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«Soy misionera y por eso he atravesado el océano», dijo mi fundadora, M. María Bernarda Bütler, a sus hijas, al narrarles la historia de su travesía misionera, cuando salió de su convento de clausura para aventurarse mar adentro hacia América del Sur. En mi caso, un temor mezclado con confianza inundó mi corazón e hizo que me preguntara por qué a mí.
Hay motivaciones comunitarias y personales. Para ser misioneras, además de identificarnos con el instituto al que pertenecemos, tenemos que reconocer esa vocación en nuestro ser más profundo. De otra manera será un simple ejercicio de obediencia –con toda la nobleza que implica el voto que profesamos– a Jesús a través de la voz de nuestros superiores y atendiendo a la disciplina que orienta nuestra vida consagrada. En nuestro caso somos franciscanas, hijas del Poverello de Asís, y nuestra mayor motivación consiste en ser instrumentos de paz y bien allí donde vamos, de ayudar en la construcción de la fraternidad universal donde todas las criaturas vivan con dignidad y con esperanza. Cuando me preparaba para mis votos perpetuos, tuve una acompañante que me ayudó a descubrir mi motivación primera, por qué había venido al mundo, y por eso logro entenderme en ese deseo permanente de estar con la gente y de caminar con ellos. Mi motivación profunda es dibujar sonrisas de esperanza en los tristes y los desamparados que, por causas de la injusticia social, viven con menos de lo que necesitan. A ellos han de ir dirigidas las energías de una misionera: a crear condiciones de vida favorables desde las necesidades de aquellos que acompañamos para enriquecer nuestras identidades, para hacernos más humanos y más misericordiosos.
Kulikoro es una misión privilegiada, con una población maravillosa que ha comprendido que son capaces de transformar sus vidas y mejorarlas, y esto es por pura gracia divina. Todo se materializa gracias a la presencia de muchas personas y organismos que han creído en las iniciativas de la población. Esto nos ha permitido contemplar durante 18 años el florecimiento de un huerto lleno de colores, aromas, frutos, agua, sabores…
Como decía nuestro amado Francisco de Asís, «nunca es bastante, hermano León, nunca es bastante». Cada ser humano y su historia son un proyecto de vida digno de atención y de acompañamiento, un hijo del Altísimo, una semilla de evangelio que, regada por las manos de una misionera franciscana y sostenida por tantos organismos, genera una realidad insospechada de cambio y desarrollo humano sostenible. Pero nunca será suficiente.
Malí es un país con mayoría musulmana en términos de religión y cultura. Es un islam tolerante que fraterniza con todo y con todos, que acoge y valora al que llega como «honorable» y le ofrece el mejor lugar de la casa. Durante el tiempo que he estado creciendo y caminando con la población maliense, siempre he sentido esta fortaleza de su parte, hemos sido acogidas como miembros de sus familias en cada poblado que hemos visitado. Cada una de nosotras tiene una familia de adopción. Nos la dan después de habernos observado e identificado las particularidades de nuestro carácter, nuestra manera de actuar y de relacionarnos… Y un día inesperado te dicen que tu nombre es Janeth Diarra. El significado es muy bonito y profundo, y más aún cuando tenemos la oportunidad de ir a conocer a los ancestros de nuestro apellido y su poblado de origen, la etnia y su historia. Esta es su manera de aceptarnos en sus vidas y su historia.
Nos afecta de forma positiva. Nos encontramos en casa y las personas se convierten en nuestras familias, creamos lazos fraternos muy fuertes con ellos, lazos que nos roban el alma. Por supuesto que no ignoro el conflicto en aumento que desciende de norte a sur, pero todo esto impulsa a generar conciencia de solidaridad, de compartir lo que se tiene desde la base de una población que está marcada por esa fraternidad llamada diálogo interreligioso, que no es otra cosa que la fraternidad universal. 150 kilómetros más hacia el norte de mi misión no puede contarse la misma historia porque hay limitaciones de movimientos y un control exhaustivo de lo que se dice. Por el momento, en Kulikoro seguimos creciendo en familia, cristianos y musulmanes comemos en una misma mesa.
