Que alguien les pregunte cómo están

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Entrevista a Luca Fabris de la ONG Entreculturas sobre la situación de la población refugiada en Maban (Sudán del Sur)

 

Por Javier Sánchez Salcedo

 

“No se olviden de Sudán del Sur. Ahora mismo padece la crisis humanitaria más grave que está teniendo lugar en África. Hablamos de casi dos millones de personas desplazadas internamente, más de un millón de refugiados de los países de alrededor y de una alerta reciente de Naciones Unidas sobre seguridad alimentaria con riesgo de  hambruna en los próximos meses”. Es el mensaje final en la entrevista que hace unos días Mundo Negro hizo a Luca Fabris, miembro del Departamento de África en la Fundación Entreculturas.

En el estado del Alto Nilo, junto a la frontera con Sudán y Etiopía, se encuentra el condado de Maban a donde, hasta 2013, uno podía llegar por carretera o por río, pero ahora, a causa de la guerra civil, las vías de comunicación están cortadas y el único medio es a través de aviones humanitarios. Cuatro campos de refugiados acogen en Maban a cerca de 138.000 sudaneses que tras la independencia de Sudán del Sur en 2011 huyeron de las regiones fronterizas del norte, Blue Nile y las Montañas Nuba debido a las persecuciones perpetradas por el Gobierno central de Jartum. Poco después, Sudán del Sur, el país más joven del mundo nacido hace seis años con una esperanza de paz, cayó de nuevo en una guerra civil. Los refugiados llegados del país vecino que habitan los cuatro campamentos, conviven actualmente con una comunidad de desplazados internos de unas 15.000 personas y otra comunidad local de 36.000. Como puede deducirse, se trata de un contexto de crisis humanitaria complejo.

 

 

 

¿Qué organizaciones cooperantes estáis trabajando en Maban?

La intervención humanitaria en Maban es la segunda más grande del país, después de la que hay en Juba, la capital. Hay organizaciones como Naciones Unidas, que son responsables de la gestión de los campos y de la coordinación de la intervención humanitaria. Están presentes sus agencias ACNUR, UNICEF, el Programa Mundial de Alimentos junto a una serie de organizaciones internacionales como Cruz Roja Internacional y otras ONG del sector humanitario que atienden principalmente a población refugiada.

¿Cuáles son las necesidades más urgentes en este momento para la gente?

Las que suele haber en contextos de guerra y desplazamiento forzoso: comida, agua, saneamiento, protección, cobijo, tanto para los refugiados como para los desplazados internos y también para la mayoría de la población local. Todos viven en un país en conflicto y tienen dificultad de acceso a los bienes básicos.  Pero además de las necesidades urgentes para la supervivencia es importante tener en cuenta las necesidades humanas más profundas, que tienen que ver con el concepto de dignidad y con un horizonte de futuro que va más allá del sobrevivir día a día. Me refiero a tener una educación, oportunidades de trabajo, oportunidades de vida futura. Es fundamental intentar proporcionar servicios de rehabilitación psicológica y recursos para la convivencia pacífica. Estos colectivos están viviendo tensiones porque la tierra, la leña, los recursos, son muy escasos. Durante los días de navidad hubo unos enfrentamientos violentos que provocaron víctimas mortales. Las cifras oficiales hablan de unas 30 personas de ambas comunidades, aunque otras versiones hablan de más de 70. Asegurar la convivencia pacífica entre las comunidades es una necesidad urgente en este momento.

 

Fotografía: Entreculturas.

 

¿Cómo es el ambiente en los campos de refugiados?

En Maban ahora mismo hay cuatro campos, distribuidos en un área de 40 kilómetros. La gente construye estructuras con la madera que encuentra en el entorno y con lonas proporcionadas por las organizaciones humanitarias. Viven casi exclusivamente del suministro de agua, medicamentos y comida proporcionado por ellas. Las condiciones de vida son extremadamente precarias. Hay una alta incidencia de malaria en la zona, ha habido brotes de cólera… Estamos hablando de situaciones de vida muy extremas.

