Constructoras de un mundo mejor

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Hna. Fernanda Cristinelli, desde Moroto (Uganda)



Moroto es un distrito de Uganda muy pobre y marginado situado en la subregión de Karamoya. Más del 80 % de la población es analfabeta y las mujeres están muy discriminadas, a pesar de que todo recae sobre sus hombros. Las misioneras combonianas trabajamos con ellas a través de iniciativas como la Oficina Diocesana para la Promoción de la Mujer, desde la que animamos programas de sensibilización sobre su dignidad y sus derechos. 

Además de esta presencia en Moroto, hemos iniciado actividades de formación en las zonas rurales. Una semana al mes nos desplazamos por las parroquias y ofrecemos acompañamiento en el camino de la fe, alfabetización, cursos de agricultura, de economía doméstica, de derechos humanos o de higiene. Al final, invitamos a las mujeres a participar en proyectos de microcréditos promovidos por la Oficina Diocesana, la congregación y las autoridades regionales. Gracias a esto, las chicas pueden iniciar actividades relacionadas con el comercio, la artesanía o la ganadería con las que adquirir estabilidad económica y confianza en sí mismas.

Desde la Oficina Diocesana, en colaboración con otras órdenes religiosas, las autoridades locales y la Policía, hemos puesto en marcha un programa de intervención para ayudar a víctimas de violencia, abusos sexuales y matrimonios forzados. Se han creado equipos de voluntarios en varios lugares de la diócesis, se ha abierto un centro de acogida y se ha lanzado una campaña de sensibilización a través de la radio y de reuniones en los poblados. La violencia contra las mujeres es un fenómeno extendido y aceptado, y cambiar esa mentalidad no es fácil.

Desde hace algunos años luchamos contra el tráfico de niños y niñas explotados para practicar la mendicidad en Kampala, la capital. Muchos de los pequeños proceden de Karamoya. A veces son sus familiares los que los traen a la ciudad, pero otras veces, familiares y amigos engañan a los padres, que desconocen que sus hijos son obligados a mendigar por las calles de la capital.

Con el apoyo de la diócesis de Moroto hemos abierto una pequeña guardería en Kampala para acoger a los niños, al menos durante unas horas al día. Allí son atendidos por un equipo de religiosas y laicos. Hacemos todo lo posible para que vivan como niños, intentamos que vayan a la escuela y, cuando es posible, devolverlos a sus familias o insertarlos en algún programa de acogida. El principal problema es convencer a los adultos de Karamoya para que pongan fin a esta explotación. Algunos, tras mucho tiempo de persuasión, dejan de utilizar a los niños como fuente de ingresos y nos los confían. Otros, sin embargo, continúan con esta actividad.

Nuestro carisma nos impulsa a involucrarnos en estas realidades, a la vez que nos asomamos cada día a la belleza de este país, a la generosidad de sus gentes y al compromiso de tantas personas que creen y trabajan por un mundo mejor.


En la imagen superior, la Hna. Cristinelli, en el centro de la imagen, con un grupo de mujeres en Moroto. Fotografía: Archivo personal de la autora


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