«¡Ni paz, ni calma, el Sáhara no se calla!»

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FETESA, un festival de teatro escolar que promueve el intercambio cultural entre las escuelas del Sáhara y las de España, reivindica el arte como herramienta social y destaca el compromiso de la sociedad valenciana con el pueblo saharaui.


Por Gemma Ortells e Itziar Silvestre, FETESA


Mientras centenares de jóvenes saharauis se dirigen al frente para combatir la ocupación
marroquí, un pequeño grupo de menores refugiados asisten por la tarde a la primera escuela
de teatro en el campamento de Smara. Agleijilha y Mouloud, sus profesores, les esperan cada martes y jueves por la tarde para desenfundar el arma que mejor saben usar: el arte. La
escuela 17 de junio abrió sus puertas a finales de 2019 con el propósito de ofrecer una
educación artística a una infancia que ya había empezado a interesarse en el arte dramático
tras su participación en FETESA, un festival internacional de teatro escolar que surge en
2013 como iniciativa de la compañía de teatro valenciana La Monda Lironda Teatre. Esta
compañía, integrada por profesionales de las Artes Escénicas y las Ciencias Sociales, actúa
con una convicción: «El arte es una manifestación política y social».


Su concepción del arte como una herramienta transformadora y generadora de nuevos aprendizajes, les ha impulsado a crear programas de intervención social dirigidos a estimular el conocimiento y desarrollo personal y social de la juventud. Hasta ahora, la organización de FETESA ha sido uno de sus proyectos más ambiciosos en este ámbito, convirtiendo el teatro en un punto de encuentro entre culturas como puente entre los escolares saharauis y la sociedad valenciana, así como una vía de mediación en el contexto del conflicto de Sahara Occidental. La oportunidad de hacer teatro ha permitido a los más pequeños contar sus experiencias y manifestar sus sentimientos, voces infantiles que se pierden en la inmensidad del desierto. Aisa, de apenas 12 años, ataviada con una bandera saharaui, declama desde el escenario: «Si un niño no tiene país nadie se imagina su dolor y su deseo. ¿Cuándo voy a llegar a mi país? ¿Cuándo voy a pisar mi tierra? ¿Cómo es mi tierra? No sé si es grande o pequeña, pero ojalá que todo el mundo sienta lo que sentimos nosotros los niños saharauis, las ganas que tenemos de ir a nuestra tierra». Y el público, en su mayoría niños y niñas de corta edad, aplauden y vitorean emocionados.



Fotografía: David Segarra



Un confinamiento de cuatro décadas

FETESA nació en el limbo de un campamento de refugiados, en colaboración con una
población cuya generosidad y paciencia les ha mantenido a la espera de una solución política que les devuelva el derecho a su tierra durante más de 40 años. Después de que el 26 de febrero de 1976 España se retirara de Sahara Occidental, territorio que había colonizado un siglo atrás, las acciones armadas emprendidas por el Estado marroquí dieron lugar a 16 años de guerra y obligaron a huir a más de 40.000 personas en dirección a la frontera con Argelia. En la actualidad, Sahara Occidental, dividido entre las zonas ocupadas por Marruecos, las controladas por el Frente Polisario y los campamentos de refugiados del sur de Argelia, es oficialmente el último territorio no descolonizado de África. Durante la década de los 80, Marruecos construyó un muro minado de 2.700 kilómetros con el fin de detener los avances del Frente Polisario.

En 1991 se firmó un acuerdo de alto el fuego y se creó la Misión de las Naciones Unidas para
la celebración de un referéndum de autodeterminación en Sahara Occidental (MINURSO)
como solución al conflicto. La consulta, sin embargo, continúa sin celebrarse. La negativa de
Marruecos durante las últimas tres décadas y el silencio cómplice del Gobierno español
mantienen bloqueada esta opción. Ahora se han reavivado las llamas de la guerra y una
población extremadamente vulnerable se encuentra ante la pesadilla de un nuevo conflicto
bélico.

