La ruta de la memoria

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Ghana y los restos de la esclavitud en el país


Texto: Fabrizio Castro y Antonio Jiménez Guardia

Fotografías: Fabrizio Castro y Alba Asenjo


Ghana conserva los vestigios de un pasado en el que este territorio era uno de los principales puntos de extracción de esclavos del continente. Más de cuatro siglos después del inicio del comercio transatlántico de cautivos, el país invita a sus descendientes a recorrer la ruta que sus ancestros hicieron al ser arrancados de sus tierras a través de la iniciativa Beyond the return.

El siguiente reportaje es un recorrido por ese itinerario, que hoy se propone como un puente entre los que se quedaron y los que se fueron.

OSU CASTLE (ACCRA)

También conocido como Fort Christianborg, fue construido por daneses y cambió de manos en varias ocasiones. Fue también posesión de Portugal, Holanda e Inglaterra y, brevemente, de una comunidad local, los akan.

Tras independizarse Ghana de Reino Unido, el fuerte fue sede del Gobierno y residencia del presidente de la República hasta 2009. Al igual que otros fuertes de la costa, Osu Castle es hoy un museo donde se pueden recorrer las distintas dependencias, los antiguos calabozos, los patios y la puerta de no retorno hacia una vida de trabajos forzados.

Una curiosidad: en 1961, Osu Castle acogió a la reina Isabel II de Inglaterra durante su visita como cabeza de la Commonwealth. Los aposentos donde se hospedó la monarca no han sido modificados ni vueltos a usar desde entonces.

Barcazas y pescadores en la costa de Jamestown. Arriba, la imagen de Osu Castle, antigua sede del Gobierno, está presente en los billetes de 50 cedis ghaneses.



JAMESTOWN (ACCRA)

El barrio más antiguo de la capital fue el punto de partida de los primeros esclavos africanos con destino a América. En 1619, un navío de bandera portuguesa –en aquel entonces el Reino de Portugal estaba en manos de la Corona española– se llevó más de 300 esclavos, una mínima fracción de los más de diez millones que se estima que fueron arrebatados del continente en los dos siglos largos de actividad del comercio transatlántico de personas.
En la actualidad, es un humilde barrio de pescadores cuya existencia se ve amenazada por una iniciativa de capital chino que quiere renovar la zona, convirtiéndola en una marina moderna.

En la parte alta del barrio, aún se puede ver un fuerte construido por los británicos en 1673 que da nombre a la zona: James Fort. Desde la abolición de la esclavitud en el siglo XIX hasta 2008, las instalaciones del fuerte fueron utilizadas como cárcel. Entre los prisioneros que cumplieron condena allí destaca la figura de Kwame Nkrumah, quien se convertiría en el primer presidente de Ghana tras su independencia y emancipación del Reino Unido.

Bright, guía del Castillo de San Jorge de la Mina, explica las inscripciones en neerlandés de una de las paredes del recinto.



CASTILLO DE SAN JORGE (ELMINA)

La ciudad de Elmina fue una de las primeras que llamó la atención de los europeos hacia finales del siglo XV debido a la presencia de una mina de oro en la zona. Fue en ese momento cuando, sobre la costa de la ciudad, los portugueses construyeron velozmente el que es considerado el edificio europeo más antiguo de todo los territorios tropicales.
Cuando las obras comenzaron, la población autóctona atacó a los trabajadores de la construcción por alterar la paz de un lugar sagrado. Para calmar la insurrección, se mandó construir un altar dedicado a una deidad local que aún se puede ver en una de las bóvedas del castillo.

Otra curiosidad de esta construcción es que combina materiales europeos y africanos: sus murallas y torres se erigieron con piedra de una cantera local mezclada con ladrillos traídos de Portugal.

Es importante destacar que los portugueses no construyeron el castillo con la intención de utilizarlo como punto de extracción de esclavos, sino como centro de intercambio comercial. Sin embargo, en 1637 la zona fue conquistada por los holandeses, que potenciaron el comercio de esclavos, convirtiendo el castillo en el lugar donde los esclavistas locales llevaban a los cautivos a la espera de ser comprados por europeos.

