«El hambre y la pobreza están atacando más que el coronavirus»

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Clara Pardo, presidenta de Manos Unidas

El 14 de febrero se celebra la Jornada Nacional de Manos Unidas con el lema «Contagia solidaridad para acabar con el hambre». Este año, la ONG de desarrollo de la Iglesia católica y de voluntarios vuelve a sus orígenes. Desde 1960, su principal motivación es el trabajo para erradicar el hambre en el mundo.

¿Qué pretenden con la campaña de 2021?

El lema es «Contagia solidaridad para acabar con el hambre». La palabra «contagio», probablemente después de «covid», está siendo la más temida en esta pandemia. Por eso hemos intentado darle un enfoque diferente. Creo que con el coronavirus hemos interiorizado mucho el mensaje de «me encierro, me confino», pero nosotros pensamos que es el momento de mantener la solidaridad, y no solo de mantenerla, sino de potenciarla. Por eso debemos ser capaces de transmitir alegría, optimismo, esfuerzo y sacrificio para acabar con el hambre, porque el hambre y la pobreza se han agudizado con la pandemia. Si había 690 millones de personas en situación de hambre extrema, se estima que entre 90 y 130 millones de personas más van a incrementar esa cifra a causa del coronavirus. En Manos Unidas nos encontramos al final de un trienio dedicado a los derechos humanos, y seguimos implicados en ello, pero no podemos olvidarnos de que el hambre y la pobreza existen y que la solidaridad de todos es necesaria. 



Un proyecto para el suministro de agua financiado por Manos Unidas en Mauritania. Fotografía: MANOS UNIDAS/ Myriam Sagastizábal. En la imagen superior, Clara Pardo. Fotografía: MANOS UNIDAS / Alberto Prieto


La última gran crisis económica suscitó la cuestión de por qué ayudar a los países del Sur cuando aquí había tanta gente que necesitaba de la solidaridad de los demás. ¿Puede volver a ocurrir ahora?

La gente te plantea que cómo no va a ayudar aquí, cuando está viendo todos los días las colas del hambre, y sí va a colaborar con la gente de afuera. En marzo o abril, cuando en España el coronavirus estaba sacudiendo muy fuerte y fuera no ocurría lo mismo, en Manos Unidas recibíamos infinidad de mensajes de nuestros socios en India o en África, y eran ellos los que pedían por nosotros. Ellos no nos iban a mandar ayuda, pero sí que rezaban por nosotros. Nosotros tenemos dos fines: la sensibilización de la población española sobre el hambre y las causas que lo provocan y, junto a ello, ayudar en proyectos fuera de España. De hecho, cuando empezó la pandemia, dudamos si lanzar alguna campaña de emergencia. Lo hicimos a finales de abril o principios de mayo, cuando el coronavirus empezó a atacar muy fuerte en los países del Sur. Para tomar esa decisión vimos un vídeo dramático que nos mandaron desde India y en el que se veía una de esas estaciones en las que hay miles de personas. Ante aquello, no podías hacer otra cosa que preguntarte cómo iba a haber aislamiento o distancia social cuando la gente está hacinada. Y nosotros estamos para ayudar a estas personas. ¿Hay en España colas del hambre? Claro que las hay, pero fuera el coronavirus les ha obligado a confinarse en infraviviendas sin condiciones. En el mundo hay cerca de 3.000 millones de personas sin acceso a agua potable en sus casas, pero se les ha insistido en la necesidad de lavarse las manos. Aquí, a pesar de las colas del hambre, te puedes lavar las manos, puedes ir a la Seguridad Social y te dan una mascarilla… La situación no es comparable. Aquí la situación es mala, pero fuera es dramática. 

¿En qué se ha traducido esa ayuda específica para el coronavirus?

Hemos apoyado unos 140 -proyectos específicos relacionados con la COVID-19. En concreto eran 136 a -finales de 2020, y más de la mitad no eran puramente sanitarios. La inmensa mayoría estaban relacionados con el hambre; la gente se va a morir de hambre a causa del coronavirus porque las economías se han parado. En Malaui tuvieron que levantar el toque de queda justo 15 días después de decretarlo porque entendieron que las familias no iban a tener medios para poder subsistir. La gente vive de la economía de subsistencia, y obligar a alguien a confinarse implica obligarle a no recibir ningún ingreso. Intentamos transmitir ese mensaje.


