Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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Empecé a tocar el piano con 12 años, y ahora, con 74, es como si me reencontrase con un amigo. El piano es un amigo con el que todavía estoy hablando para conocernos mejor. Es alguien con quien hablas durante toda tu vida porque es un instrumento muy exigente. Es muy grande, tiene 88 notas, tiene todas esas octavas… Es un amigo que descubres al ir envejeciendo juntos.
Hay dos categorías de músicos, los que se dedican al oficio porque se enamoran de un instrumento, como fue mi caso, y una nueva generación que se convierten en músicos porque quieren ser una estrella del espectáculo. Y no es lo mismo, porque cuando nos enamoramos de un instrumento nos acercamos a un conocimiento que se desarrolla durante toda la vida. Un instrumentista, sin importar su edad, debe continuar trabajando, porque al envejecer se pierde agilidad, lo que te obliga a practicar cada día. El artista solo espera su buena suerte, mientras que el instrumentista sabe que, en su caso, esa suerte no llegará nunca.
Cuando llegué a Occidente me clasificaron como World Music y le dijeron a mi productor que era demasiado sofisticado, que me decantara más por el jazz para ser más clasificable. Y así fue como empecé. Cuando viví en Estados Unidos, el jazz estadounidense no me decía demasiado, pero luego leí una frase de Miles Davis en su biografía en la que decía que el jazz no es una música sino una actitud.
Los africanos modernos aún no han reflexionado suficiente sobre la -palabra jazz porque, por desgracia, está unida a una estética -estadounidense. En África tenemos una cultura musical, aunque seguimos bajo esa estética de la que hablaba antes, basada en armonías y acordes trenzados. El apelativo jazz no les dice nada.
No he tenido nunca la sensación de haber llegado a ninguna parte. Mi primer concierto, con 13 años, fue tan intenso, tan flipante, fue tan fuerte que recuerdo que llevaba pantalones cortos y el sudor corría por todo mi cuerpo. Me estrené con una pieza completamente alejada de mi cultura, la sonata Claro de luna de Beethoven, cuando estaba en el colegio con los misioneros belgas. Otro período con momentos intensos fue cuando dirigí el Ballet Nacional de Zaire. Mi país es cuatro veces y medio más grande que Francia y no tenemos tren de alta velocidad, por lo que incluso para un congoleño conocerlo es complejo. Tuve la suerte de contar con dinero de la Presidencia de la República para recorrer mi país y conocer sus músicos y costumbres. Hay unas 255 etnias y cada una de ellas desarrolla su propia cultura y música; algunas incluso su idioma. Fue como hacer un curso universitario.
No es popular sino tradicional. En España todos habláis español, pero en República Democrática de Congo recorres diez kilómetros y te encuentras con una comunidad a la que no comprendes. La realidad de África se suele olvidar. Hay periodistas en Francia que a veces me dicen: «En este disco ha cantado en francés e inglés, pero también hay una canción en africano»; y yo respondo: «Efectivamente, no canto nunca en europeo». Los africanos debemos ocuparnos de nuestra cultura y darla a conocer de forma moderna a nuestros hijos, reunirla a través del mundo.
En Occidente hay un pueblo, el estadounidense, que lo ha conseguido porque el presidente Roosevelt llamó a los grandes realizadores de cine de Hollywood y les dijo que debían intentar reunir su cultura. Fue un plan concertado; les aseguró que venderían su cultura al mundo. A esto lo llamaron «the american soft power» (el poder blando americano). El mundo entero no se percató de que estábamos atrapados en un eficaz programa estadounidense que forma parte de nuestra vida sin que nos demos cuenta. Los artistas son los encargados de traer la cultura americana hasta nosotros. Y así ocurre con el wéstern, que representa la eliminación de la población autóctona y hoy, en el mundo entero, hay seguidores de este género que no se dan cuenta de que son fanáticos de un genocidio. Los americanos lo presentaron con tal fuerza que lo convirtieron en un género normal, banal e incluso muy bueno. Esa es la genialidad americana.
He optado siempre por la educación musical, pero nuestro problema es que las músicas de África entran en la escena internacional a través del showbiz (espectáculo), que es el arte de la apariencia. Hoy los africanos no conocen su propia cultura, sino la cultura del yo, y luchar contra eso es muy complicado. He vivido más de 40 años en Francia. Cuando llegué todavía había cierta cultura francesa, pero hoy se está convirtiendo en una colonia americana. Y sé de lo que hablo, porque viví bajo una colonia.
Cada pueblo tiene sus vedetes y Franco Luambo fue de las más grandes en mi país. Cantante e instrumentalista, quise recordarle después de ver una clasificación de los mejores músicos de todo el continente que había hecho un periodista francés y en la que no aparecía. En Estados Unidos, si le dices a un ciudadano de allí, por ejemplo, que Michel Jackson era un gran músico, te corregirá enseguida para decirte: «He is a great performer» («Él es un gran artista»), no un gran músico. Y pueden hacer esa diferencia porque han inventado el show business (negocio del espectáculo) y saben lo que hacen. Mientras que nosotros hemos aprendido eso sin prestar atención. Franco Luambo tenía la influencia de un gran músico de su generación, Kalle Jeff, con un tipo de rumba influida por la salsa. Cuando vimos llegar a ese señor, un autodidacta, los intelectuales no le apreciaban, pero tenía una forma de tocar que en música clásica calificaríamos como «en sostenido». Y esos sostenidos, esa forma de volver sobre la misma frase al principio, que muchos consideraban como una falta de formación musical, hizo que se convirtiera en el músico africano más conocido. Además, mientras otros cantaban al amor, él hablaba de los pequeños problemas de la vida.
No se debe disociar la música de lo humano. La música es una expresión humana y toda persona, lo quiera o no, debe ocuparse de la cultura. No es obligatorio que la música esté unida a la política, pero puede estarlo, depende de la personalidad del que la practica. Es importante que exista una educación, que África se instruya, aunque toda la miseria que conoce el continente ha sigo generada por intelectuales.
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