«La relación de África con China está en construcción»

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Carlos Lopes, economista
Carlos Lopes es el representante de la Unión Africana para las negociaciones con Europa. De paso por nuestro país de la mano de Casa África, presenta su libro África en transformación. Desarrollo económico en la edad de la duda. Así, con pocas certezas, comenzamos a hablar.
Dice en su libro que los africanos son preguntados constantemente sobre qué prefieren primero: desarrollo o democracia. ¿Usted qué opina?

Creo que es un debate sin mucho sentido. Lo que me parece posible discutir es cuáles son las características de la democracia que permite la transformación estructural. Hay democracias que se podrían calificar como «superficiales», son países que convocan elecciones y que tienen instituciones que parecen «normales» pero que no funcionan como instrumentos de transformación de la gente. Cuando se pide a los africanos una reacción sobre lo que debe venir antes, muchos no van a poder responder. Haría falta preguntarles «¿Ustedes piensan que la política es más importante que el empleo?». Ahí sí podría reaccionar la gente y decir, sin duda, que el empleo es más importante que la política. Creo que es ahí donde está el sentimiento de la mayoría. Hay necesidades de crear posibilidades de expansión de las oportunidades. Si un régimen político, llámese democracia o como sea, no permite la expansión de oportunidades no resulta.

Habla de democracia en un continente donde el 40 % o más de la población no puede votar debido a su edad. ¿Estamos hablando de una utopía?

No. Todos los momentos históricos tuvieron formas de construcción del espacio político basándose en la realidad contextual. Después de surgir un movimiento de integración política proporcionado por la globalización, se creó una especie de valores universales que se extienden cada vez más a las instituciones. Dejan de ser solamente valores y pasan a ser prescripciones sobre cómo deben implementarse los valores. Eso es lo que está incomodando a la gente. En países con una población muy joven, si se presionara para tener un determinado tipo de instituciones, la gente iría a ejercer su derecho de participación de otra forma, por ejemplo llevando la edad para votar a los 16 años, algo completamente aceptable en muchos países africanos. Podríamos dar otro ejemplo. En países desarrollados, con un mercado de trabajo moderno, el trabajo infantil no es aceptable. Pero en el contexto de algunas sociedades africanas no solamente es aceptable, sino que es fundamental en la construcción de la solidaridad familiar, de las relaciones sociales… Esta transposición rápida de las instituciones, en ocasiones ha creado problemas en África. Precisamos africanizar la democracia, en vez de democratizar África

Mandela, que propugnó reducir la edad del voto en Sudáfrica, participa en unas elecciones. Fotografía: Getty
Mandela intentó rebajar la edad del voto, y sus propios compañeros del Congreso Nacional Africano tumbaron la propuesta.

Sí, sí, pero lo que es interesante es que esta discusión no va a ­desaparecer.

En el título de su libro habla de transformación y de desarrollo, pero no alude al crecimiento. ¿Qué intención tiene esa omisión?

Está claro que África está creciendo, pero este crecimiento no está suponiendo una transformación y no sirve para el desarrollo. Se trata de tener crecimiento con transformación.

¿Estamos obsesionados con el crecimiento y nos olvidamos del desarrollo y la transformación?

Sí, y es un poco triste que se haga una reducción de lo que es esencial en el proceso. Por ejemplo, Namibia, que tiene una gran dependencia de la salud económica de Sudáfrica, presenta un crecimiento muy débil, pero es un país que está en transformación. El crecimiento del país es casi imposible. Si Sudáfrica no crece, Namibia no va a poder crecer al 5 %, pero está haciendo grandes progresos en la lucha contra la desigualdad, el acceso a la tierra… Puede haber transformación sin crecimiento.

¿Encuentra alguna explicación a esa obsesión occidental por el crecimiento?

