«A Europa le conviene aplicar la excepcionalidad marroquí»

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Marruecos el extraño vecino fue publicado hace un año pero la pandemia lo relegó a presentaciones online que quizás hayan impedido que tenga la repercusión que merece. Su autor, uno de los periodistas que mejor conoce el Magreb y que cuenta con referencias sobre la evolución de Marruecos en los últimos 30 años, evita el análisis mediático que a menudo se centra en la monarquía alauí y su entorno de poder, para atreverse a analizar y comprender a la sociedad marroquí. Nos habla de situaciones concretas, analiza el sistema judicial y maneja con precisión el lenguaje y la mentalidad de nuestro vecino del sur. Javier Otazu es el delegado de la Agencia EFE en Rabat (Marruecos) desde hace una década.


¿Es Marruecos un país moderno?

Está modernizándose a toda velocidad pero siempre ha habido dos Marruecos, y hay uno que se está quedando rezagado. Si vives en la franja atlántica del país, que llega hasta Marrakech, en los años que llevo en Marruecos, que empezaron en 1990 hasta hoy, la modernización ha sido espectacular. Pero basta desplazarse 50 kilómetros hacia el interior para ver otro Marruecos.

¿Se ha acortado la distancia entre esos dos Marruecos de los que habla en el libro?

No, se ha acelerado. El único vínculo que tiene el Marruecos interior, «enclavado» como lo llaman aquí, son los teléfonos móviles que trajeron colectividad generalizada a todo el mundo. Cuando me fui, en los años 90, el móvil era un síntoma claro entre modernidad y antigüedad. Los móviles han llegado, pero en todo lo demás… infraestructuras, servicios sociales, incluso la actividad en la empresa privada local… los contrastes son brutales si estás en Tánger o en Errachidia o Ourzazat, donde la única modernidad son los turistas que pasan en autobús.

¿Qué es para el pueblo marroquí la «decencia» y la «indecencia», que se usa en esa batalla sin sangre entre progresistas y conservadores?

Depende de si la palabra se usa en un sentido moral o sexual. Se puede hablar desde la relación del poder, el uso de la religión, el sexo, pero es demasiado basto como ámbito de discusión.

La utilización de lo que es o no decente…

El partido islamista, el PJD, que es el único (de su ideología) que ha aceptado las reglas del juego y ha entrado en el sistema de Gobierno, es un partido que ha traído un discurso sobre la decencia un poco demagógico, pero les ha funcionado muy bien. Además de cosas que nos pueden parecer un poco más curiosas, como el asunto de la vestimenta y de las cuestiones sexuales, hay otra parte que es que ellos han traído un discurso de la decencia en la utilización de los bienes públicos y en el comportamiento de los cargos políticos. Me interesa resaltar esta parte porque se demoniza mucho al PJD, pero gran parte de su éxito es que siguen siendo los que eran, y aunque habrá excepciones de gente que haya podido meter la mano en la caja, en general, el 99% son personas que se han entregado a su puesto y no se han enriquecido. Muchos de ellos siguen viviendo en las mismas casas, no se les ha subido el cargo a la cabeza. Ese mensaje de decencia, en el sentido de «yo no estoy en el Gobierno para enriquecerme sino para trabajar por el servicio público», les ha funcionado durante mucho tiempo porque no había ningún partido que pudiera decir lo mismo. Todos estaban aprovechándose de su paso por el poder.

Entonces, ¿por qué Abdelillah Benkiran, ex primer ministro, ha terminado siendo apartado del poder?

Benkiran no ha terminado sino que se ha replegado, y observo que cuando entra en algún debate no es un hombre que se dé por jubilado. En su partido le tienen miedo porque saben que en el momento en el que diga: «Me presento de nuevo»; arrasa, porque ese carisma que tenía, esa capacidad de conectar con las masas, ese sentido del humor, esa oportunidad, un poquito demagógica, no hay nadie en el partido que lo supla. Estamos esperando que un día Benkiran diga que vuelve y en ese momento todos se echarán a temblar, dentro y fuera de su partido.

Es una retirada estratégica… ¿a qué está esperando?

A que alguien le dé una señal de que pasó su destierro, el castigo. Que sería bueno saber si el que lo decretó está cerca, dentro… pero por el momento está castigado, aunque cuando puede habla y los medios recogen su testimonio como el que va a beber a una fuente
sediento.


