Costa de Marfil: El año de la incertidumbre

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Costa de Marfil, uno de los países más prósperos de África occidental, se enfrenta a un año decisivo. Las presidenciales de octubre deberían ayudar a resolver los numerosos desafíos a los que se enfrenta la población. 

Un intenso olor a hamburguesas y patatas fritas proveniente del Burger King da la bienvenida a los viajeros que traspasan la puerta de llegadas del Aeropuerto Internacional Félix Houphouët-Boigny de Abiyán. Es una de las muchas franquicias que han llegado a Costa de Marfil, especialmente a la principal ciudad, en los últimos años. Los establecimientos de comida rápida proliferan, sobre todo en centros comerciales, donde se codean con tiendas de ropa tan conocidas como Zara, de deportes como Decathlon, de ordenadores y teléfonos como Apple, o supermercados como Dia o Carrefour… entre otras muchas franquicias familiares para cualquier consumidor español. A ello hay que sumar los bares, clubs o restaurantes que ofrecen manjares de todo el mundo. Además, ya no hace falta moverse de casa para tener acceso a toda esta oferta: Glovo también ha desembarcado en el país. Todo parece indicar que esta nación de África occidental vive un momento dorado.

l presidente marfileño, Alassane Ouattara (d.), en 2015, con el entonces primer ministro burkinés, Isaac Zida. Fotografía: Getty

Con el final de la década pasada, que se estrenó en 2011 con una grave crisis políticomilitar, la tasa de crecimiento del país se ha elevado hasta llegar casi al 8 % anual. De hecho, Costa de Marfil ha sido una de las economías que más rápidamente han crecido en todo el mundo en 2019, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Otras instituciones han etiquetado al país como uno de los más propicios para hacer negocios, entre otras muchas loas. Posiblemente, estas buenas noticias hayan influido en el surgimiento de una clase media potente, el desembarco de multinacionales y de inversores internacionales, así como el regreso de instituciones regionales y mundiales con sus cohortes de funcionarios. 

Tampoco hay que pasar por alto lo que parece ser una fiebre por la construcción y las nuevas infraestructuras, que surgen por todas partes: pasos elevados, un nuevo puente, puerto recreativo, embellecimiento de las playas y paseos marítimos…,  ejecutadas muchas por empresas internacionales. Quizás sea la suma de todo esto lo que otorga a Abiyán ese glamur cosmopolita, mundano y algo canalla que se enreda con sus eternos atascos de tráfico.


Fuera de la ciudad

El espejismo se rompe cuando se abandonan las calles principales y se penetra en barrios como Abobo o Yopougon, o se termina la Nacional 1 con sus carriles dobles al llegar a la capital política del país, Yamusukro (presidida por la basílica católica más grande del mundo), y el vehículo empieza a zigzaguear y botar en un intento de esquivar los infinitos baches que decoran las, ahora estrechas, carreteras que van hacia el norte. La visión del país cambia radicalmente y el paraíso ficticio da paso a una realidad muy distinta en la que la mayoría de la población se ve obligada a ejecutar enrevesados malabarismos para llegar a fin de mes. Esto indicaría que tanto –y tan rápido– crecimiento económico no ha servido para crear la riqueza necesaria que mitigue las desigualdades que envuelven al país. La tasa de pobreza, aunque ha descendido ligeramente en los últimos años, se sitúa en el 46,3 %. Y en 2018, Costa de Marfil ocupaba el puesto 179, de 189 países, en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas. 

Construcción de una carretera cerca de Bouflé. Fotografía: Getty


Ese crecimiento tampoco ha ayudado a crear industria. El grueso de la economía nacional depende del sector agrario, que emplea a cerca de la mitad de la población. Costa de Marfil es uno de los principales productores mundiales de cacao, café y aceite de palma, entre otros cultivos. Por su parte, la llamada economía informal representaría casi un 40 % del PIB marfileño, según el FMI. Esta actividad, que posibilita que muchos jóvenes y mujeres, principalmente, sobrevivan, resta ingresos provenientes de impuestos y tasas al Estado y no permite que el talento empresarial se concentre en actividades más productivas que también favorecerían la creación de empleo. Las cifras de paro en el país oscilan considerablemente según la fuente consultada, pero todas coinciden en que son altas, especialmente entre los jóvenes. Desafortunadamente, los distintos intentos puestos en marcha para diversificar la economía no han dado, hasta el momento, los resultados apetecidos. De ahí, quizás, otra de las grandes paradojas de esta pujante economía: los miles de jóvenes forzados a migrar. Tanto es así que los marfileños que llegan a Europa se posicionan como el tercer colectivo más numeroso, tras nigerianos y guineanos, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

