Agua

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Las mujeres de Sansi están contentas. Acaban de inau­gurar un pozo. Lo han construido ellas con el fruto de su trabajo. Justo en medio de su pequeño pueblo, en el norte de Benín. En las inmediaciones del Sahel. No ha sido fácil, pero lo han conseguido.

Por eso es tan loable el esfuerzo realizado por estas mujeres. Como siempre, el inicio no fue fácil. Todo lo hacen de manera manual. Recogen las semillas que caen de los árboles de karité, que pueden alcanzar los 15 metros de altura. Las hierven, las secan, las muelen en los morteros y las vuelven a poner al sol. Un último majado y el resultado es mezclado con agua. Los fuertes brazos de las cooperativistas emulsionan el polvo con el agua para conseguir una manteca. La siguen batiendo hasta que se vuelve blanca. Entonces, ya está lista para ser vendida.

Ahorraron durante años. Consiguieron el dinero para que unos hombres les cavaran el pozo. Ya no tenían que caminar lejos en busca del agua. Sobre todo, durante la estación seca. Una cuerda con un cubo atado en su extremo les bastaba para conseguir el botín sin alejarse más que unos metros de sus casas. No temían que dejase de llover. Durante todo el año el líquido fluye sin interrupción.

Hace poco consiguieron que una de las empresas sociales que les compra la manteca les diera un préstamo para sellar el pozo e instalar una bomba de pedales. Así evitan la contaminación del agua y es más fácil conseguirla. Basta con apretar ligeramente la palanca con el pie y el líquido brota. A los niños les encanta este trabajo, es un juego para ellos.

La llegada del agua al pueblo les ha permitido sembrar huertos en las áridas tierras que rodean su aldea. Los hombres también están contentos. Los animales beben en el abrevadero construido al pie del pozo. Les evita las largas caminatas de antaño.

Mujeres emprendedoras mejorando la vida de su aldea.



En la imagen, varias mujeres de Sansi sacan agua del pozo. Fotografía: Chema Caballero



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