Así se empobrece un país

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El juego entre Idriss Déby y Glencore hipoteca la economía chadiana



Por Jaume Portell Caño



Los intereses de las multinacionales coinciden, en ocasiones, con los de los dirigentes de algunos países. Chad y Glencore, una de las mayores comercializadoras mundiales de materias primas, pueden ser un ejemplo. El acuerdo del Gobierno de Yamena con la multinacional solo ha servido para vaciar aún más las exiguas arcas del país.

Se nos dice que el dinero va para combatir al terrorismo, pero al final sirve para mantener dictaduras como la de mi país», protesta Makaila Nguebla. Este periodista lleva más de media vida en el exilio, huyendo de los dos regímenes dictatoriales que han gobernado Chad desde los años 80. Nguebla estudió en Túnez gracias a una beca del Estado. Fue ahí donde empezó a politizarse: sus críticas a los privilegios de los hijos de los altos dirigentes del régimen le acarrearon la expulsión. Más tarde vivió en Senegal, desde donde prosiguió sus investigaciones. Y fue expulsado de nuevo. En la actualidad reside en París. Su discurso mezcla la crítica a los dirigentes locales y el señalamiento del doble juego de las grandes potencias, con un énfasis especial en Francia, el país que le acogió como refugiado. 

La situación actual en Chad es crítica. El país, rico en petróleo, se encuentra endeudado y fue noticia mundial cuando su presidente, Idriss Déby, murió en el campo de batalla liderando a las tropas del Ejército contra un grupo rebelde (ver MN 671, pp. 22-27). Chad, como tantas excolonias francesas, mantiene una relación estrecha con París. Su moneda, el franco CFA, estuvo ligada al franco francés primero y, desde el inicio del siglo XXI, al euro. 

Situado al sur de Libia y al norte de Nigeria, Chad es un país estratégicamente importante para la Unión Europea (UE) por dos cuestiones: la lucha contra el terrorismo y el control de las migraciones. Gracias a esos dos temas, según Nguebla, los dirigentes chadianos consiguen concesiones de sus homólogos europeos: Chad pone los hombres para combatir a Boko Haram y para vigilar a los migrantes que intentan llegar hasta Libia. A cambio, Yamena hace y deshace a nivel interno. 

Tanto Hissène Habré (1982-1990) como Idriss Déby (1990-2021) gobernaron plácidamente con el apoyo de Francia y Estados Unidos. Las torturas bajo el régimen de Habré le hicieron ganarse el apodo de El -Pinochet africano; más tarde su jefe del Estado Mayor, Idriss Déby, dio un golpe para hacerse con el poder. Cada vez que algún grupo rebelde ha tenido cierto éxito, han sido las fuerzas francesas las que han garantizado la continuidad de Déby. Hasta el pasado mes de abril. La transición fue inmediata: su hijo Mahamat Idriss Déby, a sus 36 años, se convirtió en el líder de facto del país. La UE envió al funeral a su máximo representante diplomático, Josep Borrell –«La estabilidad de Chad es una pieza fundamental para toda la región», dijo–. La otra gran figura que se desplazó hacia Chad fue el presidente francés, Emmanuel Macron. «La UE no ha comprendido las reivindicaciones de la sociedad civil», se lamenta Nguebla: «Sin medios de comunicación que funcionen y sin una sociedad civil fuerte es muy difícil que haya un proceso civil democrático», concluye.  

En el rompecabezas chadiano hay que añadir otro actor. Tras el reconocimiento europeo, uno de los destinos clave para Mahamat Idriss Déby fue Catar. Un fondo de inversión de esta monarquía absoluta, rica en gas e hidrocarburos, es la principal accionista –9 % de la propiedad– de Glencore, empresa líder en el comercio de materias primas. Glencore es hoy acreedora de Chad, tras una maniobra del anterior presidente. Idriss Déby quería combatir a sus enemigos islamistas en 2013, motivo por el cual necesitaba comprar armas, pero no disponía de liquidez. Con el grifo de los bancos y las grandes instituciones internacionales cerrado, el presidente chadiano decidió utilizar los altos precios del petróleo para endeudarse: Chad devolvería el -dinero gracias a la venta futura de esos barriles de crudo. Cuando Glencore le concedió el préstamo, el petróleo estaba a más de 100 dólares, pocos años más tarde el precio había caído hasta los 26. El resultado: Chad debería entregar más barriles de petróleo para satisfacer su deuda con la compañía. El libro The World for sale, de Javier Blas y Jack Farchy, cuenta cómo las medidas de austeridad para pagar a Glencore fueron tan severas que incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) las consideró «dramáticas». Glencore estipuló que el dinero debía utilizarse con fines sociales, pero esta condición fue meramente cosmética: con el presupuesto que quedó liberado gracias al préstamo de Glencore, Chad pudo comprar más armas para combatir a Al Qaeda. 

