Mucho más que Papa Wemba

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La rumba congoleña, uno de los símbolos musicales del continente


El tráfico de esclavos permitió que la rumba congoleña llegara al Caribe. De vuelta al continente, enriquecida por la experiencia americana, también se convirtió en una llamada a la libertad al final del período colonial. Desde 2021 es patrimonio inmaterial de la humanidad. 



La rumba es un ritmo típi-camente congoleño. Esta música popular, que cruzó el Atlántico durante la trata negrera, se difundió en América Latina. Transformada, volvió a su casa, a los dos Congos, desde donde ha conquistado todo el continente. 

«La rumba es nuestro mineral sonoro más importante, por el que nos identificamos en todo el mundo», decía en una conferencia, en marzo de 2020, Antoine Manda -Tchebwe, director general del Centro Internacional para las Civilizaciones Bantúes. República Democrática de Congo (RDC) y República de Congo, países donde escasean las buenas noticias, celebraron el 14 de diciembre de 2021 la inclusión de su rumba en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, una decisión que se ha convertido en un gran impulso para perpetuarla y difundirla.

La candidatura de la rumba congoleña fue presentada el 26 de marzo de 2020 por la Comisión Científica Mixta de la Rumba impulsada por los dos países, que llevaba muchos años de incidencia política para el reconocimiento de este estilo musical popular. En uno de los documentos elaborados por la misma, los -expertos defendían que la rumba «es la expresión por excelencia de nuestra pasión por vivir, de nuestra resiliencia. Compañera de camino y de lucha en la historia política de los dos países, terminó convirtiéndose no solo en un espacio festivo, sino también en un vector de movilización de las conciencias populares».


El saxofonista Julien Balona durante un concierto. Fotografía: Lwanga Kakule Silusawa.


Música de ida y vuelta

Si de algo se enorgullece Cuba es de su rumba, igual que en Kinshasa y Brazzaville hacen lo propio con la suya. La rumba cubana fue incluida en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad el 1 de diciembre de 2016. Los países de África central, cuna de este estilo musical popular, han tenido que esperar cinco años más que Cuba para recibir la misma catalogación.

La rumba hace pensar en la nkumba –el baile del ombligo, en -kikongo–, practicado en el antiguo Reino de Congo –abarcaba parte de los dos Congos y Angola–. Entre los siglos XVI y XVIII, miles de esclavos de estos territorios fueron deportados al Caribe. A pesar del estado al que fueron sometidos, preservaron su patrimonio cultural y en sus pequeñas asociaciones, según las etnias, perpetuaron su espiritualidad y la riqueza musical de su tierra. En contextos muy diversos –matrimonios, funerales, nacimientos, etcétera– y en eventos de carácter lúdico continuaron con la práctica de la nkumba que luego los colonos españoles llamaron «rumba». Esta se desarrolla, se transforma con la influencia latina y se hace popular, sobre todo en Cuba y en las Antillas, aunque está extendida por toda América Latina.

Según cuenta el historiador congoleño Kanza Matondo, alrededor de 1930, los marineros cubanos que recorrieron la costa africana con sus cargueros transatlánticos llevaron 78 discos de rumba cubana producida por EMI, una compañía discográfica británica. Las canciones fueron apreciadas por el público, especialmente de la cuenca del río Congo. La rumba se hizo tan popular que los comerciantes griegos instalaron pequeños estudios de grabación en sus tiendas para motivar a los artistas locales a reproducirla. Marie Louise, la primera canción de rumba en Congo, fue grabada en 1948 por Antoine Wendo Kolosoy (fallecido en 2008), entonces mecánico de barcos. 


Una mujer fuera de un bar en el barrio de Bandal (Kinshasa). Fotografía: John Wessels / Getty

Música africana por excelencia

Un poco antes de la independencia de RDC, la música congoleña estaba abanderada por Joseph Kabasele Tshamala, también llamado Le grand Kallé, líder del grupo African -Jazz, considerado como el padre de la rumba congoleña moderna. Su canción Indépendance cha cha fue grabada la noche del 30 de junio de 1960, día que marca el final de la época colonial en RDC. Esta pieza se convirtió en el himno de la independencia de muchos países africanos e impulsó la rumba congoleña a la vanguardia de la escena internacional. Hoy, más de 60 años después, sigue inspirando a muchos pueblos africanos por su contenido, su melodía y su ritmo festivo.