Creo que hay tres problemas. El primero es que hay cierta obsesión por la estadística en Occidente, que enfoca la discusión en el crecimiento. El segundo tiene que ver con la creación, en los países más industrializados y avanzados tecnológicamente, de toda una maquinaria, una estructura, de apoyo a la protección social. Se piensa que si hay crecimiento, esta estructura puede ser mantenida, y si no, hay que cortarla. El crecimiento es un termómetro para decidir si se pueden mantener o no prestaciones sociales. El tercer elemento es que el crecimiento económico es una forma muy fácil de hacer comparaciones con el resto del mundo. Todo el mundo está de acuerdo en que el PIB es una forma de medida con limitaciones, pero todos acaban utilizándolo porque es muy fácil de comparar.

¿Con quién se compara a África?

Para nosotros, la comparación más importante es con India. En términos de población, tiene unos números un poco mayores que África y una diversidad interna muy grande, comparable a la del continente africano. También son comparables indicadores como el volumen comercial o el PIB. Si, por ejemplo, uno mira el PIB per capita, África está todavía por delante de India. ¿Cuánto tiempo necesita India para pasar a África? Probablemente muy poco, porque está creciendo al 7 %, y el continente a un 3,5 o 4 %. Así que esa comparación es muy interesante. Pero también la comparación del nivel de industrialización, de instrucción, del nivel de consumo interno… Para mí es muy interesante esta comparación.

Los primeros ministros de India y Mauricio en una cumbre bilateral celebrada en Nueva Delhi en 2017. Fotografía: Getty
Cuando se enumeran los socios comerciales del continente, en una primera lectura, India no aparece entre los primeros.

Aunque es el segundo socio comercial de África, después de China, mantiene una relación muy importante a nivel de inversión. África es el primer inversor mundial en India, más que el resto de regiones del mundo, debido sobre todo a Mauricio, que es utilizado como puente para invertir allí. Es una relación muy especial, ya que existe cierta competencia entre China e India para ganar influencia, sobre todo en África oriental, donde India cuenta con algunas ventajas a causa de su presencia histórica en la costa oriental africana. Creo que los africanos consideran la relación con India de otro modo, como si fuera un socio más antiguo.

Usted subraya la complejidad de las relaciones internacionales. ¿Puede que en el escenario internacional África esté mejor posicionada de lo que aparenta?

Lo correcto sería decir que África tiene mucho más potencial de influencia en relaciones internacionales de lo que ejerce.

¿Deben las naciones africanas ocupar más sillones en los organismos donde se toman las decisiones?

Simbólicamente sí, pero lo más importante es reformar su organización continental, la Unión Africana (UA), para que pueda responder a los retos de la transformación. Tenemos una agenda de aspiraciones, de voluntades, la Agenda 2063, y lo que ha verificado el colegio de jefes de Estado es que esta no puede ser implementada con la estructura actual de la UA, que necesita ser cambiada.

En su libro se lee que «África necesita un nuevo tipo de política en el que los principios democráticos guíen la vida diaria». Movimientos sociales como los registrados en Gambia, Burkina Faso o, más recientemente, Argelia o Sudán, ¿ayudarán a africanizar la democracia?

Decía en una entrevista a Jeune ­Afrique que la calle tolera un poco de autoritarismo, pero lo que no tolera más es la ineficacia. Un Gobierno que no da resultados no es tolerable. Se puede vivir con un poco de autoritarismo, pero no se puede vivir con ineficacia. La calle no lo permite. Vamos a tener muchas revueltas de ese tipo, no es algo que vaya a terminar.

¿Estas movilizaciones son un mensaje para nosotros? ¿Es una forma de mostrar al mundo el coraje de los pueblos africanos?

Es una forma de ver las cosas. Yo no lo había visto así, pero seguramente hay esa voluntad, esa dinámica de transformación, esa energía, que tiene mucho que ver con la demografía, con los jóvenes, que no toleran más una situación de cohabitación con la vieja política. La demostración no es tanto lo que pasa en Sudán o Argelia, que son dos ejemplos de regímenes que estaban ahí desde hacía mucho tiempo, sino lo que pasa en Liberia o Benín, donde acaban de tener elecciones, y aunque los presidentes son muy recientes tienen la calle completamente incendiada. No es solo una cuestión de elecciones.

