El evangelio de la paciencia

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Por P. Gervais Katya Mutsopi, desde Amakuriat (Kenia)




La parroquia Madre de la Paz de Amakuriat, en la región de West Pokot, al noroeste de Kenia, es mi primera tierra de Misión. Cuando todavía no era sacerdote me enviaron a este lugar para tener una experiencia misionera y, tras mi ordenación sacerdotal en 2017, regresé de nuevo. Estoy muy contento y me siento un obrero en los campos del Señor para aportar mi pequeña contribución. Cuando comparo la situación evangelizadora del pueblo pokot con la de mi diócesis de Butembo-Beni, en República Democrática de Congo, veo que aquí las cosas están mucho más retrasadas. De hecho, los primeros misioneros llegaron a esta zona de Kenia en los años 70. Eran combonianos que trabajaban entre los pokots de Amudat, en Uganda. Las fronteras artificiales trazadas por los europeos dividieron a este pueblo en dos países diferentes. La parroquia de Amakuriat, de la que ahora soy el párroco, fue fundada en marzo de 1984. Valoro mucho el enorme trabajo que hicieron mis predecesores y constato que la misión avanza y que la gente está muy contenta con nuestra presencia.

El pueblo pokot es una minoría en Kenia. Son pastores seminómadas que, poco a poco, comienzan a sedentarizarse. Pastorean rebaños de cabras, camellos, ovejas, asnos y, sobre todo, vacas. Este animal es un símbolo de riqueza que se emplea en las transacciones económicas y para pagar la dote y casar a las mujeres jóvenes. Creo que se necesitan como mínimo 30 vacas y algunas cabras para pagar la dote, así que si no tienes vacas eres pobre en este contexto. Tradicionalmente los pokots se alimentan de leche mezclada con la sangre del ganado vacuno, que extraen haciendo una incisión en una vena del animal. Sin embargo, la sequía que nos afecta desde hace varios años está provocando una disminución de los rebaños y ya no es tan fácil tener leche y sangre abundante para todos. Algunos pokots están aprendiendo a cultivar las tierras, pero no son agricultores, y estamos en una zona semiárida donde llueve poco, con un suelo muy pedregoso, así que los avances agrícolas son muy tímidos. 

En la parroquia, el pasado 29 de abril inauguramos una panadería, la única en muchos kilómetros a la redonda. Actualmente producimos entre 400 y 500 panes diarios que la gente aprecia mucho y que, combinados con la leche, se han convertido en un buen complemento alimenticio. Vendemos los panes al por mayor para ayudar económicamente a las personas que los distribuyen.

En el territorio de la parroquia calculo que al menos un 95 % de la gente son pokots. El resto son profesores, comerciantes y artesanos de otras comunidades que se han instalado aquí. En general, los pokots no son demasiado abiertos con ellos y, por no ser de su etnia, es difícil que les vendan un pedazo de tierra, así que estas personas, calificadas como «extranjeras», suelen alquilar las casas en las que viven.

Al seguir siendo una gran mayoría, los pokots mantienen muchas costumbres de su cultura, como los nombres que dan a sus hijos, que suelen estar relacionados con la hora, el lugar o la estación del año en que nacen. Por ejemplo, una niña que nace a primera hora de la mañana toma el nombre de Cheyech; si es un niño que nace durante la estación de lluvias se llamará Krop, pero si es una niña, Cherop; si una niña nace en el campo, fuera de la casa, se la llamará Chesang. Y así con todos. A este nombre personal añaden el del clan al que pertenecen. También mantienen la iniciación ritual, llamada sapana, que no es para todo el mundo, sino para aquellas personas que alcanzan una cierta notoriedad. Para cumplir con ella, los elegidos tienen que sacrificar una vaca y dejarse impregnar de sus excrementos y su leche. Sé que algunos misioneros especialmente queridos por los pokots han pasado por este ritual.

Otra costumbre que conservan es la de sus vestimentas y complementos tradicionales, como los coloridos collares de las mujeres y las famosas faldas loruwa, que tienen muchos pliegues, lo que hace que al andar se produzca un bamboleo muy llamativo. Los hombres llevan la shuka, que es un paño colorido para protegerse del frío, y el ngachar, una silla pequeña de madera que utilizan también como almohada.

En este contexto, siendo respetuosos con las tradiciones de este pueblo, vivimos nuestro servicio evangelizador. Necesitamos mucha paciencia porque, aunque vamos viendo buenos frutos, las cosas van muy lentas. Amakuriat es la parroquia más extensa de la diócesis de Kitela, las distancias son enormes y la gente vive muy diseminada. Tenemos 50 pequeñas capillas con comunidades cristianas activas, de unas 20 personas de media, que los cuatro misioneros que formamos la comunidad intentamos visitar cada dos meses. Algunos catequistas y los llamados prayer leader (líderes de la oración) nos apoyan en este trabajo. Uno de los principales desafíos pastorales que tenemos es la poligamia. La mayoría de los pokots son polígamos y no han recibido el sacramento del matrimonio. Además, realizamos un gran esfuerzo en las escuelas. El 90 % de los pokots son analfabetos y no hablan ni suajili ni inglés. No hay colegios públicos, pero el Gobierno colabora con las 25 escuelas católicas de la parroquia, dos de ellas de Secundaria, pagando a los profesores. Las visitamos con mucha frecuencia para la formación cristiana y celebramos la eucaristía con los alumnos. También aquí los jóvenes son el futuro de la Iglesia.


En la imagen, el P. Gervais Katya Mutsopi visitando una de las 50 comunidades que comprende la parroquia de Amakuriat. Fotografía: Enrique Bayo /MN

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