Tal y como recuerda Nguebla, el viajede Déby  a Catar no se debe únicamente a una cuestión económica: en este pequeño territorio del Golfo Pérsico también se encuentra una de las grandes figuras políticas de Chad, Timane Erdimi, sobrino de Idriss Déby, y uno de los líderes de un grupo político rebelde que no reconoce la autoridad del Gobierno actual. Erdimi vive bajo vigilancia en Catar, y Nguebla piensa que uno de los objetivos de la nueva Junta Militar es la vuelta de Erdimi a Chad, donde está condenado a muerte. Erdimi vive desde hace diez años en Catar, y de momento no tiene previsto volver a su país. Desde el pasado mes de noviembre, la Junta Militar ha puesto en marcha una mesa de diálogo con los diferentes actores políticos chadianos. Las reuniones se han celebrado en Doha, El Cairo y París. Erdimi, en declaraciones a RFI, comentó que no piensa volver a Yamena hasta que no haya negociaciones reales con el régimen heredero de Déby. 



El presidente francés, Emmanuel Macron, en el funeral por Idriss Déby, celebrado el pasado 23 de abril de 2021 en Yamena. Fotografía: Christophe Petit Tesson / Getty


Dependientes del petróleo



El crecimiento o la disminución de la economía chadiana depende casi exclusivamente del precio del petróleo. Cuando está alto, la economía crece. Cuando baja, muchas facturas quedan impagadas y Chad tiene que pedir dinero prestado a los acreedores internacionales para hacer frente a sus gastos más básicos. Con un clima muy seco –y cada vez más afectado por el cambio climático–, la productividad agrícola es muy baja, hecho que impide la autosuficiencia alimentaria. Al igual que otros de sus vecinos en el Sahel, el aumento del precio de los alimentos es una de las principales fuentes de descontento de la población.

La subida del precio de la gasolina y el transporte, unida al hecho de ser un país sin salida al mar, dificulta la llegada de comida a Chad. El país depende del ritmo que tengan los puertos de los países vecinos –como Nigeria– y de infraestructuras precarias para llevar la comida hacia las zonas rurales. La principal consecuencia es que los comerciantes deben pagar más por los sacos de alubias, y este coste repercute en el poder adquisitivo del consumidor. La prensa chadiana, el pasado agosto, recogía el testimonio de un comerciante, Ahmat Abdoulaye, quien contaba que el precio por saco se acercaba ya a los 2.000 francos CFA –poco más de tres euros–. Para muchos vendedores ambulantes de comida, la solución es sencilla: mantener los precios y poner raciones más pequeñas. La alubia es la gran fuente de proteínas y vitaminas para los habitantes de la capital.


Un almacén de cobre en Mufulira (Zambia). Glencore es propietaria del 73 % de las minas zambianas de Mopani. Fotografía: Per-Anders Pettersson / Getty

Un gigante de las materias primas y las finanzas 

La historia de Glencore está ligada a la figura de Marc Rich, su fundador. Este empresario estadounidense se hizo rico yendo a hacer negocios allí donde los demás ni se acercaban: desde la Sudáfrica del apartheid hasta Jamaica, pasando por la Rusia posterior a la caída del Muro de Berlín. Rich y sus especuladores de materias primas se caracterizaron por dar préstamos a largo plazo a países en una situación -desesperada y sin fuentes de financiación alternativas: una vez fijados los precios de las materias primas en el contrato, la compañía se beneficiaba de la diferencia de precios cuando la crisis pasaba y estos volvían a subir. En el caso de Jamaica, según explican Farchy y Blas, este tipo de jugada permitió que Glencore consiguiera bauxita –básica para fabricar aluminio– «a la mitad de su precio de mercado». Los términos del trato con Chad son tan abusivos que incluso el difunto presidente Déby reconoció más tarde que el préstamo había sido un error. Ahora Chad debe el 15 % de su PIB a esta compañía suiza. Marc Rich, a principios de los 90, vio cómo sus socios tomaron el poder de la compañía tras sus problemas con la justicia: Rich había hecho negocios con el Irán del ayatolá Jomeini, sancionado por Estados Unidos. Sin embargo, el fundador de Glencore siempre contó con amigos en las altas esferas: la última decisión de Bill Clinton, días antes de abandonar la Casa Blanca, fue conceder el perdón presidencial al empresario. 

La huella de Glencore está presente en numerosos paisajes del continente africano: desde las minas de cobre zambianas hasta la deuda nacional de Chad, pasando por las minas de platino de Sudáfrica, el petróleo de Nigeria, Guinea Ecuatorial o República de Congo. La compañía cotiza en la Bolsa de Londres, y su capitalización bursátil supera los 40.000 millones de dólares, cuatro veces la economía de Chad. Dicho de otra manera: una empresa de 135.000 empleados, económicamente pesa cuatro veces más que un país de 16 millones de personas. Y los chadianos, en los próximos años, sufrirán medidas de austeridad para pagarles con el poco dinero que les queda.  

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