El hambre abusa del Cuerno de África

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28 millones de personas en situación de inseguridad extrema en la zona


Con siete años por delante para alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 2 («Hambre cero»), la FAO asegura que la subalimentación se reactivó en 2020, y la previsión es que haya el mismo número de personas padeciendo hambre que cuando se lanzó la Agenda 2030. En África, una de cada cinco personas es víctima de esta epidemia.


Sí, el hambre otra vez. Una hambruna de facto –porque lo indican los datos, aunque no haya sido declarada oficialmente por la ONU ni reconocida por los Gobiernos de los países afectados– en el Cuerno de África, con la obligatoria mirada sobre Somalia, Etiopía, Sudán del Sur y Kenia. Hoy, 28 millones de personas en la zona sufren una inseguridad alimentaria que pone en peligro sus vidas.

La gente intenta cultivar, pero sin agua no hay cosechas. Antes, en las zonas áridas o semiáridas del continente africano, cuando había una temporada sin agua, las familias tenían a los animales (su caja de ahorros), que son mucho más resistentes que los cultivos. Los vendían y aguantaban hasta la siguiente temporada agrícola. Pero cuando las reses se mueren porque no tienen qué comer y por su peso apenas te dan algo al venderlos, la gente abandona su tierra y entra en un campo de desplazados o cruza una frontera. «Falta financiación para el Cuerno de África, pero existe la suficiente para aguantar y para que la IPC (Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases, por sus siglas en inglés) no pase de la fase 4 (emergencia) a la 5 (hambruna). Se trata de vivir en la miseria sin morir en ella. Y Europa está perfectamente tranquila con ello», sentencia Gonzalo Sánchez Terán, experto en respuesta humanitaria y geopolítica africana.

El epicentro de esta catástrofe humanitaria está en Somalia. La sequía más dura de los últimos 40 años –acumulan cinco estaciones consecutivas de lluvia fallidas– junto a precios elevados –por la escasez de algunos alimentos que provoca la guerra en Ucrania–, la inestabilidad política y las consecuencias económicas pospandemia han conducido a la situación actual.

En 2017, seis años después de la última hambruna declarada en la región, la temprana movilización humanitaria internacional logró evitar una tragedia. Las organizaciones en el terreno y los expertos consultados por MN consideran que esta reacción no se ha alcanzado en 2023: solo se ha recaudado el 55,8 % de los 5,9 millones de dólares solicitados por la ONU para la crisis actual.

16 países africanos están en crisis alimentaria por los elevados precios de los productos de primera necesidad y el costo de los insumos, según la FAO. «En lo más caótico, el IPC5, que es hambruna, hay un trozo de Somalia, Sudán del Sur y Burkina Faso. El continente africano está en una situación muy grave por cómo han ido creciendo los indicadores. África, y en concreto el este, es donde más aumenta la inseguridad alimentaria; aquí no se ha experimentado una recuperación poscovid. Y no es por Ucrania, porque el trigo o el maíz se consumen en el norte del continente, pero África subsahariana importa cantidades pequeñas. Lo relevante para África es el maíz blanco, no el amarillo, la yuca y el arroz», analiza Máximo Torero, economista jefe de la FAO.

Máximo Torero, economista jefe de la FAO. Fotografía: Giulio Napolitano /FAO


En esta idea coincide Sánchez Terán, quien añade una crítica directa a la terminología: «Hay partes de África que están viviendo una hambruna. En el lenguaje corriente, hambruna es hambre extrema, mientras que para la comunidad internacional, las agencias humanitarias y la ONU, hambruna es un termino técnico. En la IPC hay algunos criterios esenciales relacionados: el número de personas muertas de hambre sobre 10.000 habitantes, que el 30 % de una comunidad, población o región viva una realidad de malnutrición, y que más del 20 % de las familias no tengan acceso a alimentos. Pero ¿quién controla y establece estos porcentajes?». Y, al referirse a las cinco fases de la clasificación, destaca que «IPC5 es hambruna, pero la fase 4 es emergencia humanitaria. Si una persona, una región o un país están en situación de emergencia humanitaria ya es algo extremo, no hace falta llegar a la fase cinco. La hambruna mata, pero el hambre depauperiza la vida y las perspectivas de supervivencia, sobre todo para los niños».

