Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Siendo muy honesta, tengo muy pocas aficiones. Lo que me apasiona es la idea de progreso en general, pensar que cada vez más personas van a vivir bien, que dentro de 30 o 40 años en África va a haber muchísima gente que va a vivir bien, que tendrá innovaciones tecnológicas, ciudades estructuradas y que los jóvenes van a poder ir al colegio.
He crecido con las historias de mis padres sobre el continente. Mi madre se mudó a Costa de Marfil con 35 años. Había viajado antes por algunos países y estuvo varios años allí trabajando en cooperación. Montó una pequeña ONG médica. Y mi padre, que es de Costa de Marfil, estaba estudiando en la universidad cuando se conocieron. Vinieron aquí y vivieron muchas cosas, entre ellas la crisis económica y la ley de extranjería. Yo he tardado muchos años en conocer el continente africano, pero he crecido con todas las historias que me contaban y con mi padre hablándome mucho de Costa de Marfil. Creo que por eso siempre dirijo la mirada hacia África. Además, porque personalmente siento que estoy en deuda con el continente por todas las oportunidades que tengo. Siento que tengo que caminar para ellos y con ellos.
La primera persona que fue una inspiración para mí fue Barack Obama. Cuando eres pequeña y afrodescendiente parece que todo es un no, que no vas a poder conseguir hacer nada, porque no tienes referentes. Siempre te dicen: «Vuélvete a tu país», y lo que ves es que la mayoría de la gente que se parece a ti se encuentra en una situación precaria. ¿Qué sueñan los niños afrodescendientes? Si les preguntamos, responderán que quieren ser futbolistas, cantantes o políticos, porque son los principales tipos de referentes que tenemos. Grandes políticos como Barack Obama, Martin Luther King, Malcolm X, Nelson Mandela, Winnie Mandela, Tomás Sankara…, intelectuales y políticos que sí forman parte de la historia común y de los currículos educativos que, por suerte, hemos estudiado. Referentes revolucionarios y transformadores que, en momentos de máxima vulnerabilidad y de injusticia absoluta, transforman el sistema. Y luego conocemos a los futbolistas, a los jugadores de baloncesto, alguna tenista, atletas y cantantes. Pero cuando ves a un presidente negro gobernando Estados Unidos, piensas que puedes ser cualquier cosa. Otras personas que me han inspirado mucho han sido Aya Chebbi, que fue Enviada Especial de la Unión Africana para la Juventud, y también mi abuela, que viajó por todo el mundo y es un ejemplo de superación y transformación para mí.
Si miramos las facultades y el porcentaje de jóvenes negros africanos en ellas, hay muchos en las de ciencias sociales. Creo que somos comunidades con mucha necesidad de transformar nuestro entorno porque, o bien crecemos viendo cómo nuestros padres pasan dinero cada mes a las familias, y ves que hay una necesidad de retorno, o bien crecemos con padres pasándolo mal, o crecemos muy alejados de nuestras culturas y percibiendo el rechazo por ser africanos. Porque, ¿quién quiere ser africano aquí? Nadie quiere. Hay una narrativa que minusvalora todo el tiempo lo africano. Ves las fotos de la gente llegando en patera y tú no quieres ser esa persona. Cuando eres pequeña no quieres que te relacionen con esas personas, lo que quieres es ser la guay de la clase, quieres que la gente te quiera, que te inviten a los cumpleaños. Y los de las fotos no parecen el tipo de personas a los que invitan a los cumpleaños. Pero cuando creces, hay algo que cambia. Tomas conciencia y ese rechazo que sentías se convierte en furia, pero una furia positiva que te dice que hay que cambiar esto, que hay que transformar el sistema, reformar todo lo que no está funcionando. Creo que este sentimiento es algo que nos une mucho a los afrodescendientes.