Nuestra primera misión estuvo marcada por la invitación del obispo de Bamako para formar líderes cristianos en el sector parroquial de Kulikoro, y así empezamos: escuchando, acompañando, formando a los jóvenes de la parroquia y visitando familias. Allí entendimos que nuestra misión iba mucho más allá y que la población entera recibía con alegría a las franciscanas. Con ellos fuimos tejiendo una manta interminable de sueños hechos realidad, y otros nuevos que se unen. Algún que otro musulmán se ha hecho cristiano por nuestra manera de vivir y anunciar a Cristo sin palabras, sin prosas, sin retórica, más bien con actos, con presencias, con acompañamiento, impulsando sus iniciativas. Pero lo esencial de nuestro anuncio es hacer que el mundo sea más humano y más digno, y aquí lo vivimos así tanto cristianos como musulmanes. Hay matrimonios mixtos entre nuestros colaboradores, compartimos la mesa y la oración en los días de fiesta de cada religión y crecemos como hermanos, hijos del Dios de la Misericordia.
Aunque no estábamos en la misma fraternidad, sufrimos desde el instante mismo del secuestro. En Kulikoro, hasta el momento, no hemos sentido ningún impacto de esta presencia ni bloqueos para realizar nuestra misión. En realidad es su historia la que están construyendo, son sus proyectos, es su camino. Y nosotras somos simples acompañantes, tejedoras de sus sueños y anhelos gracias al apoyo de personas y organismos internacionales. Lo que sí hemos disminuido es nuestro radio de acción. Antes nos íbamos a los poblados los fines de semana y pasábamos las noches en tiendas de campaña, ahora como no es recomendable no lo hacemos, pero hemos formado a personas en los poblados que se encargan de mantener vivas las iniciativas. Nada ha parado.
Hace 28 años que llegamos a Malí, a un poblado sureño llamado Kalana. Diez años después nos trasladamos también a Kulikoro, a 60 kilómetros al norte de Bamako. Nuestras energías van encaminadas a apoyar a jóvenes y mujeres para que se conviertan en pioneros de iniciativas de desarrollo social, económico y solidario. De esta manera se han instalado tres centros progresivamente y según el grado de compromiso de la población. El primero, el Centro Sociocultural Madre María Bernarda, dedicado a la promoción femenina, con la biblioteca pública y apoyo extraescolar a estudiantes y la sala de informática con cursos de Internet. Luego está el Centro de Formación Multiprofesional Ana Coulibaly, que tiene como objetivo formar técnica y profesionalmente a las mujeres de Kulikoro en peluquería, costura, cocina o maquillaje, además de la formación profesional donde las alumnas presentan para su graduación un proyecto de emprendimiento. Por último, abrimos en el año 2020 el Centro de Salud Santa Clara, que se concentra en la prevención de la mortalidad materna e infantil por medio de la atención sanitaria y la formación en salud preventiva.
Cada mañana comienza con nuestra oración personal y comunitaria, seguida de la misa. Por la tarde nos unimos en la oración de vísperas, cenamos y compartimos las experiencias del día. La mayor o menor intensidad de las actividades planificadas y el acompañamiento a nuestros colaboradores dirige nuestra vida. Nuestra misión esencial procura tejer sus iniciativas y ayudarlos a ordenarlas según su complejidad, impulsarlos a soñar y así los días se hacen muy cortos. Somos tres o cuatro hermanas y 60 colaboradores locales en los tres centros que acompañamos. Procuramos juntarnos para comer en alguno de los centros donde haya una actividad formativa, los escuchamos e intercambiamos experiencias, damos alguna que otra puntada en el tejido de esa inmensa manta y nos dejamos humanizar por ellos.
No propiamente con organizaciones, pero sí con la Administración y las autoridades tradicionales, civiles y militares. Ellos aprecian nuestra presencia y muchas mujeres que frecuentan nuestros centros son sus hijas, esposas o madres. Nuestros proyectos están avalados por las direcciones regionales de Educación, Salud, Promoción de la Mujer y Desarrollo Social.
La misión concebida como un anuncio gozoso del misterio pascual no ha de tener ninguna diferencia en cuanto a contenido. Ahora, cada instituto misionero porta en su identidad una herencia espiritual que estamos llamadas a prolongar en nuestra práctica misionera. Lo que sí creo que es diferente es el contexto, la realidad, las necesidades de cada lugar y la motivación de la gente para construir su propio camino misionero.
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