A día de hoy, el Castillo de San Jorge cuenta con la distinción de Patrimonio de la Humanidad otorgada por la UNESCO.

Erik, guía del Castillo de Cape Coast , cuenta a los visitantes la historia del recinto.


CASTILLO DE CAPE COAST (CAPE COAST)

«Una de las cosas más impresionantes que he oído sobre este lugar es que encima del calabozo masculino se encontraba una iglesia», dijo el expresidente estadounidense Barack Obama en 2009, durante su visita al castillo de Cape Coast.

El inmenso fuerte fue construido por los suecos en la segunda mitad del siglo XVI para servir de punto de intercambio comercial de bienes. Solo con el tiempo y el cambio de manos –fue posesión holandesa e inglesa– se convirtió en uno de tantos puntos de extracción de esclavos.

Al igual que en otros castillos de la Ruta de los Esclavos, cuenta con una puerta de no retorno: la salida que atravesaban los prisioneros antes de subirse a las embarcaciones que los llevarían al otro lado del Atlántico.

En el caso de este castillo, la particularidad es que la puerta, en su lado exterior, ha sido rebautizada como «Puerta del retorno», con el objetivo de convertirse en un llamamiento simbólico para que los descendientes de la diáspora vuelvan a la tierra de sus ancestros.

Ilustración de un esclavista junto a los prisioneros que recibirán su último baño en Assin Manso antes de ser vendidos.


RÍO DE LOS ESCLAVOS (ASSIN MANSO)

En el pequeño poblado de Assin Manso –a 60 kilómetros de Cape Coast– se encuentra el río donde los esclavistas bañaban a los prisioneros por última vez antes de ser comprados por colonos europeos en los fuertes de la costa. Allí también marcaban la piel de los cautivos con hierros incandescentes para establecer de quién eran propiedad.

En los alrededores del río se encuentra un recinto donde se ofrecen visitas guiadas en las que se describe todo el ritual al que eran sometidos los esclavos en el trayecto final de la ruta.
En la entrada del recinto se pueden ver las tumbas de esclavos ghaneses que murieron en el continente americano y que fueron repatriados para ser sepultados en su tierra de origen.

El inmenso Kejetia, el mercado al aire libre más grande de África occidental (Kumasi).


KUMASI

La segunda ciudad más grande del país es la capital del Reino ­ashanti, una de las comunidades más grandes de Ghana. En época del comercio transatlántico de seres humanos, los ashantis se dedicaron a la captura de esclavos –­principalmente en el norte del país– para trasladarlos a los fuertes costeros, donde los vendían a los europeos.

A día de hoy, resulta difícil encontrar en Kumasi rastros de aquel pasado donde la vida humana era moneda de cambio. En la actualidad, la ciudad se mueve al ritmo de otro tipo de comercio. El corazón de la ciudad es el Kejetia Market, considerado el mercado al aire libre más grande de África occidental, aunque cabe destacar que se trata de un espacio en pleno cambio, ya que las autoridades locales están intentando reubicar a los mercaderes en un espacio cubierto que ha sido construido con capitales extranjeros y que ha sido foco de conflicto entre los políticos de la zona y los comerciantes locales.

El antiguo mercado de esclavos de Salaga ha desaparecido. Solo un deteriorado cartel de chapa da cuenta del pasado de esta ciudad.


MERCADO DE ESCLAVOS DE SALAGA (SALAGA)

Salaga es un pueblo muy parecido a la mayoría de los asentamientos ghaneses: una vía principal que atraviesa la pequeña ciudad, un hospital, una mezquita, una iglesia y, como no podía ser de otra manera, una estación de trotros –vehículos para el transporte colectivo de viajeros–. Sin embargo, hay un triste pasado que diferencia a Salaga de la mayoría de los pueblos de Ghana: en la estación de trotros se puede encontrar un cartel de chapa con la inscripción «Salaga slave market» (Mercado de esclavos de Salaga).

En efecto, este pueblo fue durante el período del comercio transatlántico de esclavos uno de los mercados más importantes del norte de Ghana.

Prisioneros de guerra y personas con deudas eran capturados en esta zona y, desde aquí, comenzaban un largo periplo que los llevaría hasta los fuertes europeos de la costa donde eran adquiridos por los colonos.

