz movimiento de los brazos se representan actividades de la vida cotidiana como hacer una llamada con el móvil, planchar, conducir, asearse o rezar. El sentido del humor que menciona Caballero es evidente al visitar la cuenta de Instagram @eflexgh –con cerca de 90.000 seguidores– y reproducir cualquiera de los vídeos que ha producido el coreógrafo junto a su equipo de profesores de baile, sus alumnos y los colaboradores responsables de la realización y el montaje.
«Es una bendición ver hecho realidad mi sueño de promover la cultura de Ghana a través de la danza», dice Sarpong, aunque su idea va mucho más lejos. En el momento en que su vida se fue estabilizando y se iba haciendo un nombre en los círculos de danza del país, sintió la necesidad de devolver a la comunidad lo que estaba recibiendo, de hacer algo por otras personas. Fue contratado como profesor de danza en una escuela y con el dinero que ganaba comenzó a pagar las matrículas de siete niños que estaban viviendo en la calle. «Mi objetivo era alejarles de las drogas y que recibieran una educación que pudiera ofrecerles un futuro mejor».
Mientras el proyecto iba tomando forma, a 8.700 kilómetros de allí, en un hogar de Suecia, una madre le preguntaba a su hija adolescente en el día de su cumpleaños por su mayor deseo. La joven, que seguía a Eflex a través de las redes sociales, contestó que lo que más quería en el mundo era ir a su escuela y bailar con él. Y recibió ese regalo. Poco tiempo después, durante una estancia en Zimbabue, la aspirante a bailarina sufrió un grave accidente cuyas secuelas le impedirían volver a bailar, según concluyeron los médicos. Al enterarse de la noticia, Eflex decidió visitarla. «Yo estaba convencido de que hay un médico que está por encima de todos los médicos: el baile». Con empeño y paciencia, logró que la joven volviera a bailar. La madre quedó tan asombrada y agradecida que quiso recompensarle de algún modo. Él le habló de su trabajo con los niños en situación de calle y ella decidió apoyarle económicamente durante los siguientes tres años, lo que permitió a Eflex ahorrar para la siguiente fase del proyecto: juntar a los niños con su grupo de alumnos en un centro comunitario y desarrollar un programa integral que conjugara las clases de baile con la educación y el apoyo psicológico, además de ofrecerles un lugar donde dormir y comer caliente.
Con mucho esfuerzo, varios cambios de emplazamiento y la llegada al proyecto de otros jóvenes educadores interesados por el arte y sensibilizados con el problema de los niños de la calle, consiguieron crear el Ghetto Studio y poner en marcha el programa -«Dance 4 Change» (Baile para el cambio). «Algunos de estos chicos vienen de hogares rotos y sus padres han dejado de responsabilizarse de ellos. Otros incluso son huérfanos. Cuando viven en las calles con frecuencia acaban prostituyéndose para poder comer y sufren abusos. A su edad no tienen claro lo que está bien y lo que está mal. Se fijan en otras personas que parecen tener una buena vida y hacen lo que sea para conseguirla, y así es como empiezan a robar o a trapichear con droga. Y muchos de ellos acaban consumiéndola», explica Eflex, que vivió este problema de cerca. «Mi hermano entró en el mundo de la droga. Imagínate cómo se sentía mi madre que, después de perder a su marido, trató de hacer lo mejor para nosotros. Se sentía como si fuera la peor madre del mundo. El consumo de droga es un problema grave para la gente de mi comunidad, pero no los culpo. Es consecuencia de los hogares rotos y la falta de oportunidades. Ahora no es fácil vivir en Ghana».
Los últimos datos recogidos por el Gobierno de Ghana y las organizaciones defensoras de los derechos de la infancia estiman que hay -alrededor de 60.000 menores en situación de calle tan solo en Accra.
El coreógrafo y bailarín Edmund Boateg es socio de Eflex en el proyecto y uno de los responsables de la formación artística en el centro comunitario. De este trabajo se benefician menores que estaban en situación de calle y otros interesados en este mundo. «Abordamos muchas artes ligadas a la danza en Ghetto Studio. Tenemos pinchadiscos, músicos, estilistas, realizadores de vídeo… y por supuesto bailarines y coreógrafos. Los que llegan al centro eligen qué es lo que quieren aprender. Producimos vídeos que difundimos en las redes sociales y actuamos en Accra, en Kumasi y en otras localidades».
Eugenia Quarshie tiene 18 años, llegó a Ghetto Studio como alumna y ahora se está formando como profesora. «Conocí a Eflex en Instagram. Vine al centro con una amiga para grabar un vídeo y el lugar me fascinó. No solo se enseña a bailar azonto, sino todo tipo de danzas tradicionales que yo quería aprender. Es muy buen profesor, promociona a los niños que están aprendiendo y les orienta para darse a conocer. A mí me está enseñando a enseñar».
Uno de los profesores de percusión, Francis Newman, es también uno de los educadores que recorren Accra para hablar a los chicos sobre la existencia del centro e invitarles a unirse a la comunidad. «Algunos siguen viviendo con sus padres, pero los envían a las calles para que consigan dinero. Muchas niñas caen en la prostitución y a menudo los niños venden droga. Algunos se dedican a la venta de todo tipo de productos en los atascos de la ciudad. Hablamos con ellos, intentamos convencerlos para que vengan. Queremos que sean libres. Si no lo hacemos nosotros, nadie lo va a hacer. También les damos dinero para que puedan ir a la escuela. Intentamos hablar con sus padres y hacerles cambiar de mentalidad, que piensen en el futuro de sus hijos».
El proyecto sigue creciendo y cada día llegan nuevos niños que quieren aprender a bailar o cambiar de vida. Con las clases que Eflex imparte fuera del centro se financian las actividades y se paga la matrícula escolar a 13 menores. «Cada día es un reto con nuevas experiencias. A veces son buenas y a veces son malas, pero depende de cada uno transformarlas en algo positivo. El proyecto va bien. Lo que encuentra la gente aquí es amor. Cocinamos juntos, nos divertimos, jugamos, bailamos, conversamos y compartimos nuestras emociones». Aun así, no se conforma y aspira a disponer de un espacio más grande en el que construir una gran escuela de artes, con un estudio de danza mayor, instalaciones bien acondicionadas para que los menores sin hogar puedan alojarse y un auditorio donde el público pueda ver sus actuaciones. «Con cualquier tipo de ayuda estaremos muy agradecidos. No es fácil para una persona luchar contra la calle cuando está sola. Es más fácil cuando estamos unidos y nos apoyamos unos a otros». Lo sabe porque lo ha vivido. Ha encontrado en el baile y el arte el medio para construir su propio futuro y ahora lo utiliza para que otros sigan sus pasos.
«Eflex, ¿qué sientes cuándo bailas?», le preguntamos. «Me siento como un dios. Dios crea y nosotros también creamos. En el momento en que estamos bailando, somos la voz. Podemos hacer que toda la audiencia se ponga a dar palmas al unísono mientras experimenta felicidad. Cada vez que escucho un tambor, me siento un ser humano diferente y mis movimientos cambian. Siento que empiezo a hablar con el corazón».
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