El Gobierno marfileño declaró 2019 como «un año de acciones sociales» con un programa que tiene como principales objetivos hacer que los servicios sociales sean asequibles a los sectores de población más vulnerables, crear miles de empleos para los jóvenes y contratar a más de 10.000 maestros de Primaria y Secundaria. Hasta ahora, ha habido pocos resultados: solo protestas y huelgas de profesores y funcionarios.

Dos trabajadoras de una factoría de chocolate orgánico en Abiyán. Fotografía: Getty

Elecciones en 2020

El crecimiento económico tampoco ha servido para superar las divisiones que llevaron al país a la guerra civil en dos ocasiones en lo que va de siglo. Muchos de los antagonistas que participaron en aquellos conflictos vuelven a enfrentarse en las elecciones presidenciales, programadas para octubre de 2020, lo que muchos ciudadanos miran con hastío y cansancio. «Parece que siempre caminamos en círculo, que todo se repite. No veo que vayamos hacia adelante», comenta André, estudiante de la Universidad Félix -Houphouët-Boigny de Abiyán.

El actual presidente, Alassane Ouattara, juega a la incertidumbre sobre su futuro. No se sabe si renunciará a ser candidato o insistirá en que tiene derecho a un tercer mandato, desafiando así el límite impuesto por la Constitución de 2016. Hasta ahora ha mantenido que su primera legislatura no cuenta. De materializarse esta opción, la oposición se enfurecería, al igual que gran parte de la sociedad civil, lo que podría desatar grandes protestas por todo el país. Por su parte, el que fuera presidente entre 1993 y 1999, Henri Konan Bédié, dice considerar la posibilidad de un retorno al poder y se ha aliado con otro expresidente, Laurent Gbagbo, para desafiar al actual partido gobernante. Gbagbo representa también una gran incógnita. Su negativa a reconocer su derrota en las elecciones de 2010 es considerada el detonante de la segunda guerra civil, y le condujo a ser juzgado por el Tribunal Penal Internacional (TPI), donde finalmente fue absuelto de todos los cargos que se presentaron contra él. En la actualidad se encuentra pendiente del último recurso presentado ante el Tribunal por la Fiscalía, pero tanto él como sus partidarios están convencidos de que podrá regresar al país antes de la próxima cita electoral. «Cuenta con numerosos apoyos, sobre todo en el sur, y su llegada supondría un fuerte revés para el actual Gobierno», comenta Jean-Pierre, sentado en un maquis de Yamusukro, donde se declara firme seguidor suyo. Una opinión que no es compartida por todos, especialmente en el norte del país. Finalmente, Guillaume Soro, exlíder del movimiento rebelde que luchó contra el Gobierno de Gbagbo y expresidente de la Asamblea Nacional, que se distanció de Ouattara en 2017, también ha anunciado que se postulará a la Presidencia del país. Pero Soro ha sido formalmente acusado de preparar «una insurrección civil y militar», además de malversación de fondos públicos y lavado de dinero por el fiscal general del Estado, lo que por ahora le impide regresar al país desde París para evitar su arresto.

