El enemigo externo

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Un dolor punzante que nace de una injusticia flagrante. Un apretar los puños tras una violación del derecho a ser… humano y, como tal, a migrar por necesidad, por mejorar o por curiosidad. Un disentir que comienza en la boca del estómago y que, al vomitarlo, se transforma y deviene en acción o denuncia. Durante la ola de xenofobia reciente que se ha vivido en Guinea Ecuatorial, muchos ciudadanos han decidido ayudar a las personas migrantes, entre ellos, varios artistas. Han escrito versos, prosa y hecho diseños que han estampado sobre camisetas, además de un vídeo conjunto con el fin de recordar que, independientemente de lo que ponga en el pasaporte de unos u otros, somos hermanos.
Según las informaciones que llegan, primero a través de fotos y audios y después, en forma de noticia en el informativo de TVE1, los militares ecuatoguineanos han salido a la calle a pedir papeles, en algunos casos con actitudes muy agresivas, y varias personas han sido detenidas. Eso ha traído como consecuencia que más de uno haya tenido que cerrar su negocio por miedo a acabar en prisión.

Sin embargo, la xenofobia no es nueva en Guinea Ecuatorial ni, me temo, en ningún sitio. A los africanos francófonos se les llama mon ami por su manera amable de dirigirse a sus interlocutores. Muchos de ellos trabajan de wachiman, cuidando las mansiones y las casas grandes, llueva, truene o haga un calor asfixiante. Son una mezcla de conserjes, manitas y guardias de seguridad, los tipos para todo que no tienen horario porque dependen por completo de las exigencias de quienes residen en la vivienda que vigilan. Pero son también los primeros a quienes se acusa cuando se produce un robo.

Me da rabia y pena puesto que en mis dos países, tanto Guinea Ecuatorial como España, se generan estereotipos que se basan no en lo que sabemos sino en lo que imaginamos. Con frecuencia, se convierte a las personas migrantes en chivos expiatorios de los males de la nación. Son los que nos quitan los puestos de trabajo y, al tiempo, los que no trabajan y, sin embargo, reciben todas las ayudas. Son los que delinquen, los que ensucian, los malos.
Ni las banderas marcan la forma de ser ni, desde luego, son sinónimo de criminalidad. No obstante, crear un enemigo externo a quien culpar de todos los problemas ha funcionado siempre para eximir a la clase dirigente de sus responsabilidades con el pueblo.

En el caso de las fronteras de África, que son ficticias y han dividido a comunidades que en casa hablan el mismo idioma y tienen las mismas costumbres, resulta aún más sorprendente que se use ese tipo de ardides y que, además, funcionen. Si te metes con un extranjero, te estás metiendo contigo mismo. Y en España, si cargas tus frustraciones contra la gente que viene de fuera, estarás negando la historia de tu país, su responsabilidad en la colonización del pasado y en la neocolonización del presente, por la cual el mismo Sur de siempre continúa siendo esquilmado.

Hay gente que cuando habla de la migración dice que «las personas no tienen raíces sino piernas, y por eso es lógico que se muevan». Estoy de acuerdo en casi todo. Sé que migrar no es un delito y que se trata de algo natural. En cambio, considero que sí tenemos raíces, por eso, salvo decisión dolorosa o recuerdos de horror, quien puede, vuelve en algún momento de su vida al lugar del que partió. Así que sí tenemos raíces, pero son largas y flexibles. Nos hemos movido a lo largo de la historia con ellas y seguiremos haciéndolo. Eso no hay ola que pueda frenarlo.

Imagen superior: 123RF

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