Un paseo por Kampala

paseo por Kampala

en |

Impresiones (fotos y anotaciones) para un cuaderno de viaje

Texto: Gonzalo Gómez

Fotografías: Javier Sánchez Salcedo

¿Qué anotaciones haría, qué fotos sacaría un ugandés que aterrizara en Barajas y se trasladase al centro de la ciudad con una cámara y una libreta? (Si alguien lo hiciera nos encantaría recibirlas; seguro que nos sorprenderían). Las rutinas embotan los sentidos y de tanto mirar, o mejor, de tanto haber visto, espacios y cosas se cubren de transparencias. Lo suyo sería poder, de vez en cuando, usar las gafas del niño –esas que permiten ver con emoción diez veces la misma película–, las del poeta ocioso o las del extranjero. Pero recuperar esa primera mirada es imposible al igual que ningún sorbo sabe como el primero. A lo mejor por eso viajamos, para recuperar la mirada sencilla del que solo contempla. ¿No anotamos, no sacamos fotos para intentar fijar esa primera mirada atenta y curiosa? Lo que sigue no son más que eso: apenas impresiones. No la mirada nativa o experta. Impresiones para un cuaderno de viaje.

OLORES

Todo comienza con un olor. Y rápidamente termina, porque los olores son lo primero a lo que uno se acostumbra: madera, humo y gasolina quemada. Kampala está rodeada de colinas y desde ellas el aire da testimonio de miles de fogones en los que se cocina con leña o carbón vegetal. Abajo, en el centro, rugen las motos con todos los coches que no quisieron Japón y Europa. También lo hacen sus tubos de escape.

SILLAS DE PLÁSTICO

El mismo modelo en el que te tomas una cerveza en una terraza de verano. El que suele haber en piscinas y jardines. La típica silla con brazos que has visto cien millones de veces. En Kampala están diseminadas por la ciudad, a menudo como puesto o descanso de vigilantes armados de todo tipo –que los hay de todo tipo–: vigilantes apoltronados, aburridos, atentos o adormilados sobre su escopeta, tratando de superar la noche, con el respaldo apoyado en la luna de un comercio privado.

UNA SIESTA SOBRE UN ÁRBOL

Es bien sabido que ugandeses, y africanos en general, hacen buena parte de su vida en la calle. Esto supone un uso del espacio público para fines que en otros lugares estaría confinado a la privacidad de la casa propia. Por ejemplo, el descanso; por ejemplo, echar una siesta. Ver a gente dormida, tumbada o acuclillada en esos pequeños espacios de hierba que separan una tapia de una carretera no es extraordinario; ni ver a un joven, en una posición para muchos imposible, echándose una siesta sobre las ramas de un árbol.

UN CONTROL PARA PEDIR UNA PIZZA

Una de las modalidades de los muchísimos vigilantes uniformados con los que uno se cruza en Kampala son aquellos que, con un detector de metales y un leve cacheo, controlan la entrada a determinados lugares. Uganda es objetivo terrorista de Al Shabab a raíz de la participación de su ejército en Somalia y un grave atentado hace años en Kampala hizo que proliferaran estas medidas. La mayoría, pese a la fiereza a la que apelan sus armas, son receptivos a la sonrisa y al buen humor.

UNA PASARELA JUNTO A LA CARRETERA

Como caminar por el más gentrificado de nuestros barrios. Los ugandeses, sobre todo las ugandesas, no dejan nada al azar en cuestión de estilo. Caminar por la zona más céntrica de Kampala es asistir a los más variopintos y elaborados estilismos. Ropa cuidada y bien llevada; colores y combinaciones; peinados exactos y también pelucas. En la zona comercial proliferan los escaparates con maniquíes. Algunos acumulan más de 50 muñecos hombro con hombro.

TODAVÍA CABE MÁS GENTE, ESTO ES UN MATATU

Otro clásico de los transportes públicos africanos: los matatus. Se trata de unas furgonetas estrechas importadas de Japón de 12 plazas. En ocasiones llevan hasta a 16 personas dependiendo de la pericia –-imprudencia es otro modo de verlo– de la persona que, asociada con el conductor, viaja a menudo con medio cuerpo fuera y va invitando a potenciales pasajeros. Él se encarga del cobro y anuncia el itinerario. ¿Que ya hay tres o cuatro personas en su fila? No importa, si no nos podemos apretar más nos sentamos encima de alguien. Ningún problema. Aquí el mayor conflicto se da por la competencia con otros colegas. Las triquiñuelas para robarse los clientes entre los matatus, y sus consiguientes discusiones, están a la orden del día. Un consejo: subirse cuando el vehículo está casi lleno porque si no, conductor y «puerta» dedicarán tantos esfuerzos a llenarlos que es posible que llegues tarde a tu destino.

ATAR COSAS

Como aventajados scouts, muchos ugandeses son capaces de atar con pericia las cosas más inverosímiles: una moto al portabultos trasero de otra moto, un frigorífico a una bicicleta, todo tipo de mercancías sobre la cabeza… Destrezas y cuerdas. Soluciones reales a problemas cotidianos. También pañuelos, como aquellos con los que madres ugandesas atan sus bebés a la espalda. Lo que en España son prendas bastante caras, aquí son un par de telas bien anudadas.

RÉCORD

Cuatro niños en una bicicleta. Cinco personas de una familia en una moto.

MÁS SOBRE MATATUS

Pegatinas en los matatus y otros transportes. Desde citas bíblicas: «No tengas miedo porque yo estoy contigo», del profeta Isaías, a un álbum de fotos de malos malísimos en un matatu adornado con las fotos de –atención–: Sadam Husein, Gadafi y Bin Laden.

NO TODO VA A SER IKEA

Taller, exposición y venta de muebles en las calles. Parece un negocio boyante a juzgar por la oferta. Sobre todo de camas y sillones. Camas robustas, de madera, con apariencia de durabilidad para toda una vida. Sillones enormes, diseñados para transmitir una promesa de confort, no para combinar con el paisaje en una revista de diseño de interiores.

PLATAFORMA ÚNICA

La revolución del espacio en dos metros cuadrados. Hay calles en la zona comercial de Kampala en las que conviven en un mismo espacio motos, matatus, ciclistas, vendedores ambulantes y viandantes. Literalmente conviven, lo que significa a veces saltar por encima o ser atropellados. ¿Enfadarse? No. ¿Para qué?

UN PUZLE

Eso parece Kampala: un rompecabezas lleno de piezas de distintos rompecabezas. Una zona rural, un edificio de un barrio cosmopolita, una terraza pija y un suburbio; aceras y hierbajos; gasolineras y marabúes; naves industriales y calles con aparcamiento restringido. Todo mezclado. Desde el mirador de la mezquita parece un puzle de piezas que no acaban de encajar. Pero también algo orgánico y vivo. Me gusta Kampala.

Colabora con Mundo Negro

Estamos comprometidos con la información sobre África

Si te gusta lo que hacemos, suscríbete a nuestra revista o colabora con nuestro proyecto