Publicado por Sebastián Ruiz-Cabrera en |
Compartir la entrada "Botsuana y Lesoto: medio siglo desde la independencia"
Dos países ubicados en el mismo contexto geográfico y con 50 años de independencia demuestran cuán diferentes han demostrado ser las intenciones y, sobre todo, los hechos, de sus dirigentes. En origen, dos monarquías. En esencia, dos desarrollos bien diferenciados, de cuya comparación sale beneficiada Botsuana. En los siguientes reportajes, con la perspectiva de este medio siglo de historia, repasamos la realidad y las perspectivas de estas dos naciones del cono sur africano*.
Texto: Sebastián Ruiz-Cabrera
Motsapi Moorose estaba acostumbrado al entrenamiento de alta montaña. Sus hombros afilados y encogidos por el frío se acurrucaban en una forma de resistencia exquisita que, sin embargo, flaqueaba con los cambios de temperatura bruscos. En el verano de 1972 las nieves cubrían parte de la orografía del pequeño Lesoto, que se eleva a más de 3.000 metros, y las esperanzas de su familia estaban depositadas en él. Con 27 años, 1,70 de altura y 62 kilos de peso, se encontraba en la calle seis representando a su país en los Juegos Olímpicos de Múnich. Pero hacía demasiado calor para el joven, que no pudo pasar de los cuartos de final en los 200 metros.
Se había convertido en el primer atleta olímpico de Lesoto, todo un hito nacional e internacional, algo que le granjeaba la prebenda de reivindicar su éxito teniendo en cuenta los recursos de los que disponía. Pero la cobertura mediática no sucumbió al reino de las montañas para ubicarlo en el mapa mundial. Otro acontecimiento en el mismo contexto reclamaba su espacio: el 5 de septiembre de ese mismo año, 11 miembros de la delegación israelí y un oficial de policía alemán morían a manos del grupo terrorista palestino Septiembre Negro.
Los basotos, el grupo mayoritario de Lesoto, han estado emigrando a la vecina Sudáfrica para trabajar en sus minas de oro y diamantes desde la década de 1950. Así, cuando el corredor Motsapi Moorose, con las zapatillas colgadas del cuello, regresó a casa, ya sabía el futuro que le deparaba en su región. Cuatro décadas después, muchos mineros han sido despedidos ya que las empresas mineras han cerrado las explotaciones por el riesgo de derrumbe o por ser poco rentables. Los directivos buscan con premura una nueva localización a la que extirpar el preciado maná de la tierra, pero los trabajadores se quedan completamente desprotegidos legalmente. Empujados por los altos niveles de pobreza y desempleo, son muchos los mineros que han decidido volver a los pozos abandonados a picar piedra –con la oscuridad de un porvenir cenizo– como zama-zama, término local con el que se conoce a los mineros ilegales. Imaginando lo que quizás tal vez.
El actual territorio de Lesoto (Basotolandia) nació de la guerra, surgió como un reducto contra zulúes, británicos y bóeres, aunque también ha sufrido la insurrección desde que se independizara un 4 de octubre de 1966, hace ahora 50 años. Este reino, enclavado en poco más de 30.000 kilómetros cuadrados, algo más pequeño que Bélgica, presenta dos características singulares: con unos dos millones de personas, es uno de los tres países del mundo completamente rodeado por otro Estado, en este caso, el sudafricano; además, es la nación que se encuentra a más altitud del planeta –ninguna parte de su territorio se encuentra por debajo de los 1.400 metros sobre el nivel del mar–. Sus montañas y valles, salpicados de jinetes que usan sombreros de paja cónicos y mantas tradicionales para soportar el duro invierno, se han convertido en un reclamo turístico.
A merced de Sudáfrica
Pero la sensación de idilio se enfrenta al ostracismo al que son sometidas sus gentes. En los últimos 20 años, los valles se han inundado para construir presas que puedan suministrar agua a -Johannesburgo, a unos 400 kilómetros de distancia, como parte del Highlands Water Project. Ahora, un tercio de los pozos del país están secos. Su nueva –y altamente mecanizada– planta de diamantes no ha conseguido reabsorber a decenas de miles de trabajadores despedidos por la minería sudafricana. Incluso su industria textil, que ha llegado a emplear hasta a 50.000 personas, se ha derrumbado por la entrada de productos más baratos procedentes de Asia. Por ejemplo, un trabajador de una fábrica en Bloemfontein, la capital judicial sudafricana –conocida poéticamente como la ciudad de las rosas– cobra alrededor de 2.400 rands al mes (148 euros) frente a los 700 malotis (43 euros) en las plantas textiles de propiedad china implantadas en Lesoto y en constante reducción de personal.