En la frontera de Kenia con Somalia, un equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) ha comprobado que las lluvias torrenciales que han caído en las últimas semanas están teniendo un efecto devastador. «Hay muchos desplazados internos y a veces no sabes ni por dónde empezar. El ciclo comienza con un pobre acceso al agua y a la sanidad, escasas condiciones higiénicas, inundaciones, aumento de las diarreas, cólera… Se intenta mantener la prevención con vacunas, pero la situación de los niños empeora hacia la malnutrición», explica desde Nairobi (Kenia) Dana Krause, responsable de Somalia de MSF. 

«El problema está en los campos de desplazados, que son morideros. Es probable que en Somalia, de acuerdo con la IPC, haya hambruna, pero no se va a declarar porque es difícil de aseverar, los datos son insuficientes y hay zonas a las que el Gobierno no llega. La hambruna debería ser un término técnico, pero está penetrado por lo político. El caso de Somalia es icónico por la historia que arrastra, pero la situación también es dramática en Burkina Faso o Malí», añade González Terán (en la fotografía).

La historia se repite, igual que la incapacidad política para salvar vidas. A pesar de tener un diagnóstico preciso en tiempo real, no se ha logrado frenar el número de personas que pasan hambre en África. «Hemos visto muchas predicciones, pero el cambio climático es un fenómeno que aún se está integrando en lo que pasa. Estamos en situación de inestabilidad alta, con mucha malnutrición, pero no se ha llegado al pico. Hay que esperar a ver qué ocurre con la cosecha y si la gente se recupera», señala Krause.


Errores cíclicos

En 2011, al menos 260.000 personas, la mitad menores de seis años (según la ONU), murieron en Somalia como consecuencia de dos estaciones consecutivas de lluvia fallidas. «La frecuencia de acontecimientos [climatológicos] adversos está creciendo y afecta a países con un elevado porcentaje de pobres que sufren desigualdad. Viven en zonas vulnerables, expuestos al cambio climático, y son menos resilientes. Hay zonas que están en crisis permanentemente», señala Torero.

Se ha deteriorado la situación medioambiental y las oenegés han tenido que adaptar su forma de actuar. «Hace 20 años tenías una sequía y sabías que con un programa de nutrición el problema estaría controlado a la siguiente cosecha. El mundo humanitario ha cambiado, antes se respetaban los corredores de acceso y ahora somos blanco en un conflicto. Son multicrisis a las que es difícil responder desde la emergencia», argumenta Montse Escruela, responsable de Nutrición de MSF en Barcelona. «En Somalia tenemos clínicas móviles y el centro de nutrición está en el Land Rover. Nos acercamos a la población porque ellos no se pueden desplazar por el conflicto o por falta de recursos. Hemos simplificado el protocolo de actuación y enseñado a las familias a utilizar el perímetro braquial para que midan a los niños, y que cuando esté naranja vayan a un centro de salud, sin esperar al rojo», añade.

Desde la ONG Oxfam señalan que se espera demasiado para apoyar y financiar. «La atención global llega cuando se alcanza el peor momento. En 2011 se respondió tarde; seis años después hubo una buena reacción internacional, pero con altibajos, sin apoyar a las comunidades que sufren las crisis, ni reforzar su resiliencia. Ahora están solo sobreviviendo. Por ejemplo, un pastor necesita 300 cabezas de ganado para mantener a la familia, pero en sequía el número baja a 30. Cuando empezó la crisis actual tenía 170, la mitad de lo que necesitaba, y ahora vuelven a tener 30», explica desde Nairobi Margret Mueller, jefa humanitaria de Oxfam África.

A pesar de la ayuda económica y los esfuerzos internacionales, las oenegés consideran que no se ha roto el ciclo que impide sacar a estas poblaciones de la condena del hambre. Además de estabilizarlas, necesitan diversificar sus medios de supervivencia a largo plazo para, como señala Mueller, «dejar de hablar siempre de la punta del iceberg». Se trata de invertir para que en cinco años no exista una situación de hambruna agravada por las consecuencias del cambio climático, de cuyos efectos son responsables mayoritariamente países no africanos.