Un avión chino y otro de Botsuana en el aeropuerto de Beijing en 2018. Fotografía: Getty
Hablemos de China. Dice usted: «El socio clave para que África concrete muchos de sus objetivos, seguramente sea China».

La idea que intento trasladar es que la relación de África con China está en construcción. Esta intensidad en la relación es nueva. La relación no tenía ninguna significación hasta 1980 o 1990. Es una relación en construcción y permite mucha más laxitud. Me parece que la relación de África con el mundo se va a definir a partir de la forma en la que pueda ejercer su influencia en un socio tan importante como China. Si lo logra, negociar con Europa, Estados Unidos u otros grandes socios será mucho más fácil. Además, me parece que China no se puede permitir una mala imagen en sus relaciones con África. Eso da a los africanos una capacidad de negociación más agresiva, porque cuando tienen un problema y se lo plantean a los chinos, va a ser muy difícil que esto se convierta en un problema público, y lo van a tener que resolver de algún modo. Esto se puede ampliar también a las inversiones, a las relaciones laborales y puede que a la deuda.

Sin embargo, parece que a China le da igual su imagen, que para ellos lo que prevalece es la presencia y el rédito económico o político que puedan sacar del continente. Esta idea choca con lo que usted dice.

No, no choca, porque lo que estoy diciendo es que a China le importa su imagen ante los africanos, pero ante la dirigencia africana, ante los Estados, no ante la gente de la calle. Eso no se lo puede permitir. Junto a esto, hay que destacar que la importancia de África es marginal en términos de costes, pero es importante en términos de capital político. Con un 4 % de sus inversiones en el mundo en África, pueden tener una influencia gigantesca, y ellos aprovechan esta circunstancia. Para los africanos es importante negociar mejor. Conociendo estas dimensiones que acabo de señalar, deben negociar mejor. Esas negociaciones con China van a permitir tener con Europa y con el resto de socios una relación más adecuada para los intereses africanos, porque tiene alternativas. Para negociar es importante tener alternativas.

¿A qué se debe entonces la idea de que China está fagocitando el continente?

Creo que es la percepción, por parte de los agentes europeos, de que hay un nuevo jugador, un nuevo player que no juega con las mismas reglas. Y eso es irritante para ellos.
Mucho se habla de la presencia china en el continente. Pero, a la inversa, ¿qué sucede?
En el libro hablo de la gran presencia de africanos en China, que es poco conocida pero muy importante. Son el mecanismo de relación comercial con muchos países de África, porque ahí sí hay inversiones, relaciones comerciales y transacciones económicas, y todo tipo de fórmulas nuevas de comunicación que no serían posibles si no hubiera esa población africana en China, y de la que no se habla. Además, está la presencia de inversores africanos en China.

En su libro se refiere al emprendimiento y el camino hacia la industrialización. Dice que «para tener éxito hay que tener no solo determinación e infraestructuras», sino que hay que adaptarse a un mundo global. ¿Van a dejar el resto de actores globales que África avance?

Tenemos áreas tecnológicas donde África está en la vanguardia, por ejemplo es líder mundial en transacciones bancarias a través del móvil. África también destaca en la distribución de medicamentos a través de drones en Ghana y Ruanda, o en la introducción de nuevas fórmulas de transporte tipo Uber pero con características africanas… Son revoluciones en términos de innovación. Mi mensaje es que países como Ruanda, considerado uno de los líderes mundiales en tecnologías de la comunicación, o Kenia, que tiene los laboratorios más interesantes en la introducción de nuevas tecnologías en el campo de la agricultura digital, no den la espalda a la llegada de nuevas tecnologías. Al contrario, estas tecnologías van a permitir una utilización del potencial africano de una forma más consecuente y rápida. Por ejemplo, en Guinea existe un sistema, extendido ya en otros 6 países, de utilización de los tractores con una aplicación tipo Uber por el que los puedes alquilar por horas. Como pequeño agricultor, no tengo capacidad para comprar un tractor y para darle utilidad permanente, pero necesito uno durante tres horas cada dos meses. Pues ahora se puede alquilar con un Uber. Ese tipo de transformación es una utilización simplificada de la tecnología. Es una tecnología muy avanzada pero para una utilización muy sencilla. África tiene mucho potencial, por lo que no tenemos que dar la espalda a esas posibilidades, al contrario.