Javier Otazu entrevistando al ex Primer Ministro Abdellilah Benkiran, del Partido Justicia y Desarrollo (PJD). /FOTO CEDIDA POR J. OTAZU


Es un político que dice las cosas tal cual.

Es la primera vez que un político usa el lenguaje de la calle y el humor para referirse a cosas serias, y eso conecta rápido con la gente. Y aunque siempre comienza diciendo que es fiel a la monarquía por encima de todo, suelta alguna pullita en la que deja claro que el entorno que rodea al rey es una mala influencia. Mucha gente le aprecia en su justa medida.

En el libro relata muchas situaciones y hechos que marcan la cotidianidad de los marroquíes. Por ejemplo el caso del «beso de Nador». Y asegura que Marruecos arroja una imagen de «país entre oscurantista y ridícula»… ¿Hasta qué punto cree que esa imagen afecta a la sociedad?

Afecta a las personas que pueden estar en mi universo mental ideológico… los que se echan las manos a la cabeza, además de los europeos, son los que viven a la europea, que no son la mayoría del país. En realidad, para el resto de la gente el oscurantismo está en los ojos de los demás. El funcionario que he citado en el libro que dice a los periodistas: «Váyanse por donde han venido que esto no es Rabat, es Nador» está diciendo que sus valores ni siquiera son los de Rabat… Para esos funcionarios creo que el oscurantismo es una palabra que nos le da ni frío ni calor.

¿No ven la parte negativa?

No, los únicos que lo ven son los que por encima de ellos detectan que una polémica está yéndose demasiado lejos, que sale en los medios extranjeros, y dan la orden. Como juicios que en primera instancia han cristalizado en sentencias salvajes y después, ante la repercusión internacional, en apelación, curiosamente se han rebajado las penas. Pero ahí quedan las heridas y las muescas para el resto de gente que recibe mensajes: «Mirad lo que te puede pasar».

¿Hasta qué punto se usa la ley para oprimir y reprimir en Marruecos?

Soy bastante pesimista porque observo una tendencia preocupante a hacer de esto un patrón de conducta, incluso en las leyes. Es curioso porque la arbitrariedad, o el uso excepcional de las leyes funciona en las dos direcciones, para beneficiarte o para perjudicarte. A veces, una ley no se aplica a una serie de personas por una serie de privilegios que dependen de a saber qué, el momento político… La excepcionalidad no siempre es para hundirte. Pero la realidad es que la aplicación de la  ley está en horas muy bajas en Marruecos, y que las leyes se interpretan y utilizan de manera absolutamente indescifrable.

¿Ha habido una degradación durante el reinado de Mohamed VI?

Sí, desde luego, en el tiempo que llevo aquí sí.

Marruecos es el país de las apariencias. ¿Haciendo el libro ha percibido algún límite?

Es un país en el que el poder, en su sentido más amplio, está muy preocupado por la imagen que proyecta. No tanto al marroquí de a pie, sino al poder que está ya no preocupado, sino obsesionado. Como me dijo una vez un ministro: «Vosotros, los periodistas, sois los que proyectáis la imagen de Marruecos, por eso nos interesa enormemente conocer vuestro trabajo de cerca, porque sabemos que lo que contéis es lo que se ve de nosotros». Por ejemplo, en la eterna rivalidad que vive Marruecos con Argelia, un comentarista decía que Argelia es un país al que no le importa nada la imagen que proyecta, tiene unas líneas de conducta y políticas muy claras, y si aparenta o no ser democrático, le da igual. Mientras que Marruecos vive obsesionado por proyectar esa imagen de modernidad, elegancia y apertura, que, por ejemplo, le funciona muy bien con el turismo.

¿De donde cree que viene esa obsesión?

No lo sé, pero es un país que ha soñado siempre, aunque no lo ha dicho como Israel, en entrar algún día en la Unión Europea, en dejar África atrás porque se siente el alumno más aventajado de la clase africana y necesita proyectarse hacia Europa, y que ésta crea lo que quiere aparentar: un país moderno y tolerante, esos conceptos del siglo XXI que tanto gustan en Europa.

¿Cuándo dejó Mohamed VI de ser considerado el «rey de los pobres»?

Cuando llegué por segunda vez al país para instalarme, hace 10 años, ya no tenía ese prestigio. Tal vez fue en la primavera árabe, cuando se puso el acento en la corrupción y en los privilegios que tenía la clase que estaba alrededor del rey. Creo que eso terminó con esa imagen, aunque todavía entonces era una imagen neutra porque él maniobró muy bien consiguiendo acallar la calle. Pero luego empezaron a aparecer en las redes sociales las compras de objetos personales o inmobiliarios, y la gente empezó a ver otra cosa.