En Grand BassamIndividuos no identificados asaltaron un colegio electoral en los comicios locales de 2018. Fotografía: Getty


«Nos gusta amenazarnos»

El miedo a la violencia asociada a las elecciones está muy presente. Los antecedentes más cercanos se hallan en los comicios locales celebrados el 13 de octubre de 2018. Protestas y disturbios siguieron a la cita electoral tras la publicación de los primeros resultados, lo que produjo diversas muertes y numerosos heridos. Hay personas que temen que las disputas se reproduzcan y escalen a niveles incontrolables cuando se acerque octubre y reaviven, así, el conflicto. El temor a una nueva guerra siempre flota en el aire. Sin embargo, el escritor Armand Gauz, último ganador del Gran Premio Literario del África Negra, cree que no sucederá nada importante. «A los marfileños nos gusta gritar y amenazarnos. Es posible que, como otras veces, las elecciones traigan algo de violencia y de enfrentamientos, como ya parece ser habitual por casi toda África. Pero no se llegará a mucho más. La gente no quiere guerra. Otra cosa es que encontremos candidatos que realmente representen los intereses del pueblo. Hasta ahora, los que se presentan son los de siempre y con ellos poco cambiará la situación», comenta entre sorbo y sorbo de koutouku, un licor local a base de hierbas y raíces, que comparte con un grupo de artistas y artesanos en un maquis de -Grand-Bassam, donde tuvieron lugar algunos de los altercados más graves tras las elecciones de 2018.

Uno de los tertulianos se aventura a afirmar que en Costa de Marfil «no sucederá nada que Francia no quiera que suceda. Francia sigue teniendo la última palabra en todo lo que acontece aquí». Esta es una crítica muy extendida por todas las excolonias galas. Ante ella, París intenta lavar su imagen. Así, durante una visita a Abiyán, del 20 al 22 de diciembre de 2019, el presidente francés, -Emmanuel Macron, anunció el fin del franco CFA, uno de los principales mecanismos de control de París sobre sus antiguos territorios africanos: una moneda utilizada desde la época colonial por 14 países de África occidental y central y muy criticada, especialmente por grandes sectores de la población. Además, el mandatario galo pidió pasar página después del colonialismo, que consideró como un «error de la República». No parece que estas palabras hayan tenido mucho efecto sobre los marfileños, que desconfían de que los franceses quieran perder sus privilegios y beneficios en la zona. «Basta con ver el gran número de tropas francesas estacionadas en este país», comenta otro de los tertulianos de Grand-Bassam. Oficialmente, en la base de Port Bouët, uno de los barrios de la capital marfileña, hay alrededor de 950 soldados franceses para vigilar los intereses estratégicos de Francia en el oeste y centro del continente africano. De ahí las afirmaciones que dicen que nada sucede en Costa de Marfil sin que lo apruebe Francia.

Playa de Grand-Bassam repleta de desperdicios. Fotografía: Getty


Degradación medioambiental

Esta ciudad, Grand-Bassam, famosa por sus hoteles y donde tuvo lugar un atentado yihadista que terminó con la vida de 14 civiles en 2016 –supuso un duro golpe para la industria turística del que el país no termina de recuperarse–, muestra en sus enormes playas otro de los graves retos a los que se enfrenta Costa de Marfil: la contaminación y la gestión de residuos. El litoral está repleto de envases de plástico y comida rápida, botellas, suelas de chancletas, restos de redes, cartón, papeles… Las pocas papeleras rebosan, posiblemente desde hace meses, y a sus pies se amontona la basura, como en tantas otras partes del país. Las montañas de residuos esperan a que algún empleado municipal pase a recogerlas, cosa que parece improbable. Por eso, de vez en cuando, los vecinos las prenden fuego para deshacerse de malos olores e insectos.

Las calles de Grand-Bassam también se inundan con las lluvias. La que fuera primera capital de la colonia francesa y hoy patrimonio de la humanidad, ve cómo cada año el agua alcanza cotas más altas. No cabe duda de que el cambio climático hace mella en el país, pero no existe ninguna estimación económica del impacto de este fenómeno, ni ningún estudio que advierta de sus consecuencias. En 2012, el Gobierno marfileño puso en marcha el Programa nacional de lucha contra el cambio climático, que nunca llegó a concretarse. Costa de Marfil aparece como uno de los países más vulnerables del planeta ante el «fenómeno del calentamiento global», según el Banco Mundial en un informe de 2018. Solo algunos grupos de la sociedad civil se han organizado para hacer frente a este gran reto que puede lastrar el futuro de todo un país. Un claro signo de la determinación de cambio de los ciudadanos marfileños frente a la desidia del Gobierno.   

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