2018, un año en imágenes: Sirenas y rinocerontes en África

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Fotos: Getty
El recurso no es nuevo: una colección de imágenes para transitar por un año que se escapa. La selección de imágenes no se queda con los tópicos de la política y el brillo del poder. Las instantáneas van acompañadas por la voz de periodistas que reflexionan sobre cómo contar la realidad.

Fue la voz de una reportera: «¿Cómo se enterarían ustedes de estos y todos los demás hechos y retos que ocurren fuera de su entorno inmediato sin nosotros, los reporteros? Sin los medios, el mundo viviría en una especie de siglo XI, aislado cada quién en su villorrio o su castillo, igual de ignorantes los dos, convencidos de que son tan reales las sirenas como los rinocerontes». De rinocerontes y sirenas, de la antítesis de cada día, de la vida y de la forma de contarla, en definitiva, discurseaba Alma Guillermoprieto en el teatro Campoamor de Oviedo en el momento de recibir el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018.

De la vida y de la forma de contarla, repito con alevosía. Porque a la hora de tapizar estas páginas que pretenden abrochar este 2018 en clave africana, podíamos optar por señalar a Agamenón o hacer lo propio con su porquero. El resultado sería diferente, antitético, opuesto. Hablaríamos de sirenas u optaríamos por los rinocerontes. De dos realidades divergentes.

Lo fácil es trabajar con la materia prima del político de turno, del parlamento de rigor o las elecciones que han de venir. Pero quizás lo mas importante de cuanto pasa, ocurre en la cercanía. Otro periodista, Iñaki Gabilondo lo dejó escrito en El fin de una época, cuando dijo que «allí donde se oficia el más puro periodismo, en la información local, es donde se están cebando todos los elementos económicos, sociales y políticos. Es ahí donde se libra la verdadera batalla». En lo cercano.

 

 

Ese es el sitio de Kunle ­Tejuoso, fotografiado el 30 de enero de 2018 en Lagos, la capital económica de Nigeria. No en un sitio cualquiera, sino en su santuario, The ­Jazz Hole, una tienda independiente de discos y libros, porque hay ocasiones en las que la heroicidad se sirve de algo tan subversivo como la lectura.

 

 

 

Nunca será noticia de portada, como tampoco lo será una keniana de 34 años, Annastacia Wainaina, que el 26 de febrero para a descansar tras un buen rato al volante de su matatu, uno de esos autobuses de los que los muz ungus alardeamos por haberlos utilizado en algún viaje trasnochado por el país del este africano, pero que allí es moneda común para el día a día. Annastacia dentro de un momento volverá al volante para recoger a sus pasajeros en Kasarani, una zona residencial de la capital keniana. En su matatu, como una declaración de intenciones, lleva la imagen de Nelson Mandela, y el mítico 46664, el número que le acompañó durante su largo paso por la cárcel.

 

 

«Cada uno ve la historia y el ­mundo de forma distinta», dejó escrito Kapuscinsky en una de sus obras referenciales, Los cínicos no sirven para este oficio. Este breve tuiteo de un autor de largo recorrido nos sirve para mirar a Amy ­Jadesimi, directora general de la compañía Ladol, que recibió el 26 de marzo de 2018 el premio a la mejor ejecutiva junior, un galardón que le entregaron en el Forum África CEO, celebrado en Abiyán, la capital económica de Costa de Marfil.

 

 

El color, de tonos turquesa, del vestido de Amy contrasta con los de la ropa expuesta en el Museo del Genocidio en Kigali (Ruanda). Cada año, en abril, se recuerda lo que allí aconteció en 1994. Pero por mucha ropa y mucho dolor que se muestren, nada será suficiente si no se enseña la ropa y el dolor de todos, y no solo de unos. Lo advertía, de forma oportuna, Furio Colombo en Últimas noticias sobre el periodismo: «Lo que sirve es una toma de posición moral: tienen razón las víctimas. […] El único recorrido moral que redime el oficio es el de estar al lado de las víctimas […]. Nada es objetivo en Ruanda, en Somalia, en Bosnia, en Chechenia. Solo se puede tomar partido en favor de las víctimas».

Pero esto, que es un debate que mezcla lo periodístico con la influencia de los escenarios de poder, lo resolvió Xavier Aldekoa en estas páginas hace unos años: «Tengo la teoría de que los medios de comunicación se rigen por lo que es influyente, no por lo que es importante», decía. Y remataba: «África no está en ese sector de influencia».

 

 

Es posible que por esa ecuación mal resuelta, estas mujeres que rezan por un fallecido solo fueran visibles para el fotógrafo que las recogió en su cámara, Adrien Barbiera. Participaban en una vigilia de oración el 5 de mayo por Afonso Dhlakama, el histórico líder de la RENAMO mozambiqueña. Todos miraban a la política. Y se olvidaban de la gente.

 

 

Dos niñas. Gente también. Llegan, el 27 de junio al aeropuerto internacional Leonardo da Vinci. Forman parte de un grupo de eritreos y somalíes procedentes de campos de refugiados ­instalados en Etiopía. Ese día, fueron 139 los que arribaron en Roma, entre los que estaban estas dos niñas. Llegaban gracias al corredor humanitario que San Egidio, Cáritas Italia y la Fundación Migrantes puso en marcha.

