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Por P. Raúl Baluma Tabaranza, desde Pretoria (Sudáfrica)
Cuando en 2022 me pidieron salir de Waterval, en la provincia de Mpumalanga, para trasladarme a Pretoria, acepté sin problemas porque soy consciente de que la vida misionera nos exige estar siempre disponibles. Había llegado a Sudáfrica en 2018 y fui asignado a la comunidad de Waterval, donde los misioneros combonianos acompañamos una parroquia con 22 comunidades cristianas.
Soy filipino y hablo inglés desde pequeño, pero la gente emplea muchas otras lenguas. Cuando apenas llevaba una semana en la parroquia tuve la valentía de celebrar la misa en xitsonga porque su lectura no me resultaba complicada, aunque no supiera lo que estaba diciendo. Poco a poco me puse a estudiar la lengua, algo esencial para nuestra misión. Si alguna vez la gente se reía cuando intentaba hablar con ellos, me unía sin problema a sus risas. Asumir nuestros errores con humor es la mejor manera de aprender una nueva lengua.
En Waterval son muy importantes las tradiciones funerarias. Cuando participaba en ellas, expresaba mis condolencias sentándome en silencio con la familia y ofreciendo mi sonrisa de vez en cuando. Era costumbre sacrificar un toro para que todas las personas que fueran al duelo pudieran comer, lo que ayudaba a desarrollar un espíritu de comunión y de solidaridad entre todos. En una ocasión estuve tres meses en una aldea, alojado en casa de uno de nuestros catequistas. Cuando visitaba a la gente en sus casas era el centro de atención.
Aunque Sudáfrica es relativamente rico en comparación con otros países africanos, se enfrenta al desafío de una alta tasa de criminalidad. He sufrido acoso y amenazas en mis viajes por carretera y, tal vez por ser extranjero, con frecuencia los agentes de policía me han parado para verificar mi pasaporte y mi permiso de residencia. Además, en Waterval sufrimos varios intentos de robo. A pesar de todo, he ido desarrollado un profundo amor por la misión y he perseverado en ella animado por el cariño y el apoyo de la gente a la que sirvo.
Ahora en Pretoria trabajo como administrador de la revista misionera Worldwide, como promotor vocacional y apoyando en nuestra parroquia de San Agustín. Estoy encantado con el trabajo y la tranquilidad del barrio de Silverton, donde vivimos. Dispongo además de más tiempo libre que en Waterval y puedo dedicarme a mis aficiones: la jardinería y la pintura. Algunos de mis cuadros han sido expuestos en la embajada de mi país y también publicados en nuestra revista.
Como promotor vocacional, me encargo de la animación de talleres dos veces al año y viajo con frecuencia para visitar a las familias de los aspirantes a misioneros. Es un servicio difícil y a menudo frustrante porque en Sudáfrica no es fácil que los jóvenes se sientan interesados por la vida religiosa. En la actualidad tenemos cinco postulantes que han iniciado su formación con nosotros, lo que es ya un logro significativo. Recientemente me han pedido que colabore en su formación. Estar con estos jóvenes me hace sentirme joven de nuevo. Trato de adaptarme a esta generación tan pegada a la tecnología y también al estilo formativo, diferente del modelo estricto y exigente que recibí yo. No obstante, estoy contento porque los jóvenes sudafricanos son expresivos y se comunican con franqueza. Me siento feliz. Con la confianza puesta en el Señor, espero poder florecer allí donde me planten.
En la imagen superior, el autor del texto durante una campaña de difusión de la revista Worldwide, en la que trabaja. Fotografía: Rafael Armada/MN
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