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Por Sonia Fernández Quincoces
África es el único continente donde la mayoría de los niños empieza la escuela utilizando una lengua extranjera, así lo recoge la UNESCO. Su situación lingüística emana de un pasado en el que la imposición del idioma del colonizador supuso toda una ruptura con la cultura propia.
La batalla se mantiene. Las lenguas europeas aún ocupan un lugar predominante frente a las lenguas africanas, lo que conlleva, en palabras del escritor y pensador Ngugi wa Thiong´o, que «la visibilidad de África a través de las lenguas europeas ha supuesto la invisibilización de África en las lenguas africanas».
Uno de los principales obstáculos para que lo anterior se perpetúe se encuentra en el hecho de que «la mayor parte de los gobiernos tienden a favorecer a las lenguas excoloniales, frente a las hablas indígenas más importantes». Es decir, hay una falta de una auténtica política lingüística y educativa clara. Sin embargo, esto está empezando a cambiar. Por poner un ejemplo, en Tanzania el suajili se está impartiendo en las escuelas como lengua oficial de enseñanza, reemplazando al inglés.
Entre nosotros, también, estas lenguas tímidamente han empezado a aumentar su presencia, bien en forma de diccionarios (el Bubi-Español, de Justo Bolekia o el Mandinka-Catalán de Saiba Bayo), de literatura (El libro de los secretos-Doomi Golo, de Boubacar Boris Diop en edición bilingüe castellano/wolof o Poemas de mi país Lobi, de Philippe Roland Sib Sansan en edición trilingüe castellano/francés/lobi) o de clubes de lectura (como el que en fechas recientes ha inaugurado Casa África en wolof).
Pero también hay personas que han optado en diversos momentos de sus vidas por aprender una lengua africana. Suajili, amárico, krio, lingala, kiñaruanda y wolof son, al menos, las seis lenguas africanas que hablan y entienden, o que se han esforzado en aprender, estas cinco personas que os presentamos a continuación, todas ellas de vidas y trayectorias muy diferentes pero unidas por la atracción hacia el mundo africano y sus culturas.
David García Pawley creció en un entorno internacional (madre inglesa, padre español) y estudió en un internado en Inglaterra donde coincidió con gente de muchas nacionalidades diferentes. Este colegio organizó un viaje a Kenia. A David le maravilló el país, y aprovechó para tomarse un año sabático y quedarse. Tenía 17 años. Una vez allí decidió aprender suajili. «Todos hablan inglés en Kenia –explica– por lo que es fácil comunicarse, sin embargo, entre ellos hablan en suajili». Destaca que «el conversar es particularmente relevante en África. El sentarse y charlar, sin prisas, sobre cualquier tema de la vida, es algo muy característico en el continente, y concretamente en Kenia. Aunque todos hablan inglés, entre la gente más mayor y en las zonas rurales se habla principalmente en suajili».
David vio ventajas en el aprendizaje: «Desde el principio pensé que poder hablar algo en este idioma me ayudaría a integrarme y tener una experiencia más interesante, a la vez que me diferenciaría de los turistas. Las dos principales motivaciones fueron: integración y el poder negociar más eficientemente para que todo me saliera más barato (en aquella época era un estudiante sin apenas poder adquisitivo)».
Al principio, fue aprendiendo palabras sueltas y después estuvo viviendo con una familia en su casa de barro durante tres meses, a la vez que acudía al colegio local. «La dificultad es pasar de entender a poder hablar», observa. Subraya que en Kenia y Tanzania la gente es fabulosa y agradecen el esfuerzo que haces de querer integrarte en su cultura. «En el este de África el hecho de que un mzungu (un blanco/europeo) se moleste en querer hablar suajili lo valoran mucho. Sabiendo que estás cometiendo errores, en seguida te refuerzan y no le dan importancia. Hacen por querer entenderte. Es muy práctico a la hora de comprar cualquier cosa ya que todo se regatea. Cuando llegué a Kenia un aguacate me costaba 30 chelines, cuando me fui estaba pagando seis. Esa era mi forma de medir mi evolución con el idioma».
David reconoce que la falta de práctica le ha hecho olvidar bastante esta lengua. «En Europa, en las pocas ocasiones donde he podido hablar suajili ha sido motivo de sorpresa; no se espera que un europeo hable en esta lengua y con una buena pronunciación (tiene raíz árabe lo que lo aproxima al castellano)». En su opinión es difícil que llegue a desplazar al inglés en África a pesar de que en Tanzania el suajili, desde 2015, ya se impone a la lengua colonial como lengua vehicular de la enseñanza obligatoria.