Se refiere usted a la agricultura, y en este sector ya ha incidido en que debe abandonar un modelo de agricultura social, muy extendido en el continente.

La agricultura siempre fue considerada como un sector muy social.

En líneas generales, ¿qué le hace falta a la agricultura para colaborar en esa transformación que precisa el continente?

En pocas palabras: la conexión con la industrialización. La agricultura se trató siempre como un sector social. Habría que seguir la pauta que ya han adoptado todas las regiones del mundo: conectar la transformación estructural. Una parte de la población migra a las ciudades, se crea empleo en las ciudades, pero también consumidores. Esas personas consumen productos agrícolas, por lo que hay que industrializar parte de la actividad del campo para poder sustentar a la ciudad. Eso no se ha hecho en la mayoría de los países africanos, y es un potencial tremendo para una industrialización a baja escala.

¿Cómo afecta el cambio climático al continente y qué respuestas se dan desde allí?

África no debe limitarse solo a la adaptación climática, porque esta solo trata de encontrar los puntos más vulnerables de un país. Por ejemplo, en Mozambique tuvimos dos ciclos de inundaciones este año que tuvieron que ver con el cambio climático, sin duda. Aunque no ha sucedido nada parecido en los últimos 40 años, sí hay ciclos de inundaciones con frecuencia. Por tanto, la adaptación climática va a preparar a las poblaciones para responder a ese fenómeno con, por ejemplo, un sistema de alertas tempranas, pero no influye para cambiar la estructura económica como respuesta a los cambios climáticos. Porque lo que hace falta sería decir: «La mayoría de la población de Mozambique afectada por las inundaciones no tiene electricidad, y no tiene electricidad porque están en un nivel muy bajo de actividad económica y las infraestructuras no llegaron allí. Pero hoy en día, con la energía solar, es posible electrificar Mozambique con un coste más bajo de lo que se ha consumido con el apoyo a la agricultura social en el pasado. El acceso a la electricidad y a las infraestructuras va a permitir mayor calidad de vida a la población, y va a generar empleo porque esa nueva infraestructura de explotación energética necesita mucha más mano de obra que la producida por los combustibles fósiles». El mismo monto que emplea la ayuda al desarrollo para programas de adaptación climática es mucho más útil en la transformación de la matriz energética.

Un vendedor de pan pasa delante de carteles con el cambio del franco congoleño en Kinshasa. Fotografía: Getty
¿Para este proceso de transformación se requiere más voluntad política o social?

Prefiero hablar de determinación política, más que de voluntad. La diferencia es que la determinación es un término más adaptado a las circunstancias, implica un poco de ­acción, y no solo voluntad. Luego hay que añadir otras dos dimensiones: la ambición, porque con los cambios demográficos, tecnológicos y climáticos debemos tener un nivel de ambición mucho más elevado, y, por último, mucha más coherencia. Esta es importante, porque el tema de las políticas públicas ha cambiado mucho. No se pueden hacer políticas públicas con cada ministero o con cada departamento si cada uno va a su aire. Para la transformación que necesita África hay un nivel de sofisticación que no es compatible con ese tipo de estructuras, tiene que haber mucha más centralidad a la hora de tomar decisiones y priorizar los proyectos. Esa centralidad es, en cierto modo, un modelo asiático adaptado a las realidades africanas.

Determinación, ambición y coherencia. ¿Cuál de estos ingredientes es más deficitario en la actualidad?

Los tres son ingredientes de transformación. Para poder llevar a cabo la transformación necesitamos los tres, pero eso no supondrá todavía desarrollo. Porque se puede hacer transformación sin desarrollo. Para esto también es necesaria la dirección política, humana, etcétera.

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