A la carrera

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Por Hna. sarah laker, desde El Cairo (Egipto)



Egipto es mi primer país de misión. Hice mis primeros votos en 2019 como misionera comboniana y vine aquí para estudiar árabe, la lengua con la que me comunico ahora. Aunque este país norteafricano es muy diferente a mi Uganda natal, poco a poco me he ido adaptando y me siento a gusto entre mis nuevos hermanos y hermanas. Las misioneras combonianas llevamos a cabo labores pastorales con los católicos que residen en este país, de mayoría musulmana, y también tenemos compromisos en el campo sanitario. Sin embargo, puede que nuestra principal misión se desarrolle en el área educativa, especialmente en Asuán y El Cairo, que es donde me encuentro yo.

En la actualidad somos seis hermanas en Helwan, un barrio de la periferia de la capital egipcia, situado a unos 25 kilometros al sur. Para la congregación es un lugar con un gran valor histórico porque la comunidad fue fundada el 1 de agosto de 1888, apenas unos años después de la muerte de Comboni. Aquí trabajo como profesora de inglés en la escuela primaria de niñas Sagrada Familia. Al otro lado de la calle está la de niños, con el mismo nombre, que dirigen los misioneros combonianos.

La jornada comienza para nosotras muy temprano. A las seis de la mañana ya estamos en la capilla para la oración. A partir de ahí ya empiezan las prisas para iniciar el trabajo en la escuela. Nos gusta llegar antes de que lo hagan las alumnas, pero a menudo no nos es posible. Como muchos padres empiezan a trabajar muy temprano y, a veces muy lejos de aquí, prefieren dejar a sus hijas en el colegio antes de «pelearse» con el terrible tráfico de El Cairo. Eso nos obliga a llegar a tiempo para que las niñas no se queden solas. A pesar de lo apretado del tiempo, todas las mañanas, un poco antes de las ocho, las profesoras y las religiosas tenemos un pequeño encuentro. Estamos convencidas de que el diálogo entre nosotras es importante para llevar adelante este ministerio educativo.

La experiencia en la escuela de niñas de Helwan está siendo muy enriquecedora y me ayuda a vivir apasionadamente mi vocación misionera. Me conmueve la acogida de las niñas, que no dudan en expresarme su cariño con un abrazo, una sonrisa o diciéndome abiertamente que me quieren mucho. Estoy aprendiendo mucho de ellas, sobre todo a comprender mejor aquellas palabras de Jesús: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». Son palabras muy poderosas. Hay que hacerse como estas niñas con las que paso gran parte del día. Confían plenamente en nosotras y nos muestran a cada momento su afecto. Me gustaría aprender a amar como solo los niños saben hacerlo.

Un aspecto interesante de nuestra misión en la escuela de Helwan es la presencia de niñas cristianas y musulmanas que estudian juntas, como buenas amigas. Es bonito ver cómo algunas familias musulmanas aprecian nuestro trabajo y optan por enviar a sus hijas a una escuela cristiana. Así vivimos la fraternidad, eso que otros llaman diálogo interreligioso, y que nosotras vivimos con simplicidad y espontaneidad cada día. Para mí, ese es un verdadero testimonio del Evangelio. Jesús siempre insistió en el mandamiento del amor, y eso es lo que buscamos e intentamos poner en práctica en este escuela.

Estoy convencida de que nuestra misión educativa en Helwan es importante y tiene un impacto en las niñas y en sus familias. Estamos contribuyendo con nuestro testimonio a crear unidad en un mundo dividido y eso me da mucha alegría y me sostiene en mi trabajo diario.

En la imaen superior, la Hna. Sarah en una de las clases de la escuela primaria Sagrada Familia, de las misioneras combonianas en Helwan. Fotografía: ARCHIVO PERSONAL DE LA AUTORA


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