El espacio de la identidad común

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Sudán acomete un proyecto para restaurar la Casa del Califa y los museos de Sheikan y Nyala


El pasado mes de enero se reabrió en Jartum, la capital sudanesa, la conocida como Casa del Califa, un espacio en el que se recupera parte de la historia del país a partir de la figura de Mohamed Ahmed Al-Mahdi. En las salas del museo también se exponen piezas que documentan la presencia cristiana en el país.



Colonialismo e identidad son dos conceptos que normalmente se relacionan de manera conflictiva. El poder colonial suele intentar imponer una identidad extraña sobre el pueblo colonizado que, por su parte, lucha por mantener la suya propia. 

La colonización británica en Sudán tuvo lugar entre 1899 y 1956, fecha en la que Sudán alcanzó su independencia. Más de 60 años después, el British Council, el Centro Internacional de Estudios de Conservación y Restauración de los Bienes Culturales, y el Centro de Investigación del Patrimonio de Cambridge, financian un proyecto para restaurar tres museos sudaneses que expresan la identidad local y que se encuentran localizados a lo largo de la principal ruta comercial del siglo XIX, la que iba de Nyala –capital de Darfur– a El Obeid –capital de Kordofán–, y de El Obeid a Jartum.

En 1885, Mohamed Ahmed Al-Mahdi, líder local que aunó a las tribus sudanesas descontentas con la opresión colonial, autoproclamado «enviado» (mahdi) para instaurar el gobierno de Dios sobre la tierra, conquistaba Jartum, por aquel entonces capital del Sudán anexionado al Imperio turco-egipcio desde 1821. El «mesías» sudanés trasladó la capital del país a Omdurman, donde murió pocos meses después, el 22 de junio de ese mismo año. Su sucesor, el califa Abdullahi Alta’ayshi, construyó un palacio, conocido posteriormente como Casa del Califa, que funcionó como cuartel general y hogar del nuevo regente.

En la memoria del pueblo sudanés, Al-Mahdi y su sucesor tienen un valor ambivalente. Para muchos fueron dos fundamentalistas y, por tanto, personas que intentaron imponer una identidad determinada sobre los habitantes del país –de hecho, obligaron a los sudaneses musulmanes a abandonar sus prácticas sufíes y a volver a profesar su fe con la adición de la proclamación de Mohamed Ahmed como enviado (mahdi) de Dios–, pero, al mismo tiempo, con ellos también se inauguró un período de independencia. 

La memoria de este fragmento de la historia sudanesa fue conservada en el museo más antiguo del país, el Museo de la Casa del Califa, inaugurado en 1928, curiosamente por iniciativa de Daisy Bramble, esposa del comisionado británico de Omdurman, James John Bramble.

El museo, que recogía objetos relacionados con el colonizador turco-egipcio, con los éxitos militares de Mohamed Ahmed Al-Mahdi contra el Ejército inglés que intentaba sostener el poder colonial, y con la vida y gobierno del califa Abdullahi Alta’ayshi, se había ido deteriorando con el paso del tiempo y la labor de termitas y ratones. El trabajo de rehabilitación y modernización de cuatro años vio la luz el pasado 18 de enero.


Una mujer con sus hijos visita la Casa del Califa el pasado 18 de enero. Fotografía: Ashraf Shazly/GETTY


La misión de Comboni en la Casa del Califa 

Ahora, tras la reapertura, se pueden observar en su esplendor los trajes de los soldados del Mahdi (los ansar), además de una colección de informes históricos, cartas, estandartes mahdistas, monedas, armas, artefactos raros del dominio turco –incluidos vehículos y pistolas–, y la primera imprenta que se usó en Sudán, traída por los turcos en 1821 y que los gobernantes mahdistas mantuvieron y usaron después.

Pero el museo también contiene varios objetos traídos de la antigua misión católica de Comboni: una reja de hierro y una silla (en la imagen inferior). El edificio de la misión católica en Jartum fue construido en piedra en 1853 por un vicario apostólico anterior a Comboni, Mons. Ignaz Knobleher, el cual se hizo acompañar de un órgano y un organista, Martin Ludwig -Hansal que, además, era su secretario y enseñaba en la escuela de la misión. Este austriaco tocó el órgano, o quizás el piano, cada domingo en las celebraciones eucarísticas hasta la llegada del Mahdi en 1885 y, por tanto, durante los años de servicio de Daniel Comboni en Sudán. Slatin Pasha, gobernador de Darfur antes de la llegada del ejército mahdista, y luego miembro del gobierno del Mahdi, hizo un inventario de los objetos guardados en el almacén de la Casa del Califa en el que aparece un piano, y no un órgano, traído de la misión católica. Este piano, del tipo conocido como «pianino francés», común entre 1840 y 1890, se encuentra también en la exposición.

Otro tesoro del museo son las baldosas de barro cocido que forman el suelo del patio central. Traídas de la catedral medieval de Soba, capital del antiguo Reino de Alodia, 18 kilómetros al sureste de Jartum, son expresión de un pasado cristiano.

Fotografía: Jorge Naranjo Alcaide / MN

Tres museos

El segundo museo que forma parte del proyecto es el de Sheikan, en El Obeid. Si la Casa del Califa puede ser considerada el pionero de los museos sudaneses, el de Sheikan, construido en 1963, fue el primero posterior a la independencia. Se encuentra cerca del campo de batalla que enfrentó al ejército británico, dirigido por Hicks Pasha, y a las fuerzas de -Mohammed Ahmed Al-Mahdi. Representa la primera victoria de la revolución mahdista contra las fuerzas turco-egipcias y luego anglo-egipcias. 

Las colecciones de este espacio se centran en tres áreas principales: la primera sobre la historia de la batalla de Sheikan; la segunda se ocupa de la prehistoria y la llegada del Islam, las tradiciones y las culturas de la región de Kordofán; mientras que la tercera, recién construida, albergará  exposiciones y eventos.

El tercer museo, el de Nyala, se levanta sobre los restos del antiguo museo, que fue devastado en el año 2008 y que ha sido reconstruido gracias a las donaciones de una comunidad testigo de la violencia durante años. Décadas de conflicto en la zona han arrasado comunidades y dañado el patrimonio cultural. El museo, en este sentido, se ha pensado como un instrumento de reconciliación y de integración de la diversidad cultural de la región. Sus responsables lo han concebido no solo como un repositorio de objetos, sino que a esta función le han sumado la organización de actividades, talleres y un recorrido educativo que teje relaciones nuevas y puede expresar un concepto de identidad más dinámico y poliédrico.   

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