Los wazalendo buscan su sitio

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Los grupos de autodefensa proliferan en RDC para frenar al M23



Por Alfonso Masoliver desde Goma (RDC)



La violencia en el este de República Democrática de Congo (RDC) se ha recrudecido en los últimos meses. Con los rebeldes del M23 ocupando cada vez más espacio y el final previsto de la Misión de Naciones Unidas (MONUSCO) antes de 2025, los grupos de autodefensa cobran cada vez mayor protagonismo.



Quieren armas. No les importa el tipo, quién se las venda ni su procedencia, siempre que terminen en sus manos. Quieren armas para acabar con quienes se esconden al otro lado de los arbustos, pero también para salvar a sus familias y proteger su tierra de la guerra que se expande y se repliega en la provincia de Kivu Norte, al este de RDC. Son los wazalendo(‘patriota’ en suajili), una nueva milicia de defensa local que combate desde verano de 2023 a la guerrilla M23 y busca sustituir el papel de las milicias Mai-Mai en el territorio. 

No hay rango de edad ni «nota de corte» para ser wazalendo. En los batallones se mezclan militares retirados con jóvenes granjeros, comerciantes, desempleados, mecánicos, patriotas y muchachas rozando la mayoría de edad que sortean las miradas furtivas de sus camaradas. En los puestos de control de las carreteras, acurrucados en las posiciones próximas al frente y jugando a los naipes en la retaguardia, se encuentran decenas de adolescentes integrados en la milicia. Una macabra igualdad de género parece haber alcanzado a RDC en este punto: no son solo chicos, sino también chicas de 15 o 16 años quienes se abrochan uniformes antiguos y sueñan con apretar el gatillo para convertirse en héroes y heroínas. Aunque este periodista no encontró a ningún wazalendo menor de 15 años, hay pocas dudas de que entre sus filas combaten adolescentes. Lo que permite su alistamiento para combatir al M23 es, entre otras causas, que el sistema de reclutamiento y los trámites administrativos de la milicia no corren a cargo de Kinshasa, no están sujetos a un sistema centralizado por el Gobierno. No hacen falta documentos de identidad ni tarjeta de votante para salvar la tierra.

El 5 de abril de 2023, combatientes del M23 escribieron con tiza en la pared de una escuela de Kishishe, que utilizaron como base militar. Fotografía: Alexis Huguet / Getty



Estos milicianos no forman una fuerza gubernamental. Escuchan lo que tenga que decirles el Ejército regular, obedecen y colaboran, pero wazalendo no es sino el sobrenombre con el que se conoce a decenas de grupos armados divididos en barrios, aldeas y pueblos que se alían con el único fin de proteger sus tierras. Dejan de lado sus diferencias para enfrentarse a un enemigo común. Barrios y aldeas amenazados por el M23 se han organizado, se han armado en la medida de lo posible, han solicitado uniformes al Ejército –que les hace entrega de versiones descatalogadas– y combaten. 

Es el caso del exgeneral Mbokani Kimanuka, que actualmente tiene a su mando a 2.780 hombres y 70 -mujeres divididos en cinco regimientos. -Kimanuka fue militar -hasta que se retiró para dedicarse a la agricultura. Pero la guerra llamó a su puerta, se abotonó el viejo uniforme y reclutó a la fuerza que hoy protege Goma desde las laderas del Nyiragongo. El Gobierno le ha pedido que dedique la mitad de sus hombres a evitar que el M23 tome el volcán, puesto que su cima se convertiría en el punto ideal para que la guerrilla lance su ofensiva final contra la ciudad. Los combates son casi diarios. Intensos. Con escasas bajas, pero igualmente lloradas por todos. Cada pérdida supone la muerte de un combatiente, pero también la de un vecino del barrio, un amigo de la infancia, un hermano. El exgeneral afirma que la esencia misma de los wazalendo radica en esta faceta tan humana: «Mantenemos una fuerte relación de colaboración con los civiles. Ellos son quienes nos dan comida, agua, mantas y madera para el fuego con el que nos calentamos. Ya sabes que comemos porque nuestras mujeres vienen todos los días a traernos la comida a la base». 

Añade que los vínculos familiares y de amistad entre la milicia y los civiles explican parte de su eficacia. «Nosotros somos la primera línea de batalla», asegura el exmilitar, «no retrocedemos». Mientras que los militares pueden caer en el abismo del pánico durante el combate, un wazalendo no puede retroceder porque tiene el hogar a sus espaldas, y retroceder significaría entregar su casa.

