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Por Pablo Moraga, desde Kampala (Uganda)
Sin Internet –las autoridades de Uganda habían bloqueado todas las conexiones– ni electricidad, el único puente de Patrick Okech y sus compañeros con el resto del mundo era un boquete diminuto en la pared de una tienda de comestibles. Hacía mucho calor en ese colmado de un barrio humilde de Kampala, su escondite. La puerta metálica estaba cerrada con un candado.
–¿Tenéis miedo?
–No –contestó Okech de inmediato, sin dudarlo, mientras sus amigos, cinco ugandeses con menos de 25 años, asentían–. ¿Miedo de qué? ¿De perder una vida que no merece la pena? ¿Sabes lo que es despertar sin saber si podrás comer a lo largo del día?
Era el 16 de enero de 2021. Unas horas antes, los medios de comunicación de Uganda habían anunciado la última victoria electoral del presidente Yoweri Kaguta Museveni, entonces con 76 años, en el poder desde 1986. Pero en vez de celebraciones, en los barrios humildes de la capital ugandesa reinaba el silencio. Ni siquiera se escuchaban los coches ni las motocicletas que a menudo llenaban esas calles. Lo único que Okech veía a través del agujero de su colmado era una línea de soldados que avanzaba con decisión, sin encontrar ningún obstáculo, en las mismas aceras que antes rebosaban de buscavidas vendiendo verduras, comida rápida o cedés piratas.
–Estamos cansados –dijo después uno de los amigos de Okech, cuando los soldados pasaron de largo y ya no podían escucharlos–. En realidad, nosotros no tenemos nada que perder.
En Uganda, la política era un asunto ajeno a los jóvenes. A menudo, la identificaban como una pérdida de tiempo o un pasatiempo peligroso, una percepción que las autoridades del país intentaban conservar a través de la violencia. El período electoral había estado marcado por la desaparición de centenares de simpatizantes de la oposición, sobre todo jóvenes de barrios humildes como Okech y sus amigos, protestas dispersadas por las fuerzas de seguridad. Murieron, al menos, 54 manifestantes.
Sin embargo, pese a la violencia, un cantante ha empezado a transformar esa percepción.
Su nombre es Robert Kyagulanyi, de 43 años, pero todo el mundo en Uganda solía conocerle como Bobi Wine, su nombre artístico. Eso cambió en 2017, cuando, de repente, anunció su candidatura para representar a su distrito, Kyadondo del Este, en el Parlamento de Uganda. Arrasó en esos comicios. Se llevó el 78 % de los votos. Era popular porque era distinto al resto de los políticos, a menudo empresarios exitosos que usaban su dinero para pagar sus campañas electorales o personas cercanas al Gobierno de Museveni. Bobi no era nada de eso. Era un tipo que había crecido en un barrio pobre y se había hecho a sí mismo con canciones que hablaban sobre los problemas cotidianos de los suburbios. Temas que denunciaban desigualdades sociales.
En 2021, intentó dar un paso más. Desafío a Museveni en las elecciones presidenciales, después de años de mítines dispersados con gases lacrimógenos e incluso munición real, persecuciones y detenciones arbitrarias. Perdió. Según las autoridades electorales, solo obtuvo el 13,48 % de los votos. Sin embargo, pese a su fracaso en las urnas, el cantante dejó en Uganda, una de las naciones más jóvenes del mundo, con una media de edad de unos 16 años, un mensaje revolucionario: hizo un llamamiento para que esos jóvenes participaran en la política, como él, de una manera más activa.
Por eso, Okech, un vendedor de comida rápida que reconocía que hasta hacía poco ni siquiera seguía las noticias del país, decía que había perdido el miedo. Que estaba dispuesto a perder la vida para conseguir un cambio político en Uganda.
La épica de las campañas electorales de Bobi Wine, unida a sus canciones, sus discursos transgresores, su carisma y su pasado humilde, han creado un personaje que atrae la atención de millones de ugandeses jóvenes. Pero ha pagado un precio alto. Ha perdido amigos y ha sido torturado. En una ocasión, unos atacantes aún sin identificar lanzaron una granada contra su casa. Explotó en la habitación de sus hijas. Teme por su vida. En una entrevista en 2021, me dijo que echaba de menos «pasar más tiempo» con sus familiares y amigos, pero que no podía «abandonar». «Los ugandeses transformaron mi vida, pagaron por mis conciertos y canciones», añadió. Para Bobi Wine, su carrera política es una manera de devolver a los ciudadanos del país lo que estos han hecho por él.
El cantante sigue pensando lo mismo. «No es la primera vez que vemos una represión como esta», dice Bobi desde el jardín de su casa, en las afueras de Kampala. «Esto ocurre cada vez que un dictador está a punto de caer. Cuando Muammar al Gaddafi estaba a punto de caer, miles de civiles fueron asesinados. Lo mismo ocurrió cuando Robert Mugabe en Zimbabue u Omar Hassan al Bashir en Sudán estuvieron a punto de caer. Y ahora, la historia continúa».
Bobi Wine se cortó sus rastas poco antes de empezar su carrera política. También viste de una manera distinta. Cambió sus ropas holgadas por una colección de trajes ajustados. Pero sus personas más cercanas, desde su representante para los medios de comunicación hasta sus guardaespaldas, son personas de la misma barriada donde creció. Está orgulloso de sus orígenes humildes, un hecho que no es común en Uganda. No los esconde, algo que ha animado a otros jóvenes a hacer lo mismo. Incluso ha llevado a los medios de comunicación la jerga de las barriadas: el luyaaye.
–Es nuestra manera de comunicarnos –dice Bobi–. Nos gusta. Está por todas partes. Para mí, como músico, era más interesante cantar en luyaaye. No solo lo hablaba, sino que también cantaba luyaaye, y molaba mucho, tío, molaba mucho.
–Decidiste usar esta jerga pese a estar vinculada a estereotipos negativos. ¿Por qué?
–No tomé ninguna decisión –responde–. Yo soy así, tío… Simplemente quería seguir siendo yo mismo. No quiero impresionar a nadie fingiendo ser otra persona. Quiero comunicar lo que está dentro de mí, para que otras personas piensen que no está mal ser uno mismo. Yo he sido rechazado muchas veces porque crecí en la barriada de Kamwokya. Pero el estigma está cambiando poco a poco. Cada vez nos quieren y nos aceptan más, y cada vez nos respetan más.
Pese a las derrotas electorales, que algunos observadores achacan a la represión y a otras estratagemas del Gobierno ugandés más que a la popularidad del cantante, el mensaje de Bobi Wine sigue llegando a muchos jóvenes. Necesitan ser parte de los cambios que necesitan, incluso si proceden de un entorno humilde.
«A menudo me digo a mí mismo que, quizás, Dios hizo a personas como yo para romper esos estereotipos y cambiar esa narrativa», dice el cantante. «Antes, las personas de los guetos ni siquiera intentaban conseguir cargos políticos pequeños, pero ahora estoy intentando conseguir el cargo más alto del país. Sé que la mayoría de los ugandeses son como yo. Por eso, creo que mi ejemplo les dará confianza para que crean en sí mismos y, al mismo tiempo, se sientan responsables de buscar mejoras también para ellos mismos».
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