Un relevo tranquilo en un Sahel turbulento

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Si el año 2020 dejó en África occidental dos malas noticias en forma de violentas crisis poselectorales en Guinea y Costa de Marfil, heridas que llevará tiempo restañar y que suponen un serio retroceso democrático en la región, este 2021 ha comenzado con un buen augurio. Níger, un país salpicado de golpes de Estado en su historia reciente, atraviesa un vibrante proceso electoral marcado por un hecho clave: el presidente Mahamadou Issoufou, agotados sus dos mandatos, dio un paso a un lado y abrió la puerta a un relevo tranquilo, todo lo contrario de lo que hicieron Alpha Condé en Guinea y Alassane Ouattara en Costa de Marfil, que metieron a sus países en un oscuro callejón.

Las elecciones presidenciales se celebraron en Níger el 27 de diciembre del año pasado, pero no fueron concluyentes y habrá que acudir a una segunda vuelta entre dos candidatos, prevista para el 20 de febrero. El primero de ellos es Mohamed Bazoum, de 61 años, quien ha sido ministro de Exteriores, de la Presidencia y, durante los últimos cuatro años, de Interior. Designado por el Partido Nigerino por la Democracia y el Socialismo (PNDS), la formación en el poder, representa la continuidad de la labor desempeñada por Issoufou y encabeza la herencia de la izquierda reformista nigerina. Obtuvo casi el 40 % de los votos.

Frente a Bazoum está el también veterano político Mahamane Ousmane, de 71 años, quien ya fue presidente del país entre 1993 y 1996 y que en estos comicios logró un 17 % de las papeletas. La exclusión del opositor Hama Ousmane de las elecciones tras la invalidación de su candidatura por el Tribunal Constitucional debido a su condena por un presunto tráfico de menores –un polémico asunto en el que muchos han visto un claro ejemplo de persecución política– dejó el camino expedito a Mahamane Ousmane para convertirse en el referente de la oposición. Los principales candidatos derrotados en la primera vuelta le han prometido su apoyo, lo que le convierte en un serio rival para el oficialismo.

Pero más allá de quién se alce finalmente con la victoria el próximo 20 de febrero, el buen augurio es que las elecciones han transcurrido, hasta ahora, dentro de los cauces democráticos y sin violencias ni fraudes significativos. Y es que Níger, igual que el resto de la región, necesita gobernantes sólidos y legitimados por este tipo de procesos para hacer frente a desafíos enormes. Este país se ha convertido en una pieza clave para la búsqueda de soluciones a tres de los mayores retos a los que se enfrenta el Sahel en este siglo XXI: la respuesta al cambio climático, las migraciones y el avance de la locura yihadista, que cada vez envenena más las relaciones intercomunitarias.

Los recientes ataques sufridos en este país africano, entre ellos la cruel matanza de un centenar de civiles en dos aldeas de la región de Tillabéri a principios de enero, no son sino el sangriento recuerdo de que Níger se asoma a un abismo de inestabilidad y violencia por el que ya han caído Malí y Burkina Faso. La tarea primera de sus gobernantes es evitarlo.



En la imagen: Propaganda electoral de Mohamed Bazoum en Niamey, la capital nigerina, en la que el PNDS apuesta por la continuidad. Fotografía: Issouf Sanogo/Getty



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