Varias mujeres esperan para llevar madera al pie del volcán Nyiragongo el 13 de enero de 2023. Fotografía: Guerchom Ndebo / Getty



Dos vías de agua

Los wazalendo nacen por una doble necesidad: la incapacidad del Ejército congoleño de hacer frente al M23 en los dos últimos años y la inacción de la misión de Naciones Unidas en el país (MONUSCO) tras casi 25 años desde su comienzo y a pocos meses de su salida del país. Basan sus acciones en el artículo 41 de la Constitución congoleña, que indica que «todo ciudadano tiene derecho a un entorno sano, satisfactorio y duradero y tiene el deber de defenderlo». El marco legal del país admite la creación de milicias armadas, siempre que su fin concuerde con los intereses del Estado y no aumenten la inestabilidad nacional. 

En relación a la MONUSCO, Kimanuka expresa su desagrado cuando dice que su deseo es «que salgan de Congo», y critica «que no hayan combatido en primera línea con nosotros». Quiere a la ONU fuera de su país y se alegra de que la Misión vaya a concluir, técnicamente, antes de 2025. En cuanto al M23, el exgeneral menciona a ruandeses, ugandeses y «mercenarios blancos» a la hora de señalar a sus combatientes. Desconfía de los extranjeros. Para él, esta es una guerra que deben librar los congoleños sin ayuda, porque la que les llega suele resultar contraproducente por los intereses vinculados a terceras naciones en lo referente a las riquezas de RDC. 

Un problema de las milicias es que pueden desembocar en nuevos quebraderos de cabeza cuando los gobiernos se involucran con ellas. Ahí están los casos de las RSF (Fuerzas de Acción Rápida) en Sudán, la Seleka en República Centroafricana, o las propias milicias Mai-Mai en RDC. Los huecos legislativos que no logra tapar el Estado, el reparto de armas sin control y la naturalización de prácticas violentas, junto con la creación de nuevos modelos de poder que buscan maneras de perpetuarse tras el fin del conflicto, hacen de estos grupos un arma de doble filo. Del mismo modo que colaboran en la finalización de un conflicto, pueden empezar uno nuevo. Esto es lo que ha ocurrido con el ejército amhara en Etiopía, que colaboró con el Gobierno para derrotar a los tigrinos y luego se sublevó contra Adís Abeba en el verano de 2023.  

El presidente congoleño, Félix Tshisekedi, es consciente del riesgo que supone depositar la seguridad de Kivu Norte en manos de las milicias. Una de sus promesas durante la campaña electoral previa a las elecciones de diciembre de 2023 consistió en asegurar la integración de los milicianos en el Ejército, y para ello ofreció la creación de una fuerza de reserva. El exgeneral Kimanuka está de acuerdo con la misma, aunque considera más adecuado que los wazalendo sean integrados en el Ejército al finalizar el conflicto, y no durante el transcurso del mismo. 


El 6 de febrero de 2023, los ciudadanos de Goma hicieron una huelga para protestar por la presencia del M23 en la zona. Fotografía: Daniel Buuma / Getty


Material escaso

Con el fin de evitar un uso inadecuado de las armas, los milicianos apenas reciben material militar con el que entablar combate. Cuando un wazalendo se dispone para la batalla, sujeta con fuerza el machete y un hechicero le aplica el embrujo gri-gri que le vuelve «invisible». Solo uno de cada cuatro emplea un AK-47 en lugar del machete. Y luchan y mueren, y pierden o vencen. Cuando sucede esto último, los enemigos huyen y llega el momento de profanar a los muertos. Los milicianos podrán quedarse con los anillos y los pocos billetes que encuentren durante la rapiña, pero las armas que incauten a los caídos se envían a las autoridades militares para que decidan cuántas se quedan los wazalendo y cuántas se incorporan al arsenal del Estado. Kimanuka afirma que «existen reglas muy estrictas en lo referente al movimiento de las armas, principalmente para evitar abusos. Un wazalendo que haga un mal uso de sus armas será juzgado por un tribunal militar y no por uno civil». 

La limitación que establece el Gobierno de Tshisekedi a la circulación de armamento parecería una medida a aplaudir, pero tanto el exmilitar como otros milicianos entrevistados dejan entrever una sensación de frustración por su parte. Un coronel que se encontraba en la línea de frente se quejó a este periodista de que sus hombres no tenían suficientes fusiles y que apenas él tenía una granada, solo una, lo cual impedía que realizaran ninguna acción ofensiva. La escasez de armas entre los milicianos y el celoso control que ejerce el Gobierno sobre ellas –prevenido por su experiencia con milicias anteriores–, frena cualquier atisbo de iniciativa por parte de los wazalendo. Sus acciones ofensivas se limitan a aquellas que les indican los mandos del Ejército. 

