La ruta latinoamericana

Por P. Francisco Carrera Desde hace unos años, América Latina está recibiendo un callado y lento, pero constante, flujo de emigrantes africanos. Miles de eritreos, etíopes, somalíes, nigerianos, ghaneses, o senegaleses se ven obligados a abandonar sus países para escapar de situaciones de conflicto, represión y pobreza.

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Por P. Francisco Carrera

 

Desde hace unos años, América Latina está recibiendo un callado y lento, pero constante, flujo de emigrantes africanos. Miles de eritreos, etíopes, somalíes, nigerianos, ghaneses, o senegaleses se ven obligados a abandonar sus países para escapar de situaciones de conflicto, represión y pobreza.

Hasta hace poco, los destinos más buscados eran Europa, Estados Unidos y Canadá. Pero el endurecimiento de las políticas migratorias de los dos primeros, y las restricciones a las solicitudes de refugiados del último han hecho que los emigrantes forzados dirijan cada vez más su mirada hacia Latinoamérica, bien como destino definitivo o como punto de apoyo para dar el salto a la “tierra prometida”, en el norte del continente. La mayoría de ellos llegan en avión, pero los que no pueden costearse el pasaje se embarcan como polizones en buques de carga que parten de puertos africanos rumbo a las costas sudamericanas.

La opción latinoamericana para la migración africana –y también asiática– está siendo fomentada por la legislación favorable a refugiados e inmigrantes en algunos países de la región, especialmente Brasil y Ecuador. En este último no solicitan visa de entrada a los africanos desde 2008. Brasil ha legalizado la estancia de más de 40.000 migrantes procedentes de África, y Argentina ha hecho lo propio con otros 3.000 en los últimos años.

Sin embargo, la gran mayoría de los llegados mantiene su objetivo de llegar a Estados Unidos y Canadá. Partiendo de Brasil y Ecuador, recorren miles de kilómetros en autobús, en botes o simplemente a pie. Muchas veces conducidos por redes internacionales de tráfico de personas, cruzan clandestinamente las fronteras de países como Perú y Colombia, para adentrarse en Centroamérica y de allí saltar a México. Esas mismas redes se encargan de transportarlos hasta Tijuana, Ciudad Juárez u otras ciudades fronterizas con Estados Unidos. Se calcula que este periplo cuesta entre 5.000 y 10.000 dólares por persona, según la región de origen del migrante.

El tránsito por América Latina, que suele durar entre dos y tres meses, está lleno de peligros y muchos de esos viajeros han perdido la vida en el intento, especialmente al cruzar las selvas centroamericanas y ser abandonados en ellas por sus guías o coyotes. Recientemente, Mons. Hugo Alberto Torres, obispo de Apartadó, y el clero de esa diócesis colombiana han condenando la situación “inhumana e intolerable” que están sufriendo unos 120 emigrantes –algunos africanos– bloqueados en la zona por el cierre de la frontera por parte de Panamá.

A pesar de esos peligros, el número de emigrantes africanos que llega a las puertas de la “tierra prometida” no deja de aumentar. Así lo demuestran las cifras del Instituto Nacional de Migración de México: mientras que en 2013 las autoridades de ese país detuvieron a 545 africanos en situación irregular, dos años después la cifra aumentó a 2.045. Con seguridad, los que han conseguido entrar en Estados Unidos superan en mucho al de los detenidos, cosa que anima a otros africanos a ponerse en camino.

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