En relación a la figura de Mohamed VI, en el libro habla de «lo inviolable y lo sagrado», ¿no es lo mismo?

Ese fue un invento que se sacaron de la manga para aparentar que había alguna diferencia al respecto, y no hubo ni la más mínima, porque su persona es más que intocable. Las líneas rojas son muy gruesas porque cuando hablamos de la figura del rey nadie osa meterse con su política, ni su giro de vida, ni sus gustos, ni siquiera en preguntarse si está enfermo… La gente no intenta saber qué le pasa de verdad, sino que se limitan a aceptar al pie de la letra el comunicado oficial. No veo la diferencia entre la sacralidad e inviolabilidad… hay que pensar que cuando  empieza un discurso en un lugar público pronunciado en su nombre siempre se dice: «Que Dios le de la victoria».

Algo que desde la comunidad internacional se acepta y respeta… un trato especial para un rey de otra época.

Igual que ocurre con el rey jordano. Ha conseguido tener un nivel de respeto por parte de las instituciones que resulta increíble tratándose de países democráticos que se someten al escrutinio. Es como cuando los europeos dicen: «Nuestras lógicas no son las de aquí, pero absoluto respeto a los usos de este país, en los que no me voy a meter». Hay una especie de derecho de particularidad que se resume en: «No te metas conmigo porque este es mi país y me lo conozco bien»; y, con frecuencia, los diplomáticos acaban usando ese lenguaje.

Pero es un lenguaje que dificulta la comprensión sobre lo que ocurre en el país, e incluso sobre el avance de las relaciones bilaterales y multilaterales. ¿Cree que es lo que hace que a Marruecos se le justifique todo?

Hay pocos países donde la tolerancia a las particularidades sea mayor que en Marruecos. Y me pregunto por qué… Quizás por su posición geográfica, el punto de África por el que pasa la emigración siempre será una baza a su favor y en su contra o el ascenso del yihadismo en los últimos años que ha permitido a Europa externalizar la mano dura. Marruecos es un poco exagerado cuando reprime a los yihadistas… «es que ellos tienen sus leyes». Europa es absolutamente hipócrita sobre estos asuntos. Le conviene aplicar esa excepcionalidad.

En el libro también habla de «la economía rentista del país», ¿Qué es y cómo se consigue una grima?

La grima es un permiso de explotación de algo, que puede ser una línea de transporte, una cantera…que te permite una renta extendida en el tiempo. Un ingreso fijo de dinero. ¿Cómo se consigue? Si estuviera tan claro como para que yo pudiera explicarlo perdería su encanto porque todo el mundo la usaría. Depende de las relaciones, tanto de las de nivel alto como de las de ámbito local, de qué tal te llevas con el caid o el pasha, o si resulta que le debe un favor a tu padre porque le ayudó cuando no sé qué, o es un ex militar de la guerra del Sahara. Las lógicas no son una sino muchas, a veces es una compensación a una persona que ha sufrido, o puede ser un reparto de favores por parte de unos políticos locales.

Eso hace que el poder se convierte en un «protector de injusticias cotidianas». Pero, ¿quién ha creado esa situación desesperada para que la gente crea o acuda a ese sistema?

No lo calificaría de «desesperada» sino de una situación pre-moderna, son usos heredados de antes de la modernidad y de la colonización, donde la única manera de estar protegido era acercarte al sultán. Como les pasaba a los judíos, que son un pueblo que ha sido protegido no por Marruecos sino por el sultán en persona. Tu única salvación es estar cerca del sultán para que su cólera no te caiga encima, a eso es a lo que se ha llegado. La sensación es que da igual el Gobierno, las instituciones… lo que necesito es que alguien del entorno del Palacio tenga a bien darme una grima.

¿Quién es Sofiane el Bahri?