En la década de 1980, el país producía el 80 por ciento de los cereales que consumía. Tres décadas después, el país importa el 70 por ciento. El único cultivo comercial real es la marihuana que se produce entre las hileras de maíz y viaja de contrabando hasta Sudáfrica. Como el atletismo no consiguió marcar una tendencia después del hito de Moorose, la recolección de esta droga consigue pagar los tributos más nobles. Los niños alimentados y vestidos gracias a este cultivo tienen un nombre: bana-bamatekoane o hijos de la marihuana.
El impacto del virus del sida es otro de los factores principales que explicarían la lenta agonía que padece el país. Lesoto es una de las naciones del mundo más afectadas por el VIH, con la segunda tasa de prevalencia después de Suazilandia. Las últimas estimaciones apuntan a que un 22,7 por ciento de la población estaría infectada, un ligero aumento desde 2005, cuando la tasa era del 22 por ciento. El último informe de ONUSIDA, de 2016, es un martilleo para la conciencia y una losa para los políticos: 310.000 personas viven con VIH en Lesoto; 9.900 murieron a causa de enfermedades relacionadas con el SIDA en el último año. La incidencia del virus ha disminuido considerablemente: de 30.000 nuevas infecciones en 2005, a 18.000 en la actualidad. Los príncipes Harry, de Inglaterra, y Seeiso, de Lesoto, crearon un proyecto que se ha convertido en una institución: Sentebale, una organización benéfica entre cuyos objetivos se encuentra la escolarización nocturna de jóvenes pastores y la atención y educación de los huérfanos con VIH.
¿50 años bastan?
A los niños de Lesoto se les enseña que su país existe porque el rey Moshoeshoe I, fundador de la nación basoto, se enfrentó a los bóeres y a los británicos en el siglo XIX. Una historia que avanza entre la realidad y la leyenda. Cuentan que Lepoqo, quien en 1809 pasó a denominarse Moshoeshoe tenía los pómulos tan pronunciados como las laderas por las que cabalgaba. Fue él quien construyó una posición defensiva en Thaba Bosiu o ‘montaña de la noche’. Pero en realidad, fue Reino Unido quien permitió ese estatus a Moshoeshoe I con el fin de mantener los intereses de los afrikáners a raya. Incorporado como protectorado británico en 1868, la región obtuvo la independencia en 1966 como Lesoto, y un tataranieto de su fundador, el rey Moshoeshoe II, aceptó el trono bajo una monarquía constitucional con un parlamento bicameral dominado por el Basoto National Party (BNP).
Desde entonces, el país ha sufrido diversos períodos de inestabilidad provocados por el intento de derrocar a la monarquía, por los que Moshoeshoe II tuvo que exiliarse, o por las luchas en el propio Parlamento. Desde 1996 se encuentra en el poder Letsie III, hijo del anterior monarca, mientras que el sentimiento de gran parte de los lesotenses de formar parte de la décima provincia de Sudáfrica se hace fuerte, teniendo en cuenta la quiebra económica, la devaluación de la moneda nacional y la fuga ilegal de trabajadores. Y parece convincente.
El movimiento de anexión está impulsado en gran medida por los trabajadores migrantes que quieren moverse con libertad y repatriar sus ganancias fácilmente. Sudáfrica, por su parte, controlaría de forma autónoma los recursos hídricos de Lesoto. Sin embargo, Pretoria tendría que asumir la sanidad y educación de casi dos millones de personas.
Lesoto, 50 años después de su independencia, sigue siendo un agujero en el corazón de Sudáfrica, que ignora su existencia e idiosincrasia. Codiciado por su agua, por su mano de obra barata y maltratado por la política sudafricana, mantiene una especie de apartheid al otro lado de las fronteras. Un apartheid entre iguales.
El inicio de la crisis diplomática comenzó con sonido de jazz de fondo. Era 1947. Ruth Williams estaba en un baile de la Sociedad Misionera de Londres y el joven Seretse Khama, estudiante de Derecho de Oxford, la invitó a bailar. Por aquel entonces, en Sudáfrica todavía no había sido formalizado por los afrikáner el régimen del apartheid, que entraría en vigor de forma legal en 1948. Pero de ese baile londinense surgiría un romance que se convertiría en el foco de una crisis entre Gran Bretaña y Botsuana, vecina del país sudafricano.
Los planes que el padre de Ruth –un excapitán del Ejército indio que más tarde trabajó en el comercio del té– tenía para ella seguramente nada tenían que ver con lo que después aconteció. Y algo parecido ocurriría con el tío de Seretse, Tshekedi Khama. Ella había nacido en una familia acomodada en Blackheath, al sudeste de Londres, y él era un kgosi o jefe supremo –título real que a la edad de cuatro años había heredado de su padre– de la etnia -bamangwato.
