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Un silencio incómodo. No hay coches que levanten el polvo ni la tierra seca del suelo. Ni tan siquiera la llamada al rezo y la solemnidad de los versos del Corán rompen con la carga de un lugar único. Entre el laberinto de la Ciudad de los Muertos, en El Cairo (Egipto) asoman, de vez en cuando, unos ojos curiosos tras las cortinas agrietadas de las ventanas y bajo el marco de las puertas que dan la bienvenida a los mausoleos, que son hogar para alrededor de un millón de cairotas.
«¿Qué hacéis aquí?», pregunta uno de los pocos viandantes. Farid –nombre ficticio– está apoyado sobre la pared del último edificio en pie antes de cruzar hacia una larga explanada cubierta de escombros. «¿Qué estáis buscando?», insiste. Frente a él, tres hombres reúnen los ladrillos que, unos días atrás, levantaban una casa y, con la ayuda de una carretilla oxidada, van formando pequeñas montañas de desechos. Al fondo, tres paredes, derrumbadas, dejan ver una carretera asfaltada que rodea a la Ciudad de los Muertos, también conocida como Al Arafa.
Detrás de unos ojos tímidos, una mujer se arma de valentía y aparece, rígida y solemne, bajo el marco de la puerta de su casa. Acompañada de una de sus hijas pequeñas, deja entrever el salón de su domicilio. En medio de la sala se levanta la tumba de un desconocido. Saluda con la cabeza y, un par de segundos después, se vuelve a esconder al ver la cámara. Su hija también se escurre de entre sus manos. «Visitar la Ciudad de los Muertos como periodista o curioso es un reto», explica un reportero afincado en El Cairo que prefiere mantener el anonimato. «A muchos los han detenido o expulsado de la zona, sobre todo cuando toman fotografías de las nuevas obras del presidente», añade.
Una de las necrópolis activas más antiguas del mundo –con más de 14 siglos de historia– ha sucumbido a los planes urbanísticos del presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi. En mayo de 2023, el Gobierno del país comenzó a demoler los históricos mausoleos a pesar de las advertencias de la UNESCO y su estatus como patrimonio de la humanidad desde 1979. El nuevo plan del líder egipcio pasa por unir el centro de El Cairo con la nueva capital administrativa, provocando la demolición de tumbas con más de 1 300 años de antigüedad, entre las que destacan las de personalidades como Taqi al Din al Maqrizi, historiador cairota.
A lo largo del siglo XX, la Ciudad de los Muertos comenzó a poblarse masivamente por diferentes factores históricos y sociales. Durante las décadas de 1950 y 1960, El Cairo experimentó un crecimiento demográfico sin precedentes empujado por la migración rural-urbana que sobredimensionó la capacidad de los centros urbanos para acoger a nuevos habitantes. Como consecuencia de la inacción política y la ausencia de políticas de urbanización, que no satisfacían la demanda de una vivienda asequible, miles de personas salieron del centro de la ciudad en busca de alternativas en áreas deshabitadas, incluidos los propios cementerios.
Ese traslado masivo interurbano coincidió con dos grandes crisis bélicas en la región: la guerra de los Seis Días en 1967 y el conflicto de Yom Kippur unos años más tarde, en 1973. Ambos eventos profundizaron en el desplazamiento de comunidades enteras. En búsqueda de un refugio temporal, miles de familias vieron una salida a corto plazo en la Ciudad de los Muertos, cuyos mausoleos cuentan con habitaciones subterráneas y patios. Lo que iba a ser una salida provisional se convirtió en la necrópolis más poblada del mundo ante la falta de intervención gubernamental que lo impidiera.
Desde 2019, una parte de las familias que participaron en ese traslado masivo forzoso están volviendo a ser expulsadas de su hogar. Aunque no hay cifras concretas sobre el número exacto de personas afectadas –ni el Gobierno central las traslada ni las organizaciones no gubernamentales tienen acceso libre y con garantías a la zona– en las fachadas de cientos de viviendas hay avisos de desalojo que notifican a los residentes la inminente demolición de sus hogares.
La demolición de la histórica necrópolis nace del proyecto de construcción de una autopista que unirá el centro de El Cairo con la nueva capital administrativa, uno de los caprichos urbanísticos del actual presidente. El trazado y la planificación de la nueva vía pasa por encima de la Ciudad de los Muertos, indiferente a quien la habite y a su protección histórica. Estas iniciativas, aunque lideradas por el Gobierno central, también cuentan con el respaldo de las autoridades locales cairotas y, en concreto, del general de división Ibrahim Abdel Hady, vicegobernador de la capital para la región oeste.
El último tramo de tierra, recién aplanado, coincide con la curva de una carretera, ya asfaltada, por donde circulan coches condensados en el tráfico. «Aunque a Al Sisi no le haga falta excusarse para poner en marcha sus proyectos, asegura que esta carretera es por el bien de la calidad de vida de los cairotas, sobre todo en lo que se refiere al tráfico y a la contaminación», explica desde el anonimato el periodista. Al incorporarse a la lengua asfaltada y más de 60 kilómetros después, asoma una hilera de rascacielos en mitad del desierto. Es la nueva capital administrativa.