Somalia y Sudán

John Otieni, portavoz de Acción Contra el Hambre en el Cuerno de África, asistió a finales de 2022 a una reunión en Mogadiscio en la que sonó con fuerza la declaración de hambruna para Somalia. «No es fácil porque depende de unos indicadores, de la inflación, del acceso a productos, de si se puede traer comida de países vecinos, y de la producción de países fuera del continente. Es un tema gubernamental, no quieren mostrar que no se está haciendo lo suficiente. Declarar la hambruna es una gran responsabilidad por lo que implica en las fronteras. No es solo declararla, sino saber si ese país está listo para entrar en ese estado. En Somalia, los números indicaban que estaban en un estado extremo».

En cada conversación aparece, con preocupación, el futuro de Sudán y la posibilidad de que el país entre en una guerra civil. «Sudán va a ser un desafío tremendo, complejo y no se quedará allí, habrá más desplazados y afectará a otros países. Este año será el principal foco del problema», apunta Torero, que recuerda que la previsión es que se llegue a 11,7 millones de desplazados internos. 

Vista aérea de varios animales muertos en diciembre de 2021 a las afueras de Eyrib (Kenia) a causa de la sequía. Fotografía: Ed Ram / Getty


El gran pulso

«A la gente hay que darle la oportunidad de vivir vidas mejores, no solo de sobrevivir –apunta Sánchez -Terán–. En 2022 murieron en Somalia 43.000 personas por la hambruna, y docenas de miles abandonaron el país. Pero al cruzar una frontera no se los reconoce como refugiados porque no hay un criterio jurídico que entienda que huyen por el deterioro ambiental. Es una negación global de la realidad: el cambio climático en 2023 obliga al desplazamiento forzoso de las personas, igual que lo hacen la guerra o la persecución política e ideológica. Se debería exigir una respuesta internacional, pero es tal el pavor… El clima obliga a la gente a dejar sus tierras porque no pueden cultivarlas y su ganado muere por falta de pasto. Los refugiados medioambientales existen».

«Cuando había más guerras se movían de un país a otro, ahora hay otro tipo de movimientos de personas. Nos enfrentamos a un número mayor de población que sale de forma descontrolada. Hay que dar una respuesta a la gente en movimiento que está de paso en un lugar; quieren moverse, no permanecer donde les atendemos», explica Escruela.

¿Soluciones?

«Hay dos dimensiones relacionadas con la resiliencia: la capacidad preventiva y la capacidad de absorción [de los impactos que generan las crisis]. Esa es la estrategia de la FAO. Ahora hay que acelerar las inversiones… Se esperaba que la inversión agrícola aumentara en el tiempo, y ha sido lo contrario. Es un sector que opera bajo riesgos e incertidumbres, y no es el más atractivo para inversores y jóvenes, pero si invertimos y tenemos en cuenta la prevención y la absorción, el sector podría tener retornos muy altos. Todo sector con riesgos altos tiene retornos altos si lo gestionas bien, pero la FAO no soluciona conflictos, se dedica a los alimentos y la agricultura, que son elementos que mejoran el bienestar y pueden reducir la probabilidad de riesgo de un conflicto, o reducir la migración en caso de que haya uno. Pero hay conflictos y guerras que no tienen nada que ver con el papel de la FAO», analiza Torero.

Teniendo en cuenta el aumento de la inseguridad en la zona del Sahel y en regiones que sufren escasez alimentaria, Sánchez Terán cuestiona los programas de «social safety net» [iniciativas de protección a familias ante graves impactos económicos, desastres naturales y otras crisis], junto al apoyo a autócratas o «dictadores benignos». «Los de la FAO tendrán variedades de cereales más resistentes, y proponen pasar de cereales con poco valor nutritivo y que necesitan mucha agua –como el arroz o el maíz–, al mijo o el sorgo… Todo eso está muy bien, pero son soluciones desde arriba».

A esto, Torero responde con la necesidad de reforzar la resiliencia. «Hay que minimizar los riesgos, la vulnerabilidad y tener capacidad de gestionar ese choque cuando ocurra. Para prevenir necesitamos sistemas de alerta temprana. Por ejemplo, con las plagas de langosta podemos prevenir con seis meses de anticipación después de lo que ha pasado en años previos. La alerta temprana en Sudán nos dice que va a ser una tragedia. No tengo que esperar a mañana para que pase. Lo sé. Mi recomendación al Consejo [de la FAO] es que actúe. También es importante el tipo de seguros catastróficos con los que minimizar los riesgos. Y programas de protección social focalizados en los puntos calientes, y decidir qué tipo de inversión ofrecer para ayudar». «En África hay que repensar el sistema de asistencia. Nos hemos dedicado a dar ayuda directa en situaciones de emergencia, que es lo correcto, para evitar que se convierta en algo crónico, pero no hemos pensado en la resiliencia. Con un PMA (Programa Mundial de Alimentos) que te da asistencia directa, con capacidades de mayor absorción y cooperación, hay que pensar en cómo pueden adquirir esas capacidades para reducir la asistencia porque si no el presupuesto no dejará de subir».

