De la guerra del coltán a la innovación agrícola

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Por Almudena López

La mejora del rendimiento agrícola y el conocimiento de técnicas de mercado brinda una oportunidad a decenas de familias en el este de República Democrática de Congo para salir de la espiral de pobreza y violencia que sufre la zona desde hace décadas.

Durante los largos días de estío que dominan el año, Augustin Kamondo trabajaba hasta que se le entumecen la espalda, las manos y las piernas  a causa del esfuerzo. Una ardua labor sobre la que confiar su único deseo: cambiar el futuro de su familia. «Empiezo el día acudiendo a mi iglesia, y al terminar voy al campo, donde desayuno antes de comenzar a trabajar la tierra. Me quedo ahí hasta las cinco de la tarde aproximadamente, llueva o haga sol», cuenta Augustin, madre de familia y comerciante en la aldea de Kingi. Una escena muy frecuente entre los hombres y las mujeres de esta pequeña comunidad que pertenece a la provincia de Kivu Norte, en República Democrática de Congo.

Augustin tiene 51 años y se dedica a comerciar con la escasa producción que obtiene de la parcela comunitaria en la que trabaja. Reparte su tiempo entre el trabajo en el campo y las labores del hogar: está al frente de una familia con 11 hijos. Todo lo que sabe lo ha aprendido observando e imitando a su madre, su marido, sus vecinos…, alejada por completo de cualquier realidad impresa en un libro.





Más allá de la guerra

«La inseguridad no nos permite movernos libremente. Cuando mis hijos mayores están fuera de casa y aún no han regresado, esperamos intranquilos temiendo lo peor», relata Augustin. Como los Kamondo, son muchas las familias que viven inseguras por el recuerdo de los conflictos armados que desde hace décadas afectan a la región. Unas consecuencias fatídicas que han desembocado en el empeoramiento de la situación económica y vital de las comunidades, haciendo imposible cubrir necesidades básicas como la atención sanitaria o la escolarización de los hijos.

Como consecuencia de la larga ausencia de los hombres –llamados a la guerra–, el campo estuvo cuidado por mujeres, jóvenes y ancianos, cuyos conocimientos agrícolas eran insuficientes. Las malas técnicas de cultivo empleadas afectaron a la pérdida de fertilidad del suelo y con ello, la producción se desplomó. Por otra parte, las comunidades viven desde hace años en conflicto con los agricultores privados, dueños de gran parte del terreno, que les impiden tener acceso a las tierras. A esto se suma el largo camino que muchas mujeres recorren a pie hacia los mercados, donde terminan malvendiendo los productos para evitar volver a sus hogares cargando un peso monumental.



Estos desafíos impulsaron a CODESPA a actuar en Kivu Norte. Como los Kamondo, decenas de familias fueron seleccionadas para formar parte del proyecto, gracias en parte a la confianza depositada en las asociaciones rurales AJAMA (Association des Jeunes Agriculteurs de Makobo), UFHDI (Union des femmes et des hommes pour le Développement Intégral) y AJAK junto a Don Bosco Ngangi.

El proyecto, centrado en la innovadora metodología Rural Market Development for the Poor, ha consistido en mejorar las técnicas de producción agrícola de diferentes comunidades repartidas entre los territorios de Kivu Norte, Goma y Shasha desde 2017 a 2020.  Mujeres como Augustin han podido ampliar su formación en materia de ahorro y préstamo gracias a los cursos impartidos por Village Savings and Credits Association. «Durante mucho tiempo comercié de acuerdo con lo que consideraba justo, sin pararme a investigar previamente», comenta Augustin. «Recibir la formación empresarial adecuada me ha ayudado mucho, ya que no solo he aprendido a diversificar mis fuentes de ingresos sino que ahora también sé cómo  ahorrar dinero y aprovechar al máximo el terreno de mi parcela. Además, hemos  mejorado en calidad de vida incorporando una dieta más variada y saludable en la familia».

El proyecto ha incluido una investigación de campo cuyos resultados han favorecido la aplicación experimental de cuatro tecnologías de bajo coste: dos herramientas destinadas al deshierbe y oxigenación de la tierra; la utilización de orina humana o animal como abono orgánico, y el uso de burros como medio de transporte.



Hoy los resultados hablan por sí solos. En tres años, 888 campesinos (625 mujeres y 263 hombres) y 92 pequeños emprendedores (56 hombres y 32 mujeres) están saliendo, por sus propios medios, de la pobreza extrema. Si antes la producción media de cultivos por hogar era de 110 kg al año, ahora se alza exponencialmente hasta los 594 kg. Además, la media de ingresos por agricultor, al día, ha pasado de 1,2 a 6,62 dólares. Por su parte, los ingresos de la familia Kamondo se han multiplicado por cuatro, ya que si antes del proyecto obtenían 2 dólares al día, ahora llegan a los 8 dólares. Sin embargo, Augustine aún no se da por satisfecha: «Todavía no he garantizado aspectos tan importantes como la escolarización de mis hijos».

Mujeres como Augustin son un motor del cambio hacia la sostenibilidad y el bienestar en República Democrática de Congo. Un cambio guiado por el valor del trabajo asociativo, por la complicidad entre los profesionales del desarrollo y los propios beneficiarios. Solo los más comprometidos con el desarrollo sostenible de las personas apuestan por el largo plazo.



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