Durante el pasado mes de octubre comenzó una protesta civil de saharauis bloqueando una
carretera en un área desmilitarizada, Guerguerat, en la frontera con Mauritania. Denunciaban
esta brecha ilegal, que usa Marruecos para sus intereses comerciales y para dar salida a los
recursos naturales expoliados al pueblo saharaui. Se estima que por dicho paso ilegal, que conecta las zonas ocupadas con África occidental, cruzan más de un centenar de camiones diariamente. La intervención militar de Marruecos contra la población civil saharaui fue el detonante para que el Polisario considerara violado el alto el fuego pactado en 1991 y
decretara oficial y unilateralmente el 14 de noviembre el estado de guerra tras 29 años de reivindicación pacífica –Marruecos ha negado la ruptura de dicho alto el fuego–.

Las últimas semanas, se han multiplicado en España las manifestaciones en apoyo a la
RASD, República Árabe Democrática Saharaui, y popularizado unos eslóganes que rezan:
«Marruecos culpable, España responsable». España todavía es la responsable de proteger los derechos del pueblo saharaui, ya que continúa siendo la potencia administradora. Pero ni los Gobiernos, ni la comunidad internacional están dispuestos a prestar oídos a la reclamación del referéndum que se les prometió.

Las primeras familias de refugiados saharauis llegaron al desierto de Tinduf en Argelia a
mediados de los años 70, en pésimas condiciones, después de haber sido bombardeados por la aviación marroquí. En la actualidad, alrededor de 200.000 personas conviven en los campamentos de refugiados, donde la mayoría de la población no ha cumplido 30 años de edad.


Fotografía: David Segarra

Teatro en la hamada

La experiencia de la guerra, tanto como el exilio y la ocupación, permanecen en la memoria
colectiva del pueblo saharaui. La población que habita hoy los campamentos de refugiados
localizados en la hamada de Tinduf, la zona más inhóspita del desierto de Argelia, ha sido
testimonio de situaciones de agresividad hacia su propia persona o la de sus seres queridos,
testigos de asesinatos, violaciones y desapariciones en las zonas ocupadas. Mustafá, de
mediana edad y baja estatura, camina por el campamento de Smara apoyado en una muleta
mientras relata el origen de su cojera: «Durante la Marcha Verde, unos soldados marroquíes
entraron en mi casa, abrieron fuego contra todo, también contra la cuna donde yo me hallaba. Mi madre sobrevivió a los disparos, me envolvió en su melfa y salió en busca de ayuda. Un camión del Polisario nos recogió y nos llevó hasta el hospital. Ya nunca pude volver a caminar bien, pero estoy vivo».

A través de su experiencia de intervención artística y educativa, desde FETESA
explican cómo tras años trabajando en los campamentos saharauis han visto «morir las
esperanzas y aumentar la impotencia de un pueblo inmensamente pacífico y paciente». Ya
son tres las generaciones de saharauis abandonados a su suerte en los campamentos, con toda expectativa de futuro rota, sin una tierra sobre la que construir proyectos y desarrollarse en paz como sociedad. «¿Cuál es el futuro que nos espera? ¿Seguir viviendo en un campamento de refugiados en el desierto otros 40 años como les ha pasado a nuestros padres?», se pregunta Hafdalá quién desde que nació, hace 25 años, vive en el campamento de refugiados de Smara. Sabe hablar español muy bien, lo hace con acento andaluz, porque lo aprendió en Sevilla, donde estuvo tres veranos con una familia gracias al programa de Vacaciones en Paz.

La celebración del Festival Internacional de Teatro Escolar Sahara-España ha sido una más
de las manifestaciones de resistencia pacífica sostenidas por el pueblo saharaui. El arte y la
educación se han convertido estos últimos años en un altavoz de su causa. El teatro se convierte en una herramienta necesaria para fomentar la paz e impartir justicia social. Pero cuando la justicia no llega, la paciencia se agota. Los temas militares, las banderas saharauis, los cantos de libertad y la evocación de una tierra que no han tenido ocasión de conocer están presentes durante las representaciones.

«Al principio me impresionaba que los niños interpretaran en el teatro escenas de violencia,
muerte o injusticias», relata Rut Doménech, coordinadora de FETESA. «Luego
comprendimos que era lo que sabían hacer, lo que les habían transmitido sus padres, lo que
vivían recordando cada día de su existencia, y que necesitaban expresarlo porque su vida no
era un cuento. En su vida no había hadas, ni magos, ni animales jugando en los bosques.
Había viudas y presos políticos», continúa explicando la actriz valenciana.

Ahora de nuevo se enfrentan a sus sueños rotos. La fantasía representada en el escenario se
vuelve real.


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