Sobre la resilencia, Otieni apunta que «la mayoría de las intervenciones de emergencia no han ofrecido esa unión entre lo humanitario y programas resilientes», y apuesta por «potenciar la agroecología, educar a la comunidad para que no dependan de un solo cultivo, respetar el medioambiente, terminar con bloqueos culturales y una mayor coordinación del sistema de alertas».

Normalizar lo inhumano

Sin rodeos, Mueller asegura que «hay una crisis de hambre en Somalia, Etiopía y Kenia. Hace un año lo declaramos al máximo nivel porque eran 21 millones de personas en cuatro países, pero los números no han dejado de crecer y ahora son 28. No podemos normalizar esta situación. Aquí la gente es resiliente, está acostumbrada a moverse con su ganado, no les importa hacerlo, se adaptan a perder una estación de lluvias en una década. Eso era lo normal, pero ahora ya son muchas estaciones, lo que significa no ganar dinero tres años seguidos. ¿Quién puede aguantar eso?».

Hemos dejado atrás grandes campañas internacionales como «Rise Against Hunger» (Levántate contra el hambre) de finales del siglo pasado y principios del actual, en las que se pedía «crecimiento, esperanza y cierta apertura mental a una situación de contracción, miedo y exclusión, como muestran las políticas de Gran Bretaña y Dinamarca sobre asilo», apunta Sánchez Terán, quien augura un escenario «catastrofista» en el que se pierdan, en los próximos 23 años, hasta un 50 % de las variedades que se cultivan. «El primer escenario es que se mantenga la situación actual, gobiernos autoritarios, políticas de contención de la población y crisis humanitarias por hambre. Llevamos meses con 28 millones de personas con riesgo alimentario, y ¿ha pasado algo? En Europa no se habla de ello. Podemos vivir con ello siempre que el deterioro sea estable o lento».

Es interesante no olvidar las palabras del expresidente sudafricano Nelson Mandela ante altos funcionarios del PMA en 2004 cuando les recordó que «el hambre es una cuestión de justicia social y no económica (…) porque hay países relativamente pobres en donde casi todas las personas reciben una alimentación razonable, y países ricos con una desnutrición generalizada; sistemas económicos que varían, siendo los que han tenido éxito los que decidieron que acabar con el hambre era una prioridad. El hambre es una cuestión moral». 

 


Rafael Vilasanjuan, director de Análisis de ISGlobal. Fotografía: Carla Fibla García-Sala



Entre el hambre y la vacuna



Por Rafael Vilasanjuan, director de Análisis de ISGlobal



En una zona del mundo donde la urgencia es crónica y la vulnerabilidad de las personas cotidiana, ¿puede haber más emergencias? De repente, el Cuerno de África emerge. Casi cinco años de sequía extrema, una inflación que ha multiplicado el precio de todos los alimentos, junto a la escasez de grano, consecuencia de la guerra de Ucrania, nos devuelven la sensación de que el infierno existe y está precisamente en esta región. Somalia es un agujero negro donde todas estas crisis, incluida la guerra, hacen todavía más cruel la vida. Pero no es el único país en la zona que está padeciendo las consecuencias de una nueva emergencia. Uganda, Kenia, Etiopía y Sudan viven su momento más crítico en años como consecuencia de la falta de lluvias. El cambio climático en África ha multiplicado los episodios de lluvias y calores extremos, haciendo algunas zonas más húmedas, a pesar de lo cual las proyecciones para territorios semiáridos como en el Cuerno de África son devastadoras y las consecuencias que eso va a tener en una población escasamente preparada se cuentan en más de 30 millones de vidas en riesgo. 