Juan González Núñez llegó a Etiopía en 1974 como misionero comboniano. En su caso aprender el amárico fue algo indispensable, «en especial en este país donde ninguna lengua europea es conocida por el pueblo», explica. El amárico tiene fama de ser un idioma bastante difícil de aprender. Extremo este que nos confirma el propio Juan: «La dificultad viene por varias razones: alfabeto bastante complejo, con 275 caracteres distintos; sonidos distintos, en especial las consonantes llamadas explosivas; orden de la frase distinto y conjugación de los verbos muy compleja con variantes según persona y género y con prefijos y sufijos añadidos».
Ser capaz de expresarse en esta lengua etíope le ha ayudado en múltiples momentos. De todos ellos destaca uno en el que conocer la lengua fue crucial. «Ocurrió en 1985, cuando en Etiopía gobernaba el Derg. Para moverse por el país, fuera del lugar habitual de residencia, había que pedir permiso. Buscando huellas históricas, me había adentrado en una zona algo inusual y me vi rodeado por 20 hombres con sus fusiles al hombro que me pidieron el permiso. Les ofrecí el que había pedido para ir a la capital de aquella región. Me dijeron que no bastaba. Después de discutir un rato, me puse muy solemne y les dije en amárico: “Llevo 10 años en Etiopía, hablo vuestra lengua y en todo este tiempo nunca nadie me ha preguntado por qué estoy aquí o allá. ¿Cuánto más necesito para que me aceptéis como uno de vosotros?». Las defensas cayeron y me dejaron libre. Luego supe que me había metido en un poblado de los falasha, los etíopes de religión judía. Agentes israelíes habían estado coordinando su huida hacia Sudán y fácilmente me tomaron por un agente israelí. Si me hubieran mandado a la policía, seguro que me habrían dado 24 horas para salir del país».
Juan es, además, autor de dos libros imprescindibles para adentrarse en el mundo etíope: Etiopía entre la historia y la leyenda (Ed. Mundo Negro, actualizado a 2018) y Pequeñas exploraciones entre los Gumuz. En este sentido le interrogamos sobre la literatura de este país que se expresa en su inmensa mayoría en esta lengua: «Por su alejamiento verbal y conceptual y la complejidad de su construcción sintáctica, el amárico es difícil de traducir. En la literatura etíope hay un género literario conocido y tipificado que se llama Sem na werk, que quiere decir cera y oro –explica Juan–. Es algo intermedio entre proverbio y acertijo; una frase breve en la que se juega con las palabras. El significado aparente es uno (la cera), el significado profundo es otro (el oro). Hay autores especializados en este género literario que, de alguna manera, refleja el carácter complejo y sofisticado de los etíopes».
Arancha Mareca vivió en Ruanda y en República Democrática de Congo durante varias etapas desde 2005 a 2013 buscando un voluntariado que «no fuera de vacaciones o de semiturismo, sino algo más parecido a vivir en un sitio». Como traductora tiene un especial interés «en conocer lenguas, entenderlas, descifrar sus sonidos, indagar en sus orígenes y descubrir lo que pueda decirme del lugar y las personas que las hablan», pero también la empujaron «las ganas de comunicarme en un registro igual al de mi entorno, una cierta necesidad de mimetización».
Ni en el caso del kiñaruanda, ni en el del lingala, su aprendizaje le resultó del todo satisfactorio. «En relación al kiñaruanda, que era el idioma único hablado por mucha gente, se debió a la dificultad intrínseca de la lengua, cuya fonética y gramática son particularmente difíciles y solo conseguí intercambiar algunas frases o saludos. En el del lingala, en realidad fue más mi propia falta de constancia y la no necesidad de conocer la lengua local de forma imprescindible para comunicarme, ya que el francés de alguna manera funciona en parte como lengua local. Especialmente en Kinshasa, es muy común que las personas hablen lingala salpicado de francés».
Mareca considera el conocer la lengua local «algo fundamental, totalmente prioritario, como lo es comer la comida local, bailar su música o compartir sus costumbres. Pero también he conocido muchas personas que no lo sienten así y viven en los países de adopción con un impermeable mental, y aparentemente están bien así, aunque yo no entiendo cómo pueden estarlo».
Considera que «la lengua forma parte de la esencia de las personas, no sé si eso es cultura». Pero, además, la lengua puede llegar a tener una importante carga de intencionalidad política. En este sentido afirma: «sé que en el caso del kiñaruanda se fomentó mucho su uso frente al francés en los años siguientes a la toma del poder por parte del FPR. En este caso es difícil separar la intencionalidad política de la, supuestamente, cultural. En el caso de RDC, la enseñanza debe impartirse en una de las llamadas lenguas nacionales (lingala, suajili, kikongo o tshiluba, dependiendo de la región de residencia) en los primeros años de primaria, pero a partir del tercer año debe hacerse en francés, la lengua oficial. El cuidado de las lenguas debe formar parte de los programas de gobierno como parte de la educación, aunque a veces sea difícil distinguir los objetivos puramente educativos de otros intereses políticos. Política también, pues», concluye.
