Publicado por Lucía Mbomío en |
El aricó es una castellanización propia de Guinea Ecuatorial de la palabra francesa «haricot», que significa judía. Cuando se cocina y se mete entre dos panes, pasa a ser algo más: el producto que sustenta a las mujeres que los venden en las tablas de madera, que hacen las veces de puestos callejeros en las grandes ciudades del país.
Muchas de ellas son madres solteras que encuentran el fin de mes, aunque sea a día diez, gracias a algo tan básico. De esta forma, consiguen que sus hijos puedan tener el material básico para poder ir a la escuela.
Pero además de todo lo anterior, Aricó caliente es el título de la película dirigida por Raimundo Nnandong, conocido como Russo, que resultó premiada en el festival de cine Ceiba de Malabo en 2015 y que he tenido la suerte de ver en la Semana de la Literatura Guineoecuatoriana celebrada en la universidad de Viena (por cierto, ojalá algo parecido aquí…). En ella, el cineasta reflexiona sobre cómo la desigualdad económica del país genera brechas sociales y familiares. La protagonista del film es Sola, una joven de dieciocho años que ayuda a su madre Esperanza en el negocio de venta de bocadillos que tiene delante del instituto al que asiste. Es ahí donde conoce a su novio, un estudiante coetáneo, y también a don Jorge, un hombre que le triplica la edad, de esos que tienen un cochazo y que, aprovechándose de los escasos recursos de ella, intenta embaucarla con regalos y dinero para convertir a Sola en su cuarta mujer. La protagonista, por su parte, enamorada de su chico, tiene la sensación de que quieren venderla y se resiste. Se trata de un cortometraje de ficción en el que todo es verdad, salvo los intérpretes.
En Guinea Ecuatorial se dan situaciones parecidas a diario, con hombres ostentosos que desfilan montados en sus enormes carros por delante de los centros educativos para buscar parejas que podrían tener los mismos años que sus hijas. Este país, el tercer productor de petróleo del continente africano, ha hecho prósperos a algunos que se creen que pueden comprarlo todo; incluso a la gente pobre que observa la riqueza ajena. Una dinámica que establece relaciones de poder desiguales y abusos sistemáticos. Y todo esto resumido en Aricó caliente.
Hace algún tiempo, comencé a grabar un documental sobre Nollywood, la industria de cine nigeriana –la segunda del mundo en cuanto a cantidad de películas producidas se refiere y con un extraordinario poder a nivel mundial–, por estar llevando a todo el mundo nuevas narrativas transformadoras acerca de África y visibilizando historias de africanos hechas por ellos mismos. Habrá quien crea que son trabajos parcos en calidad, sin embargo, para mí tienen un gran valor, porque crear con escasos medios y atreverse a socavar el rígido discurso hollywoodiense implica tener un atrevimiento digno de admirar.
Piensen ahora en Guinea Ecuatorial, el único rincón del continente en el que el español es lengua oficial, sin mercado internacional aparente en el que distribuir sus creaciones, sin ayuda gubernamental, valiéndose de actores y actrices no profesionales que regalan su arte y su tiempo para, a través del lenguaje audiovisual, condenar los vicios de una sociedad pudiente de la que son desheredados.
Y sin embargo, los artistas se mueven plantándole cara al miedo, aunque los medios de comunicación extranjeros castiguen al país informando casi en exclusiva acerca de los desmanes de una persona y de su hijo, como si no viviera nadie más ahí. Por este motivo, celebro el esfuerzo de aquellos artistas que padecen y responden firmes contra los abusos de los que gobiernan y rara vez obtienen reconocimiento. Por eso, los veo, los animo y los aplaudo. Bravo.