Los discos impulsaron la rápida expansión de la música congoleña que, muy pronto, interesó a las emisoras de radio de todo el continente. A partir de ese momento surgieron nombres muy reconocidos como -Tabu Ley Rocherau, -Franco -Luambo Makiadi, Paul Mwanga o Doctor Nico. En la otra orilla del río, en -Brazzaville, Franklin Bukaka, Paul Kamba y Pamelo Mounka eran el centro de atención. 

Un cambio

En 1966, con Tabu Ley y su grupo Afrisa International, la música zaireña estuvo presente en el I Festival Mundial de Arte Negro, celebrado en Dakar, y en 1970, Tabu Ley actuó en el Olympia de París. Muy pronto, «Zaire se convirtió en el abanderado de la música africana: todos los amantes de la música, jóvenes y mayores por igual, celebraron y afirmaron la coherencia y la belleza de la música moderna de Zaire. Sus grabaciones alcanzaron todos los mercados del país, pero también los del este y el oeste del continente africano. La rumba fue incluso considerada la danza africana por excelencia», escribió el congoleño Pius Ngandu Nkashama en una de sus obras. La rumba ha servido de matriz a la música moderna de los dos Congos y de muchos países africanos, que siguen perpetuando la gloria de la rumba. Su mérito pasa por haberse mantenido como una mezcla de tradición y modernidad que promueve sentimientos de autoestima o pertenencia y que une a diferentes comunidades, pueblos, etnias y países.

Los grandes autores de la rumba comenzaron a desaparecer en los 70, a la par que surgían nuevos músicos y grupos con una modalidad de rumba «menos estructurada, entrecortada y más compleja», según Clément Ossinodé, un famoso solista belga, conocedor de este estilo musical. La nueva generación de músicos congoleños –Papa Wemba, Koffi Olomide, Werrason, JB Mpiana, Faly Ipupa, Ferre Gola, Héritier Watanabe– enriquece la rumba y atrae a las nuevas generaciones de casi toda África. 


La rumba congoleña tiene millones de adeptos por todo el continente africano. En la imagen, tres jóvenes sapeurs en Abiyán participan en 2017 en un tributo a Papa Wemba. Fotografía: Sia Kambou /Getty


El icono que queda

Bandalungwa, comúnmente llamada Bandal, es una barriada de Kinshasa surgida en diciembre de 1955 y habitada en sus orígenes por funcionarios de los servicios públicos congoleños y profesores. Después de la independencia de RDC, con el éxodo rural y la falta de políticas urbanísticas, desde el dictador Mobutu hasta hoy, Bandal se ha transformado en un barrio popular habitado por familias de ingresos modestos. Muchos de sus espacios públicos están convertidos en ngandas, bares al aire libre con mucha música, donde la gente toma el aire y charla alrededor de una cerveza, escuchando todo tipo de música o a algún artista contratado para atraer a los clientes. 

A las cinco y media de la tarde, Jeannot Bombenga está en Bandal, sentado en una silla roja, en el Chez Maman Denise, un bar del barrio. Aquí solo se escucha y se baila rumba congoleña escrita entre los años 60 y los 80. La entrada cuesta 5.000 francos congoleños, unos dos euros, y por la cerveza hay que pagar el doble que en los bares populares del barrio. De momento, no hay mucha gente, apenas una docena de personas que, cuando entran, saludan con mucho respeto a Bombenga, líder de la orquesta Vox Africa. Al lado, guitarristas y pianistas ponen a punto sus instrumentos y ensayan fragmentos de algunas canciones porque en menos de una hora arranca el concierto. Bombenga ofrece conciertos en el Chez Maman Denise todos los domingos para un pequeño grupo de aficionados de la rumba «de los tiempos de Wendo», como suelen llamar aquí a la rumba de los años 60 y 70. 

Jeannot Bombenga nació en 1934 «con la música en las venas», según cuenta él mismo. Empezó la carrera musical en su parroquia, la catedral de Mbandaka, en el noroeste del país. A los 15 años dejó su trabajo de marinero para dedicarse a la música en Kinshasa. Ingresó en la orquesta African Jazz, liderada por Joseph Kabasele. Junto a este icono de la rumba y a Tabu Ley viajó por varios países africanos y europeos dando conciertos. Después de una gran experiencia dentro y fuera del país, creó el grupo Vox Africa en 1959, con el que alcanzó la fama como compositor y cantante. Con él, muchos otros han asumido la misión de promover la rumba tanto dentro como fuera del -continente. Este icono de la rumba admite que la decisión de la UNESCO «es una gran alegría para mí y para el pueblo de los dos Congos. Es también el reconocimiento del trabajo de los antepasados, que fueron deportados como esclavos a América y que, sin embargo, salvaguardaron su cultura. Ahora puedo morir alegre porque soy uno de los que han luchado por la rumba. Mi deseo es que la rumba siga viva hoy, mañana y siempre».