Clara Pardo, presidenta de la organización, con varias mujeres que participan en el proyecto Karonghen, en Casamance (Senegal). Fotografía: MANOS UNIDAS/ Ana Pérez


Muchos misioneros insisten en esa idea: el confinamiento es imposible en muchos lugares, porque al final tendrán que elegir entre el hambre o el riesgo a contagiarse.

Desde luego, y si aquí nos obligaran a confinarnos de nuevo tendríamos agua para lavarnos las manos, hay un sistema de ayudas que funciona, cosa que fuera no ocurre. Por eso apelamos a la solidaridad, porque es urgente. El hambre y la pobreza están atacando más que el coronavirus. 

La lucha contra el hambre está en el ADN de Manos Unidas. El hambre es la gran pandemia de nuestro mundo.

Estamos retrocediendo mucho, probablemente 20 o 30 años, en el índice de desarrollo del planeta a causa del crecimiento de la pobreza, y la solidaridad no se puede sustentar en esa limosna antigua de «te doy el dinero y me olvido». El papa Francisco nos recuerda que la solidaridad no puede ser un acto esporádico sino una actitud en la vida. La solidaridad tiene que cambiar tu vida y que eso se traduzca en un cambio en la vida de la gente, de los más cercanos y de los más alejados. Y precisamente por estar más alejados no podemos cerrar los ojos a su realidad. Es muy triste, pero las grandes tragedias del mundo no interesan. Tenemos que avanzar, la ayuda al desarrollo hace 20 años era mucho más asistencialista, pero ahora se trata de reconocer los derechos de las personas y que ellos mismos puedan ser los agentes de su propio desarrollo. Nosotros no les podemos dar de comer pero sí les tenemos que ayudar a que sean capaces de tener acceso a los alimentos. También se trabaja en la consecución de sus derechos sociales, que tengan acceso a ellos, que sepan que hay ayudas que pueden solicitar. Por ejemplo en India, país que conozco bien porque he viajado mucho, hay ayudas oficiales, pero la gente no lo sabe. Buena parte de la población no sabe leer, luego también hay mucha corrupción… Por eso es fundamental enseñarles a acceder a esos recursos, que son derechos sociales que les pertenecen. También hay que trabajar en esta vía del desarrollo político de las personas, todo va unido. 

Sobre el derecho a la alimentación, el Relator Especial de ONU para el Derecho a la Alimentación entre 2000 y 2008, Jean Ziegler (leer «Para saber más», p. 47) dice que el derecho a la alimentación es el «más ampliamente violado en nuestro planeta».

Es un escándalo. Que la gente se muera hoy en día cuando hay alimentos suficientes para dar de comer a la gente, es un escándalo. Que fallezcamos a causa del coronavirus porque no hemos dado todavía con una solución…, pero que la gente se muera de hambre cuando desperdiciamos tantos alimentos cada día es una vergüenza. Un tercio de los alimentos que se producen termina en la basura. Si nos diéramos cuenta de que un hijo nuestro se está muriendo de hambre mientras tiramos la comida a la basura, la cosa cambiaría. Pero como pasa lejos, como no vende, como no le gusta a la gente… Nos gusta lo amable o el escándalo político, pero el hambre no vende. Y es ahí donde tenemos que insistir e insistir. Es un derecho humano. Todos los derechos son importantes, pero algunos son imprescindibles. Por eso debemos volver a los orígenes, a contagiar solidaridad para acabar con el hambre. La palabra hambre no es bonita, pero precisamente por ello hay que repetirla.



Un niño trabajador del mercado de Dantopka, en Cotonú, donde se desarrolla buena parte de la actividad comercial de la ciudad beninesa. Fotografía: MANOS UNIDAS/ Marta Carreño


En esta pelea por la igualdad, por la democratización de los derechos fundamentales, de la expansión de la solidaridad, ¿cuánto ayudan Fratelli tutti o Laudato si’, del papa Francisco?

Laudato si’ ha ayudado muchísimo, es como nuestro documento de cabecera en los últimos años, y Fratelli tutti es muy necesaria. Tenemos mucha suerte con la insistencia que manifiesta el Papa en la dignidad de las personas. En lo relativo al cuidado de la Madre Tierra, muchos problemas relacionados con el hambre tienen su origen en el maltrato al que -sometemos a la -Tierra. La -encíclica tiene que -remover la conciencia de la gente. La dignidad de las personas es la misma con -independencia de donde vivan. Tienen la misma dignidad los que usan esas mascarillas improvisadas hechas con cartón o los que podemos utilizar una FFP2 cada día. ¿Por qué no tienen derecho a lo mismo? ¿Porque han nacido en otro sitio? Tenemos que ser conscientes de que todos somos iguales.