Los altos edificios están acompañados de un par de mezquitas blanquecinas, con el mármol del suelo sin estrenar y un centenar de viviendas construidas y, hasta ahora, deshabitadas. Un oasis de 730 kilómetros cuadrados para las altas clases políticas, económicas y ministeriales, un refugio para los oligarcas del país. El proyecto comenzó a construirse en 2017 y ha contado con la mano de obra de 150 000 personas. Según datos oficiales, solo en la primera fase de la construcción, cuya finalización está prevista para 2030, se ha desembolsado el equivalente a 23 000 millones de euros.
Cerca del que será el nuevo palacio presidencial y enfrente del Arco de Triunfo, se levanta una grada con capacidad para alrededor de 500 espectadores. En lo más alto, grabado en oro, se asoma el Águila de Saladino que sostiene sobre su pecho la bandera nacional egipcia. En el proyecto de la nueva capital administrativa, más allá de lo político, también está presente la influencia militar. Una empresa pública financiada al 51 % por las Fuerzas Armadas lidera la construcción. El 29 % está en manos del Ministerio de Vivienda de Egipto.
El proyecto fue presentado inicialmente en marzo de 2015 en Sharm el Sheij, alrededor de un año después de que Al Sisi llegara al poder en Egipto. Al principio, los planes estaban liderados por un consorcio cercano a Emaar, una constructora de Emiratos Árabes Unidos, y a SOM, un despacho arquitectónico de Estados Unidos. A finales de ese mismo año, y coincidiendo con la visita oficial del presidente de China, Xi Jinping, Al Sisi decidió ceder el acuerdo de construcción a China State Construction Engineering Corporation (CSCEC), la entidad pública del país asiático.
La CSCEC es la mayor empresa constructora del mundo y la octava mayor contratista en términos de ventas en el extranjero. Además de su papel en la nueva capital administrativa, son varios los proyectos en Egipto con impronta china.
Por ejemplo, en la Zona de Cooperación Económica y Comercial China-Egipto, cerca del canal de Suez, ha construido un área de desarrollo que alberga a empresas, tanto chinas como egipcias, en sectores como el textil, la maquinaria o la petroquímica, entre otros. China también ha colaborado en el proyecto del tren ligero electrificado que conecta El Cairo con otra de las ciudades periféricas más urbanizadas de la zona, la Ciudad del 10 de Ramadán. La influencia del país asiático también permea otros sectores como la cultura. Los equipos arqueológicos chinos colaboran con Egipto en excavaciones conjuntas, como en el Templo de Montu en Luxor, además de otros planes de colaboración educativos. Aun así, en África China no solo está operando en Egipto, también está presente en otros macroproyectos como la Gran Mezquita de Argel (Argelia), así como en el centro de conferencias de la Unión Africana en Adís Abeba (Etiopía).
Egipto afronta serias dificultades económicas y un endeudamiento significativo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). A pesar de haber recibido alrededor de 3 000 millones de dólares en préstamos por parte de esta institución, el país no ha cumplido con los compromisos asumidos. El 30 de noviembre de 2023, durante la COP28 en Dubái, el presidente egipcio reafirmó ante la directora del FMI, Kristalina Georgieva, la intención de Egipto de llevar a cabo las reformas necesarias.
Desde que Al Sisi asumió el poder en 2013, la deuda del país se ha triplicado. No se han reducido las subvenciones estatales ni se han privatizado sectores estratégicos, que siguen controlados por las Fuerzas Armadas. En 2022, una de sus agencias obtuvo derechos exclusivos para gestionar actividades comerciales en más de 30 islas del río Nilo, además de otras áreas del país, como Alejandría.
Por otro lado, en los últimos años –y a pesar de que en 2024 se reportaron mejoras– la inflación alcanzó niveles récord, llegando al 40 % en septiembre de 2023. Según datos del Banco Mundial, la tasa de pobreza en 2019 se situó en el 60 %, el doble del reportado por fuentes oficiales.
Durante un tiempo, Egipto se sostuvo gracias a la inversión extranjera, que ayudó a cubrir su déficit. Las altas tasas de interés, superiores a la inflación, hicieron del país un destino atractivo para los inversores. Sin embargo, esta frágil estabilidad se rompió tras la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, lo que provocó un aumento en los precios de las materias primas. Egipto, dependiente del trigo importado para alimentar a unos 72 millones de personas mediante programas subsidiados, se vio gravemente afectado. La harina, fundamental en la dieta de los egipcios, se convirtió en un símbolo de la crisis. A medida que las tasas de interés global ascendieron, cerca de 20 000 millones de dólares salieron del país. Esto desató una crisis económica que ha llevado a tres devaluaciones sucesivas de la libra egipcia, que ha reducido a la mitad el valor de la moneda.
A la crisis económica se suma la falta de libertad de prensa y de acceso a la información, lo que, según Ignacio Gutiérrez de Terán, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y experto en mundo árabe e islámico contemporáneo, podría generar «brotes de revolución en un futuro cercano». Egipto se encuentra en el último lugar del índice de libertad académica, junto a países como Turquía, China y Arabia Saudí. Desde 2014, el Gobierno ha intensificado la represión, encarcelado a profesionales vinculados a la oposición, así como a activistas y periodistas. «La izquierda en Egipto ha luchado por mantener viva la chispa de la revolución, una chispa que Al Sisi siempre ha tratado de extinguir», concluye el experto.
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