50 años de la declaración de Arusha: ¿Qué queda del socialismo africano?

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Por Chema Caballero

 

La colectivización agraria y la obsesión por la educación protagonizaron el gran plan ideado por Julius Nyerere para Tanzania. Hoy perviven poco más que las ideas. 

 

El 5 de febrero de 1967, el presidente de Tanzania, Julius Nyerere, proclamó la llamada Declaración de Arusha que perfilaba los principios de la Ujamaa (traducido del suahili como hermandad y socialismo, según Gabino Otero en su Diccionario Suahili-Español), lo que para muchos es conocido como el socialismo africano. La idea detrás de este documento era guiar la economía del nuevo país independiente (resultante de la unión, en 1964, de Tanganika –independizado en 1961–, y Zanzíbar –que había hecho lo propio en 1963–) basándose en la autosuficiencia y cortando la dependencia del extranjero.

El concepto de Ujamaa se sustentaba en dos líneas: el desarrollo de un país lo guía su gente, no el dinero; y el desarrollo es el resultado del uso de la inteligencia. Todo ello para erradicar la pobreza y la enfermedad y conseguir, así, una sociedad más justa e igualitaria donde nadie pueda acumular más bienes que su vecino. En definitiva, Nyerere quería conseguir un pueblo educado, sano, próspero e independiente.

Para lograr su sueño, diseñó una sociedad libre de toda explotación y movida por el esfuerzo común y un fuerte sentido de solidaridad. ­Nyerere creía que si la gente trabajaba junta, como una familia, la población rural del país se beneficiaría grandemente.

Sin embargo, una cosa es el mundo de las ideas y otro la realidad. La mayoría de los autores piensan que Ujamaa es un concepto válido, pero que la forma en la que fue implementado, su transformación en programa político, fue responsable directo de su poca eficacia y del escaso entusiasmo de la población.

 

 

Los presidentes de Tanganika, Abeid Karume (izquierda), y Zanzíbar, Julius Nyerere (derecha), tras la firma del acuerdo fundacional de Tanzania / Fotografía: Archivo Mundo Negro

 

 

Nada resultó ser como parecía

Quizás, el primer elemento que hizo saltar las alarmas y puso de manifiesto que el sistema no funcionaba fue la coerción que se ejerció sobre pastores y agricultores para que consiguieran beneficios de sus ­actividades. Las organizaciones internacionales como el Banco Mundial (BM) y algunas ONG financiaron las ­medidas del Gobierno para integrar a estas poblaciones dentro del sistema capitalista internacional, obligándolas a abandonar sus métodos tradicionales de producción y supervivencia; contradiciendo así una de las bases del programa.

Una de las claves del proyecto estaba en la creación de aldeas Ujamaa, donde se concentró a la población, con la idea de que al Gobierno le sería más fácil prestar servicios a la dispersa población del país y facilitar el cultivo comunal y cooperativo. Nyerere se equivocó al pensar que estos poblados constituían, por sí mismos, un atractivo para la población, adonde iría de forma voluntaria, a partir de su implantación en 1967.

La realidad fue muy distinta. En 1975 se habían mudado a estas aldeas solo algo más de un millón de personas. Al ver que era difícil convencer al pueblo de la bondad de esta idea, en 1975 el Gobierno se vio obligado a aprobar leyes imponiendo la movilización forzosa. Gracias a estas medidas legislativas y su puesta en práctica –a veces con el uso de la fuerza– se consiguió que el 90 por ciento de la población –unos 13 millones de tanzanos– se trasladara a vivir a estas aldeas comunales para finales de 1977.

Aquí encontramos otra de las debilidades de Ujamaa: la población fue forzada a abandonar sus casas, sus tierras ancestrales, donde también reposaban los restos de sus antepasados (rompiendo, así, la posibilidad de comunicación con el mundo espiritual), sus familias, sus tradiciones y trasladarse a las nuevas aldeas, lo que la mayoría hizo de mala gana y solo porque se lo impusieron, muchas veces con la ayuda de las armas.