El efecto de la sequía es directa: limita el acceso a alimentos básicos por falta de cultivos locales, aumentando la proliferación de enfermedades. La escasez de agua reduce la higiene personal y los alimentos, lo que multiplica la propagación de enfermedades infecciosas como cólera, sarampión, neumonía, disentería o hepatitis. En tiempos de sequía, por otra parte, la poca agua disponible para consumo se tiende a estancar y acumular en contenedores cerca de las viviendas, lo que aumenta, además, las picaduras de mosquitos que transmiten dengue o malaria. La inseguridad alimentaria, además tiene un impacto directo en la malnutrición, lo que hace que el sistema inmune en los menores sea aún más débil. Por eso es vital combinar cualquier estrategia de ayuda en nutrición con la distribución de vacunas que impidan que todas estas consecuencias acaben llevándose millones de vidas. Solo en 2022 se registraron más de 40 brotes de enfermedades prevenibles con vacunas, duplicándose los casos de cólera y sarampión con respecto al año anterior. En el momento en el que el Cuerno de África se asoma de nuevo al abismo, los alimentos y las vacunas son lo único que puede evitar la muerte anunciada de millones de personas en riesgo.




Los boranas y su tragedia

P. Juan González Núñez, administrador apostólico de Awasa (Etiopía)

Se dice de los boranas que, cuando les pides agua, te ofrecen leche. Se decía…, porque eso era hasta hace poco, no ahora, cuando no pueden ofrecer ni leche ni agua. Ellos y sus ganados se mueren literalmente de sed.

La sequía del Cuerno de África es ya reconocida en los medios como una auténtica emergencia humanitaria. Pero el Cuerno de África es un término muy genérico que abarca muchas pequeñas unidades climáticas y grupos humanos que sufren la tragedia de forma desigual. Dejas, por ejemplo, las áridas estepas de los boranas y te encuentras con que sus vecinos, los guyis, ya no sufren la sequía con la misma severidad. Me centro en los primeros por estar dentro de la diócesis de Awasa, en Etiopía, que está bajo mi responsabilidad, y por ser una de las comunidades más afectadas. 

Este pueblo ocupa la parte más meridional de Etiopía, en la frontera con Kenia. Su tierra es una estepa siempre árida, pero que, en régimen normal de lluvias, puede alimentar a un ejército de dos a tres millones de cabezas de ganado, amén de numerosas brigadas ligeras de cabras de color blanco, siempre dispuestas al asalto de cualquier hilo de hierba que asome su cresta. Pero el régimen normal de lluvias se ha alterado drásticamente. Hace cinco años consecutivos que no llueve y toda capacidad de hacer frente a una catástrofe semejante se ha agotado. Los puntos de agua se han ido secando uno tras otro. El ganado vacuno ha muerto casi en su totalidad. Se trata de, al menos, dos millones de animales.

Fotografía: P. Juan González Núñez


Debemos ir 39 años hacia atrás para comparar esta sequía con la trágicamente famosa de 1984, de la que también fui testigo directo, y en la que se calcula que murieron un millón de personas. El Gobierno quiere ahora tener el honor de que ninguna persona muera de hambre. Podría hacerse realidad si consideramos solo los campos de desplazados habilitados por el Ejecutivo, a los que mucha gente se ha ido desplazando. Pero no se podrá saber con certeza cuántos han muerto en sus casas por desnutrición. 

Debemos ir 39 años hacia atrás para comparar esta sequía con la trágicamente famosa de 1984, de la que también fui testigo directo, y en la que se calcula que murieron un millón de personas. El Gobierno quiere ahora tener el honor de que ninguna persona muera de hambre. Podría hacerse realidad si consideramos solo los campos de desplazados habilitados por el Ejecutivo, a los que mucha gente se ha ido desplazando. Pero no se podrá saber con certeza cuántos han muerto en sus casas por desnutrición. 

Visito, junto con una delegación de la Iglesia católica presidida por el cardenal de Adís Abeba, el campo de Dubluk que, con 80.000 residentes, es uno de los más grandes (en la imagen de la derecha). Habitan en tiendas, algunas hechas con palos y cubiertas con plásticos. La gente aparece limpia, decentemente vestida y alimentada con ropas y comida entregadas por el Gobierno y por organizaciones caritativas. Pero se percibe el abatimiento de quienes eran ricos y fueron perdiendo todo y ahora tienen solo el bocado de pan que la caridad ajena les mete en la boca. Esta es ya la sequía más grande que recuerdan, cinco años, y no saben cuándo terminará. Es posible que el millón y medio aproximado de boranas acaben refugiándose en alguno de los campos para no morir de hambre.

