Dilemas

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He estado escuchando últimamente un pódcast interesante en una radio nacional española con un formato sencillo: cuatro amigos quedan a cenar y cada uno lleva un dilema diferente que el resto desconoce. Una vez planteado, se ponen a debatir. El programa me encanta porque te pone en un brete, exprimiendo tu capacidad para no caer en la indulgencia, el narcisismo y la irracionalidad.

Como os conté en estas mismas líneas el pasado mes de octubre, me he venido a vivir a Kenia de freelance o, como me gusta simplificar, como autónomo, sin contrato ni garantías de cobro. Digamos que estos dos meses y pico no han sido fáciles porque la situación mediática en Gaza lo abarca todo. 

Una de las cosas que más rabia me ha dado es no poder ir a cubrir las elecciones a República Democrática de Congo. La factura iba a ser de unos 1.500 euros por una semana, o lo que es lo mismo, unos 10 o 12 reportajes en medios españoles. Es curioso cuando uno ya no cuenta en dinero sino en artículos.

En noviembre, una compañera periodista fue invitada por el gobierno regional de un país del este de África para hacer reportajes. Ella participó en el viaje con un grupo de periodistas, la mayoría africanos, a los que les cubrían todos los gastos de desplazamiento y comidas. Además les dijeron que les iban a ofrecer un dinero en concepto de manutención por los días invertidos allí y no en sus redacciones respectivas. 

Mi amiga no quería aceptar ese dinero por una cuestión ética, dado que su empresa ya le pagaba dietas, pero el resto del grupo no tenía ese privilegio y sí pensaba aceptarlo. Ante esta tesitura, acordó con su compañero fotógrafo que se lo dirían en privado al organizador. Una vez allí, este le ofreció en público 1.400 dólares estadounidenses, como al resto. «¿Qué hago?», se preguntaba. Acabó aceptando la mitad, que le dio a su fotoperiodista, ya que este no cobraba dietas de la empresa.

Unas semanas antes, el mismo fotoperiodista había compartido y criticado en un grupo de WhatsApp la polémica noticia de que la CNN había aceptado entrar en Gaza de la mano del Ejército israelí bajo la condición de compartir todo el material antes de publicarlo.

Si no les hubiesen ofrecido pagarles el viaje, probablemente no hubiesen podido ir al país e informar tras ver con sus propios ojos la situación. Es común que periodistas vayan a guerras empotrados con ejércitos para llegar a primera línea o con oenegés –con gastos pagados– a lugares de difícil acceso como campos de refugiados.

Hay periodistas que esgrimen que no aceptarían participar en un viaje cerrado así, controlados por actores externos que ya de por sí coartan su independencia e impiden su libre albedrío. Otros compañeros aseguran que sí aceptarían con gusto ese dinero para embolsarse el salario de un mes en una semana, aunque sea de dudosa procedencia y por parte de un gobierno regional en uno de los países más pobres del mundo. El razonamiento para aceptarlo o no es que si el dinero afecta a la neutralidad en tu trabajo, el problema no es el dinero, sino tu profesionalidad.

El simple hecho de tener este dilema habla de la falta de recursos en muchos medios. Esto me ha hecho plantearme si lo hubiese aceptado yo. Uno ha de ser sensato y racional. La vida no consiste en censurar a esos periodistas africanos que sí han aceptado el dinero, ni tampoco en culpar de moralista a la periodista que lo rechaza. Sí creo que uno ha de predicar con lo que no haría en su casa. Si no aceptaría el dinero de un partido político español, ¿por qué sí de uno africano? La imparcialidad está en la conciencia de cada uno, pero la precariedad amenaza.



Imagen superior: 123RF

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