¿A qué se dedica la gente? ¿Qué hacen durante el día?

Esta es una de las grandes cuestiones y una de las razones por las que Entreculturas, junto con el Servicio Jesuita a los Refugiados, apuesta por la educación. Los refugiados realmente no tienen nada que hacer además de atender a la distribución de bienes básicos. No tienen trabajo ni actividades de ocio. Pasan los días esperando a que la ayuda llegue, sin hacer nada que construya un horizonte de futuro. Más de la mitad de la población son menores de 18 años, expuestos a riesgos como la violencia, el abuso sexual –sobre todo en las niñas y las jóvenes-, y el reclutamiento forzoso, para los niños más mayores y los jóvenes. También están expuestos a comportamientos que pueden ser dañinos para sí mismos y  para el entorno, como el abuso de drogas, de alcohol, actitudes agresivas o violencia intrafamiliar. Son personas que arrastran traumas emocionales porque están huyendo de la guerra, de los bombardeos. Han tenido que dejar su casa, a sus amigos, muchas veces a sus familias, y de repente se encuentran viviendo en condiciones extremas.

 

Fotografía: Entreculturas.

 

En el aspecto educativo y psicológico, ¿con qué actividades cuentan los refugiados?

Van a la escuela cuando UNICEF, Save the Children u otras organizaciones se hacen cargo proporcionando docentes o contratando a docentes locales. Y tienen otras actividades de tiempo libre donde entramos también nosotros -música, teatro, deporte-, como espacios para normalizar su vida, que les devuelven la sensación de ser personas que pueden tener momentos de alegría y de amistad. Espacios que permiten su rehabilitación emocional y psicológica y a la vez ejercer su derecho a la educación. Sudán del Sur es el país con la tasa más alta de analfabetismo del mundo. Ofrecer la oportunidad de que estas personas reciban educación es ofrecerles la oportunidad de construir un futuro mejor.

 

Desde Entreculturas, ¿qué trabajo lleváis a cabo?

Trabajamos de la mano con el Servicio Jesuita de Refugiados. Nos dedicamos principalmente a dos áreas de intervención: la educación en diferentes niveles –formación de docentes, educación infantil, educación para jóvenes, formación en inglés, informática, formación para el trabajo- y la rehabilitación psicosocial –con actividades recreativas de ocio y tiempo libre, actividades de prevención, sensibilización, actividades para promover la integración en espacios donde se mezclan la población local, los desplazados y los refugiados… Tenemos además una línea específica de atención a población especialmente vulnerable: acompañamiento a niños y jóvenes con discapacidad, que suelen estar ocultos y son casos difíciles de detectar; madres solteras cabeza de familia; y ancianos.

 

Fotografía: Entreculturas.

 

¿Cómo reciben los propios refugiados la ayuda que ofrecéis?

En general cuando las personas viven en una situación tan difícil, si alguien se acerca para ofrecer ayuda obviamente es bienvenido. Pero más allá de esto yo destacaría la importancia del acompañamiento personalizado, el trabajo de las visitas cotidianas, acercarse a la persona, a su familia, hablar con ellos y sobre todo escucharles. ¿Cómo estás? ¿Qué necesidades tienes? Intentar buscar la solución concreta para cada uno, no dar lo mismo a todos, la misma cantidad de comida, la misma cantidad de agua, sino tener en cuenta la necesidad de cada uno. Creo que este es uno de los valores añadidos y una de las cosas que los mismos refugiados reconocen. Hacer esto es posible porque parte del equipo está formado por los mismos refugiados. Trabajamos con el Servicio Jesuita para Refugiados, que son quienes operan en el terreno. Ellos contratan a miembros de la propia comunidad como dinamizadores sociales para visitar a los refugiados en sus casas, detectar los casos más vulnerables y organizar las actividades. Esta puerta de entrada nos permite construir una relación más cercana.