Es posible que los migrantes sean los más «beneficiados» en esa ecuación establecida por Aldekoa que habla de importancia e influencia a la hora de aparecer en los medios. Y la respuesta que ofrecemos a esta realidad no siempre ha sido la justa. El periodista Pedro Simón, en relación a esta cuestión, me decía tiempo ha que «50 alemanes completamente borrachos tratando de saltar una piscina en Mallorca son turismo, y 50 subsaharianos negros, totalmente sobrios, tratando de saltar una valla en Melilla son una invasión. ¡Joder! Son 50 y 50, y contamos una cosa». Mientras, la otra, queda por relatar.

En julio se cumplió el primer centenario del nacimiento de Nelson Mandela. Probablemente «el hombre» –o uno de los ­hombres– de África en las últimas décadas. Todo lo que quedaba tras de sí aparecía difuminado, ­desenfocado. Tal era su capacidad de captar la atención de los demás. «Cada uno ve la historia de forma distinta», acorto intencionadamente al periodista polaco citado antes. Por eso, aquí, la mirada en este centenario se posa en Zelda la Grange, la antigua secretaria personal del Madiba presidente. La mujer que se echó a llorar cuando el político negro, ya jefe del Ejecutivo, le pidió que se quedara con él, que era necesaria. Ella reconoció ahí el dolor causado por la minoría blanca en los tiempos recios del apartheid. Y lloró.

 

 

Quien no llora es Jean-Pierre Ralaizandry, un sencillo ­astrólogo ­malgache que posa humilde el 25 de agosto en su domicilio de ­Masiniloharano. Solo él puede establecer la fecha de la ceremonia de la «Famadihana» (la «conversión de los huesos»), durante la cual los malgaches veneran los huesos de sus antepasados, que son sacados de sus tumbas. Pero para que todo ello se produzca hace falta el veredicto de Jean-Pierre.

 

 

 

Este con nombre y otros anónimos, como los cristianos etíopes fotografiados en septiembre por Minasse Wondimu Hailu durante la celebración del Meskel en Adís Abeba (Etiopía). Esta fiesta conmemora el descubrimiento de la Vera Cruz por la emperatriz romana Helena en el siglo IV.

 

 

 

La mezcla del azúcar de la palabra con la sal de la realidad trae a la mujer que abre estas líneas. Trae el mismo discurso. La misma idea. Es Alma Guillermoprieto: «Ningún otro oficio como este les va a regalar un mundo, un universo, la realidad entera». Porque eso, un universo entero, un mundo de ríos y tierras es lo que muestra la instantánea del 7 de octubre en Bamako. El auge de la construcción en la capital maliense ha incrementado la demanda de arena de alta calidad para la construcción de ladrillos. Esa arena sale del río Níger cuyo cauce acomoda unas embarcaciones repletas con hasta diez toneladas de material. Los hombres cargan las embarcaciones. Las mujeres, en otro mundo de ríos y tierras a kilómetros de distancia, las descargan. Unos y otros gastan sus días a precios de saldo.

«Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. […] Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. […] Que no son seres humanos, sino recursos humanos», profetizaba Eduardo Galeano.

 

 

Con esos, con los nadies, se trabaja en la escuela cairota de Mahaba, situada en Ezbet al-Nakhl, una barriada al norte de la capital egipcia. Da igual que la fotografía se hubiera tomado en noviembre, febrero, marzo, agosto o diciembre. Mahaba, que se puede traducir como «el amor» en árabe, fue fundada por una religiosa francesa, de nombre Emannuelle, a quien la Iglesia ha llegado a comparar en alguna ocasión con la misma Teresa de Calcuta por su trabajo con los más desfavorecidos. Con los nadies. El rostro de Emannuelle aparece ahí, en un libro, sujetado por las manos de una profesora del centro.

 

 

Falta diciembre. Y aquí no queda sino aventurarnos. Los periodistas no pueden contar cosas que no han sucedido. Tan solo, y cuando hay base para ello, pueden trazar hipótesis más o menos razonables. La foto está tomada en Kinshasa, en una barcaza amarrada en el río Congo, que sigue siendo una de las principales rutas comerciales del país. Las mujeres suben la pasarela de madera. Una cuesta es lo que le queda al pueblo congoleño por afrontar. Las elecciones de diciembre determinarán cómo ha sido el trayecto. Pero para saber eso, simplemente habrá que esperar.

Como decía Guillermoprieto –perdón por la redundancia–: «Contamos la historia del mundo todos los días. ­Porque dejamos constancia de lo que otros quieren tapar. Porque somos el antídoto de las redes sociales con su inmediatez y su potenciación de la rabia. Porque hacemos falta. Porque sí se puede ver el mundo, porque no podremos enderezar la historia, pero sí contarla». O, al menos, intentarlo. La clave es cómo hacerlo. Dice David Randall que «el periodismo es uno de esos oficios que se aprende cometiendo errores». El que, posiblemente, no podemos permitirnos, es el de mirar para otro lado.

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