Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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Facebook se convirtió en un hervidero de reacciones, críticas, exigencias, preguntas y lamentos. La reproducción de la primera página del semanario The Patriot el pasado 1 de junio no dejaba dudas. Como si se tratara de una lista de la compra, ofrecía un desglose oficial –realizado unos años después de que comenzasen las negociaciones, en 2015– del coste del genocidio nama y herero cometido a principios del siglo XX: pérdida de vidas (10.792 millones de euros), pérdida de sustento (2.124 millones), pérdida de tierras (1.618 millones), trabajo forzoso (14.074 millones) y otros costes (700 millones). En total 29.269 millones de euros. «¿Qué ha pasado en tres años para haber pasado de 29.2oo millones a solo 1.100?», se preguntaba el empresario y activista Vetumbuavi Green Mungunda.
También el académico Ngondi Kamatuka respondía al anuncio del acuerdo entre los Gobiernos de Namibia y Alemania colgando en su muro una fotografía en blanco y negro de un grupo de supervivientes herero a su regreso del desierto de Omaheke, donde habían sido abandonados por las tropas alemanas. Siete hombres, algunos con rostro de niño, con las costillas -completamente -marcadas y la piel muy estirada sobre los huesos, y dos mujeres incapaces de ponerse erguidas.
Todo comenzó en 1884, cuando las potencias europeas se repartieron el continente africano en la Conferencia de Berlín. Alemania se quedó con las actuales Camerún, Togo, Tanzania y se anexionó la costa suroeste, lo que hoy es Namibia. Las condiciones a las que Alemania sometió a la población hasta la I Guerra Mundial hizo que el 12 de enero de 1904 los hereros, comandados por el jefe Samuel Maharero, junto a los namas, se levantasen contra la ocupación bajo la proclama «Let us die fighting» («Dejadnos morir luchando»). La respuesta de las fuerzas coloniales fue brutal, según los historiadores de la época, que luego calificarían lo sucedido como el primer genocidio del siglo XX.
El 80 % de la población herero, 65.000 personas, y el 50 % de los namas, 10.000 personas, murieron en un enfrentamiento que se prolongó desde 1904 a 1907. Los que consiguieron sobrevivir fueron trasladados al desierto de Omaheke, donde muchos murieron de hambre, sed, agotamiento o por las balas y los cañones con las que se les seguía atacando. Las mujeres eran sistemáticamente violadas, y los que emprendían el camino de regreso eran de nuevo interceptados y trasladados a campamentos donde eran usados como mano de obra esclava. Uno de los campos de concentración más importantes estaba ubicado en lo que hoy es Swakopmund, el principal balneario del país.
Hubo órdenes de exterminación específicas de las áreas en las que se concentraban ambas comunidades, lo que, según los relatos históricos de la época, explica la demolición de hasta lo esencial para la vida de hereros y namas. Esta contundencia, ejecutada como respuesta al intento de sublevación, también afectó a otros grupos, como los damaras, cuya población estimada antes de la guerra era de 30.000 personas, y que quedó reducida a 18.487. Según un censo oficial de 1911, tras el genocidio quedaron vivos 19.423 hereros y 14.236 namas –esta cifra es cuestionada por algunos historiadores, que la rebajan a 10.000– en el territorio que llevaba el nombre de Alemania Sudoeste África.
El columnista Kwame Opuku analizó con detalle los términos usados para comunicar el acuerdo entre Alemania y Namibia y criticó con contundencia que se pudiera estar justificando la acción germana en el país austral solo porque no existiera un marco legal en el que se recogiese lo que significa intentar exterminar a un pueblo: «Alemania parece algo reacia a reconocer los genocidios de 1904-1907 plenamente como tales en el Derecho Internacional (…) al decir “Ahora llamaremos oficialmente a estos eventos del período colonial lo que son desde la perspectiva actual: un genocidio”. Por lo que sugiere que en el pasado, tal asesinato deliberado de un pueblo, su exterminio, de alguna manera, no estaba en contra del Derecho Internacional. De hecho, la Convención sobre el Genocidio de 1945 no tiene efecto retroactivo. Sin embargo, los genocidios de los hereros y los namas no estaban dentro de ninguna disposición del Derecho Internacional, pero sí en contra de los deberes de Alemania como potencia colonizadora».
