África y el pecado original del capitalismo

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Howard W. French

Born in blackness

Liveright Publishing Corporation.
Nueva York 2021, 500 págs.



Conocí a Howard W. French (Washington D. C., 1957) en algún lugar del continente negro cuando mi tarjeta describía el mejor oficio del mundo («corresponsal para África») y él estaba al frente de la oficina del New York Times para África Central y Occidental. Desde 2008 es profesor de periodismo en la Universidad de Columbia. Rescato su Nacido negro (esta traducción de Born in Blackness se la debo a Gonzalo Sánchez-Terán). África, los africanos y la creación del mundo moderno, de 1471 a la Segunda Guerra Mundial, porque me parece inconcebible que este libro (uno de los más reveladores y conmovedores que he leído en mi vida, y hasta ahora el más valioso que he reseñado en este generoso espacio que me brinda MUNDO NEGRO) publicado en 2021 no haya sido traducido al español. Es un ensayo que todo amante de África, de la justicia, de la historia en general y de nuestro mundo en particular debería leer. Ningún honesto y desprejuiciado estudioso de los orígenes del capitalismo y de la riqueza en la que sobrenadamos debería desconocer de dónde procede: algo que sistemáticamente se ha orillado, relativizado o sencillamente negado.

Que la cubierta sea un Atlas catalán elaborado en Mallorca en 1275, en el que se trazan los vínculos entre la Península Ibérica (España y Portugal) y África, tiene todo el sentido, porque las rivalidades a la hora de hacerse con las rutas marítimas, la conquista y colonización de nuevos territorios al sur y al este, el oro, el azúcar y los esclavos son algunas de las más nutritivas páginas de este viaje en el que French desmonta tesis repetidas sin empacho y en el que emplea los recursos del reportero que va al lugar donde sucedieron las cosas y trata de separar la leyenda de los hechos. Las herramientas del mejor periodismo anglosajón a la hora de verificar datos, sumadas a su condición de académico, dan como resultado un libro tan ameno como apasionante y con conclusiones incontrovertibles o difíciles de rebatir. Nos obligan a revisar lo que sabíamos: reescribir la historia con la que nos lavábamos las manos y la conciencia.

Británicos, holandeses, franceses y más tarde estadounidenses seguirán los pasos pioneros de portugueses y españoles a la hora de fundar un sistema de explotación absoluta del hombre por el hombre cuyos réditos fraguaron los cimientos de un capitalismo que ahora no se esmera lo suficiente (véase Estados Unidos, pero no solo) en acabar con el racismo o que levanta barreras infranqueables… Una rueda infernal que Howard W. French analiza con precisión, sin caer ni en la ira ni en la demagogia que un descendiente de esclavos casado con una africana podría justificadamente destilar, sino todo lo contrario.

Son tantos los hallazgos que contiene este libro que haría falta un monográfico de esta revista para dar cuenta de ellos: la conquista de las Islas Canarias (y la brava resistencia de sus nativos: un genocidio borrado de la memoria), el inconmensurable esplendor del reino de Malí en el siglo XIII (y sus expediciones oceánicas previas a Colón), los astronómicos beneficios del azúcar primero y del algodón después generados por mano esclava, las primera revoluciones negras en São Tomé y Haití (relatadas de forma memorable)… En definitiva, la alianza de hierro entre esclavitud y azúcar (además de su comercialización e industrialización) fundó nuestra sociedad y su insólita prosperidad: crímenes horrendos para endulzar la vida de la burguesía europea. Y la habilidad de los británicos para hacer trabajar hasta la muerte a esclavos de toda edad y condición, y extraer el máximo beneficio de la tierra, el agua y el aire… De la que aprendieron los estadounidenses: cuantiosos beneficios acarrearían los esclavos en sus plantaciones, origen de algunos de sus más rentables bancos. O la historia de Jefferson y sus tratos íntimos con la esclavitud, o la decisión de reducir el número de esclavos cuando su número empezó a verse como «peligroso», y de ahí el papel de la American Colonization Society (formada solo por blancos) para enviar antiguos esclavos de vuelta a África en lo que sería la triste creación de Liberia y su visión de los negros como «la más bestial de las castas humanas».

¿Cuántos presidentes estadounidenses, cuántos padres fundadores del autonombrado faro de la libertad, fueron esclavistas? Y cuán orgullosos se muestran historiadores anglosajones a la hora de contar cómo pusieron fin al tráfico de esclavos, pero cuán poco espacio dedican a la inaudita bonanza que les proporcionó: cimientos de sangre, explotación y obsceno beneficio sobre los que levantaron metrópolis como Londres o Nueva York. Un esclarecedor párrafo entre cientos: «Durante los cuarenta años después de que James Drax fundara su plantación, el consumo de azúcar se multiplicó por cuatro en Inglaterra, de forma abrumadora sobre las espaldas de la producción en Barbados. A partir de 1620, la combinación del comercio de azúcar y esclavos de Brasil había eclipsado el comercio portugués desde Asia, y equivalía a toda la plata que España extraía de América (…) En torno a 1660 se estima que solo la producción de azúcar de la pequeña Barbados era más rentable que todas las exportaciones de todas las posesiones de España en el Nuevo Mundo (…) De 1650 a 1800 (…) el consumo de azúcar en Gran Bretaña se incrementó en un 2.500 por ciento, y en torno a ese periodo el valor de mercado del azúcar sería superior al valor de todas las otras mercancías combinadas». El azúcar era el nuevo oro, infinitamente más rentable que Potosí y otros enclaves mineros. Por no hablar de los «negros seguros» y lo poco que se ha escrito de los esclavos que España trasladó a sus dominios americanos tanto en esta orilla como en América Latina. O la insólita historia de un conquistador negro llamado Juan Garrido.

¿Por qué apenas se ha prestado atención al descomunal y continuado holocausto africano? Apenas hay monumentos o memoriales de los hitos de la esclavitud (como Valongo, en Brasil, donde 900.000 esclavos africanos fueron desembarcados). Después de haber sido deportados, vendidos y explotados hasta el último aliento, la historia de África y los africanos ha sido despiadadamente extirpada de los orígenes del capitalismo, de nuestro destino manifiesto, engolfados en nuestra inteligencia y destreza a la hora de someter la Tierra a nuestros intereses. Poner África en el centro de la historia es el objetivo de este formidable ensayo: sin África y sin los africanos nuestra modernidad, nuestro progreso, nuestro aprovechamiento del trabajo y del comercio, nuestra democracia y nuestra riqueza no serían lo que son. En el relato de nuestra historia no le hemos prestado a África la atención que merece, e incluso muchos se han permitido referirse al continente como un mapa mudo. Este libro desmonta esa gigantesca y secular infamia.

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