Bombenga ha visto morir a todos sus compañeros de carrera. Con 88 años, hoy es el intérprete congoleño de la rumba más mayor y con una carrera más longeva. Ganga Edo, de la vecina Brazza, y fallecido en junio de 2020 a los 87 años, fue casi tan prolífico como él. Aunque se le nota el cansancio propio de la edad, mantiene viva la llama artística: «En 2018 declaré ante la prensa que dejaba la música, pero no lo he conseguido del todo. La rumba siempre me ha atraído. Por eso vengo aquí los domingos a cantar y bailar con mi gente».

Con Bombenga colabora Julien Balona Fitila, el multisaxofonista de la orquesta Vox Africa. Tiene 70 años. Junto con sus compañeros, acaba de interpretar Suké. Para Balona es una de las canciones más bellas de la rumba congoleña. Está satisfecho con el reconocimiento del estilo musical que lleva tocando desde hace 55 años: «Que la UNESCO reconozca nuestra música no es casual. Es fruto de nuestra perseverancia».

Didier Yumba tiene cerca de 45 años y ha disfrutado de la rumba desde la infancia. Suele venir al bar los domingos. Para él, la rumba resume la música congoleña y no se puede disociar una de otra. Yumba comparte sus sentimientos mientras baila con su pareja: «La rumba es fascinante porque te lleva…, te lleva… mientras bailas con tu pareja. Con dulzura… Me alegro mucho de que este género musical esté inscrito en el registro mundial, igual que la cocina francesa o el Carnaval de Binche, en Bélgica. Desde luego, cuando se hable de RDC y de Congo–Brazzaville, se pensará en la rumba… y viceversa».  




PARA SABER MÁS



Por Alfonso Armada

En El combate, Norman Mailer dio buena cuenta de la mítica pelea que libraron en Kinshasa, entonces capital de Zaire, Muhammad Alí (Cassius Clay) y George Foreman. Era el año 1974 y Mobutu Sese Seko reinaba en el gigante africano con insaciable mano cleptómana y la anuencia de sus amigos occidentales. La pelea jugaba con el resplandor musical que ha dado a RDC mejor fama que el sufrimiento de un país maldito por sus riquezas y la codicia de tantos: la rumba.

A fines de 2018 se presentó el largometraje documental sobre la era dorada de la rumba congoleña. The Rumba Kings, dirigido por Alan Brain Delgado con Manda Tchebwa como consultor histórico, lleva un subtítulo revelador: «La verdadera riqueza del Congo no está en su subsuelo».

Para conocer la historia de ese estilo musical nada mejor que el libro Rumba on the river: A history of the popular music of the two Congos. Gary Stewart recuerda que en las dos orillas del más temible de los ríos africanos siempre había habido música y, sobre todo, cuando Kabasele y su African Jazz hicieron masa con O.K. Jazz y Bantous de la Capitale. La música en África nunca volvería a ser la misma. Una rumba intratable que no ha cesado de sonar desde entonces. Una novela que trata de recrear en su prosa esa música es Tranvía 83, de Fiston Mujila: «Si existen diferentes maneras de leer este libro, todas ellas deben tener presente la música: el jazz, la salsa, el soukous, el kotazo, o incluso la ópera», escribió Rosauro Varo en Revista de Libros.  

La rumba congoleña, también conocida como rumba lingala (la lengua que predomina donde los dos Congos se beben el río, y el río se los bebe), es un género popular surgido en la década de 1940 gracias a la influencia del son cubano. A fines de los 70, Virgin Records produjo un disco de larga duración de la orquesta congoleña –radicada en ­Tanzania– Makassy, y de Super Mazembe, con sede en Kenia. En esos años el cantante congoleño Samba Mapangala y su Orchestra Virunga lanzaron un elepé titulado Malako. Otro disco que puede servir de gran guía es Congo revolution – Revolutionary and evolutionary sounds from the two Congos 1955-62.

Pero hablar de la rumba es hablar de Papa Wemba, de quien hay que escuchar su mítico Kuru yaka. Además de una discografía apabullante, participó en tres películas: Les habits neufs du gouverneur, Combat de fauves y La vie est belle, donde la música reina. Conviene destacar también a la banda Staff Benda Bilili («más allá de las apariencias», en lingala), formada por discapacitados que han hecho de sus trabas un motivo para rumbear y mezclar soukous congoleño con rumba grooves, reggae, rhythm and blues, sonidos afrolatinos y funk.

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