Estos nuevos campesinos, provenientes, en su mayoría, de las ciudades o entornos urbanos, no estaban interesados en cultivar productos agrícolas en las granjas comunales dirigidas por el Estado.
De manera similar, la mayoría de los sectores económicos del país, desde la industria y la banca hasta el alquiler de casas, fueron nacionalizados, pasando el Estado a ser responsable directo de ellos.

 

 

Varias jóvenes en una de las escuelas comunitarias promovidas por este Julius Nyerere / Fotografía: Archivo Mundo Negro

 

El sistema de partido único

Desde los primeros días de la independencia, el partido de Nyerere, el Tanganyika African National Union (TANU) monopolizó la vida política del país. Este, a partir de 1977, se transformó en el Chama Cha Mapinduzi (CCM), al unirse con el Afro-Shirazi Party (ASP), que hasta entonces había gobernado en Zanzibar. Desde entonces, siempre ha gobernado el país.

Al mismo tiempo, la mayor parte de la vida asociativa de Tanzania quedaba bajo el control del modelo de partido único. Mujeres, jóvenes, agricultores, trabajadores y prensa se sometían al control del mismo; evitándose, de esta forma, cualquier tipo de disidencia.

Es decir, Ujamaa fue una política impuesta sobre los tanzanos, no decidida por ellos. Es aquí donde quizás radique su principal fracaso.

La forma en que primero se hizo evidente que el sistema no funcionaba fue en la baja producción del sector agrícola, a pesar del mucho esfuerzo que se puso en él. Al mismo tiempo, el sector industrial no era capaz de suplir las necesidades de la población, y el organismo encargado de importar los bienes no producidos en el país no conseguía coordinarse con las verdaderas necesidades de la población.

Julius Nyerere, primer presidente de Tanzania / Fotografía: Archivo Mundo Negro

El Gobierno culpó a la pereza y al tradicionalismo de los campesinos de la decepción recibida a la hora de evaluar sus políticas. Pero puede que la verdad de este revés se encuentre en que el Estado declinó su responsabilidad en favor de personas –de la población en general– que no estaban preparadas para gestionar este tipo de programas por su falta de educación, y no solo por su desmotivación. Como reacción, y para intentar corregir el derrotero que las políticas estatales estaban tomando, se empezaron a imponer medidas coercitivas sobre los más críticos y desanimados con el plan, lo que en algunos casos se tradujo en nuevos traslados forzosos.

El programa también tuvo aspectos positivos. Por ejemplo, la construcción de escuelas –muchas de ellas a través de programas de ­autoayuda– y la extensión de la educación a gran parte de la población. Algo similar sucedió con el sector de la sanidad.

En 1985, Nyerere se retiraba de la política y muchos vieron en ello, alentados por la retórica de las instituciones internacionales promotoras del neoliberalismo –FMI o BM–, un reconocimiento del fracaso del socialismo africano.

Los nuevos dirigentes tanzanos, agobiados por las bancarrota del Estado y la presión internacional, enseguida firmaron los programas de reformas y liberalización de la economía que se les exigían, sepultando, así, la idea de Ujamaa. Sin embargo, a pesar de haber sido uno de los alumnos aventajados de las instituciones internacionales, el Gobierno no ha podido frenar el deterioro económico del país.

 

 

El legado y la demagogia

Hoyse, una empresaria de la floricultura de 60 años, que vivió de lleno la experiencia de Ujamaa y sus granjas comunales, comenta desde su casa en Dar-es-Salaam que, curiosamente, “los políticos actuales, a pesar de haber traicionado el legado de ­Nyerere, se pelean sobre quién es su genuino sucesor, pero no pasan de ahí. Están muy lejos de sus ideas y su legado”. El hecho de que se luche por la figura de Julius Nyerere y su visión, puede hacernos comprender que la dimensión progresista de su pensamiento sigue interpelando a la mayoría de la población tanzana.

Medio siglo después de la histórica Declaración de Arusha, está claro que Tanzania se encuentra muy lejos del país con el que soñaba Nyerere. No hay duda de que la lucha contra la pobreza ha fracasado y que la ­desigualdad es similar a la que se aprecia en tantas otras partes de África. Da la impresión de que no queda nada de aquel sueño de un socialismo africano que atrajo la admiración de grandes líderes internacionales, como Olof Palme, casi en la misma medida que la repulsa de otros muchos.