Se casaron en secreto. Y la boda provocó un estallido político tanto en el reino de Bechuania, donde esperaban al príncipe para que a su vuelta de Londres se casara con una mujer de su comunidad, como en Sudáfrica, donde las leyes racistas prohibían el matrimonio interracial. Al año siguiente volvieron al reino de Bechuania pensando que sus problemas habían terminado, pero los británicos eran muy dependientes del oro y del uranio sudafricanos, así que, como no querían problemas, exiliaron a Khama y a su esposa de la tierra de sus ancestros para no incentivar sublevaciones sociales.
El príncipe, después de renunciar al trono, y respaldado por las fuertes protestas tanto internas e internacionales, regresó en 1956 ayudando a organizar un movimiento por la independencia. El 30 de septiembre de 1966 Bechuania pasó a denominarse República de Botsuana con Seretse Khama elegido como su primer presidente. Khama sería, incluso, nombrado caballero británico por la reina Isabel II.
Al año siguiente de la independencia, un enorme yacimiento de diamantes fue descubierto en el este del país. Sorprendentemente, Khama consiguió invertir sensiblemente las ganancias en infraestructuras, educación y atención sanitaria, al tiempo que se iniciaban fuertes medidas contra la corrupción. De 1966 a 1980, Botsuana tuvo el mayor crecimiento económico del mundo, y en el informe de 2015 de la ONG Transparencia Internacional se mantiene en primer lugar como el Gobierno menos corrupto de toda África, quedando por delante de Portugal, Israel, España o Italia.
Después de 50 años de independencia, el mantenimiento de una cadena ininterrumpida de elecciones democráticas podría considerarse como un logro en sí mismo, sobre todo si observamos a otros países del cono sur de África. Aunque quizás la fortaleza para esta nación de apenas dos millones de habitantes es haber mantenido un equilibrio entre el desarrollo del país y la riqueza de su subsuelo. Botsuana logró edificar un Estado pese a estar rodeado por regímenes racistas (Sudáfrica, Namibia y Zimbabue). No obstante, en la construcción del país influyeron otros factores como su pequeño tamaño y el hecho de que el grupo étnico tsuana hubiera logrado conservar gran parte de su liderazgo tradicional.
El legado de Khama
Desde que Seretse Khama murió en 1980, las estadísticas muestran que ha pasado de ser uno de los países más empobrecidos del mundo a un símbolo de estabilidad política, de crecimiento económico, inversión internacional y de desarrollo en el continente. Sin embargo, a pesar de que ha alcanzado el estatus de un país con ingresos medios –aproximadamente unos 14.500 euros anuales per cápita–, Botsuana se encuentra con unas tasas de desempleo en torno al 20 por ciento; y la mayoría de la población vive de la agricultura de subsistencia.
Al igual que Lesoto, el porcentaje de población con sida se encuentra entre las más elevadas del mundo: un 22,2 por ciento estaría infectado, unos 8.500 niños vivirían con el virus y alrededor de 60.000 se habrían quedado huérfanos a causa de la enfermedad. Además, la desigualdad severa, la aversión a la crítica al Gobierno, las limitaciones de la sociedad civil, el control de los medios de comunicación, el -predominio de un solo partido político o la marginación de los grupos minoritarios, son algunos de los claroscuros de este país definido ampliamente como el ‘milagro africano’.
Con Seretse Ian Khama –hijo del padre de la patria– en la presidencia hasta 2019, Botsuana probablemente mantendrá su reputación como uno de los lugares más fáciles de África para hacer negocios, con una economía flexible y bien gobernada. Sin embargo, el país tiene un largo camino por recorrer antes de que sea capaz de diversificarse, más allá de su dependencia de los diamantes. La mina Jwaneng, la más rica de todo el mundo en esta piedra preciosa, se encuentra a unos 120 kilómetros de Gaborone, la capital del país. Con una producción de cerca de 10,6 millones de quilates por año, hoy en día los diamantes representan más del 60 por ciento de las exportaciones de Botsuana y casi el 25 por ciento de su producto interior bruto. No obstante, la nación puede ver peligrar sus ingresos por la -desaceleración económica que sufren China o India, los dos principales importadores.
Con el lustre de la enorme popularidad de Seretse Khama, el Partido Democrático de Botsuana (BDP, por sus siglas en inglés) ha ganado todas las elecciones desde la independencia, por lo general, con grandes mayorías. En el fondo, esto es el resultado inevitable de la falta de competencia democrática. Se permiten los partidos de oposición, pero se considera que no tienen ninguna posibilidad real de acceder al poder.
Fue el propio padre fundador de la nación quien hace 50 años subrayó la conveniencia de una oposición leal y eficaz ya que mantiene al Gobierno sujeto por los pies. Parece que, aunque los ingresos por los diamantes aseguren una década más de beneficios, se hace necesario un nivel de diversificación económica mayor para compensar las desigualdades sociales.
* Reportaje publicado en la revista del mes de octubre de Mundo Negro. (nº 620)
Compartir la entrada "Botsuana y Lesoto: medio siglo desde la independencia"