Nicolás de la Carrera vivió durante más de veinte años en Senegal, donde dinamizó el mundo cultural y musical de Dakar. Allí se casó, tuvo hijos y regentó una casa rural llamada Akuaba. En la actualidad, reside en El Bierzo (León) desde donde organiza el «Festival de las Culturas Villar de los Mundos» de arte y músicas del mundo, continúa con su vínculo con el país africano a través del festival de cultura urbana que se celebra en Dakar, el Xeex, y organiza viajes a dicho país.
A Nico, como le llaman los más cercanos, le llevó a conocer esta lengua «el hecho de decidir quedarme a vivir en Senegal, ya que conociendo su lengua local tendría más posibilidades no solo de comunicarme con ellos de manera directa sino, además, de conocerlos así mejor: su idiosincrasia, valores, prioridades, expresiones, sentimientos…».
En su caso, aprendió wolof en la calle donde, entre conversaciones y situaciones cotidianas, fue conociendo la lengua. Esto tuvo su lado positivo y negativo, ya que le resultó muy enriquecedor, pero también le supuso una mayor lentitud a la hora de comprender. En su opinión, «quizá el hecho de que no la estudiara con un profesor ralentizó el proceso… Llegué a Senegal sin saber francés y fui aprendiendo las dos al mismo tiempo. A veces mezclaba… Algunos sonidos son realmente complicados de pronunciar y el wolof es una lengua rica y variada, con declinaciones, lo que hace más complicado aún su correcto uso».
Para él, sobre todo, la lengua es cultura y saber wolof le ha ayudado «a la hora de enfrentarme a problemas cotidianos. También es útil para marcar un territorio y mostrar que no soy un recién llegado, o que me he integrado en su sociedad… A veces es práctico entender lo que dicen sin que sepan que tú les entiendes… En Senegal se aprecia mucho el extranjero que ha hecho el esfuerzo de aprender su idioma. Y en una sociedad como la africana, donde siguen prevaleciendo las iniciaciones el hecho de hablar su idioma hace que la gente sea más cercana ya que has dado un paso hacía el entendimiento de su cultura».
Sobre la presencia de esta lengua en Senegal, Nicolás observa que «cada vez es mayor en colegios, en la televisión y en los actos públicos. Hay que tener en cuenta que casi la mitad de la población no habla francés al no haber sido escolarizados y vivir en núcleos rurales… El wolof no es la lengua oficial en Senegal, es más bien una lengua vehicular por la que se entienden todos las etnias senegalesas que viven en el país».
Chema Caballero llegó a Sierra Leona en 1992 donde trabajó rehabilitando a menores soldados durante dos décadas que sirvieron de modelo. En la actualidad se encuentra en España aunque nunca ha dejado de estar del todo fuera del continente africano, a donde se desplaza de manera continua. Ha publicado varios libros: Los hombres leopardo se están extinguiendo (PPC,2011), un auténtico manual de conocimiento, y Edjengui se ha dormido (Doin,2017), sobre la situación de los pigmeos Baka de Camerún. Mientras, escribe en diversos medios y asesora a oenegés.
Él decidió aprender krio «al darme cuenta de que para comunicarme con la gente de Sierra Leona no me bastaba el inglés, por respeto a las personas y porque es la única forma de comunicarse de verdad con esas mujeres y hombres».
Además, su conocimiento le fue de especial utilidad a la hora realizar su trabajo con las niñas y los niños soldados. «Al hablar la misma lengua que ellos no necesitaba intérprete y la relación era mucho más fluida. Eso permitía que se acercasen a mí de noche, buscando la complicidad de la oscuridad que les protegía de que sus compañeros le vieran, para contarme sus propias historias. Este acto era parte esencial del proceso de rehabilitación de estos menores. Creo que es una de las mejores cosas que he podido hacer en estos años».
El krio es un idioma criollo, una lengua franca (llamado pidgin en Nigeria, Ghana, Guinea Ecuatorial y oeste de Camerún). Como tantas lenguas, carece de manuales o libros para su enseñanza. «La única forma de aprender fue preguntando y escribiendo mi propia gramática –explica Caballero–. Luego ya era cuestión de lanzarme a hablar sin miedo al ridículo. Me ayudó mucho el compartir casa con cuatro estudiantes que hablaban continuamente en krio».
Afirma que «la mayoría de los gobiernos africanos no suelen prestar mucha atención al tema del fomento y uso de las lenguas africanas». En concreto, «en Sierra Leona no se enseña en lenguas locales pero sí se estudia en el ciclo de secundaria». «En el día a día, –continúa– en la mayoría de los países africanos se utilizan poco el inglés, el francés o el portugués. Se recurre a los idiomas criollos, como son el krio o el suajili, por ejemplo, o al hablado mayoritariamente, como es el caso del wolof en Senegal». Sin olvidar, nos hace notar, «que la supervivencia de una lengua amenazada depende mucho de las medidas políticas que se tomen para conservarla y potenciarla».
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