Detrás de buena parte de esta realidad está la muy extendida cultura del consumismo y del descarte, contra la que hay que luchar.

Ese reto es mucho más ambicioso. Convencernos de que no hay que comprar esa camiseta que está de rebajas, que me cuesta solo tres euros y que la tiro mañana, o que no hay que tirar la comida, es mucho más complicado. Eso no se consigue en un día, pero poco a poco hay que ir sembrando para concienciarnos de la necesidad de evitar esa forma de vivir. Es importante porque afecta, sobre todo, a las personas.

¿De dónde procede esa cultura del descarte?

No lo sabría señalar con precisión. Pero también es cierto que somos testigos de la otra cara de la moneda. Durante los meses de confinamiento nos obligaron a parar y veías testimonios preciosos de gente que vivía en pisos y que se ofrecía a las personas más mayores para ir a la compra… Es muy bonito ser capaces de mirar a tu vecino inmediato, al de la puerta de al lado, y ayudarle o, simplemente, hacerle saber que estás a su lado si le ocurre algo por la noche. Eso es algo que en una sociedad muy acelerada como la nuestra no veíamos con frecuencia. Pero se produjo un avance y durante la crisis fuimos testigos de lecciones muy bonitas. A la gente no le gusta escuchar cosas feas, no le gustan las tragedias, pero cuando conoces a la persona de al lado… Creo que debemos volvernos más humanos. La gente no quiere ver lo de fuera, pero cuando a los más cercanos les vas contando lo que ves, los proyectos que visitas y con los que colaboramos, entonces las cosas cambian. Les interesa, por ejemplo, la menor incidencia del coronavirus en África, a pesar de lo cual no podemos olvidarnos de ellos ni de algunos países latinoamericanos, donde la gente moría en la calle sin ninguna atención. Esperemos que esto, por lo menos, nos haga volvernos hacia el más cercano y el más lejano.   




PARA SABER MÁS


Por Alfonso Armada

Letras

A la hora de pensar en el hambre hay un libro que debe ser el punto de partida de todo el que quiera analizar sus causas y estragos: Destrucción masiva. Geopolítica del hambre (Península), el ejemplar ensayo de Jean Ziegler, para quien «de todos los Derechos Humanos el derecho a la alimentación es sin duda el más constantemente y más ampliamente violado en nuestro planeta», de ahí que concluya que «el hambre tiene un cierto parentesco con el crimen organizado». Uno más torrencial, por sus datos y por las opiniones del autor, es El Hambre (Anagrama), de Martín Caparrós.

Un ensayo sobre el desaforado uso político del hambre es Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania (Debate), de Anne Applebaum, mientras que sus estragos aparecen expresivamente relatados en Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el este de Ucrania (La Huerta Grande), de Argemino Barro. 

Si preferimos la ficción, me quedo con tres, El lazarillo de Tormes (Espasa), al que volver toda la vida, y dos novelas: Medio sol amarillo (Literatura Random House), de la nigeriana Chimamanda Ngozi, de donde extraigo este fragmento: «Él escribe sobre la hambruna. Era una de las armas de guerra nigerianas. La hambruna hizo posible la separación de Biafra, le valió fama y sostuvo su existencia mientras duró. La hambruna hizo que el mundo entero fuera consciente de la situación y prorrumpiera en muestras de protestas y manifestaciones (…) y también que África entrara en la campaña de Nixon e hiciera que padres de todo el mundo obligaran a sus hijos a comer». Y por supuesto Hambre, del Nobel noruego Knut Hamsun, un autor al que leer a pesar de sus infames ideas políticas.

Imágenes 

Las Hurdes. Tierra sin pan y Los olvidados, de Buñuel, todavía nos incomodan por su crudeza y su verdad o, bajo la óptica no menos eficaz del humor, La quimera del oro, de Chaplin. Sin tratar específicamente del hambre, pero sí de sus afueras, Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, es un clásico que siempre alumbra. Dos documentales que valen la pena: Lucha de gigantes, de Hernán Zin, y El monstruo invisible, de los hermanos Fesser. Otra mirada que complementa lo anterior es la de La pesadilla de Darwin, de Hubert Sauper. Pero para cerrar esta pequeña lista, un puñetazo en la conciencia: Cafarnaúm, de Nadine Labaki, en la que un niño libanés denuncia a sus padres por haberle traído a un literal valle de lágrimas. 



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