 

¿Me contarías alguna de estas visitas en la que hayas participado?

Recuerdo una que me marcó. Fuimos dos del equipo del Servicio Jesuita para Refugiados y yo a visitar a una mujer mayor. Al principio, cuando vio que las dos personas iban con un desconocido, que además llevaba una cámara de fotos, nos dejó entrar pero estaba un poco a la defensiva. Estuvimos un rato hablando. Le pregunté si podía sacar una foto, a lo que me respondió que sí sin que le hiciera demasiada gracia. La hice, se la enseñé y le gustó verse retratada, lo que hizo que se distendiera la conversación. Lo que me marcó fue lo que nos dijo antes de marcharnos. Lo dijo en árabe y nos traducían al inglés, pero dijo algo como: “Agradezco que me visitéis porque si una persona como tú viene de tan lejos y me pregunta cómo estoy, eso significa que mi vida le importa a alguien. Significa que mi vida tiene sentido”. A mí me descolocó. Lo único que estamos haciendo nosotros es intentar facilitar unas determinadas condiciones. Es obvio que tu vida tiene sentido. Pero las personas que se encuentran en estas situaciones, desprotegidas, abandonadas, víctimas de la guerra, que han sufrido violencia, llegan a cuestionarse su existencia y su dignidad. Me hizo pensar. Yo siempre he creído que una vida digna está relacionada con una vida libre, una vida en paz donde puedes ejercer tus derechos fundamentales. Pero esa frase decía algo más. Antes que todo eso, la dignidad empieza por el reconocimiento del otro: existo porque tú me reconoces.

 

Fotografía: Luca Fabris / Entreculturas

 

Y los niños, ¿cómo viven en medio de todo esto?

Viven en esta situación terrible, pero sin duda son el elemento más esperanzador. Son los que mayor capacidad de resiliencia tienen. No pierden las ganas de jugar, de reír y de vivir. Son uno de los grupos más vulnerables, expuestos a riesgos de todo tipo, pero al mismo tiempo son un elemento motivador, una fuente de energía importante para la comunidad. Entrevistamos a una maestra del campo, una mujer joven que salió de Sudán con 23 años, tres hijos y embarazada de dos meses del cuarto. Durante un mes estuvieron caminando junto a otras familias para cruzar la frontera. Vivían de la ayuda humanitaria hasta que el SJR la convocó para el programa de formación docente y empezó a trabajar en una de las escuelas. Nos decía con orgullo: “Estos niños algún día podrán ser médicos o pilotos y conocerán sus derechos. Solo conociendo tus derechos puedes construir la paz, siempre vas a intentar negociar. Si mis abuelos y mis padres hubieran tenido educación, la situación en mi país ahora sería diferente”. Por eso la educación es tan importante. Ella estaba orgullosa porque ser maestra la realizaba personalmente, daba un sentido a su vida y aportaba dinero para su familia, pero también porque beneficiaba a su gente y al futuro de su comunidad.

 

A menudo, ante situaciones de conflicto, no sabemos o no somos conscientes de la importancia de la educación.

Los refugiados necesitan comida, cobijo y atención médica. Pero necesitan también otras cosas y la educación es una de ellas. Aparte de que es un derecho fundamental para todos los seres humanos, en estos contextos es especialmente importante como un espacio de rehabilitación. Son personas que han sufrido traumas y tienen un cuadro emocional y psíquico complejo. La escuela es un espacio seguro donde pueden volver a ser niños, jóvenes, aprender jugar, vivir una vida normal y olvidarse de alguna manera de lo que están viviendo fuera e ir superando las dificultades que han vivido. Es un instrumento para construir  su futuro. Además de aprender matemáticas, lengua y otras disciplinas concretas, aprenden a convivir en paz, conocen sus derechos y en el futuro, cuando vuelva la paz, sabrán cómo defenderlos en Sudán del Sur y en Sudán.

Fotografía: Entreculturas.

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