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P. Juan A. Fraile Gómez, desde Magambe (RDC)
El 5 de mayo regresé a República Democrática de Congo (RDC) después de 10 años de ausencia. Kinshasa me pareció más caótica de como la recordaba, con unos atascos terribles y la gente jugándose el tipo para cruzar las avenidas entre motos y coches. He trabajado en RDC más de 12 años y seis meses lo hice en la capital, pero creo que hoy me costaría adaptarme a este ritmo frenético, por eso admiro a mis compañeros que realizan su misión allí.
En Kinshasa saludé a los antiguos compañeros y a jóvenes que tuve la suerte de acompañar durante sus primeros pasos de vida misionera y que ahora son sacerdotes combonianos trabajando con gran empeño. También saludé al P. Enzo Bellucco, a quien vengo a sustituir como padre maestro del noviciado.
Una semana después, tomé un vuelo interno de más de 1.600 kilómetros que me llevó hasta Isiro. No visitaba la ciudad desde 2008 y la vi muy mejorada. Las calles de tierra batida están limpias, son anchas, no tienen baches e incluso algunas cuentan con iluminación gracias a farolas alimentadas con paneles solares. También han arreglado la carretera que va desde Isiro a Ariwara, muy cerca de la frontera con Uganda, y el tráfico de camiones está favoreciendo que prospere el comercio y se desarrolle la zona. Si las carreteras son buenas, el país saldrá rápidamente de la crisis porque la gente es trabajadora y tiene ganas de progresar.
En Isiro se encuentra la parroquia de Santa Ana y muy cerca, en medio de la selva, el noviciado de Magambe, donde voy a residir. En ambas comunidades viví hace años, y para mí volver aquí es regresar a casa. El domingo me reencontré con muchos conocidos y concelebré la misa en rito congoleño, asombrado porque la lengua lingala me venía a la cabeza sin hacer grandes esfuerzos. Yo, que pensaba que la tenía olvidada, veía cómo de repente salían de mi boca palabras que creía perdidas para siempre. Tuve la sensación de que solo había estado ausente unos meses.
Lo mismo me ocurrió la semana siguiente, cuando visité la parroquia de Mungbere, situada a 140 kilómetros de Isiro, donde ejercí como párroco durante tres años y medio. Fue increíble. Pude llegar en autobús público en apenas dos horas y media. La carretera de tierra está agrandada y es muy diferente al infierno de barro y baches que había conocido antaño. Sin embargo, aunque el milagro de la carretera ha traído prosperidad, también aporta inconvenientes, como el corte de grandes árboles y el tráfico de madera hacia el este. Si no se toman medidas políticas, esta formidable vía de comunicación acabará con nuestra riqueza forestal porque se está talando sin control.
En Mungbere me encontré con más amigos y compañeros. El P. Olivier Bachulu, a quien acogí en Isiro cuando era un muchacho e iniciaba su discernimiento vocacional y que ahora es el párroco; el P. Manolo Torres, gran comboniano español, alegre y disponible, que tanto ha dado a la misión en RDC y Polonia, o el P. Gian Maria Corbetta, que llegó a Mungbere en 1994 y sigue con el mismo entusiasmo y alegría del primer día, trabajando muchísimo en el hospital Anuarite que dirige y que es punto de referencia para toda la zona. Como la carretera está arreglada, el hospital está lleno de enfermos que llegan desde más de 300 kilómetros de distancia. Ya que estaba allí, aproveché para hacerme unos análisis que sirvieron para constatar que había sufrido malaria y que tenía amebas en el intestino. Supongo que los parásitos se enterarían de que había llegado sangre nueva de Europa y vinieron rápidamente a visitarme. Gracias al tratamiento adecuado conseguí recuperarme perfectamente.
Aunque salí de Mungbere en 2009, me volví a encontrar en casa. Me alegró ver que la gente vive y come mejor. Un ejemplo de ello es que ya no hay tantos casos de niños prematuros como hace años. Los niños y jóvenes están por todas partes y da gusto ver tanta vida, lo que invita al optimismo. También me reencontré con mis amigos los pigmeos. El internado que abrimos los Combonianos hace más de 30 años sigue funcionando y unos 120 niños pigmeos pueden estudiar y formarse en Bakanja, nuestra escuela.
El domingo me atreví a presidir la eucaristía. La misa en rito congoleño duró casi tres horas, con muchos cantos y danzas. Recuerdo que cuando era párroco celebré una misa un poco deprisa porque tenía que ir a una capilla lejana y las carreteras estaban mucho peor que ahora. La misa duró hora y media, pero una señora vino corriendo detrás de mí y me dijo: «Padre ¿está enfermo? ¿Tiene usted diarrea?». Cuando le expliqué la razón de mis prisas me dijo: «¡Oh, padre! No se preocupe, la gente estará esperándolo cuando llegue, Dios nos ha dado el domingo para celebrarlo juntos como hermanos, para cantarle y recibirle con alegría». Aquí la gente no es esclava del tiempo y nos dan una gran lección.
Ya estoy de regreso en Magambe, en plena preparación a la tarea que me espera como maestro de jóvenes novicios combonianos. Está previsto que lleguen en septiembre unos 10, procedentes de RDC, Togo, Ghana, Benín y Chad. Trataré de acompañarlos en esta etapa tan importante, con la ayuda del P. Lorenzo Farronato, un misionero de 84 años que llegó al país en 1968 y que sigue cogiendo la moto para visitar las comunidades cristianas. Un hombre de oración, un santo misionero a cuyo lado todo será más fácil.
En la imagen, niños pigmeos de la comunidad de Mungbere recogen nueces de palma. Fotografía: Juan Antonio Fraile