Hacemos coincidir nuestra visita con la llegada de dos camiones de comida que entregamos a las autoridades de la provincia. Anteriormente, la Iglesia católica había enviado varios vehículos con forraje para salvar el ganado, pero la operación no produjo el efecto esperado. Ahora ya no hay ganado que salvar y la atención se concentra en las vidas humanas. Más tarde, cuando la lluvia vuelva, deberá venir la ayuda para la recuperación económica. Contamos con la solidaridad de quienes puedan echar una mano

Coincide esta catástrofe natural con otras producidas por la mano del hombre. En estos dos últimos años, en la guerra entre el Gobierno central y la provincia de Tigré, aparte de la ingente hemorragia económica, se calcula más de medio millón de muertos. Terminada con un precario acuerdo de paz, la nación se enfrenta a los conflictos provocados por la guerrilla de los disidentes oromos, conocidos popularmente como los shenes, que siembran el terror en diversos puntos de la nación.

Si contra las catástrofes naturales solo se puede luchar paliando sus efectos, las catástrofes provocadas por el hombre, mucho más devastadoras, bien se podrían suprimir de raíz si la humanidad no fuera como es. Vienen a la mente las escenas de los capítulos 3 y 4 del Génesis: la expulsión del paraíso, la «maldición» de que la tierra produce espinas y abrojos, Caín citando a Abel al bosque para alzarse contra él y derramar su sangre… Esas escenas solo las pudo escribir quien conoció los desastres y la violencia en el mundo que le tocó vivir que, ni más ni menos, es el que nos toca vivir a nosotros.




«Una sequía no tiene que ser sinónimo de hambruna»

Entrevista a Álvaro Lario, presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola



Por Carla Fibla García-Sala

¿Cómo describiría la hambruna actual en el continente africano?
Fotografía: Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola/ Naciones Unidas

La actual situación es crítica. Si bien, no hay ninguna hambruna declarada en África; sí que existen lugares en Etiopía, Somalia y Sudán del Sur en situación técnica de hambruna. La inseguridad alimentaria en el continente africano es muy preocupante. Según el último informe de inseguridad alimentaria en el mundo; 278 millones pasan hambre: es decir 1 de cada 5 personas, la mayor prevalencia de malnutrición crónica en el mundo. Más allá de las cifras, que probablemente incrementen con el nuevo informe que saldrá en julio, lo que me preocupa es la tendencia negativa tras años de progreso sostenido. Las múltiples crisis que azotan a los países africanos, crisis alimentaria, crisis de la deuda, crisis climática y conflictos armados, ponen a millones de personas contra las cuerdas del hambre. Tras el varapalo de la pandemia de COVID-19, muchos países africanos cuentan con muy poca capacidad fiscal para invertir en políticas públicas que ayuden a revertir el retroceso en la lucha contra la pobreza y el hambre. Y lo más importante: no nos olvidemos de que detrás de estas cifras hay personas, con nombre, apellidos, esperanzas e ilusiones, familias… que viven su vida al límite porque no saben cuándo ni cuál será su próxima comida…  Es indignante que esto siga sucediendo pese a la riqueza que atesora la humanidad.

¿Se va a declarar oficialmente en 2023 una nueva hambruna en el Cuerno de África (Somalia, Eritrea, norte de Kenia…)?

La declaración de hambruna corresponde a los Estados soberanos, Naciones Unidas tan solo informan y alertan sobre condiciones de hambruna, como las referidas antes. Por ahora, la ayuda humanitaria ha logrado evitar otra hambruna como la que vivimos en 2011 en Somalia, que se llevó por delante las vidas de 250.000 personas. Con cinco estaciones de lluvia consecutivas sin precipitaciones suficientes para la producción normal de alimentos, la situación es muy frágil y las lluvias erráticas de la estación Gu no invitan al optimismo. Por nuestra parte, nos ocupamos de inversiones en desarrollo a mediano y largo plazo en el mundo rural, que son imprescindibles en paralelo a la distribución de ayuda humanitaria. Trabajamos para construir infraestructura y desarrollar capacidades para que una sequía no sea sinónimo de hambruna; para que los pequeños agricultores tengan los medios y capacidades para seguir cosechando alimentos mientras se adaptan a la nueva realidad climática. En ese trabajo de fondo, por ejemplo, hemos mediado para que las contribuciones de Alemania, Bélgica, Italia y Suecia liquiden los impagos históricos de Somalia con el FIDA. Esto permite que Somalia pueda volver a acceder a financiación internacional, con tipos de interés muy bajos. Así, el Gobierno de Mogadiscio aumenta su capacidad para financiar su desarrollo estructural con el objetivo de salir del círculo vicioso de la ayuda humanitaria.