Aunque no hay ningún establecimiento que oficialmente haga las veces de museo, hablando con los lugareños es posible conocer más a fondo la historia de Salaga y de su antiguo mercado de esclavos: con la hospitalidad que caracteriza al pueblo ghanés, los habitantes se ofrecen para contar a los visitantes el oscuro pasado del pueblo, a la vez que ilustran esta historia con objetos como tinajas, en las que se preparaban ungüentos para abrillantar la piel de los reos, o cadenas y grilletes con los cuales los apresaban.




Para saber más

Por Alfonso Armada

Tenía que haberme embarcado en el tinerfeño puerto de Los Cristianos y hacer el viaje inverso al que emprenden tantos africanos que sueñan con una vida vividera en Europa. Y haber desembarcado en la antigua Costa de Oro (actual Ghana) y empezar a indagar. Tenía que haber hecho lo mismo que Siphiwe Sibeko, que escribió en 2019 para Reuters desde Adidwan, donde habló con Nana Assenso junto a la tumba de su tío, un hombre al que «amaba», pero que arrastraba «un pasado que ha perseguido a su familia durante generaciones». Entre el siglo XVII y principios del XVIII, la trata de esclavos a lo largo de la Costa de Oro se centraba en los fuertes que en su mayoría pertenecían a tratantes portugueses, ingleses y holandeses.

Hay mucho y variado que leer. Destacamos Volver a casa (Salamandra), la primera novela de Yaa Gyasi (ver pp. 52-53), nacida en Ghana y emigrada a EE. UU. «En la costa de la tierra de los fante hay un lugar que se llama el castillo de Costa del Cabo. Allí es donde metían a los esclavos antes de enviarlos a Aburokyire: América, Jamaica. Los comerciantes asante llevaban allí a los cautivos. Había intermediarios fante, ewe y ga que los tenían presos un tiempo y después los vendían a los británicos, a los holandeses o a quien pagase el mejor precio en aquel momento. Todo el mundo tenía su parte de responsabilidad. Todos la teníamos… y la tenemos». Un ensayo admirable es Cuatro siglos de esclavitud trasatlántica, de Kenneth Morgan (Crítica), donde a partir de la Transatlantic ­Slave Trade ­Database hay referencia de «33.367 viajes, que embarcaron 10.148.288 esclavos en África y de 33.048 viajes que desembarcaron 8.752.924 esclavos, principalmente en las Américas, entre principios del siglo XVI y mediados del siglo XIX».

Citamos otras miradas sobre el ignominioso comercio: La trata de esclavos, de Hugh Thomas (Planeta); Negreros y esclavos: Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX), de Lizbeth J. Chaviano Pérez y Martín Rodrigo y Alharilla (Icaria); Diccionario enciclopédico de la esclavitud, de Eduardo Soler Fiérrez (Raíces); Breve historia de la esclavitud, de David ­Walvin (Factoría K), y la primera denuncia sistemática de la trata, Reflexiones sobre la esclavitud de los negros, de Condorcet (Laetoli), además del cómic Atar Gull o el destino de un esclavo modélico, de Nury y Brüno (Dibbuks).

Respecto al cine, aparte de la vistosa Ashanti, de Richard Fleischer (inspirada en una novela de Vázquez Figueroa), nos fiamos de Cine africano contemporáneo, de Oliver Barlet (Catarata/Casa África) y señalamos West Indies: Les Nègres marrons de la liberté, de Med Hondo; Ceddo, de Sembène Ousmane; Sankofa, de Haïle Guerima; Le passage du milieu, de Guy Deslauriens; Nèg Maron, de Jean-Claude Flamand ­Barny; Les Anneaux de la mémoire, de Kitia ­Touré; Adanggaman, roi nègre, de Roger Gnoan Mbla; Ganga Zumba, de Carlos Diegues; Chico Rei, de Walter Lima Jr.; El otro Francisco, El rancheador y Maluala, las tres de Sergio Giral (sobre la esclavitud en Cuba); La Côte des esclaves, de Elio Suhamy, y Le Courage des autres, de Sotigui Kouyaté.

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