Deberíamos empezar diciendo quién era, porque ha caído en desgracia. Era un chico que surgió de la nada en las redes sociales, un personaje aparentemente muy activo en Facebook al que se le ocurrió crear una cuenta de admiración al rey, una persona que el Palacio consideró que podría ser útil. Y durante años ha servido muy bien para la causa y ha llevado la cuenta en la que aparecían las fotografía de un rey cool frente al acartonado de la imaginería oficial, un rey moderno, muy alejado de ese Marruecos que parece que tanto le molesta y disgusta que es el religioso y tradicional. Había fotografías del rey paseando por ciudades europeas, vestido de manera juvenil, y en actitudes espontáneas con sus hijos, haciéndoles carantoñas, comprando ropa… Era una manera de humanizarlo, proyectando una imagen de nuestro tiempo, moderno. Sofiane el Bahri hizo muy bien ese trabajo pero, sin saber qué ha pasado, cayó en desgracia. El otro día se metió en un lío de callejón con una chica, rompieron unas botellas, y su cuenta de FB está muda desde entonces. Como tantas cosas que pasan en Marruecos, él no fue nombrado nunca oficialmente administrador de una cuenta del rey, ni tampoco puede ser oficialmente destituido, aunque estuvo ahí y todo el mundo sabía que se codeaba con el mundo oficial.

También recoge el caso de Mohamed Baladi, cómo viven el rechazo social que sufren los que se convierten al cristianismo en Marruecos. Y cita a Zoheir, quien asegura que «es más fácil para un marroquí aceptar a un criminal que a un cristiano en la familia». ¿En qué consiste el ruido del que no gusta hablar en Marruecos?

En el tema de los conversos las cosas han mejorado mucho porque les dejan vivir, nadie les persigue, no se han abierto nuevos casos judiciales e incluso les han permitido abrir una Coordinadora de Cristianos Marroquíes. Lo malo es lo que queda por andar socialmente. Es lo mismo que ocurre con los homosexuales, ya no hay esa persecución pero, ¿significa que viven mejor? No, significa que ya no van a la cárcel, pero su incomprensión social, su estigma, los ataques, no han cambiado porque la sociedad marroquí es muy conservadora. «Un chico «de los nuestros» que se declara cristiano»… eso no puede ser. Cuando hablas con ellos aseguran que su problema no es la policía sino los vecinos, sus familias.

Hay un capítulo dedicado al «sagrado Sahara» en el que se hace referencia a que activistas como Dahane y Aminatu Haidar viajen a Tinduf, representen a la causa saharaui en la ONU, Ginebra  o Nueva York, y luego puedan regresar a su casa en El Aiún, en el Sahara Occidental… ¿Cree que esa falsa imagen de normalidad puede llegar a beneficiar a los saharauis, para encontrar una solución al conflicto?

No. Sin entrar en la justicia o no de los hechos históricos y lo que pasó, creo que la causa de los saharauis está definitivamente de capa caída, porque no les quedan apoyos internacionales, y en el único lugar donde de forma natural se preocupaban por ellos que era en España, hay una generación nueva, los que tienen menos de 40 años que no conocieron la causa del Sahara y no tienen ningún remordimiento histórico ni creen que se tenga que pagar ninguna deuda, y les parece que es un conflicto aislado en el desierto. La imagen de los activistas o los que expulsan del territorio ha pasado a ser una normalidad. Lo que podría ser la excepción es tan recurrente que ha desaparecido el efecto mediático. Marruecos ha conseguido que la mano de hierro con la que gobierna en el Sahara sea tolerada, incluyendo la expulsión de personas extranjeras, con argumentos tan inválidos en otras altitudes como que se violan los estatus migratorios, se acude para reunirse con partes hostiles al país… y se aplican unas reglas en el territorio que no existen en Nador o en Midelt.

Y los apoyos externos, con reconocimientos simbólicos, ¿afectan al contencioso?

En América Latina el tema es muy marginal, los vientos no corren a favor del Frente Polisario porque la que fue su gran baza, entrar en la lógica ideológica de la Guerra Fría de países de izquierdas y de derechas, está volviéndose en su contra porque el mundo se ha rendido al capitalismo. Faltan argumentos para simpatizar por una lucha por la descolonización de un territorio, cuando para muchos países la ideología nacional de la descolonización se quedó antigua, «son historias de abuelos». Difícilmente conseguirá apoyos. Marruecos ya no se presenta como un paria de África, que es lo que ha sido durante años, sino como un país africano que aspira a ser líder con muchos argumentos de peso. Pasó de no estar en la Unión Africana, a entrar y reclamar un puesto de peso como una de las potencias continentales. La diplomacia marroquí tiene como prioridad uno, dos, tres, cuatro, cinco…. el Sahara; y eso es lo que está moviendo entre los países africanos. Poco a poco van retirando el reconocimiento a la RASD, luego se plantean abrir una representación diplomática en el territorio. Es un trabajo constante imparable que no tiene vuelta atrás.






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