¿Por qué se difumina el discurso cuando se habla de hambruna?

Porque la hambruna tiene un componente político importante. A ningún gobierno le gusta declarar una hambruna y reconocer un fracaso de tales dimensiones para su población. Las hambrunas hoy en día son excepcionales; no obstante, siguen siendo una amenaza real, y no son ‘una cosa del siglo XX’. Para algunas personas, el hambre es una constante. Sin llegar al extremo de la hambruna, el hambre, lo que llamamos inseguridad alimentaria aguda, sigue estando al orden del día para más de 800 millones de personas en todo el mundo. Es decir, una de cada diez personas en el mundo no come lo suficiente para llevar una vida activa normal. Por otra parte, más de 3.000 millones no pueden permitirse una dieta sana.

¿Qué alternativas plantea el FIDA ante la posible nueva situación de hambruna en África? ¿Qué lecciones se han aprendido de hambrunas precedentes?

Continuamos con nuestro trabajo de largo plazo, con una visión de una sociedad rural libre del hambre y la pobreza, con oportunidades para su desarrollo lideradas por sus propios habitantes. La alternativa que planteamos es un enfoque con inversiones masivas en el desarrollo rural y la adaptación al cambio climático, diseñadas y lideradas por los más pobres de las zonas rurales de países de renta baja y media. Lo hacemos con las mujeres en el centro de nuestros proyectos, porque sin las mujeres no hay desarrollo posible. Y de forma particular con los jóvenes y las comunidades marginalizadas como los Pueblos Indígenas como protagonistas del cambio; bien sea gracias al carácter innovador y pujanza de unos, o los conocimientos inigualables de otros, entre otras cualidades. Implicamos a los gobiernos, sociedad civil y sector privado. No obstante, nuestra financiación está por debajo de lo que se necesita. España tiene una buena oportunidad de demostrar su liderazgo en seguridad alimentaria, como viene haciendo, con una contribución histórica al trabajo de FIDA en favor de los pequeños agricultores y el desarrollo rural. En cuanto a la lección clara que hemos aprendido, es que no podemos esperar a que llegue la catástrofe, a que aceche una hambruna… porque acaba llegando, y la solución es siempre mucho más cara que haber invertido en evitarla. Las cifras hablan por sí solas: por cada euro que invertimos en resiliencia, es decir, en construir la capacidad de las personas de hacer frente a las crisis, nos ahorramos diez euros en ayuda humanitaria en el futuro. Por eso creemos que la medicina preventiva – aplicada a la seguridad alimentaria – es la mejor inversión que podemos hacer para un mundo mejor; más justo y seguro.

¿Por qué el hambre que padecen millones de personas no preocupa en países desarrollados como hace 30 años?

Creo que sí que preocupa. Según una encuesta reciente del Eurobarómetro, el 98% de los ciudadanos españoles considera importante cooperar con terceros países para reducir la pobreza en el mundo. Hace 30 años, tras el fin de la Guerra Fría y el llamado ‘Fin de la Historia’ que acuñó Fukuyama, tuvimos años de gran progreso económico y social en todo el mundo. La pobreza extrema se redujo a más la mitad entre 1990 y 2015, por ejemplo. Sin embargo, la población mundial ha seguido creciendo y esto no ha venido acompañado de las inversiones necesarias, las que generan la resiliencia para afrontar una ‘megacrisis’ como la actual, de dimensiones nunca vistas. Por eso ahora nos encontramos en un momento tan preocupante de retroceso.

¿A quién interesa que las hambrunas se padezcan de forma cíclica?