«Si no fuera por nosotros, el M23 estaría ya en Goma. Somos la única defensa posible, somos la primera línea». Así responde el exgeneral al ser interrogado sobre la utilidad de sus milicianos. El Ejército apenas participa en las acciones que transcurren en zonas rurales y el grueso de la tropa se sitúa en las ciudades, esperando el envite definitivo, si es que llega. La motivación de los milicianos es fuerte, basada en la tierra y la familia, pero Kimanuka estima que Kinshasa podría ofrecerles incentivos que vuelvan aún más determinantes sus acciones. Pide un salario y el equipo adecuados. Un salario, aunque sea simbólico, que sustituya, en cierta medida, a los trabajos que los milicianos dejaron atrás para ofrecer su vida por la patria. Y botas sin agujeros, ponchos para la lluvia, comida, piedras de afilar y armas, sobre todo armas. Sin ellas no pueden ganar la guerra.


El presidente congoleño, Félix Tshisekedi, en Goma durante la campaña electoral de 2023. Fotografía: Alexis Huguet / Getty


¿Quién es responsable?

El Gobierno de RDC juega una partida peligrosa con los milicianos. Por un lado, curado de experiencias previas, limita las acciones de los wazalendo y reduce el flujo de armas en su dirección; por el otro, precisamente por esto, despierta frustraciones entre estos milicianos ansiosos por liberar su tierra, pero que ven cómo su propio gobierno es quien los contiene, les impone dificultades y, en última instancia, los mata. Porque el gri-gri es «muy efectivo» hasta que te atraviesa una bala. El machete es útil en el cuerpo a cuerpo, pero es inservible durante un tiroteo en el bosque. Y la falta de medios se traduce en bajas. Las bajas se transforman en lágrimas. Y las lágrimas de los milicianos pueden evaporarse dejando atrás una sal corrosiva que repita la historia de las milicias Mai-Mai. Puede establecerse que el culpable directo de cada una de las bajas sería el guerrillero del M23 que disparó su arma, pero los wazalendo empiezan a comprender que también hay un culpable indirecto o un culpable por omisión: el Gobierno. 

Hoy obedecen al Ejecutivo, son fieles y tienen un objetivo común, pero surge una pregunta: ¿qué ocurrirá cuando no haya un objetivo que les una? ¿Qué sucederá si el Gobierno deshecha la idea de una fuerza de reserva y los héroes de guerra son enviados de vuelta a sus casas sin el reconocimiento y el pago que creen merecer? Y si, finalmente, son integrados en el Ejército, ¿sabrán adaptarse a su disciplina? 

El exgeneral Kimanuka viste un chándal de Nike donde se lee junto al logo «Just do it». ‘Hazlo’. El coronel entrevistado en el frente juguetea con su única granada a lo largo de la conversación. Los jóvenes combatientes se apiñan en torno al periodista para pedirle que les tome una fotografía. Los más veteranos observan desde la distancia y niegan el miedo a la muerte. Los wazalendo representan una contradicción entre la esperanza y el temor, escenifican un profundo deseo de ganar sin los medios necesarios. Son héroes con el potencial de convertirse en villanos. Hermanos. Padres. Híbridos entre agricultores y soldados.  




Una relación inestable


La ofensiva en curso del M23 ha aumentado la relevancia de los wazalendo en RDC. Desde comienzos de año, el grupo rebelde ha tomado nuevas posiciones en torno a la villa estratégica de Sake, a 20 kilómetros de Goma, así como importantes zonas mineras en los alrededores de Masisi. La incapacidad de las Fuerzas Armadas congoleñas (FARDC) a la hora de hacer frente a esta amenaza en expansión, pese a la ayuda de los instructores rumanos presentes sobre el terreno y la incorporación de medios aéreos desde noviembre de 2022, vuelca necesariamente las esperanzas de la ciudadanía en las milicias locales. Estas esperanzas conceden un poder mayor a los wazalendo y despiertan preocupaciones en el seno del Gobierno, que ya conoce las repercusiones que puede traer un grupo de milicias demasiado popular.

En la localidad de Mangina, cerca de Beni, un combate en enero de 2024 entre militares congoleños y presuntos wazalendo se saldó con seis muertos. El sitio de información congoleño Tazama RDC informó el pasado mes de marzo de que elementos wazalendo de Nyamilima se habían unido al M23 para extraer coltán en la mina de Rubaya. Sean ciertos o no estos rumores, un aroma de división se extiende entre las distintas facciones de wazalendo a menos de un año de su creación. Cada localidad conforma un grupo distinto al del resto de localidades, más o menos próximo a los combates o las minas, con líderes diferentes y problemas concretos. La lentitud del Gobierno a la hora de integrarlos en la dinámica del Ejército puede provocar divisiones de intereses entre los milicianos durante los próximos meses.

Los wazalendo incluso se enfrentaron a los militares durante los momentos más tensos vividos durante el mes de febrero en la localidad de Sake, cuando estos últimos plantearon una retirada estratégica que permitiese a los rebeldes hacerse con la ciudad transitoriamente. Los milicianos se hicieron entonces con las armas de las FARDC y les comunicaron que no se las devolverían hasta que jurasen que se quedarían para defender la villa, cosa que continúan haciendo hoy.

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