Desde pequeña en mi casa se me ha animado mucho a reflexionar sobre las desigualdades sociales. En mi familia siempre ha habido voluntad de dedicarse a la causa social y aportar su grano de arena al mundo. Primero quise ser médica. Luego, juez por los derechos de los niños. No sé por qué me dio por ahí. Después quise ser política, y más tarde diplomática. Ahora lo que quiero ser es académica. Por eso vine a Madrid a estudiar Relaciones Internacionales. Desde el primer momento decidí especializarme en África, por lo que elegía el continente cada vez que tenía que hacer un trabajo en la facultad. Al final me he especializado en el Sahel y en el conflicto en Malí.
El germen está en 2017, con un grupo de amigos, algunos de mi grupo scout, otros de la comunidad de Sant’Egidio, que conocí en unos encuentros de paz, y otros de la universidad. Queríamos crear un centro de juventud en Malí. Habitualmente, después de clase, nos íbamos a tomar una cerveza y nos dedicábamos a hablar sobre el mundo. Era algo que podíamos hacer de una forma segura y queríamos que otros jóvenes tuvieran también un espacio seguro donde poder hacer lo que les diera la gana y hablar sobre su historia, sobre sus formas de organización o sobre la democracia. Así que empezamos a investigar sobre Malí y comenzamos un proyecto. Creamos un blog, organizábamos charlas, hacíamos pulseras y las vendíamos para recaudar fondos… Queríamos viajar a la ciudad de Sikasso, al sur del país, para contactar con jóvenes interesados en tener este espacio y trabajar con la comunidad para tener un intercambio con ellos y ayudar a los jóvenes a reforzar su liderazgo. Pero Malí estaba en plena escalada del yihadismo y era peligrosísimo que un grupo de chavales fuera hasta allí. Así que cambiamos de planes, sacamos una revista con ideas positivas sobre África y creamos un grupo con jóvenes de aquí y otro, a distancia, con jóvenes de allí. Empezamos a organizar cursos de verano y creamos el proyecto más fuerte que hemos tenido hasta ahora, Ayoka Fellowship, financiado por Casa África.
Hemos conseguido hacer converger a jóvenes europeos de varias posiciones ideológicas y, después, con jóvenes africanos. En general, somos personas con sensibilidad social. La organización necesita ser virtual porque algunos estamos en Madrid, otros en Barcelona, en Canarias, en Andalucía, en Nigeria, en Ghana, en Costa de Marfil y en Kenia. No hay forma de no ser virtuales. Somos un núcleo de ocho personas y hay un grupo de unas 20 muy activas. Junto a las personas afiliadas, con las que vamos haciendo cosas, somos unas 300 personas.
Aparte de diferentes publicaciones que hemos sacado, hemos organizado tres cursos de verano en los que han participado personas relevantes como la presidenta de la región de Nuakchot o directores generales de la Unión Africana, que se han sentado a hablar con jóvenes activistas. Hemos becado a diez jóvenes que tienen proyectos sociales muy diversos. Por ejemplo, el de Víctor, un joven refugiado del Congo en Uganda que ha creado una start-up para transformar su campo de refugiados en un barrio. Además, está apoyando a muchos otros jóvenes para que tengan las herramientas necesarias para emprender y generar una economía local. Tampoco se olvida de trabajar con las comunidades históricas de la región, para que no haya segregación entre barrios. Luego está Mike, de Kenia, que durante la pandemia, como la gente no podía salir de casa, digitalizó toda una serie de servicios para evitar una crisis en su comunidad. O Amtu, representante de estudiantes en Ghana, que tiene una plataforma llamada She Lead para promover la entrada de mujeres jóvenes en política. Además estamos en contacto con otros jóvenes de movimientos sociales y activistas climáticos en Malí. Al final, se trata de jóvenes apoyando a jóvenes. Son pequeñas victorias, una base desde la que seguir trabajando y creciendo.
En diez años creo que me encantaría estar haciendo de consultora para gobiernos africanos. Me encantaría estar apoyando a los países africanos en asuntos de paz y de participación ciudadana.
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