Las alegaciones iniciales de Alemania, apuntando a que la actuación de sus ancestros fue «algo que se hizo mal» –los historiadores y los relatos de los familiares de los fallecidos demostraron que se llevó a cabo una «desintegración de las instituciones, la vida política, social, el idioma, la dignidad, la salud e incluso la vida de cada individuo»–, muestran lo retorcido que ha llegado a ser el planteamiento.
En 2015, Alemania llamó oficialmente «genocidio» a los hechos, pero rechazó pagar una reparación. Así fue como empezó una ardua negociación en la que tanto los líderes comunitarios como las organizaciones que defienden la memoria de los hereros y namas o sus descendientes han sido excluidos.
No estuvieron en la mesa de negociaciones y tampoco saben cómo se va a distribuir el dinero de la reparación para que, como anunció Alemania, se invierta en infraestructuras, atención médica y programas de capacitación que beneficien a las comunidades afectadas.
Las fuentes críticas con el proceso no solo llegan desde Namibia, sino que organizaciones no gubernamentales como Berlin Postkolonial también se refirieron a la «falta de transparencia», al no haber incluido a las asociaciones de víctimas. «Sin los descendientes de los grupos más afectados en aquel tiempo, sin ellos, no hay reconciliación. Es impensable», explicaron en redes sociales.
En cambio, Heiko Maas, ministro de Asuntos Exteriores alemán, en un comunicado difundido el 28 de mayo, dijo: «Me siento agradecido por habernos puesto de acuerdo con Namibia en cómo gestionar este oscuro capítulo de nuestra historia compartida. Tras más de cinco años, -Ruprecht Polenz y su contraparte namibia, Zed Ngavirue, concluyeron las negociaciones conducidas en nombre de ambos Gobiernos y con la guía de ambos Parlamentos. Representantes de las comunidades herero y nama estuvieron involucrados en la negociación en la parte namibia». Es otra percepción errónea, desde la perspectiva de los que cuestionan el acuerdo, que no ha permitido que comience a cerrarse una herida histórica tan profunda.
El Gobierno namibio ha solicitado que las ayudas económicas sean -destinadas a «la reforma de la tierra –se confiscaron 25 millones de hectáreas, la tierra más fértil del país, que en gran parte no ha sido devuelta a sus propietarios–, incluido su desarrollo y el de la agricultura, el mundo rural –se calcula la pérdida de 80.000 animales; los namas perdieron la mayor parte de su ganado–, las infraestructuras de suministro de agua y la formación profesional en las zonas marginadas donde, en estos momentos, viven unos 100.000 hereros –la población total de Namibia es de 2,5 millones de personas–». De hecho, si no se hubiese producido el genocidio, según los cálculos del Ejecutivo namibio, hoy habría al menos 954.903 namibios más que formarían parte de su censo, y los hereros serían la comunidad más numerosa.
El asunto del reparto de la indemnización provocó también reacciones virulentas en las redes sociales, desde donde se acusó al Gobierno alemán de controlar también esa faceta, y de hacerlo de forma que «los colonos actuales» sigan aumentando sus fortunas y bienestar en Namibia.
El debate sobre el reparto y quién debe beneficiarse en Namibia se prolongará porque el país pasa por una crisis financiera –registra uno de los mayores niveles de desigualdad del mundo– que le deja poco margen de maniobra. Namibia es una nación extensa –su superficie equivale a la de Alemania e Italia juntas– y despoblada. En estos momentos, el 7 % de su población son hereros y el 5 % namas.
Chief Paramount Vekuii Rukoro, líder de los hereros, y Goab J. Isaac, al mando de la Asociación de Líderes Tradicionales Namas, rechazaron el acuerdo calificándolo como una «venta». Poco después de hacerse público manifestaron su repulsa porque aceptarlo sería «una traición a los ancestros».
