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P. Josep Buades, responsable de Cáritas en la Prefectura Apostólica de El Aaiún-Sahara
Sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada».
Sonó el teléfono de urgencias de Cáritas en El Aaiún un viernes por la noche y Pablo atendió la llamada. Era Mariam: estaba en el paritorio del hospital Muley el Hasan ben el Mehdi en plenas contracciones que podían prolongarse muchas horas antes de que diera a luz. Más que los dolores intermitentes y que la propia ansiedad del parto, a Mariam le podía el hecho de estar sola durante el trance, claro está, pero, sobre todo, le podía la ausencia de alguien que se reconociera como padre de la criatura que iba a nacer y que se hiciera cargo de ella.
El afecto que ponía Pablo en sus palabras de ánimo apenas le podía confortar. Viendo que se cumplía el término de su embarazo, había acudido al local de Cáritas la semana anterior para recoger una manta en la que envolver al bebé esperado, pañales y algunos artículos higiénicos. Sabiendo Pablo que no le franquearían la entrada de la maternidad aquella noche, se comprometió a llevarle desayuno el sábado por la mañana, antes de que el equipo de Cáritas saliera de excursión en una jornada de convivencia.
La noche fue larga para Mariam: el niño nació por la mañana muy temprano y Pablo alcanzó a ofrecerle algo con lo que reparar fuerzas para sí y aumentar la leche con la que criar a su pequeño. A lo largo del día, Pablo cruzó varios mensajes con ella para que pudiese compartir el gozo de contemplar al fruto de sus entrañas, paliando una soledad que apenas compensaba la dedicación profesional del personal médico y sanitario del Bel Mehdi, como es conocido el hospital.
Del mismo modo que Cáritas había acompañado a Mariam durante el seguimiento médico de su embarazo, su equipo permanece atento a ella para que vacune al niño y lo inscriba en el Registro Civil. Con el tiempo, Mariam volverá a ser una beneficiaria más de la labor de acompañamiento médico y psicosocial de Cáritas, pero durante una noche, la del milagro de su parto y del abismo de su soledad, su trance aguzó los sentidos espirituales del equipo, cobrando un relieve singular, más aún por su extrema vulnerabilidad. En esas condiciones, cómo no contemplar el misterio de la Natividad del Señor.
Sí, nació un niño de una madre tocada por la extrema vulnerabilidad: extranjera, sin documentación que acreditara su residencia legal en Marruecos, sin un varón que se reconozca como padre y comparta con ella la responsabilidad de la crianza, sin poder trabajar durante un tiempo, con el miedo a la detención y a una medida de alejamiento. Así contemplamos el nacimiento de Jesucristo: fuera del lugar de residencia habitual de sus padres, en un establo que le ofrecía un pesebre como cuna, sin más apoyo que el de unos pastores, dejando presentir en la persecución de Herodes su futura condena a morir clavado en una cruz.
Conviene que la contemplación no pierda detalle alguno de la vulnerabilidad más que de la pobreza, de la falta de importancia a los ojos del mundo, de las razones que mueven a algún tipo de persecución, de la falta de humanidad… Y sí, cuántas mujeres migrantes que pasan por Cáritas malviven pidiendo limosna, entregando sus cuerpos, faenando duramente en factorías de congelación de pescado, limpiando casas. Las más crían solas a sus hijos, sin un padre o unos abuelos que las apoyen, puesta la confianza en Dios y en la comunidad. Mientras se prolongan sus jornadas, tienen que confiar a sus pequeños a personas que los guardan sin cuidarlos, carentes de profesionalidad y, a veces, de escrúpulos. Muy frecuentemente pesa sobre ellas el miedo a la detención y a medidas de alejamiento que las conducen muchos cientos de kilómetros al norte, desde donde tienen que buscar medios de transporte alternativos, costosos y nada seguros para volver a su hogar provisional.
La contemplación no puede dejar de palpar la espesura y el relieve de humanidad, en todo el abanico que se extiende de lo peor a lo mejor, para abrirse a la revelación de la presencia de Dios, del misterio de salvación que late en Él. El nacimiento de aquel niño que recibirá nombre al cumplirse el séptimo día, según la tradición musulmana colorea nuestra contemplación del nacimiento de Jesucristo, el Hijo de María, el Unigénito del Padre, el Verbo Encarnado. Contemplar a Dios hecho presente, Dios con nosotros (Emmanuel), no consiste en aplicar un barniz de alegría en la superficie de realidades muy penosas ni cubrir con un manto de oropel las realidades más rotas y ajadas. El Dios vivo sabe cómo transfigurar la realidad, cómo cargarla de promesa: es quien crea de la nada y resucita de la muerte.
Y sí, pasar por Cáritas, sea en El Aaiún o en Dajla, ayuda a contemplar con más relieve y profundidad el misterio de la Natividad. No se trata solo de Mariam y del pequeño del que aún ignoro el nombre. Un lugar como el hospital Bel Mehdi está poblado de personas que ayudan a contemplar mejor el misterio: el guarda de seguridad capaz de conducir al escaso personal médico en el servicio de urgencias, de modo que atienda a quien no tiene apenas valedor; la limpiadora que sabe dónde están los escasos bienes disponibles y los distribuye haciendo gala de competencia y amor; el enfermero gigantón que enmascara su impotencia en una perpetua sonrisa; el médico siempre desbordado que administra su tiempo escaso para cada paciente; los familiares que velan al raso cubiertos con mantas en el atrio del servicio de urgencias, algunos extranjeros sin salir del recinto por miedo a que un policía los detenga y aleje hacia el norte; las familias de hospitalizados que comparten con un joven migrante las viandas que llevan a los suyos, o la mujer que le hace la manicura.
No faltan, desde luego, ocasiones para contemplar el misterio de la Natividad en el Sahara.
Fotografía: Getty
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