Las emergencias humanitarias continúan porque seguimos sin tener una visión de futuro en la que se afronte el hambre como problema estructural. La seguridad alimentaria es la médula espinal de nuestra civilización. Es vital. Sin embargo, nuestra capacidad de producir alimentos está en peligro con la intensificación y consecuencias irreversibles de la crisis climática. Necesitamos inversiones a una escala mucho mayor. Y en África, a medida que su población crece rápidamente, las necesidades de los pequeños agricultores y el mundo rural son cada vez mayores. Creo que invertir en las poblaciones rurales más pobres del mundo nos lleva a un mundo más justo, próspero, solidario y en paz; con oportunidades dignas para que los jóvenes puedan desarrollarse en sus aldeas y pueblos, sin verse abocados a los caminos, a menudo peligrosos e inciertos, de la migración involuntaria u otras actividades al margen de la ley.

Fotografía: Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola/ Naciones Unidas.
¿Quién debería asumir responsabilidades ante el giro que se está produciendo por el cambio climático y la existencia de los nuevos refugiados que huyen de sequías, inundaciones…?

Todos. Todos somos responsables como parte del problema y de la solución. La gestión de la crisis climática es además una cuestión de justicia en la que todo el mundo, literalmente, debe colaborar con un objetivo común. Nuestra supervivencia como especie y la de muchas otras está en juego. Y nos necesitamos mutuamente. Es de justicia por que aunque sea el norte global quien haya producido un 92% de las emisiones de gases de efecto invernadero, son los países del sur global, de renta baja y media, los que están sufriendo en mayor medida las consecuencias de la crisis climática. Lo vemos en el Cuerno de África, donde sigue sobrevolando la amenaza de hambruna. La justicia climática es necesaria para atajar la crisis climática, pero no se debe limitar a la compensación por daños y pérdida hecha a posteriori. El FIDA está ayudando a las comunidades rurales y a los pequeños agricultores de más de 80 países a adaptarse al cambio climático.

¿Qué sistema debería implementarse para que la ayuda humanitaria llegue a tiempo y salve vidas?

El FIDA no distribuye ayuda humanitaria, por lo tanto, quizás no me corresponda a mí responder esa pregunta, aunque soy conocedor del gran trabajo que hacen otras agencias y organismos de la ONU, así como ONGs. En especial conozco la labor de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), y del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, que son nuestras agencias hermanas del polo alimentario de la ONU en Roma. No obstante, el mejor sistema para que la ayuda humanitaria llegue a tiempo y salve vidas es no ponerlas en peligro: invertir en resiliencia, en desarrollo rural, para que la ayuda humanitaria no sea necesaria, para que seamos capaces de adaptarnos al cambio climático, producir los alimentos necesarios, generar oportunidades económicas en zonas rurales, etc.

¿Sigue sirviendo la excusa de la guerra, inestabilidad, terrorismo… en la aceptación y normalización de una nueva hambruna?

El conflicto es una de las mayores causas de la inseguridad alimentaria. La seguridad alimentaria y la paz son dos caras de la misma moneda. Y viceversa: el hambre genera inestabilidad social, y es un bucle difícil de frenar e invertir. Pero la respuesta es clara: nada sirve, ni justifica, ni normaliza una hambruna. Es una atrocidad que bien podría ser considerada una forma de genocidio, si las causas no fuesen de tan compleja atribución.

¿Qué lugar ocupa y cuál debería tener el problema del hambre en la agenda local, nacional, global? ¿Cómo se puede generar ese cambio desde el punto de vista económico?

Debería ocupar un lugar central. Hace poco leía una columna sobre un tema de vivienda de Íñigo Domínguez, periodista del El País y buen conocedor de la temática de desarrollo y seguridad alimentaria; Íñigo decía que lo que lo primero que haría Dios si bajase a la tierra, antes de solucionar ese problema de vivienda, sería, por supuesto, solucionar el problema del hambre. No puedo estar más de acuerdo. Una de las claves que nos puede permitir generar ese cambio económico es atraer al sector privado para que colabore y también invertir en las pequeñas y medianas empresas del mundo rural. En gran parte del mundo en desarrollo, ellas constituyen los motores de la economía local, la generación de empleo y el crecimiento económico. Son una parte central de los sistemas agroalimentarios. El FIDA cambió sus estatutos hace cuatro años para poder trabajar directamente con el sector privado. Atraemos, por ejemplo, a inversores de impacto y hemos conseguido la calificación crediticia AA+ tanto por Standard & Poor’s como por Fitch. Gracias a esta calificación, emitimos bonos sostenibles de desarrollo en los mercados de capital, que son una vía de financiación innovadora con la que ponemos la riqueza acumulada en fondos de pensiones de países ricos, entre otros, a disposición del desarrollo rural.


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