El desmantelamiento del modelo de agricultura socialista que se ha producido, sobre todo, a partir de los años 90 del siglo pasado, ha generado un mercado muy lucrativo, centrado especialmente en productos para la exportación, al que difícilmente tienen acceso los pequeños campesinos. Grandes corporaciones e inversores internacionales lo controlan.

Hoyse piensa que el fracaso de la reforma agraria de Nyerere es consecuencia directa de no haber mecanizado el campo. Eso hizo que no progresara y la gente se desmotivara y que ahora sean los grandes empresarios –que sí pueden introducir métodos modernos de producción– los que se beneficien de ella.

Tampoco la industria ha sido capaz de absorber a las muchas personas que, en las últimas décadas, han abandonado las aldeas comunales y se han asentado en las ciudades. Es más, la actividad industrial del país ha decaído un 40 por ciento desde mitad de los años 80.

En los últimos años, el Gobierno está haciendo un esfuerzo para revertir la situación del país con más subsidios a agricultores o reavivando el sistema educativo (una de las joyas de Ujamaa) que desde los años 90 se encontraba en declive. En la actualidad casi se ha logrado la escolarización total en Primaria.

Construcción comunitaria de una conducción de agua / Archivo Mundo Negro

Hilary, un joven de 28 que trabaja como consultor de telecomunicaciones, piensa que el actual presidente, John Magufuli, es el que más de cerca sigue el legado de Nyerere, aunque piensa que, al igual que sucedió con aquel, tampoco va a conseguir hacer realidad los objetivos que se ha marcado. “Una de sus prioridades”, comenta, “es acabar con la corrupción, pero está implantando las medidas demasiado rápido y centrándose en las personas. Te exigen el recibo de pagar los impuestos, incluido el IVA…, pero cuando la gente se equivoca ponen multas muy altas que, a veces, llevan a las personas a la ruina. No están dando tiempo para que nos acostumbremos al nuevo sistema. Las prisas harán que fracasen las buenas intenciones”.

Hoyse cree que el Gobierno debería centrarse en tres temas para que el país salga de la crisis en la que se encuentra: la creación de empleo, la inversión extranjera y la agricultura. Sobre todo, en este último punto, dice que hay que “recobrar el espíritu de Ujamaa. Que los estudiantes hagan prácticas en el campo, como hacíamos nosotros, aprendiendo de sus mayores y contribuyendo al progreso del país”.

Emmanuel trabaja en una empresa, tiene 35 años, y también piensa que hay que recuperar ese espíritu. “Creo que los políticos lo han entendido”, explica, “y un claro ejemplo es que desde enero de 2016 la educación primaria vuelve a ser gratis. Además, se controla que los niños acudan a clase. Era lo que propugnaba Nyerere: formación”.

“Igual está pasando en el campo de la salud”, continua el joven. “Lo primero que hizo Magufuli fue prohibir las tiendas de medicinas de los mercados, donde se vendían los medicamentos que se robaban en los hospitales. Muchas de ellas eran propiedad de los mismos médicos”. “Poco a poco, vamos recobrando el espíritu de Nyerere y nos damos cuenta de todo lo que tuvo de bueno para nuestro país”, concluye Emmanuel.

No es tan claro que esto sea así. Después de cinco décadas en el poder, y a pesar de la introducción del multipartidismo en los 90, el CCM sigue controlando toda la maquinaria del Estado y haciendo muy difícil expresarse a la oposición y los críticos. Sigue también manejando la vida asociativa del país y continúa explotando los beneficios de ese poder, por lo que será muy difícil poner fin a la corrupción.

Quizás el descontento de muchos jóvenes –dificultad para estudiar, desempleo, falta de participación en la toma de decisiones…–, que está siendo canalizado por la oposición recubriéndolo de un discurso de moralidad política y económica basado en el pensamiento de Nyerere, pueda conseguir que algo cambie en los próximos años.

Da la impresión de que tanto para unos como para otros, el sueño de Julius Nyerere se ha reducido a un conjunto de frases y conceptos, manipulados según el interés de cada momento, que pueden ser arrojados a la cara de los oponentes mientras se actúa de manera totalmente opuesta a lo predicado.

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