«Lo que ofrece Alemania no es suficiente. No tienen derecho a sentarse y hablar sobre nosotros sin nosotros, y salir con un acuerdo vendido que no dice nada. Un genocidio que permite a Alemania, como parte de su propia discreción, acordar la entrega de dinero a cambio de proyectos bilaterales. Eso no es lo que tenemos nosotros en la cabeza. La ayuda debe ir directa a los descendientes de las víctimas del genocidio, como estipula Uahamise Kaapehi, el consejo municipal que preside el Comité Herero/Nama en -Swakopmund», declaró Vekuii -Rukoro, abogado y antiguo parlamentario, poco antes del morir, el pasado 18 de junio, de Covid-19. «No somos tan estúpidos como para no poder controlar nuestro propio dinero. Queremos que Alemania nos respete. Exigimos una disculpa de los alemanes y que sean ellos los que compren granjas para los descendientes», confluyó.
Esta idea la secunda Nandiuasora Mazeingo, director de la Fundación Genocidio Ovaherero, quien calificó el acuerdo como «un insulto» porque al Gobierno de Namibia se le otorgó el papel de «facilitador» en el proceso y las comunidades afectadas fueron directamente excluidas. Recordó que la cantidad ofrecida equivale al presupuesto anual del Ministerio de Educación de Namibia, y se preguntaba sin esperar respuesta: «¿Esto es lo que ofrecen después de haber matado al 80 % de mi gente y al 50 % de los namas? Han saqueado nuestro país y sus hijos aún se sientan en nuestra tierra».
Desde el Gobierno namibio, su portavoz, Alfredo Tjiurimo Hengari describió el reconocimiento como «un paso en la buena dirección», porque «aunque no se encuentre nunca la forma de concluir o cerrar el tema, porque nadie puede cerrar un genocidio, estamos contentos de que los alemanes se lo apropien».
Namibia, el mayor productor de diamantes marinos y el quinto de uranio del mundo, pasó de manos alemanas a sudafricanas porque el país vecino derrotó a las tropas germanas y asumió el control del territorio hasta su independencia en 1990, donde fue determinante la acción de las milicias de la Organización de los Pueblos del Suroeste Africano (SWAPO).
Son muy pocos los analistas que consideran que, a pesar del gesto histórico que significa el reconocimiento oficial de que se perpetuó un genocidio contra los hereros y los namas, esto vaya a suponer un acercamiento o el comienzo de una relación sana entre ambas naciones. La desconfianza y, sobre todo, la gestión del conflicto, alejan cualquier atisbo de comprensión mutua.
¿Cuánto vale la vida de una persona? ¿Cómo compensar la -destrucción de una sociedad? El genocidio olvidado de los hereros y los namas ha logrado, con el gesto del Gobierno alemán, reconocimiento y visibilidad internacional, pero está lejos de ocupar el lugar que le pertenece dentro de la sociedad namibia. «No es suficiente», fue la apreciación más repetida por los activistas, políticos y descendientes de ambas comunidades.
No se ha negociado «un acuerdo de justica restaurativa con Namibia» que permita avanzar sobre los pilares de una sólida relación de confianza. Los gestos e imágenes siguen dominando la compleja relación entre los antiguos colonizador y colonizado. Por eso, los 20 cráneos que un hospital de Berlín devolvió a Namibia hace una década, tras reconocer que fueron enviados a Europa para ser estudiados y así demostrar la superioridad de los blancos sobre los negros, ejemplifican que los namibios nunca acabaron de ser tratados como personas, víctimas de la persecución y una violencia extrema. Lo que también resulta evidente es que esa superioridad que los hechos demostraron de facto, no solo se manifestó en el pasado, sino que se ha vuelto a explicitar en el presente, cuando se ha dejado pasar ante los herederos de las víctimas la oportunidad de un reconocimiento y un acuerdo pleno que ayude a mitigar el crimen cometido.
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